19 de julio de 2017

Lucía (La Santa)



Karen By: AnimalFancy

Hacía buen día para salir a caminar, las calles bañadas en un sol de julio y las hojas secas cayendo de los árboles para dar paso a un tapete natural servían como escenario para una Lucía que refunfuñaba por la llegada de Mario.

Bien sabía que el joven Mario no era mala persona o mereciera un mal trato, simplemente le acosaba la idea de saber que su pequeña hermana estaba bregando una segunda oportunidad para el amor mientras ella aún le echaba arena a los fantasmas del ayer.

Con frecuencia se recordaba a sí misma sonriente, sin miedo. Se llenaba el alma de nostalgia y los pensamientos comenzaban a andar más rápido que sus pasos.

Lucía caminaba sin destino fijo, solo quería salir a refrescarse un rato, sin embargo la velocidad de sus pensamientos llevaba a que la impaciencia le devorara, comenzaba a preocuparse por el ayer, por el vacío, por la memoria misma de los que se fueron. “¿Volveré a verle?” se preguntó a sí misma.

El pasado es un velo que nos llena la vida de inquietudes y vicisitudes y para Lucía no era sorpresa comenzar a pensar de nuevo en aquel al que alguna vez entregó su afecto. Quizás allí su rencor hacia Mario, pues le recordaba esa infame manera de amar.

Sentía que su vida era un libro abierto, pero a la final no tenía claridad de quién era en realidad. ¿Crisis existencial?, quizás. 

Se desprendía de su pasado, quería huir de todo, del presente inclusive, porque la llegada de María a su casa era un torbellino que le comenzaba a destruir la calma que tanto tiempo le costó tejer.

No quería que nadie supiera cómo estaba en su interior, no quería que su calma reflejase un estado perfecto de contemplación, no quería nada de hecho. Solo su soledad, sin embargo, su vida le llamaba al ayer, con señales, con reflejos, con personajes que traían en su espalda el aroma de los que alguna vez estuvieron.

Caminando sin fijarse bien por dónde deambulaba se cruzó con el restaurante local. Sin perder oportunidad se detuvo para hacer la compra que había fingido como motivo de su salida: - Buenos días. Hágame un favor y me regala un pollo completo con porción de arepa y plátano maduro –

- Claro señorita, ¿lo desea asado o apanado? –

- Asado por favor, apanado tiene mucha grasa y estamos a dieta en casa – Respondió Lucía con la frescura que quería hacerle creer al universo mismo.

Esperaba en el escaparate pero su mente viajaba del ayer al hoy, de la casa al parque.

Recordaba sus primeras citas con él, el primer beso que se brindaron mientras sentados allí, como dos enamorados, cerraban los ojos y se tomaban las manos en un banco en medio de la gente que paseaba a sus mascotas. Aquel día fue inolvidable, recordaba cada detalle de su primer beso.

Unas ganas de llorar le abrazaron el pecho y comenzaban a apoderarse de sus brazos y sus piernas, sabía que el ayer era un pasajero no grato en su trayecto diario. Sentía las manos de entonces tomar las suyas, las frases de cajón con las que le enamoraron, la colonia con aroma a madera y tabaco.

Todo viajaba en su mente de tal modo que la impaciencia misma le robaba el control de su vida.

- Aquí tiene señorita, un pollo asado, una porción de arepa salada y un plátano maduro en salsa, ¿desea algo más? ¿alguna bebida? –

Lucía reaccionó y tratando de comprender de qué le hablaban respondió lo primero que se le ocurrió: 

- ¡Si, por favor! –

- Con mucho gusto, ¿qué bebida desea? –

- mmmm, no sé, ¿tiene limonada para llevar? –

- Claro. Tenemos por litro –

- Si, gracias, deme un litro de limonada y hágame el cobro del total –

- Con el mayor de los gustos –

Observaba a la gente pasar a su alrededor y de a poco en poco comenzaba a reaccionar, a caer en la cuenta de que estaba en el mundo real y no en los laberintos de la memoria.

Levantó su mirada y como un fantasma recordó aquella primera vez que salió con aquel hombre de fuerte aroma. Siempre tuvo miedo que fuese un personaje peligroso o alguno de esos abusadores que deambulan en las noticias de la noche.

