3 de noviembre de 2018

Sorpresas (Sin Engañar)




Berlin Street Art: Bicolor Cat on the Art Mile. By: Bülowstraße

Lucía cargaba en cada mano el peso de un almuerzo que se había comprometido en conseguir, más por la necesidad de huir del tedioso encuentro entre su hermana María Isabel y el infame de Mario, pero dicha escapada solo le traería lluvia y melancolía.

No sospechaba jamás de las sorpresas de la vida, suficiente con dejar en la jarra de la memoria el espacio suficiente para que fuese llenada de nuevo, no imaginaba perder el equilibrio en medio de la ancha calle a sus cuestas, no pensó, jamás, darle vida de nuevo a un asunto olvidado, pero qué se le iba a hacer, si precisamente la melancolía era eso, un descuido que estaba presto a llenar la jarra de la memoria cuando menos se lo esperase.

Cruzó la esquina y lo encontró impar, como quien juzga a los vivos desde el pedestal de una iglesia. 

El tiempo había transcurrido y su apariencia no era la misma, pero quizás su recuerdo le diera la vieja presencia con la que lo había dejado ir de su corazón.

Sabia que es la vida y caprichoso que es el destino, lo creía asunto olvidado y claramente no lo fue. Intentó escabullirse entre vitrinas y puestos de comida pero la atracción cósmica hizo lo suyo y sus miradas se cruzaron como dos nubes en invierno. Lucía sentía derrumbarse, irse en sí.

¡Lucía! -
- ¡Hola, qué sorpresa!

Un caballero de buen vestir, en exceso perfumado y calzado de marca se acercó ansioso mientras Lucía buscaba tras sus propios pasos escapar de tal encuentro.

- ¿Cómo te va, mi amor? – Preguntó el caballero.
- ¿Cómo te va? – respondió una Lucía descontrolada y con aroma a Pollo Asado.
- Tiempo que ha pasado, ¿no te parece? –
- Si, bastante. Estás delgado –
- Sí, el deporte, lo retomé además claro, de una buena dieta de excesos y costumbres – replicó el galante caballero.
- ¿Eres feliz, mi bien? Sin engañar –
- No lo niego, me ha sentado bien retomar viejos hábitos, pero el trabajo me lleva de allá para acá y eso también me ocupa lo suficiente, como para saber si soy feliz. Pero bueno, … ¿y tu? ¿eres feliz? –
- Claro, trabajando duro, pero bueno, me encanta saludarte. Espero pases buen día, voy tarde y debo de llevar esta comida.
- Ah sí, bueno, si, entiendo, en todo caso, llámame y salimos a conversar con un buen café – replicó entregándole una tarjeta de presentación. La miró con desdén, su tono de voz quizás hasta le hizo recordar el por qué se había marchado.

En cuanto surgió la oportunidad siguió adelante en su camino sin fijar rumbo alguno, soltó una sonrisa nerviosa y escapó con la elegancia que intentó vender. Se sentía magullada, destrozada, sin pensarlo al detalle sintió de repente en su universo que el amor que había madurado con el tiempo, que la soledad había sido un aliado para su ausencia y no para olvidar.

Inmediatamente supo que fue un error, sintió empatía con María Isabel y retomó el rumbo a casa, se había desviado dos calles al este, como si se fugara de la policía o alguna autoridad municipal.

El amor a su puerta nunca volvió, pero el capricho del universo se lo cruzó en una calle mientras cargaba una bolsa de pollo asado y un envase de limonada.

Como una niña que salió a recorrer la vida sin esperar nada a cambio.


***
De la Serie: Canciones de Amor y Otros Demonios.
Adaptación Libre de la obra: ¿Cómo Te Va Mi Amor? (1985)
[Pandora]
Compositor: Hernaldo Zúñiga

AV

11 de mayo de 2018

Lágrimas (Un Mar)





Salió con un poco de prisa, no quería dejar sola  a su hermana más tiempo a sabiendas que Mario no era de total agrado, no deseaba imaginar en llegar a casa  y encontrarlos en un acto de reconciliación o algo peor, en un acto de despedida.

Guardó sus silencios en una mezcla de temor, sus lágrimas empezaban a reunirse como una orden sindical en su rostro, se escondían esperando el impacto necesario para aflorar. El ayer era pasajero y en ese lugar aún residían los besos que alguna vez le fueron un peso en la espalda. Miraba al olvido, sentía la injusticia rozar su alma junto a un ejército de lágrimas que afilaban sus discursos de rencor, sentía como sus pasiones morían, como si le tachara cada lágrima las canciones que le dieron vida alguna tarde de diciembre.

