30 de marzo de 2010

Evidencias de la Conciencia



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Cat Painting By Geoffrey Tristram

1024 * 768

Es interesante recordar los pequeños peldaños que son nuestra infancia, si bien en conversaciones con Pepa se habló de manera desinteresada de los chanfles de la infancia, poco a poco se fue haciendo mella en mi memoria, quizás no tanto por el adverbio de mencionar mi constante afán por el disfraz de superman en dichos ochentas, ni por el disfrute de los juegos e inocencias de lo que representa la vida en esa etapa del universo. De igual modo y en otra ventana del Messenger logré dar el sentido que el trompo le cuestiona a la vida, allí, conversando con Absurda dimos con esa pregunta existencial que a todos se les escapa en una tarde de lluvia: “¿Qué quieres ser cuando termine tu visita? … Yo quiero ser un dulce para hacer a todo el mundo feliz” .

Cuando termine mi visita en este escenario temporal, he decidido que quiero ser un buen tiempo, sí, esos momentos que todo ser viviente agradece a los ángeles y al mesías por haberlos permitido, esos escenarios en los que la frase “Pasamos un buen momento juntos” o “fue un buen tiempo aquel”. Una manera de inmortalizar en la felicidad de las nuevas generaciones nuestro paso por el plano local. Mezclando este par de conversaciones di con el reflejo nostálgico del poco amor que le tenemos a la memoria, esa herencia física que datamos en sueños y descuidos, quizás algunos en espejos y deja Vu o en frases incompletas de felicidad.

Nuestras historias conversando con Pepa, se vuelven sencillas y cómicas cuando de anécdotas de infancia retomamos conversaciones, cómico por ejemplo el caso de ella, cuando quedaba disfrazada con ganas de salir a pedir dulces por culpa de la lluvia, cómico mi caso, cuando el crecer en un edificio de señores nadie te regalaba dulces porque no era la costumbre en ese recinto, cómico para otros el salir en la única foto con el peor disfraz de toda su infancia y no con el que siempre lució orgullosamente.

La memoria como máquina de muerte sirve para añejar las vestiduras de lo vivido y darles un tinte de emoción o dolor, en ese mismo aspecto, prepararnos para el siguiente paso y quizás el más decisivo de todos, el tomar la decisión de decir adiós.

En ese mismo concierto de palabras, resumirnos en esas canciones de adolescencia, esas melodiosas cantinas que dieron evidencia de que vivimos alguna vez, de que también tuvimos 20 años o de que la cédula llegó después de la verdadera juventud. No sé, dando un aspecto triunfalista al asunto, noto en letras de otra bella menina que el dolor a tocado las puertas de su corazón, que la ingratitud de la vida ha opacado la belleza de la soledad, le ha dado un fuerte empujón con un invisible garrote de decepción. No sé qué sucede, soy consciente de lo inestables y variables que somos los mortales, de lo elocuente que puede llegar a ser la vida cuando de malas experiencias se trata la donación. Verle o mejor, sentirle en ese estado de grises tonalidades me recuerda el pozo profundo en el que guardamos los pensamientos del ayer, algunos aferrados a condiciones forzadas por el amor, otras descuidadas por el temor, sensaciones placenteras que se desdibujan a medida que van sumergiéndose en dicho poso, en dicha trinchera de canciones y emociones de tercer tipo.

Tanta vida le alargamos a las oraciones familiares que terminamos por tartamudearlas en el comedor, caminamos por el corredor con la misma ingenuidad con que salimos de niños a pedir dulces la noche de Halloween, con la misma premura con que grabamos las canciones que nos gustaron en la adolescencia, con los mismos deseos con los que miramos el futuro y le damos tiempo al tiempo.

No todos los mortales somos iguales.

AV

Demasiado Cotidiano



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La cotidianidad se desborda en espacios y ejemplos de madurez. Aprender a aceptar las cosas por su rol rutinario y no por su utilidad es acto de grandeza. Conocemos personajes que se sienten importantes en reuniones de corbata, otros que quizás con un poco de esfuerzo logran pasar inadvertidos en serias discusiones, los pocos que se juegan la vida en el rol de espectadores no deciden comprometerse a nada, solo comentan y analizan, estudian ciencias del conocimiento y dicen ser humildes. A esos es a los que rechazo mi gratitud.

Cuando empezamos a encontrarle más defectos que virtudes, es cuando en el corazón comienzan a fallar las cosas, las punzadas en el pecho se sincronizan con las noticias de prensa, las cosas han cambiado. Titulares en negrilla, emisoras a alto volumen, revistas imprimiendo portadas con sucesos horripilantes, transportadores susurrando al ritmo de violines en la ciudad, ancianos asombrados asomados en sus ventanales discutiendo entre sí, niños curiosos paseándose por los semáforos, blogger´s consternados. El mundo puede cambiar, no se asombren, el mundo puede evolucionar e inclusive puede llegar a su final sin importar las consecuencias.

