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2 de febrero de 2023

Pausas (Cambios)

Imagen tomada de: https://streetartutopia.com/2021/09/16/meow-meow/

Street art cat by: Tianooo The Cat (Manchester, England)


Hay caminos que se recorren con la tranquilidad de saber que hay tiempo a nuestro favor, trayectos que se viven en el variopinto museo de la cotidianidad, sin afanes, alejados de cualquier preocupación.

Divisamos las vitrinas de locales comerciales con ofertas de toda índole, ropa para dama, artesanías de la región, telas y telas, joyería y relojes, tecnología de media punta y alguna sin punta. Siempre a su entrada en pasillos de amplio desdén, una respetada dama vendiendo fritos de gran atractivo culinario, cerca quizás otro que venda arepas con o sin relleno, chorizos de pronto.

Observamos un cielo juguetón que se esconde tras los inmensos ventanales de edificaciones de antaño, cuadradas, rústicas, mudas.

Recorremos la vida con la misma impertinencia con la que la soñamos. Esas calles que atrás fueron patio de juegos hoy son la pasarela del adulto que se apresura a llegar a tiempo a una cita. Recorremos las calles con el mismo impulso con el que las recordamos, incluso, si se nos hace urgente olvidarlas.

Somos seres de costumbres y vamos creando rutinas en específicos lugares de la ciudad, sin importar su tamaño nos identificamos en trayectos o sectores que nos van marcando identidad. Si llegamos a una nueva zona por la razón que la vida nos empuje, allí estableceremos una base de operaciones para nuestras costumbres ciudadanas: Un café, una panadería, un parque, una esquina, un lugar.

De estas costumbres es que fuimos emergiendo como ciudadanos, nos aprendimos las reglas de convivencia que fuimos observando en los adultos, nos esforzamos por llegar a lugares que se nos daban prohibidos por la edad, nos escapábamos de las diligencias para llegar a casa, refugiarnos en ese único lugar del mundo que consideramos perfecto.

De estas ciudades nos fuimos volviendo responsables, crecimos, engordamos, desafiamos a la autoridad, obedecimos a la soledad, abnegación profunda ante la ansiedad. Ciudadanos que queremos conocer el mundo y hacernos globales, incapaces de adornar la rutina de expectativa, mas bien, expertos en desdibujar las razones y argumentos en precisos silencios, incómodas sonrisas.

Una responsabilidad que se construye con valores y datos aprendidos en casa, de consejos y hematomas adquiridos en la escuela, de muchas monedas y sillas perdidas en la calle, en el amor, en el entusiasmo de un mundo mejor. Responsabilidad que nos invita por supuesto a soñar, a ser capaces de proyectar una vida mejor a la que se tiene en el presente, algunos románticos quizás pretenderán retomar la vida que en su ayer disfrutaron, como si estancarse en la memoria diera caminos y tranquilidad.

Amantes de los atardeceres, cielos rosados, anaranjados, cielos azules que se mezclan en la profundidad de la noche, depredadores del cambio. Coherentes claro con lo deseado pero cobardes con el riesgo y el cambio.

Deseos que no llegan por temor a vivir el peso de la vida, porque todo tiene peso, un canje. Coherencia que se nos escapa en las palabras de terceros, nos dejamos influenciar en la perspectiva de otros deseos, aunque estemos en la misma calle, con el mismo afán, con el hambre intacta.

Hay caminos que se deben de recorrer con tranquilidad, sin afanes, con la coherencia del pensamiento y el tiempo, con los colores de la cotidianidad en el bolsillo, alejados de cualquier preocupación, de cualquier modo son los sueños y la responsabilidad ciudadana los imaginarios que nos esperan en el cruce peatonal.

Huele a empanadas.

AV

17 de agosto de 2022

Melancolía (Confianza)



 

Imagen tomada de: https://cdn.pixabay.com/photo/2017/12/09/21/33/sunset-3008779_960_720.jpg 


Un poco de esperanza.

Solo necesitamos un poco de esperanza.

Confianza, a veces, nos falta una pizca de confianza.