De alguna manera temía por su vida, pero poco a poco se fueron conociendo, como dos ciegos que se descubrían, le comenzó a tener afecto, cariño podría ser la palabra adecuada, ahora después de muchos años sabía que no podía vivir sin él. Eso le daba rabia, le generaba malestar, se juzgaba a sí misma, se odiaba.

- Aquí tiene señorita. Que pase una feliz tarde –

- Gracias -  

Con una bolsa plástica en cada mano comenzó a caminar de regreso a casa esperando que María hubiese dado fin a esa incómoda conversación, de lo contrario el almuerzo sería peor que su costumbre de pensar en el ayer.

A menudo pensaba en él, en los dos, en lo que fue ese amor que ahora ya no estaba.

A menudo recordaba a alguien: a una joven Lucía enamorada.

***
De la Serie: Canciones de Amor y Otros Demonios.
Adaptación Libre de la obra: Santa Lucía (1980) [Rocanrol Bumerang]
Compositor: Mario Roque Fernández Narvaja.

AV


18 de julio de 2017

Disertaciones (En Otro Lugar)




Cat Nip Tea

Un silencio incómodo rodeaba la sala, estelas de luz entraban por la cortina y dibujaban en el rostro de María un reflejo de inconformidad, su cabello rizado se meneaba en un suspenso frágil, como una balada de Daniela Romo, o un poema de Octavio Paz.

Mario la observaba, se aferraba a su guitarra y dejaba fluir sus pensamientos pero no su voz. 

La observaba en silencio, como el niño regañado que solo anhela salir a correr por el campo.

- María – un esfuerzo de su voz casi inaudible pronunció el nombre de la bella dama. –Siento que me sobra la vida misma, que no la necesito ni me la puedo desprender ante tu presencia.

- Mario, sin poesía por favor. Esto es serio –

- No María, de verdad – la miraba con desespero a los ojos, como si en verdad la vida se le desprendiera de su piel. – Me sobra el sol del campo – señalaba con su mano a la ventana.

- Me sobra la luna desnuda y el manantial. El deseo mismo que la vida me ha dado en mis canciones y mis silencios – Un gemido de llanto se fugaba en la voz ronca de Mario.

- No sé qué pretendes Mario Alberto, de verdad que no sé qué pretendes. No puedes aparecerte por mi vida con poemas y líricas llenas de sentimiento cuando lo que necesitamos es hablar con lo más sensato del corazón –

- ¿Parezco un insensato María? – Su voz se quebraba. Un falsete ronroneaba entre sus cuerdas vocales, como un juego de poemas y baladas en su interior - María, me puede sobrar la vida entera si no tengo tus labios para besarlos y es que si no lo notas, tengo miles de motivos para estar triste, canciones de melancolía abundan en mi guitarra y cada día de la semana no es más que un motivo para cada lágrima que surge de mi ser –

María lo observaba con cierta mezcla de amor maternal y juicio policial. No sabía si sentirse engañada con tan bello acto de contrición o, si por el contrario era una obra  más en el largo repertorio de actuación de Mario.

- ¿Qué quieres? ¿A qué has venido hasta acá? – Preguntó María. Bien sabía que era ello pues el hierro caliente que le hacía falta a esa conversación.

- Entiéndeme María – Miraba por la ventana mientras le hablaba, observaba la cordillera y las nubes, el cielo despejado y la calma que habitaba en la calle. Otra vez se perdía en el paisaje de una ventana. 

“¿Será que nuestra gente está muerta?” se preguntaba de nuevo.

- En este momento no tengo dónde esconder mis palabras, no hay lugar en el mundo para tal fin, ni pedazo de tierra donde pueda esparcir mi llanto. Me sobran los paisajes, las huellas, el aire mismo. En serio María que no me importa si tengo que viajar de nuevo o quedarme, el poco sentido que me queda se lo estoy dando a la vida que me inspiras vivir, a ese incomprensible silencio que ahora nos confronta –

María seguía segura de que todo era un drama de Mario, sin embargo, allí donde las mujeres sienten la vida y presienten el dolor, también había algo de sinceridad que le permitía creer cada vocablo que surgía de los labios secos de Mario.

- No hay necesidad de que dejes de escribir poemas o te exilies en el último rincón del planeta, de verdad Mario que lo único que debes de hacer es rehacer tu vida, o inventarte una nueva, si es el caso –

- No María, no puedo – Una lágrima asomaba curioso en la mirada de Mario.

El hambre atacaba a María Isabel y Lucía hace nada que había partido en la misión de ir a comprar el menaje del día. No tenía más remedio que proseguir la charla con Mario y servir algo para calmar la ansiedad.