Las relaciones humanas son de los más adverso que podemos entender en nuestro diario vivir, son rituales de interacción en el que nos transportamos a mundos diferentes, algunos permitidos para soñar y otros censurados a la luz, señales de discusiones y amistades se concentran en la manera como entregamos el saludo a nuestro interlocutor, le damos validez en un ambiente tan polarizado que hasta la sociedad ha preferido resquebrajarse y acabarse que escucharse. A eso es a lo que rechazo la gratitud.

Es difícil comprender el pensar de nuestros seres queridos, pero más complejo el aceptar que algunos dejan de ser queridos y ahora asumen el rol de seres corrientes, ya no son príncipes o reinas en grandes nubes y pedestales, ya no son estrellas o intelectuales de gran conocimiento quienes nos hablan sino, pobres seres llevados hasta la locura por su propio afán y egoísmo. Cómo detesto a los egoístas, a aquellos que prefieren morir en silencio que pedir ayuda, eso es propio de un despiadado monstruo egoísta. Cómo me incomodan aquellos que no se comprometen en proposiciones varias pero sí están presentes para ayudar iniciativas que no le son convexas, es difícil asimilar un lugar en el mundo para los que no nos gustan.

Las relaciones humanas a veces son intermediadas por mecanismos virtuales o espirituales, oramos para solicitar bendición y éxito a los que adoramos, escribimos y posteamos para que los que nos importan lean y sepan lo que se piensa. Chateamos con los que huyen a su rol y en rivalidades inexistentes nos dan su amistad; vivimos en casa visitando a los que cada sábado inventan una nueva semana y se escabullen en su tintorería de confianza. Como los cuentos de hadas, sabemos cuando el final feliz sólo es de una vía, cuando las canciones dejan en sus violines las escenas de persecución, cuando las bibliotecas en sus góndolas guardan las memorias de los no mencionados.

Es difícil asimilar un lugar en el mundo para los que no nos gustan, es difícil hablar con la verdad cuando al que tenemos en frente es el representante de nuestras mentiras, quizás naufragar en relaciones bilaterales sea el sinónimo a cambiar el mundo sin importar las consecuencias. Queremos darle afecto a todo lo que nos rodea, queremos reflexionar en estas letras la condición humana de re-vivir a consta de otros, de aceptar a los que nos rodean inclusive con conocimiento de causa de sus miedos y defectos, de aprehender de ellos los peores valores y devolverlos en frases célebre de noches de navidad.

Las relaciones humanas pueden ser complejas, pueden extinguirnos de nuestro entusiasta rol de artista o escritor, de poeta o rey, de amante o cacique. Cada mención de vida nos enseña la manera para atragantar frases convexas, para envidiar a los que se marcharon, enredarnos con los que se quedan y dar en las manos calor humano al recién relegado.

Es Hora de Tomarse un Buen Vino.

AV

28 de marzo de 2010

Una Canción Paramar




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Music Cat 2007 © Digital Graphics - Print on Canvas 60x50 cm

Me ha pasado que escucho una canción y de repente, al mejor estilo de la represión, siento una nostálgica fuerza en el corazón, un extraño suceso de humor negro, un pellizco de vida que me manda a otros tiempos y otras latitudes. En alguna ocasión Misión Cundinamarca se dejó evidenciar en un breve sonata de populares notas musicales, de poemarios de pueblos del viejo Cesar, ahora, viendo las aguas retirarse con calma hacia el mar noto con alguna impaciencia el paso del tiempo en olas.

Quiero descubrirme en esos abrazos sinfónicos que dan melodía a títeres dominicales, de una extraña suerte escuché entonces esa canción que casi retrocediéndome diez años en el péndulo me dibujaron a un joven de cabello largo, vestiduras oscuras, mirada seca y parca, ciertos ademanes fuertes en cigarrillos fuertes, tiempos pesados en periódicos nacionales. Inclusive lograr observar con sed ese tiempo que ha sido dibujado para el corazón, tiempos en los que el mismísimo amor está condicionado con canciones que ya ni las mismas princesas buscan en bares.

Un extraño viaje en el tiempo emocional, esa memoria emocional que nos invita a decidir si sí o si no, que nos deja en ese matiz de grises, en esferas lunares de distintas etapas o fases, en luces de manantiales y películas de grandes obras literarias. Mentirnos, dejarnos persuadir, gritar, escaparnos, escribir, refrescarnos bajo la lluvia mientras seguimos gobernándonos en pasionales recuerdos, en canciones que como cajas musicales adornan nuestras dudas. Muy curioso el caso en el que por querer ser más joven al día anterior, terminamos por aferrarnos a sucesos musicales muy puntuales.