No es que estemos en arcaica soledad o que dependamos de una valoración positiva sino, mas bien entrar en profundas aguas, frías, solitarias, ausentes, llenas de dudas y especulaciones. Sumergirnos en la conciencia de los débiles y ser uno de ellos, reflejarnos en pasos frágiles, candentes, de sucias palabras.

Hablar de confianza es pretender entendernos a nosotros mismos ante un espejo. Hablar de esperanza es comprender las palabras cuando salen del espejo y no correr de temor, por el hecho mismo.

La melancolía llega a casa como el viejo andariego que ha recorrido el mundo sin encontrar la felicidad anhelada. Se sienta en un rincón y reflexiona sobre el deber ser de una vida caminada a lo ancho de cada historia vivida. Nos acaricia como un canto de sirena, nos acicala, nos atormenta, nos reta.

Estar en soledad es comprenderse a uno mismo, saberse manejar ante ataques de rabia, corregir las palabras que dejamos salir en encuentros no deseados. Limitarnos ante la duda del prójimo. No somos lo que hacemos, somos lo que aparentamos.

Cualquiera puede parecer retador o verdugo, no estamos para coordinar ideas abstractas. Estamos rotos, quebrados, fingiendo ser correctos paladines de la cotidianidad. Ante las palabras de otros somos armas a tomar, como si la pared misma fuese un ejército de recuerdos que desea ser estropeado de un solo golpe.

Como si viviéramos en mil lugares y en ellos mil historias nos llevaran de regreso a donde la tristeza alguna vez fue felicidad.

Como si cada aliento llegase en amigos que juran saber lo mejor de nosotros, o por qué no, como si lo mejor de nosotros se negase a llegar a cada ser que nos rodea. Taciturnos, circunspectos, intransigentes, egoístas, humanos, jodidamente humanos.

Tímida voz de rechazo que se queja de los consejos que otros predican cuando la soledad es constelación. Agudas palabras de rechazo que se escupen cuando el consejo de otros es invitación a caminar los mismos linderos del pasado. Agresivas miradas que nacen de un silencio incómodo que parece melancolía, pero que a la hora de la verdad es solo poesía.

Vivimos en un mismo lugar, nuestro lugar, nuestra melancolía.

No se trata solamente de confiar.

AV

19 de julio de 2022

Cancionero (Azul Índigo)


 Imagen tomada de:  https://www.theatlantic.com/science/archive/2019/02/cat-psychopaths/583192/

What is it thinking? By: Sergey Zaykov / Shutterstock

Estuvimos sentados conversando pasada la medianoche, Juancho se tomaba un Gin Tonic y Piyo deambulaba por el bar saludando a los asistentes con un vaso de Whisky en su mano derecha. Había algo de intimidad en el lugar, unos pocos nos quedamos para disfrutar de un encuentro de amigos, viejos amigos que con el corazón puesto en el año 1988 rescatábamos de la memoria esa explosión del rock en español.

Sentados en la oscuridad de un sábado que ya estaba siendo domingo, Juancho comenzó a señalar la importancia de escuchar las canciones, de entender que la música tiene una estética única que narra historias, vivencias, reflexiones de vida que en ocasiones, no logran trascender en la radio. Se quedan estáticas en los acordes y estribillos que el público entona, esas canciones que se convierten en himnos de una generación mientras dan cobijo a otras que por lo general no logran saltar a escena a pesar de su mensaje.

Azul Índigo es el quinto álbum de Compañía Ilimitada, grabado en el año 1995 se hizo famoso en la radio nacional por ser el hogar de dos canciones emblemáticas de este dueto del rock colombiano: Azúl Índigo, canción que da nombre al álbum y Santa Lucía, una versión balada del gran clásico de Miguel Ríos que en la voz de Piyo revolucionó la música en nuestro país.

En este álbum hay dos canciones que en palabras de Juancho tienen trascendencia en sí:

Paisaje Desierto: escrita por Piyo Jaramillo presenta una connotación de la interacción colombiana de ese mundo indígena y la voraz acción del hombre occidental. Un paisaje que llora un mar quizás, pero que realmente retoma la reflexión del cuidado ambiental desde el lenguaje de la siembra, inspirado en los alabaos del pacífico colombiano, en los paisajes de la ciénaga de Santa Marta, una canción que llorando la destrucción del territorio a mano del hombre mestizo, quiere ver el sol, quiere ver vida.

