By: Sašo Tušar (29 de agosto de 2016).
Hay miedos que nacen ante la
presión de lo no conocido, de todo ello que no tiene forma ni nombre, de
aquello que no ha ocurrido o incluso, que no se sabe si ocurrirá. Miedos,
temores que se cultivan con abono de lo insospechado, una incertidumbre que
empuja a quien le padece, en una toma de decisiones desaplicada, quizás amigos
míos, por el amor mismo por la prevención o la rendición absoluta ante el
error.
Miedos, como cualquier mal que no
tiene forma ni tamaño.
Miedos que nacen ante el susto
inmarcesible de vivir lo ya vivido, aquellos espacios del alma que se ocupan en
pensamientos, algunos miserables, de derivar en una vida ya vivida, en un
orgánico proceso de repetir los pasos de lo que tanto daño hizo.
Miedos, como cualquier mal que
acecha en la mente de lo insospechado, de los pasajeros de una nave que repite
siempre las mismas estaciones.
Grandes escritores crearon desde su creativa mente universos inmensos donde monstruos y deidades de todas las formas e invocaciones atormentaban a quienes podían verles, historias y crónicas que desde la ficción podrían abrir muchas mentes, un cofre de especímenes no identificados, como aquel espectro del almohadón de plumas, o la sombra coqueta de la máscara de la muerte roja.
Personajes propios del mito de
Cthulhu o de aquellos seres sintientes que sin forma ni tono de voz saludaban
a los mortales desde una esquina, propia de las almas de Barker o la cotidianidad
de King.
Todos, con su estilo literario y
su mente abierta a terrenos etéreos, brindaron desde el más violento o
sarcástico tono de horror una historia, un personaje, una leyenda para
reflexionar sobre lo que no está bajo nuestro dominio.
Hay monstruos más grandes, más fuertes, con una capacidad destructiva superior a cualquier deidad de esas que se leen en las obras de Wilde, Dicker o Shelley.
En común acuerdo con la locura,
el anhelo a un mundo mejor, o quizás, el terror al pasado, conlleva a que estas
misteriosas fuerzas sean mínimas ante la más poderosa pasión de los vivos: El
odio.
Grandes escritores, cronistas
dirán otros, han logrado anteponer el miedo a lo desconocido, porque allí,
donde los ignorantes cantan, los poetas escriben y no precisamente prosa
romántica, sino, historias que ante el más incrédulo de los reyes se hace violenta,
se hace etérea esa capacidad del ser humano de destruir su propia especie, su
propia historia, su propio pasado.
Nuestras guerras, nuestras persecuciones,
nuestras aflicciones y cómo no, aquellas posturas morales de finita capacidad
intelectual son la base para que la ficción del terror sea minúscula ante el
horror mismo de una vida que pocos se han animado a contar, porque el dolor es
superior a la razón.
Encontrarnos en el péndulo de la ficción
y la realidad es parte de ese proceso de identidad.
Desencontrarnos en la realidad
para omitir los relatos de las víctimas es en demasía un acto de total
inhumanidad, porque el delirio de rechazar a otros por su creencia, apariencia
o pasado es más cruel que la capacidad de crear monstruos en el cine, el teatro
o la televisión, porque la crueldad que es capaz de construir imperios de
terror, está siempre en el mensaje.
Aquellos mensajes que invitan a
olvidar, mensajes que pretenden engañar, crear enemigos, ajustar ideologías y
sostener bandos, una segregación que es capaz de eliminar a quienes viven bajo
la misma residencia.
Hay temores que son infundados,
por nuestra propia mente, o por el absurdo de la cotidianidad.
Hay terrores que suceden en las
sombras, en aquellos territorios donde no hay presencia del Estado o de los
medios de comunicación.
Horrores incluso que se reviven
como un ciclo inmarcesible de dolor, preciso porque el silencio y la impunidad
son el escudo de tantos monstruos, tantos caminantes de la oscuridad y la
eternidad.
Hay miedos que nacen ante la
presión de lo desconocido, de todo ello que no tiene forma ni nombre, de
aquello que no ha ocurrido o incluso, que no se sabe si ocurrirá.
Hay miedos que tienen nombre,
apellido y número de identidad, miedos que por supuesto están esperando a tener
un lugar, una historia, una crónica.
Hay monstruos que, por encima de los miedos, son demasiado humanos.
Demasiado literarios.
AV.
1 comentario:
IMPLACABLE, IMPECABLE
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