24 de junio de 2025

Juego de Niños (Respuestas)




 

Imagen tomada de: https://www.istockphoto.com/photo/cat-behind-bars-in-the-basement-gm2173431695-593157674

“Cat behind bars in the basement”  By: Aleksei Gorovoi


Comenzó como un juego, una simple travesura de la edad, la curiosidad de quien cumple la adolescencia al fervor del día vivido sobre el anhelo de vidas soñadas.

Estaba acompañado de dos amigos más, Gabriela, de ojos castaños y cabello rizado, dos largas colas de su cabello adornaban sus mejillas. Junto a Gabriela, Ernesto, de apellido Salazar, hijo de comerciantes y con ímpetu de artista.

Los tres sentados sobre el suelo se camuflaban del bullicio de la jornada escolar, dos de la tarde, un martes, finalizaba la década de los noventa.

Hay historias que se escriben en los descuidos de lo cotidiano, risas que se vuelven anécdotas en historias de adultos, memorias de lo absurdo en juegos ininteligibles.

Misael, el protagonista de este relato insistía en jugar a la copa, Gabriela ignorante de tema se distanciaba en miradas de preocupación, por su parte Ernesto, de ligera prudencia seguía todas las demandas de su mejor amigo de escuela.

En una hoja cuadriculada, la del cuaderno de trigonometría escribieron números y letras, un vaso plástico transparente serviría de guía. Querían jugar, anhelaban entrar en universos prohibidos, como la maniobra misma de ausentarse de clase bajo los salones de la biblioteca del colegio en aquel mes de junio.

Durante largos minutos preguntaron por todo lo que un grupo de adolescentes podría averiguar, desde los números de la lotería hasta el nombre de la persona que estaba enamorada de Gabriela, preguntaron por la vida del abuelo de Ernesto en el más allá y hasta indagaron por la salud de Rolando, un caniche French Poodle que había fallecido el pasado marzo.

Dejaron todo en su lugar ante la frustración de una visita que jamás se hizo evidente. Un juego absurdo, pérdida total de tiempo, diría Gabriela, con miedo, con risa nerviosa, con algo de malestar.

A la semana siguiente aquella atrevida jornada estaba olvidada.

Para Misael todo seguía su curso, sin embargo al mirarse al espejo cada mañana antes de ir a la ruta escolar notaba en su rostro algo de ojeras, una palidez que en algún momento del fin de semana dio preocupación a su madre, doña Melissa, dizque porque el niño aparentaba tener anemia, o hepatitis, algo fuera de lo normal.

Gabriela había perdido el sueño y como consuelo se trasnochaba leyendo el viejo libro de ciencias naturales, para mejorar su rendimiento académico, Ernesto en cambio, escuchaba voces, ligeros susurros que le delataban las respuestas de los exámenes de química y física, un genio misterioso que se apiadaba de su baja calidad académica.

Tres jóvenes que en el desconsuelo del no futuro, buscaron en el más allá las respuestas a preguntas innecesarias, para fortuna de los mismos, un viejo caminante atendió la invocación con loable cortesía.

Vestido de elegante sombrero de copa y un abrigo largo, botas y rostro sin identificar sonreía en lo profundo de las sombras, acompañaba las lecturas de Gabriela hasta aquella mañana en la que la señorita, ya un año posterior al juego, decidió dormir para siempre. Había caído en un estado tan profundo que aprendía a caminar de la mano del viejo caminante del otro lado.

Ernesto seguía escuchando voces, muchas voces, susurros, lamentos, incluso empezó a responder preguntas que la nada le planteaba, todas esas jornadas de escucha terminaban por distraerle tanto que su vida finalizaba en un accidente de esos que se pueden evitar.

Misael, extrañado por la pérdida de sus amigos retomó en ese posterior año al primer juego, la tarea de volver a invocar a quién no conocía. Decantó sus primeras preguntas en identificar al visitante sin recibir respuesta, intentó en comunicarse con Gabriela y Ernesto, sus fallecidos amigos de colegio.

Intentó comunicarse con todo lo que le fuera posible sin recibir nada que fuera una respuesta.

Cada noche de su vida durante los próximos decenios sería un intento permanente, desconociendo en ello su vida. Estaba aferrado a una tarea que sin notarlo le había robado la vida, era un espectro que con el desespero del silencio buscaba respuestas.

Nunca entendió que él era la respuesta.

AV.

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