Sycodelya Nuclear: Con una fuerte influencia de The Beatles se narra una historia de amor en nostalgia, de detalles y esperanzas, de cuentos en una ciudad que se dibuja en las palabras de un enamorado. Re imaginar la vida y con ella crear paisajes excéntricos que permitan dar lugar al amor, poder expresar en mezcla de colores y sonidos un sentimiento que termina siendo una canción de catarsis diría, en la que se abre el alma a un sentimiento tan original como el amor con la alegoría de una nostalgia tan cotidiana como aquello que queremos expulsar.

Hay canciones para cada ocasión y en eso Juancho nos resalta obras como Vuelta Atrás, Noche Clandestina, Máscaras, Cometas y Si usted supiera. Una historia musical que a primera vista no está en el radar del radioescucha común de los años ochenta y noventa, por supuesto que mucho menos en la del actual adolescente, pero que de estas canciones han derivado las vivencias de un dueto de jóvenes músicos que en el año 88 encontraron (en sus manos) la llave de una puerta que gritaba desesperadamente ser abierta. Creadores de himnos y monumentos, compositores de lo cotidiano y amigos de la sensatez.

Un estribillo en nuestro idioma.

Cerca de las tres de la mañana comenzamos a retirarnos, Juancho y Piyo ya cansados solo quieren llegar a su lugar de descanso, no es para menos, es que se han traído un show de dos noches inolvidables.

Tuve la oportunidad de verles en vivo en el año 2009 en una gira de la que fui testigo sin ser invitado, pero en el 2019 asistí al musical “Cuando seas grande” en la que Ines Gaviria y Piyo Jaramillo nos dieron un viaje especial por la historia del rock en español. Allí pudimos conversar por vez primera.

Para el año 2021 la vida me premió con acercar esta búsqueda y revisar proyectos juntos. Al día de hoy nos encontramos nuevamente para compartir palabras que entre admiración y afecto, dieron a este cachorro, la felicidad más grata de aprender, otra vez.

Gracias a Diego Alejandro, al profesor Salazar y a la cantante Silvia Baoli (de ella les hablaré en otra oportunidad) por la grata compañía.

¿Cómo decirlo? Siempre en Contacto.

AV

20 de abril de 2017

Una Cena.


Kittens cats Thanksgiving dinner


No encuentro placer más grande que disfrutar de una buena cena acompañado de los seres que llevo en mi corazón. El encontrarnos en la mesa es el ritual más sano para intercambiar sonrisas, miradas, esperanzas. Un encuentro de comensales donde el deseo por la comida se mezcla con el disfrute de la compañía de cada fulano, como un juego de roles donde el afecto es la energía que conecta.

Muchas son las veces que dejamos de prestar atención a los detalles importantes de una buena cena, un buen almuerzo. Darnos cuenta del valor supremo que tiene cada ser que nos acompaña en la mesa, saber que el mundo es un lugar maravilloso cuando se comparte cada momento, se debate, se planea, se sueña, se hace negocios o se destacan labores de ocio, se da vida a ello que puede ser de lo más normal como lo es el acto de comer, pero que se convierte en una oda cuando lo aprovechamos por la compañía en sí.

Desde niño, mi padre tuvo siempre la precaución de compartir la mesa en familia, obligaba a despertarme desde temprano para desayunar en compañía de mi madre y mi padre. Mi madre, mujer que admiro con toda mi fe, día a día madrugaría  a trabajar con el alba y llegaba tarde la noche para cenar, en ambas situaciones, desde que tengo memoria, mi padre me despertaba para desayunar juntos y me hacía esperar hasta tarde la noche para cenar juntos.

No comprendía el valor de tal esfuerzo, sin embargo, refunfuñando accedía a sus condiciones. 

En la medida en que los años transcurrían tomaba más como costumbre que como ofrenda el esperar para comer en familia, el saludarnos, darnos la mano y el beso de rigor, poder conversar de las tareas del día o de las aventuras de la cotidiana jornada, poder compartirnos en el rostro de cada quien y reconocernos como familia, entendernos, quizás, por un sublime momento, quizás.