- Vamos a la cocina, de seguro algún bocadillo habrá para que podamos comer mientras llega mi hermana con la comida. No está de más tomarnos otro café –

Mario dejó su guitarra en un sillón y siguió a María hasta la cocina, sentía en sus adentros que la vida misma le dejaba de lado, perdía en su mirada el norte de su visita, se le escapaba el aire y hasta la voluntad.

- ¿Quieres otro café? – Preguntó María con la cafetera en su mano derecha.

- Si, por supuesto. Pero me vendría bien un poco de tu compañía, quizás, para el resto de la vida –

María lo observó expectante. No quería perderlo, pero no sabía tampoco como perdonarlo. Se debatía a sus adentros como una adolescente.

- Creo que por el momento podemos tomarnos otro café – Respondió.

Mario la observaba, se perdía en su silencio, se hacía ajeno a sus propias palabras, estaba en otra parte, se perdía en sus recuerdos, se untaba de melancolía hasta quedar ciego, solo asentía con la cabeza mientras observaba, porque eso era lo único que podía hacer a la perfección.

María servía otra taza de café.

***
De la Serie: Canciones de Amor y Otros Demonios.
Adaptación Libre de la obra: En el Último Lugar del Mundo (1991) [En el Último Lugar del Mundo]
Compositores: Carlos Gómez, Héctor Eduardo Reglero Montaner (Ricardo).

AV


17 de julio de 2017

Diálogos (¿Por qué?)



Original Cat Painting By: Sherry Shipley

Juntas se sentaron en el mesón de la cocina, esperaron a que el Café terminara de colar y sirvieron tres tazas, una para cada comensal. Siguieron conversando casi en susurros sobre la pertinencia o no de querer dar a Mario una segunda (o tercera quizás) oportunidad, de dar a la vida una explicación de lo que vendría e inclusive, de darse a sí mismas, una nueva treta para justificar las decisiones a tomar.

Lucía observaba a María Isabel en un silencio casi cómplice, trataba de estar mejor haciendo pausas en medio de los susurros, como queriendo callar.

- Trato de entenderte María, y espero que sepas que cuentas conmigo. Lo juro –

- Gracias, eres mi hermana bella –

Siguieron camino hasta la sala donde Mario esperaba sentado con las piernas cruzadas, había sacado la guitarra y la revisaba para verificar que no tuviese daños o golpes producto del viaje.

Aun no comprendía por qué se la había llevado hasta allá.

- Mira, ten cuidado que está recién colado así que debe de quemar de lo lindo –

- Gracias María, sigues siendo muy especial – Respondió Mario mientras recibía la taza de café.

- Espero no te acostumbres de a mucho, solo vamos a conversar –

Lucía los observaba desde la cocina, no quería que su hermana tomara una mala decisión, pero tampoco quería verla sufrir si las cosas no se daban como ella las esperaba. 

Decidió hacerse a un lado y retirarse de la casa, consideraba mejor dar el espacio para los jóvenes para que conversaran, ella por su parte, no le sentaría mal salir a caminar a algún lado de la ciudad.

-  Voy a ir a comprar el almuerzo. ¿Les provoca algo en especial? –

- Gracias hermanita, no, lo que tú quieras –

- Por mí no hay problema, cualquier cosa que traigas está bien – Respondió Mario.

- Muy Bien. ¿Les parece bien si traigo un Pollo asado con arepa? –

- ¡Si! –

- ¡Claro que sí!

Lucía se retiró de casa, ahora todo el espacio estaba para María Isabel y Mario.

- Lo juro María, todo lo que te digo es de corazón –

- Pueda que así sea Mario, pero es que la relación contigo siempre fue adivinar todo lo que decías o no decías, cada historia que traías a casa era como si la tuvieras que inventar. ¿Por qué habrás cambiado así? –

- Lo siento María, lo juro. No quiero ser así –

- No quiero ser quien tenga que dudar de ti Mario –

- Lo sé María. ¿Me perdonas? –

- No Mario. ¿Por qué? ¿ah? ¿Por qué me dices solamente mentiras? –

- No María, así no son las cosas. Lo juro –

- Mario – lo miro con las cejas levantadas. – Me enamoré de tu sinceridad, de tu nobleza y claro, de tu talento para cantar y escribir cuanta locura te salga en esa guitarra, pero se ve que ya no existe más ese joven bohemio –

- Pero María… -

- No Mario – espetó María con un tono más elevado en su voz – Necesito que me hagas sentir de nuevo que puedo creer en ti, si no es así definitivamente entonces no podremos continuar ni siquiera como amigos –

- No quiero jugar con tus sentimientos María, no quiero perderte ni fallarte como hombre o como amigo, lo juro –

María observaba sentada mientras jugaba con la cuchara dentro de la taza de café.