Recordó mientras caminaba la tristeza que le embargaba la vida, cargaba el almuerzo en una mano mientras en la otra jugaba a sostenerse, se sentía desahuciada, débil, sin posibilidades de retomar la dignidad que había protegido en el presente (el mundo giró y ella no se dio cuenta).

Una sonrisa burlona escapó de su malhumorada caminata, en el fondo sabía que era él, el del pasado, el que había perdido y no ella. Estaba plena, su vida marchaba a la perfección y en algún bar de la ciudad aquel espantapájaros que la dejó, quizás debió de llorar más que ella, cuando se encerró en su sala de costura a jugar a ser mayor.

No había corazón que soportara tanta injusticia o rencor, no había lugar en el mundo de Lucía que llevase espacio para un pasado que ya ocurrió, pero el mundo, en sus caprichos, giraba a toda velocidad dejándole un poco de derrota también.

Lo había perdonado, él la había dejado de buscar y a pesar de que ahora era demasiado tarde, su vida comenzaba a recordar en medio de una matutina caminata con un pollo asado en la mano, no le volvería a amar, de hecho nunca fue en su búsqueda, por el contrario le habría deseado lo peor, pero no siempre los deseos se hacen realidad.

Había llorado sus días y sus noches, quizás por ello era tan escéptica a la relación que su hermana María Isabel entablaba con Mario, no le gustaba para nada ese juego de perdedores dónde el ganador era aquel que quedara en pie. 

Era consciente que su pasado le era propio, pero temía verlo reflejado en la ahora relación de su pequeña y descuidada hermana.

Su alma estaba arañada, llena de olvido, llena de lágrimas.

***
De la Serie: Canciones de Amor y Otros Demonios.
Adaptación Libre de la obra: Te Lloré un Río (1992) [¿Dónde Jugarán los niños?]
Compositor: Fher Olvera.

10 de enero de 2018

Nubes





Hay nubes de ansiedad que se posan sobre mi ventana. Un vapor de vida que duele, que se me roba la calma y me va cortando el sueño, me encierra en una incoherente pereza, en una maleza de ideas que no me deja avanzar.

Hay nubes de ansiedad que se posan sobre mi ventana. Que me empujan con una suave brisa a una idea y luego a otra. Que brincan entre sí si quiera redondear un punto en común. 

Son ideas sueltas, incompletas, que a veces terminan en dudas.

Es difícil atrapar nubes que no son tangibles. Se posan sobre la ventana porque desde allí nos observan, se dejan ser. Se disfrazan de aire fresco, se llenan de ansiedad, se llenan de ideas viejas y anhelos nuevos, se mezclan, se vuelven cócteles, se vuelven ironía.

Nubes.

Hay nubes de ansiedad que se posan sobre mi cabeza. Dolores que permanecen, que se agrietan más allá de lo intelectual y rajan la razón en un inmarcesible silencio de dolor: de miedo. Preguntas que desfilan como un hombre solitario en un pasillo de hospital, no van, no vienen.

Hay momentos de reflexión que se escapan en un sigiloso suspiro de ansiedad, se traducen en palabras que no fueron, se representa en pensamientos del "que sería si...", momentos que se dejan más allá de la reflexión y terminan en duda, anhelos, dudas más que todo.

¿Por qué?

Un inocente insomnio recae sobre la cama, como una nube de ansiedad, llena de polvo, llena de recuerdos, de metas trazadas, de promesas dibujadas con la punta de los dedos sobre la almohada, de temores infundados por la edad.

Una obra maestra del romanticismo contemporáneo.

Es en las noches donde desnudamos las dudas y los temores, los dejamos jugar encima de la almohada, como siluetas de una fogata. Cada mañana al despertar, la conciencia llora el tiempo perdido, el sueño desperdiciado, porque aun después de las noches, las dudas emergen, solteras.

Hay nubes de ansiedad que siempre estarán vigentes en la cabecera de la cama, o junto a los zapatos bajo la cama. Hay nubes de ansiedad que siempre tendremos esperando al final del pasillo, como un ladrón que observa atento al ejecutivo que sale embriagado del restaurante.

Hay nubes que reposan en el alma esperando florecer algún momento, preferiblemente durante el mes de enero, porque para junio ya no son nubes sino, motas de recuerdos, de promesas o compromisos, murmullos de ideas que no fueron.

Un pasado hecho tejido.

Hay nubes de ansiedad que siempre están para acompañarnos. Parecemos viajeros, pero somos estaciones de paso donde las ideas murmuran los anhelos del alma y el corazón, los miedos de la piel, los temores del adulto contemporáneo. Hay que dejarlas pasar, para que sigan su curso.

Siempre tendremos nubes.

AV