En oportunidades de soledad adolescente, se comienza a construir espacios con personajes ajenos al núcleo familiar, seres que van llegando con la decencia del tiempo y van desapareciendo con la nostalgia del agua, conversaciones que nacen en cafeterías o aulas de clase y se van con el paso de los años, evocando en el comedor de la casa o en algún restaurante local. Siempre, creando oportunidades para forjar el carácter y hablar de las nimiedades que tanto nos convocan.

Estas nimiedades se van desarrollando con la edad, van trascendiendo los denominados “parches” y quizás, en un esfuerzo por emular la educación en casa, se van acoplando a conversaciones de interés por el otro, donde nos nace saber un poco más de la persona, de cómo se encuentra o qué desea para sí. En esos ir y venir de la vida vamos reconociendo entonces el esfuerzo del hogar, el encuentro en la mesa, no el sabor de la comida o la sazón del cocinero, el encuentro de la familia.

Nos dimos la oportunidad como grupo de amigos de encontrarnos una vez más, de dejar el chat de lado y pretender gestar conversaciones de manera presencial, de contar los mismos chistes, las mismas bromas, aperturar historias con anécdotas del presente o por qué no, con vergüenzas del pasado, todo en aras de sonreír, porque para eso hemos venido.

¿Algo para compartir? ¡Claro que sí! Qué mejor acompañante para una cena que una Manzana Postobon, perdón, me equivoqué de historia. ¡Qué mejor acompañante para una cena que una Pizza en familia!

Como buena familia "arrejuntamos" las ganas y salimos los amigos de siempre, de la fuente de soda, a disfrutar del reto de la pizza en una reconocida pizzería de la ciudad. Comer toda la cantidad de pizza por persona que sea posible a cambio de una módica suma de dinero, módica, para los que no tenemos fondo en el estómago; justa para aquellos que comen poco o nada, exagerada, para aquellos que no gustan de la pizza.

Estábamos los nueve sentados, conversando, saludando al hambre con una mirada de ternura en los corazones, con el clásico del Pascual en la televisora local como telón de fondo, un caballeroso mesero brindando sonrisas y consejos para el pedido, un afán por vivir inmenso el que nos llevaba de la mano en la mesa.

Disfrutamos mi esposa y yo de la manera más descabellada de las porciones justas que el cuerpo nos permitió cenar, pero más allá del Salami, el Pepperoni o los Champiñones con Pollo,  disfrutamos de conversar en lo que llamamos familia. Recordé con agrado a mi padre y su insaciable arte de comer lo que el cuerpo le aguantara, lo recordé como el caballero que siempre fue, con su sonrisa tierna cargada de brillo en los ojos.

Recordé el carisma de mi viejo para saborear cada porción de comida con la misma humildad con que convidaba con el otro un poco de su vida, su nobleza para dar sin esperar algo a cambio. Lo recordé además, porque me inculcó es complejo y obsesivo argot por la cena en familia, por el compartir, el esperar a que todos estén con su plato servido para dar en respeto el saludo y el buen provecho.

Disfruté de cada momento, tanto así, que aquí sigo recordando con una sonrisa en el rostro, una carcajada a la nostalgia. Escuchando el silencio del vecindario y dejando a mi cuerpo expresar su (in) gratitud por la comida servida.

Aquí estoy pues, casi a las cinco de la mañana despierto escribiendo estas líneas, porque es un bello abril y tengo reflujo. Porque fue una noche maravillosa donde mi cuerpo se descargó en el baño como castigo a la gula, como premio a la juventud del ayer; con un calor producto de la digestión que no me dejó hallar horma justa en la cama para emprender el hermoso arte de dormir, sino más bien, de reflexionar.

Aquí estoy pues, consciente de que una mala noche puede llegar a durar un día completo, y de que una buena vida en compañía nos puede llevar a la eternidad.

A mis amigos adeudo la ternura, y claro, un par de malestares del cuerpo que nunca falta.

Salud.


AV

16 de abril de 2017

Un Hombre




Ha pasado mucho tiempo desde que dejé la los actos sacramentales de lado en mi agenda del día a día. Quizás en un ejercicio de rebeldía o de pretensiones menos elocuentes, forjé caminos tallados en muchas emociones para dar respuesta a mi curiosidad y a mis temores en deidades y sucesos poco comprensibles.

