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Hay momentos en que nos encontramos en el borde del abismo, donde la locura es una canción que se repite reiteradamente en los pensamientos, una idea de derrota que va empujando poco a poco hasta alcanzar las profundidades del abismo, como si se tratase de una aventura épica, de aquellos trayectos donde emerge la calma tensa previa al huracán.
Somos seres que en la
perseverancia convertimos lo cotidiano en algo hermoso y valeroso, como unas
botas mordidas por un conejo, una moto colgada en una pared o simplemente una
libreta con la letra de una vieja canción. Aquello que de lo cotidiano nos
alimentamos, o me alimento, más bien, porque si alguien hace de lo diario un
espejismo de fantasía, es este servidor.
Tímido, insensato, pero amigo de
los gatos.
Momentos como los recientes en
dónde encuentro la calma en el olvido de la tarea pendiente, una sensatez que
se me escurre entre las manos, un cansancio de aquellos que cuestionan las
aspiraciones del poeta redentor, escenarios en los que ahora camino con las
manos en los bolsillos pensando en la tentativa del abismo, de poder tomar acciones
sobre decisiones que no están a mi alcance.
Ver desde este lado de la calle al
mundo transformarse, aquellos paisajes conocidos derretirse, quizás por el
calor o el exceso de expectativas, quedando en el suelo como telón de obras
presentadas. Intentar entender las pretensiones de quienes nos rodean y ver sus
ojos la oscuridad que adorna al fondo del abismo.
Aquel sentimiento de cansancio que
hace que una taza de café no sea suficiente, porque el respaldo y la compañía
se vuelven necesarias para la vida, somos parte de un ecosistema de personas
que en la igualdad y la diferencia, cometemos errores, nos cansamos, nos
vigilamos, envidiamos y hasta sobrevaloramos todo aquello que no nos
corresponde.
Ver en aquellos ojos cafés la
naturalidad de esa tormenta que me acompaña, intentar entrar en ellos para
abrazar la calma que quizás una temporada de desatenciones me acapara, porque
de lo absurdo, lo cotidiano, y de este espejismo de rutinas, la frustración.
Una temporada que de algunos meses
para acá me invita a luchar, dicen las cartas, debo de proponer
batalla a quienes intentan detener el impulso de las ideas, pero a su vez,
en respuesta a esas cartas, mi desinterés. El conflicto no es
parte de mi dieta emocional.
Hoy, como aquellos días en que las dificultades aparecen con la insistencia del viento, me sirvo una taza de café y pronunciando breves palabras observo en el cielo a quienes ya no están.
Hay momentos en que el cansancio es producto de la insistente negativa de la vida para callar lo que amamos.
Yo alguna vez amé, alguna vez luché hasta el cansancio, insistí y también me retiré.
AV.
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