Dejaba mezclar sus emociones dentro del café, sin beberlo, solo revolverlo como un cronometro que pone a prueba la agilidad de un deportista.

- ¿Quieres azúcar para ese café? – Preguntó María esperando que Mario saliera de ese enredo mental en el que se había metido.

- Sí, gracias -

Mario observaba en silencio, se aferraba a su guitarra y esperaba que todo fuera solamente un pequeño malentendido, pero en el fondo comprendía que sus fallas eran mayores que su inteligencia para asuntos del amor.

Ser bohemio traía sus desventajas.


***
De la Serie: Canciones de Amor y Otros Demonios.
Adaptación Libre de la obra: Mentiras (1983) [Daniela Romo]
Compositor: Danilo Vaona.

AV


16 de julio de 2017

Bienvenida (Mejor)





"Waiting for the Milkman" By: Michael David Sorensen


Paró el taxi en frente del jardín, unas cortinas de velo adornaban el marco de cada ventana, junto a ellas un banco de madera y unas escalinatas con hojas seca recibían a  Mario quien llegaba con su guitarra al hombro, como una carga de viejas historias.

Lucía observaba desde la ventana, sin inmutar palabra alguna lo seguía con la mirada, como si sintiese en su retina el peso de cada pisada sobre las escalinatas, lo observaba y juzgaba, le generaba malestar su presencia. 

Al sonar el timbre de la puerta, en vez de abrirla se retiró dejando un gemido de desaprobación en el aire, de un grito llamó a su hermana para que bajar y atendiera a la visita que llegaba.

Salió corriendo como una colegiala en la hora del descanso hasta llegar a la puerta de la casa, se miró contra el reflejo de la ventana y no halló ningún imperfecto en su vestir, se llenó de valor y abrió la puerta más con deseo que con cordura, a pesar de todo, algunas cosas quedan y entre ellas, la memoria de los momentos vividos.

- Hola Mario, has llegado más que a tiempo. Pasa, hay café recién preparado, pasa por favor, para que conversemos y podamos tener espacio para almorzar –

Mirándola de pies a cabeza y sin más en qué pensar, declamó a sus adentros la perfección divina que rodeaba a la presencia de María. Sentía que la amaba y que cada uno de los momentos vividos seguían allí como recuerdos , en lo profundo del alma.

- Hola María, estás muy bella – murmuró – Espero no ser inoportuno, sé que la hora de llegada era a mediodía, pero el tren ha llegado a tal punto que creo, es mejor estar a media mañana – Sonrió temerosamente, mientras apretaba con sus dedos las amarras del forro de la guitarra.

- No te preocupes, pasa por favor, pasa –

Cerró la puerta y dejando seguir al que en el ayer fue su pareja lo observó de pies a cabeza, lo requisaba con la mirada, lo escudriñaba con el olfato. Sabía a sus adentros que llevaba quizás varias noches sin dormir bien y quién sabe, sin disciplina con la comida o el aseo personal.

- Nada puede hacernos olvidar que hemos recorrido el mismo camino, ¿no te parece? – Preguntó María mientras lanzaba un comentario sin profundidad.

- ¿Ah? ¡Si claro! – No comprendía qué pretendía decir, pero su sentido de supervivencia le llevaba a responder que si. Pensaba en el ayer, en cada una de las cosas que juntos habían vivido y hecho, del modo tan confuso pero bendito en que estaban ahora de nuevo en el mismo lugar.

- Agradezco que me hayas dejado venir – dijo Mario, abriendo con ello el tan elaborado discurso que tenía rondando en su mente desde el día anterior, desde las horas sin dormir que cargó en su silencio y, sin saberlo bien, desde las tres horas de tren en las que durmió como un cachorro, pero que recitaba palabra por palabra lo que pretendía exponer a la mujer de la que aun permanecía enamorado.

- No te preocupes, creo que sobreviviremos a un día más, espero valga la pena – respondió María Isabel.