En los últimos casi diez años viaje por distintas veredas de fe y de dogma. Aprendí a respetar aún en la desconfianza, a dejar pasar todo aquello que tenía algún sentido sacro pero que dentro de mi estela del juicio no cabría o sería aprobado. Un viaje de más casos de curiosidad que de redención como tal. Encontré pues en uno de esos caminos el punto de retorno adecuado para cada etapa de mi vida, terminando siempre en el mismo lugar, con las mismas preguntas, con nuevas preguntas. Con respuestas que en el paso de los días aprendí a apreciar, a darle sentido a lo que en otro momento era angustia o verborrea.

En los últimos meses, cerca de 24 quizás, retomé en ese desdén de la vida las preguntas que había dejado guardadas bajo la almohada. Las retomé para dar respuesta a las plegarías que retumbaban en las paredes del hogar familiar. Las retomé como el desesperado que busca las llaves, para darnos cuenta después del trayecto que siempre las tuvimos en el bolsillo.

Preguntas que me llevaron a reflexionar sobre esta vida y la otra, tiempo en los que aún tomando distancia del sacramento me daban suficiente energía y argumentos para rehacer el discurso en el que me habría desvanecida, quizás, con el juego limpio de la culpa (o la zozobra).

Comprendí que el hombre es hombre en las palabras de quien le pronuncie, que el niño será siempre niño en el corazón de quien lo estime y le lleve con amor. Comprendí que el silencio es la base de todo, no el fin de todo. Que el amor trasciende la tarima y se despliega sobre todo lo que llamamos llanura.

Durante estos últimos meses tuve la oportunidad de participar de tres actos litúrgicos católicos, en todos los casos tuve el impulso de comulgar el cuerpo de Cristo, a la final, todo quedó en eso, en el impulso de ir a tomar la comunión, sin embargo, detrás de tal impulso surgieron con la misma potencia muchas preguntas y deseos, nuevas reflexiones, caminos que empezaban a dibujarse en la llanura, como el trayecto que se despeja con la niebla.

Durante la mañana de hoy domingo de resurrección junto a mi enamorada asistimos a misa con el ánimo pues, de dar de parte nuestra, la entrega de amor y fe a aquello a lo que tanto le damos de vida. Así, con el corazón en la mano y llenos de vida y entusiasmo persignamos cada oración, palabra y recuerdo que consideramos, debíamos de ofrendar.

A diferencia de las dos oportunidades del pasado, dónde todo radicaba allí, en el pasado, en la misa del domingo de resurrección sentí las variaciones del alma y el cuerpo jugando a una partida de Ping Pong con cada pedazo de la memoria. Comencé a recordar cada juego de cartas que mi padre componía como oraciones para entregar al Señor, como el herrero que entrega sus mejores armas para el ejército del Feudo, mi Padre, con su amor y eterna plegaría, daba composiciones a cada Santo con sus peticiones. Recordé así, a ese hombre que me enseñó el don del amor, que me dio de su mano la fuerza para emprender cada terca idea, aquel hombre que con su nobleza daba el consejo no pedido, en el momento más adecuado que mi intransigente juventud pudiese reclamar.

El miedo del futuro, lo incierto de la vida, lo débil del cuerpo y el alma. 

Los temores de la salud y la prosperidad. Esos pedacitos de muerte que se van juntando en los anaqueles de la mente para desdibujarnos un escenario y construirnos otro de incertidumbre, miedo, angustia, de desespero. De canciones rotas, de decisiones a tomar. Nuevamente el pasado hacía presencia llevándome a la memoria de la infancia, donde el Padre Efraín daba misa en una humilde capilla.

Efraín fue de esos hombres que con su carisma lograba el afecto de toda la comunidad, donaciones, abrazos, flores, frutas. Un hombre que con su paciencia y muy joven edad demostraba que el sacerdocio era un oficio para todo aquel que quisiese de verdad dar su vida al Buki, y no, como se pensaba en mi infante vida, que era oficio de ancianos y sabios. Recordé cómo los niños (incluido el suscrito) buscaban acercársele y servir de ayuda en la misa, lo recordé como el Rockstar que fue.

