5 de mayo de 2011

Casualidad - Cotidianidad



Imagen Tomada de: http://bit.ly/jADxEi

Creo que estas es de esas temporadas en las que decidimos que la poesía debe ser nuestra profesión y la vida un oficio particular. Sabemos a ciencia cierta que escuchar canciones y redactar quejas y reclamos se vuelve una constante en nuestra solitaria vocación de servicio. Dentro de las miles decisiones, es importante reconocer en ellas la temporalidad con que las tomamos y las queremos asumir, ser consecuentes en un mundo de inconstantes motivaciones. Para efectos del presente Blog que mejor decisión que dar a la cotidianidad unos escritos cortos, breves, llenos de cotidianidad, ser más reporteros y menos periodistas, ser más informativos y menos reflexivos, ello quizás, sea el secreto de una vida larga y llena de plenitud.

Esta mañana me levanté sin ganas de andar por la vida, esa rara sensación de no querer madrugar para ir a clases pero que en el fondo sabemos que debemos hacerlo porque en el “Recreo” la pasaremos de maravilla con nuestros compañeros de clases. Por supuesto que es una analogía precisa para estimular el recuerdo más valioso de nuestras perezosas madrugadas. Por fortuna y para envidia de muchos no madrugo con frecuencia, casi nunca lo hago a decir verdad. Disfruto dormir hasta tarde y almorzar en casa con las delicias de un plato hogareño, salir a trabajar en la tarde y regresar en la noche a dar repetidas motivaciones a un ciclo que ni este preciso Blog ha podido rescatar.

Afirmaba que me levanté sin ganas, con una pereza que destella morfina hacia esa rutina que no queremos tolerar. Sin embargo y con un par de inquietudes en el pecho tomé aliento y di ritmo a una cotidianidad de reuniones, conversaciones y muchas obras literarias escondidas en tratados políticos. Últimamente mi rutina es inestable, no por mi convicción por supuesto sino, por las diversas maneras de la vida de atender mis necesidades y principios laborales.

Muchas veces mientras viajamos en calles citadinas en algún medio de transporte urbano notamos con pleno silencio que nuestras preocupaciones, nuestros deseos, nuestras ansiedades toman lugar de honor contra la ventanilla y fluyen como un circo de expectativas, se rodean de regocijo y en un arrullo al mejor estilo de una sinfonía loca nos frenan por cada semáforo que procrastinamos. Aquellos pensamientos los envolvemos en un silencio tan cómplice como la compañía que llevamos en el puesto de Bus en caso de ir sentados, un trayecto lleno de miradas esquivas, de preocupaciones varias y de afanes intermedios.

Somos todos hijos de la casualidad pero pocos asumimos esas casualidades como un buen argumento para enloquecer, darle a la locura un lugar de honor y disfrutar de las nimiedades de la vida, dejar los odios en el bolsillo del pantalón, los amores en el afán del maletín y las ansiedades en las preocupaciones del trayecto.

Ser cotidianos no es ser repetitivos ni se trata de evocarnos en una rutina tal cual receta de cocina, No, ser cotidianos es ser consientes de nuestras danzas literarias, se trata de ser honestos con el silencio y darle valor a cada pensamiento sin importar no tener donde escribirlo para la posteridad, se trata de levantarnos cada mañana y sin importar las ganas de vivir o no, sea una marea senil preguntas que queremos resolver en el transcurso del día.

A esta hora, a ritmo de un flamenco y con un cigarrillo en boca, damos a la sensatez un poco de lectura ávida de retroalimentación. No es un regreso ni un reinicio, es solo retomar el lugar que dejamos la última vez que nos leímos y pretender querer continuar. Darle al tiempo que se ha marchado una despedida de honor.

Es tiempo de cambiar.

AV