- ¡Claro que así será! – Mario comenzaba a motivarse, de alguna manera sentía en María la total disposición por arreglar las cosas, o por lo menos, era la impresión que se llevaba en la sala de esa casa. – Como te decía, a pesar de los errores, defectos e inclusive, las virtudes – sonrió tímidamente – aun conservo en mi mente cada uno de los momentos vividos, siguen aquí guardados, en lo profundo de mi alma –

Mario se señalaba el pecho en forma de cruz, como si fuera su centro más débil o puro del cuerpo. María lo observaba, quería sonreír, pero su valor le decía que debía de ser distante y limitarse a escuchar lo que este personaje tuviese para decir.

- Me parece bien Mario, se evidenciaba en la insistencia tuya por venir a conversar, espero, no sean esas las palabras que querías decirme –

- Oh, claro que no María, como decía, quiero que resolvamos las diferencias, no se puede olvidar lo vivido, inclusive el desorden de mi casa te extraña, cada pintura, cada partitura lloran tu ausencia –
María sonrió, no lo pudo evitar.

- Sé que estuvimos suficiente tiempo separados, inclusive en más de una ocasión pasamos temporadas lejos uno del otro por asuntos de trabajo. Las giras con los chicos de la banda o tus reuniones en la agencia –

- Si Mario, no lo he olvidado, quizás porque aún seguimos separados –Dijo la palabra que no quería decir: Separados. Sin embargo, intentó omitir el descuido y siguió hablando lo más natural que se le diese – Sentimos lo mismo en cualquier momento, somos humanos Mario, eso no lo podemos dejar de lado, pero si bien nada puede hacernos olvidar lo vivido o cada una de las vivencias que tuvimos, somos ahora dos personas diferentes, con modos de vida cambiantes y metas que se alejan mutuamente –

- No María, somos como el Sol y el cielo, nos comprendemos perfectamente. Puedes pensar que somos como el Blanco y el Negro, pero no, nos complementamos, somos vibraciones de vida que se retroalimentan, no podemos negarlo –

- No creo Mario, no creo sencillamente porque no lo siento en mi corazón – Sabía que mentía, pero debía hacerlo para poder dejar atrás todo lo que se le revolvía en el pecho.

- María – replicó Mario – No te compliques por favor, siempre hay motivos; debemos de tratar de estar mejor cada vez, no de desmejorar, debemos de retroalimentarnos día a día, crecer, perfeccionar cada una de nuestras virtudes y defectos –

María lo miraba con sensatez. Sentía cada palabra que Mario dictaba y en el fondo comprendía todo lo que lo quería, daba la razón a la distancia, sabía que había sido un remedio temporal útil y esclarecedor.

- No lo sé Mario. No lo sé. Voy por el café, ya vengo – Se retiró rumbo a la cocina, miraba para el suelo y trataba de hallar argumentos que favorecieran su ruptura, quería demasiado a ese muchacho, pero se quería más a ella misma.

Lucía caminaba dentro de la cocina de lado a lado como una pantera enjaulada, al ver entrar a María quiso salir pero entendió que era mejor acompañar a su pequeña hermana, de más no estaba un consejo de mitad de tiempo.

- ¿Cómo van las cosas? – Preguntó Lucía.

***
De la Serie: Canciones de Amor y Otros Demonios.
Adaptación Libre de la obra: Tratar de Estar Mejor (1994) [Tratar de Estar Mejor]
Compositores: Diego Antonio Caccia Torres, Gerardo Horacio (Cachorro) López Von Linden.

AV


15 de julio de 2017

Un Chico Ejemplar (¿Será?)



 Just Desserts Cat By: Amber Alexander

Se sentaron a conversar, porque eso hacen las hermanas.

Lucía organizaba la mesa para disponer el desayuno que junto a María habían elaborado, algo sencillo por supuesto, no tenían el tiempo que deseaban para preparar un banquete pues en menos de tres horas llegaba aquel invitado que tanto esperaban, pero que poco deseaban (o por lo menos Lucía así lo asentía).

María estaba ansiosa, tenía la seguridad de las palabras (una a una) que iba a brindar a Mario en aquella conversación, su corazón por el contrario, se debatía en habitaciones extrañas, como un reguero de sentimientos que se atropellaban entre sí, se deslizaban.

Se remendaban sin importancia alguna en una espiral que a María parecía no importarle, o quizás, parecía más bien, no detectarla (a tiempo).