El presente es un valor supremo porque es lo único que nos queda, porque de este se desprende cualquier futuro o se construye cada pasado, allí, en ese presente, me entregaba en olas de silencio a cada oración que la misa de resurrección premiaba, daba paso a la diatriba con cada recuerdo, con cada imaginario de futuro, pensaba en mi esposa y me aferraba a ella como única condición de mi tiempo.

Permitirnos entonces en un encuentro nuevo consigo mismo, hallar más frutos que cualquier jornada de Bingo en un cuartel de la tercera edad. Brinda la calma y el miedo que todo ser de mi edad necesita.

Me empuja como un juego de pulso en un reloj de pared, sentir emociones rebosantes de vida y de muerte, recordar lo que es ser humano, volver a preguntarnos todo, a exigirnos respuestas y a abrirnos caminos que la mente había sellado. A retomar nombres, paisajes, excusas, silencios, mareos.

Finalizada la liturgia y camino a casa no podía manejar mis silencios, como si mi mente jugase con ellos y diera sinfonía a cada recuerdo o a cada posible escenario de futuro. Buscar la calma al interior de la carne, lejos de la duda, cerca del corazón.

Recordar, para vivir.


AV

17 de julio de 2015

A la Espera.



Imagen tomada de:  http://kazani.gr/2014/07/
30 Melancholic Cats Waiting For Their Humans To Return


Hay historias que se construyen con los días, hay noticias que nos llegan con el nuevo día en y él se nos entrometen en la calma del momento. Llamadas que recibimos desde lejos o cerca, palabras que se nos van  enredando en el aire, como el sudor que se nos impregna en la ropa y nos hace incómodos ante un solitario soplo de calor.

Nos volvemos expertos en recurrir a maromas de último momento, en diligenciar datos con la premura del tiempo perdido, nos acercamos a la divinidad de las cosas en la medida en que las vamos perdiendo, en definitiva, nos volvemos cada vez más humanos por cuanta razón hallamos en el descuido.

No es que se trate de ser descuidados, somos metódicos en nuestros tiempos, damos uso a cada argumento para dilatar el calor y el espacio, para hacer de las tareas un asunto pendiente en la agenda de los días pasados, como si las fechas de entrega fueran estaciones del tiempo y no límites a la decencia.

Comprendemos a los amigos por lo que son, diferenciamos su escala de valores con los colores de la puntualidad, nos desesperamos en la espera pero aprendemos que con ella vienen tiempos nuevos, cada caso es su propio andar, cada ocurrencia trae sus tiempos y sus ritmos, pero en los encuentros generales el que madruga no siempre cuenta con la ayuda del señor, mucho menos el que llega tarde, a la final, el asunto era encontrarse, las reglas sociales de conducta pasan a un plano muy pero muy inferior.

Siempre es que una flor tiene el tiempo suficiente para crecer, para hacerse vida en un único lugar, en un estático plano que más que general es casual. Tiene el tiempo suficiente para florecer y hacerse bella en un gris mundo de desamparados.
Siempre es que aparece un afanado que llega tarde a sus citas, pero que las justifica con una flor, porque regalar una rosa o un girasol puede ser más coqueto que sonreír con la puntualidad del tiempo acordado.

Nos preocupamos porque preferimos reflexionar ficciones a ocuparnos en realidades (algunas más alarmantes o afanosas que otras), porque nos enfrascamos en anacrónicas dudas, en pendientes que necesitan ser atendidos pero que no le permitimos atender, le hallamos siempre obstáculo alguno o culpable ajeno.

Es un decir quizás, que el tiempo nos devela enseñanzas, nos madura, nos ocupa, inclusive, nos estimula en cada teatro y consejo. Pero como lo dicta el poeta de Rosario, “(…) nos encontramos en tiempos donde nadie escucha a nadie, donde todos estamos contra todos, de egoístas y mezquinos, tiempos donde siempre estamos solos”, tiempos diría yo, donde no aprendimos a esperarnos, donde nos escapamos llegando tarde a los compromisos con la fe ciega – parafraseando de nuevo a Rodolfo – de declararnos inocentes, o ser abyectos y desalmados.