Bien lo conversaba con el ahora mi gran socio y llegábamos a las cualidades de las viejas bondades. No dábamos al divorcio una opción pero sí una banda sonora, en ese santiamén de miles de invocaciones dejamos en el corazón esos esfuerzos de la lluvia por remodelar al mundo entero, lo inexplicable se mezcla con los miedos de la razón, gritar tan alto como se pueda.

Es curioso en ese sentido, que escuchar una canción de la manera más desprevenida nos obligue a detener el paso, a observar a nuestro alrededor, a buscar al culpable o al transmisor, darle a la voz un corazón de conciencia, una historia épica o pélvica, un descubrir de vidas arrancadas o de tiempos desesperados. Las canciones nunca dejaran de ser canciones, solo modifican una tonalidad de la realidad, le da un nuevo sentido al “aquí” y al “ahora”. No se le permite a las canciones imponer nombres, ni el más endemoniado de los despechos ha sido sepultado con el obituario de una canción, hay que aprender a distinguir el calor del verano al calor del invierno.

Observarnos en esas gotas de agua que viajan con desespero hacia el mar, escribir nuestra historia a partir de canciones, de melodías de diversas notas musicales y tempos desorganizados, de percusión y guitarra, de trompetas y maracas, de boleros y marchas, de himnos y villancicos. Cada historia nos ha permitido dejarse acompañar por canciones ya sea de manera directa o indirecta, esa sinestesia habitual de darle sentido a todo lo que hacemos.

Sigo escuchando esa canción. ¿Cuál es tu canción?

AV

27 de marzo de 2010

Objeto de Conciencia


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Es interesante ver cómo nos engañaron en este nuevo milenio con el discurso del periodismo ciudadano, nos mintieron con el oscuro ataúd de la reportería ciudadana. Si bien cualquier individuo con una cámara fotográfica o un Celular con dicho gadget puedo incursionar en el campo del periodismo ciudadano, no tiene ni el respaldo, ni la protección ni la conciencia de ofrecer una nota periodística confiable. Bien puede ofrecer denuncias y demostrar gráficamente errores o crímenes civiles o políticos, darle a la justicia una evidencia de lo que ocurre y terminar en ello su labor, pero de periodismo ciudadano, no, eso no nos han ofrecido ni los más sabios escritores.


Trabajando en el sector político tradicional se puede dibujar en lienzo puro el perfil del que puede ser el heredero del trono. La política se descubre ante las ansiosas experiencias de ciudadanos inconformes con un mandatario, se intoxica con las caminatas de nuevos delfines y grandes barones que llenando bolsillos de harina y moneda han construido un nuevo modelo de Gobernanza, distinto por supuesto al que hemos rezado sea profesado en los palacios de mandato.

Pedir un poco más de lo que la televisión nos intoxica sirve para arrancar corazones en restaurantes vegetarianos. Somos profetas deportivos, evaluamos campañas completas de equipos de fútbol y les diagnosticamos resultados acordes a nuestra racionalidad, inclusive en la más abierta y árida de las disputas se puede medir el nivel de exigencia de dicho deporte.
Cenar sin hambre y sentirnos culpables de aquello que le robamos a la educación, es quizás lo que para muchos defensores de derechos humanos no es un artilugio constitucional, sólo una anécdota liberal de aquella educación superior que fugamos en bares y tableros sin tiza.


Incalculables los daños que damos a la conciencia materna cuando comenzamos a pensar en racionamientos básicos del mercado, terminamos la legendaria palabra del poeta, nos enmarcamos en números y banderines políticos, en laberintos de espejos rotos aparecemos caminando, en barrios de los que no podemos salir, de los que queremos pedir más y más, buscando intoxicarnos en ese mismo escenario donde se arrancan corazones antes del final.

Crecemos para volvernos adultos, cruzamos cielos azules en nubes grises, con la melancolía de la política damos al pragmatismo una comodidad asombrosa que nos ayuda a llegar lejos en la vida.


Es interesante ver cómo nos engañaron en este nuevo milenio. Trabajando en el sector político tradicional se puede pedir un poco más de lo que la televisión nos intoxica, incalculables los daños que damos a la conciencia.


Al despertar, miramos el techo con fuerza, nos aferramos a su estilo monógamo de vida y le pedimos nos proteja de esas nubes grises, nos confesamos en un par de oraciones y muchas intensiones, nos preocupamos con las noticias ciudadanas y cambiamos las banderas por camisetas verdes. La fe se recupera aun en los laberintos, nos volvemos serios y pragmáticos, aprendemos a decirle “no se” a la vida.


Un mal sueño puede durar toda la vida.


AV