Pensaba en Mario, en su manera falaz de aparecerse y desaparecerse (esconderse), en su modo casi que de animal nocturno de estar presente y ausente a la vez, de su modo de ser oscuridad y estrella en el cielo de María, ello le incomodaba, demasiado, le producía rabia y desespero, la transportaba a muchos lugares lejos de él, sin embargo, no sabía bien qué fue aquello que tanto le tuvo a su lado el tiempo que duraron.

Mario (pensaba María), era de esos vagos radiantes de vida que podían desordenarle la cabeza a cualquiera, de enredar el alma y guiar por miles de senderos al corazón del otro, como un juego donde la meta es perderse y encontrarse, ser fugaces en la oscuridad.

- ¿Qué tanto piensas María? pareces otra persona –

Miró a Lucía, sentada en el comedor con su camiseta estampada de The Beatles y una tajada de pan en su mano levantada.

- Nada, aquí pensando en Mario, en lo que se viene –

- ¿Y qué es tanto lo que debes de pensar? ¿Acaso no tienes ya claro lo que vas a decirle? –

- Si, pero… ¿y si me equivoco? –

- ¿ah? – Replicó Lucía, más con un gemido que con una palabra legible.

Para María, Mario era de esos fulanos que tenían el don de ser eternos en el pensamiento, de convertirse en un susurro aislado en medio de la tormenta, de ser único en medio de la multitud, en medio de los miles de rostros que uno encuentra en la ciudad.

Sabía que no era un chico ejemplar. Le dolía recordar las veces en que la mentira y el cinismo fueron plato del día en su relación, su ingratitud o inclusive, su descuido por los detalles le hacían convertirse en una especie de príncipe azul (desteñido) que arreglaba todo con un poema, una canción o unos acordes de guitarra como muestra de cariño.

No estaba segura de equivocarse, dudaba en sí si estaba en la correcta decisión de dejarle y darle a la vida la oportunidad de presentarle (algún día) al verdadero amor de su vida, o, si era por el contrario, ese el amor que merecía (su vida) y lo estaba dejando perder por un mero capricho de la vanidad.

- No creo que te estés equivocando, es muy joven y además, si bien es simpático no tiene ni los pies ni el bolsillo necesario para estar cuerdo en esta realidad –

- Si, pero que sea lo que Dios quiera ¿No? -

- ¡Cómo se te ocurre!, está bien que te conviertas en una idiota por andar pensando en ese mengano que ni corazón debe de tener, pero lo que está mal es que te quemes la cabeza pensando en seguir esa relación tan tóxica que vivieron -

- Pero, ¿y si él es el príncipe desteñido de mi cuento de hadas? –

- ¡Serán cuentos de Habas más bien! – increpó Lucía. Estaba molesta, comenzaba a irritarse y en su mente no dejaban de aparecer recuerdos, nombres, lugares, emociones del ayer. Justificaba la situación de María para permitir ese desorden en sus ideas, pero ahí, en el fondo de sus confusiones, era consciente de que el pasado estaba llamando a la puerta.

- Lucía, Mario puede ser un completo vago, si esa es la palabra que buscas, pero es noble, fue mi amigo, mi compañero, mi propio verdugo. No puedo dejar pasar la oportunidad si quiera de pensar Lucía, solo de pensar, si este adiós que está tan cerca sea el definitivo –

- Claro que lo será María Isabel, claro que lo será. Ni siquiera entiendo por qué lo invitaste cuando podías haber cerrado ese capítulo de tu vida con una llamada telefónica –

- Pues pueda que mi error sea precisamente ese, ser tan torpe y tan permisiva con ese vago sin corazón que tú llamas –

- No María, no solo eso. Tu pecado es ser ingenua, ser compasiva, tolerante, hasta tonta pensaría –

- ¡Lucía! – Gritó María Isabel, le molestaba el nivel de agresión que ascendía en el discurso de su hermana, sabía que más allá de la visita de Mario, algo más le preocupaba. – No aceptaré que me trates de esa manera, ¿quién tiene o no la autoridad para decidir si Mario es o no la persona indicada para mí? ¿Quién? ¿Ah? ¿Tú?, no creo –

Lucía guardaba silencio mientras jugaba con la cuchara dentro de la taza de café.