Es que los amigos son la primer escuela, el lugar donde nos divisamos a la distancia y pactamos agenda, construimos horarios y rutinas, personajes con los que comenzamos a hacer de la cotidianidad un primer lugar para las noticias importantes de la vida, el breve espacio en el que nos sometemos a opiniones y conjuros, confesiones y debates, el esquivo loop de la vida donde nos enajenamos hasta el cansancio, tarde la noche para al día siguiente volver a comenzar.

Historias que se construyen con los días,  que nos llegan con el nuevo aire, como el sudor que se nos impregna en la ropa y nos hace incómodos ante un solitario soplo de calor, que legando tarde a la imaginación nos convocan a reiterativos mensajes que a novedosas preguntas. A los amigos y familiares, porque de todos hemos aprendido el para nada noble  de la impuntualidad, esa inmoral desidia que a todos nos afecta pero de la que nos hemos acostumbrado.

Nos comprometemos a entregar, a llegar, a partir, a dialogar, inclusive a vivir. Nos prometen castigos y escenas de desconsuelo, nos amedrentan con miradas, nos esquivan la buena voluntad, porque el retrasarnos nos hace débiles en lo moral, pero gran ironía de la vida la que a su vez nos vuelve fuertes de carácter porque en la siguiente entrega, reiteramos en la tardanza.

No se trata de madrugar o ser más veloz, porque hasta las almas llegan tarde a su rosario. No es esquivar el tráfico o preparar desde la noche anterior el equipaje, porque hasta los dioses olvidan a sus más fieles seguidores. No se trata de cargar el tiempo en los bolsillos o identificar el paso del día con el trayecto de las nueves y el sol, ni de identificar las estrellas en su infinita gracia porque hasta el mismísimo creador del universo las diseñó para que nos llegara tarde su brillo.

Aprendí a esperar con el tiempo, cortesía de amigos y familiares, pero algo que jamás aprendí fue a tolerar las sonrisas del que llega tarde o las disculpas del que siempre evade la fábula urbana.

Es viernes y como todas las historias llegamos con afán al fin de semana, llegamos porque nos da pena decir que nos esperaron. ¿La gente por qué llega tarde? Sencillo: Porque siempre habrá alguien que le espera.

Es viernes y llegamos tarde.

AV


16 de julio de 2015

Pequeñas Compañías





Parte de los placeres de la vida está en el compartir con otro, entregar lo mejor de nuestros momentos a una compañía placentera, ser cómplices de la alegría del otro. Nos gusta sentirnos vivos en la medida en que la vida nos permite estar acompañados, dejar de lado las saludables soledades para asumir como un reto el bonito acto de querer.

Nos gusta la compañía, sentirnos reconocidos, hacernos partícipes de otros y sus historias, de esquivar las preguntas del ocio y hacer de ellas un manual para los amigos, cómo no, sernos testigos de cuanta inocencia desprende de nuestras ocurrencias, de esa ingenuidad a la que hemos dado compañía y bienestar.

Como todo en la vida, hay decisiones que nos llevan a cada tipo de compañía, unas más profundas que otras, unas con sentido más humano que las demás, compañías que se nos dan con un fin en particular, metas que se sacuden de la ropa para ser expuestas en una calle o una mesa de Bar, amistades que se endurecen con el pasar de los días y sus noches, que nos convertimos en pares e impares, como un grupo de pequeños mamíferos que saludan al sol en manada, o como el banco de peces que huye en conjunto.

Recuerdo una conversación con un viejo (muy viejo) amigo quien me celebraba la diatriba en lo que fue el ocaso del año inmediatamente anterior. Conversábamos en aquel enero nuevo sobre lo bueno y lo malo que había sido el año a nuestra percepción, no olvidaré (más con desagrado que otra cosa) el comentario que surgió de esa (quizás) superficial conversación. Iniciamos la reflexiva conversa con los acierto y desaciertos que nos acompañaban en el calendario, de los encantos del trabajo en equipo y de las grises tardes de confusión y mucho estrés laboral, vimos de reojo las relaciones interpersonales que fuimos construyendo en ese año y las evoluciones que cada círculo social que nos rodeaba daba, era un ejercicio muy anecdótico para lo que cualquier fulano haría en los primeros días de enero.