Para María, la vida es un conjunto de decisiones pero también de suerte, del azar de la rueda de la fortuna y las bendiciones del cielo. Sabía que su relación con Mario era más que dañina, tóxica, pero necesitaba confirmar con verle, si era o no la decisión acertada el dejarle para siempre, así fuese una discusión sin fundamentos.

Continuó con su desayuno, evadía a Lucía y mirando por la ventaba se preguntaba en qué momento llegaría Mario. 

Se preguntaba si la vida misma era un juego y ella, una desafortunada.


***
De la Serie: Canciones de Amor y Otros Demonios.
Adaptación Libre de la obra: Y, ¿Si Fuera Ella? (1997) [Más]
Compositor: Alejandro Sánchez Pizarro.

AV


14 de julio de 2017

Boulevard (Sin Preocupaciones)



Graffiti By: Christian Guémy


Llegaba el Tren a su destino, el día estaba más iluminado que siempre y las horas pasaron como la juventud de un zapatero. Había dormido por lo menos un par de horas, algo así como el espacio de salir de la ciudad y la entrada al campo, se sentía renovado, la mala noche y la ansiedad le habían donado una sesión de insomnio que ya comenzaba a pesarle en los hombros.

Tomó su mochila y su guitarra, observaba la ciudad, recordaba que había estado en un par de oportunidades en su infancia, una de las pocas veces en que su padre le llevó a conocer a aquellos familiares lejanos, pero realmente nunca había estado en la ciudad con claridad en su memoria.

Caminaba por las calles con total distracción, sabía bien por dónde tomar camino para la casa de Lucía, tenía las indicaciones anotadas en su teléfono móvil, sin embargo caminaba distante, ajeno al entorno, con la mente quién sabe dónde.

Perdía su mirada en la gente que pasaba a su alrededor, como si el verles pasar le dieran la orientación que requería. Colgaba de su hombro su mochila y en ella la ropa que juraba no iba a necesitar, pues esperaba regresar pronto a casa acompañado claro, de su enamorada María, la santa.

Sin embargo las preocupaciones no parecían venir en mente, caminaba y se dejaba llevar por el veraniego sol de media mañana, pensaba en María, pero no de la manera temerosa en la que piensa un caballero que busca el perdón.

Su mirada desprendía toda la vitalidad que la juventud le rezagaba, de cierto modo se sentía insatisfecho por el tipo de relación que había cosechado con María Isabel, sin embargo, se prometía a sí mismo poderle amar mejor, planeaba tácticas de (re) conquista y hasta versaba poemas de Benedetti para cortejarla.

Caminaba circunspecto, atareado en pensamientos, con la mirada enfocada en la nada, como si sus pasos fueran automáticos y llegasen al rumbo determinado sin necesidad de conciencia alguna.

No era fácil interpretar su caminar, sus pensamientos revelaban la decisión de recuperar a María, su gestualidad le daba la corona que le hacía falta para proclamarse rey de la mañana.

Un rey que era un completo extraño para todos. 

Un ciudadano que llegaba de visita con la promesa frágil de recuperar un amor que perdió. Un caballero que vagaba paso a paso por el boulevard sin llegar a destino alguno, solo caminaba con la mirada viva y el cabello ondeando al ritmo del viento de la mañana.

Llegó al final del boulevard principal de la estación de trenes, donde se conectaba con el parque central de la ciudad. Allí buscó la parada de Taxis, miró su teléfono y escribió un mensaje a María, había llegado y solo pasaba el tiempo justo para que el taxi le llevase a dónde ella estaría.

Tomo el primer taxi que se le cruzo en la vía, y dando las indicaciones de nomenclatura necesarias, se recostó en la silla trasera esperando que el conductor le llevase a dónde sus preocupaciones le motivaban.

Observaba a la gente caminar por la ciudad, le era un nuevo escenario y de cierto modo su mirada se llenaba de vida con lo que observaba, se sentía completo, como una recarga justa de vida, como si se hubiese enfrascado en un pasado incompleto, o en una secuela de malas decisiones.

Se recostó a terminar de descansar el sueño que se había tomado en el trayecto de tren, nuevamente la ansiedad aparecería y mientras observaba a la gente pasar, como un rey extraño, se acomodó en sus pensamientos.

En las preocupaciones del corazón.

***
De la Serie: Canciones de Amor y Otros Demonios.
Adaptación Libre de la obra: El Extraño de Pelo Largo (1987) [Habitaciones Extrañas]
Compositores: Enrique Masllorens, H. Lezica.

AV