Al girar en el trayecto, nuestra conversación terminó en un frenesí de sonrisas y brindis, saludábamos la buena era y convidábamos alcohol y un poco de historias más. Todo llevado a una reflexión general: “El año anterior fue un año complejo, fueron más las malas experiencias que las satisfacciones” a lo que mi contertulio de barra con más gracia que respeto espetó mi comentario con un silencioso pero muy certero dardo, ausente de compasión y más bien recargado de valor: “Creería que no fue el año en sí, sino más bien las decisiones que tomaste”.

Ante tal sabiduría fue más mi reacción de sorpresa que la razón misma la que sentaba en la mesa,
La sonrisa de mi compañero de turno evidenciaba más a una déspota conclusión a lo que quizás realmente era la intención: Una reflexión. No tomé de buen modo tal acierto, pero gran sabio que es el tiempo mismo y supe valorar tal discreción. Insistir en las compañías y sus palabras.

Sernos fieles a los amigos, consigna que en muchas ocasiones no entendemos o apropiamos, ejemplo de ello el eterno 2013, un escenario de fidelidad y lealtad en el que las mismas situaciones difíciles nos mantuvieron en escena, o el 2002 que con sus mensajes y retos siempre nos embriagaba en ternura, en unión y comunión. Ya bastante se ha dicho de ello en este blog, pero es que de eso se trata siempre, de recordar, renombrar, retomar, reincidir inclusive en el discurso, de alienarnos en la lectura de los días pasados.

Cuando nos alejamos de unos u otros, somos también consecuencia de una decisión, por eso que las compañías que tanto hacemos respetar deben ser soportadas en nobles actos de verdadera amistad, en la constancia y la buena escucha, no solo en el parecer y aparecer.

Decisiones, no saber tomarlas, entenderlas mejor.

Desde asuntos de pareja hasta compromisos laborales, la compañía que nos llega en el camino se acentúa como una huella en la memoria. Casos como las filas de espera para ingresar a un espectáculo o a una entidad financiera, compañías que nos departen conversaciones inesperadas o lugares muy comunes que terminan siendo un protocolo social de interacción. Visitas guiadas o desesperadas atenciones en salas de espera, sillas vacías en bares o restaurantes, pasillos en buses que sirven de lugar de encuentro, huellas al fin y al cabo, siempre se habla de huellas que quedan en la memoria.

A cada momento, se le ha dado un buen recuerdo y en el mejor de los casos, vamos conociendo a nuevos personajes que se quedan para la vida, Fiona por ejemplo, una pequeña can de tres años de edad, juguetona, cascarrabias y siempre anda de moño variopinto en la llegada de cada mes. Su condición de canina le permite hacer del tiempo un lugar de juego y encuentro y con ello ha permitido en mi vida hacer del tiempo, un noble lugar de juego y encuentro.

Así como Fiona, una Pug de tres años de vida, muchas son las personas y animales que se nos van adentrando en el día a día hasta hacernos suyos, pedirnos galletas o jugar con nuestras ideas; nos volvemos seres de tercas motivaciones, olvidamos ver en la compañía del momento esa agradable pintura que adorna a un simple pared blanca, se nos olvida ser cómplices del otro o por qué no, como lo dijo mi descuidado amigo: Saber tomar las decisiones acertadas.

Escribir nuestros titulares de lo cotidiano.


AV


14 de julio de 2015

Hay Días





Con las baladas de Gloria Estefan, con el claro día entrando por la ventana, con la nostalgia en el escritorio, con todo lo que podemos dejar salir de tanto pensar, con lo que nos sale del corazón, la distancia misma o el amor, que acerca a los viajeros.
Vamos fingiendo en los días que pasan esas emociones que no podemos dejar salir, nos vamos encerrando en ideas tontas, nos dejamos afectar por el plural afán de una ciudad atravesada por un río que nadie quiere, nos vamos desdibujando en el gris caminar de una tarde desamparada, nos vamos enamorando de las ideas que cada vitrina expone, nos vamos enmascarando con saludos y calles cruzadas, también nos indignamos con los que se fueron.

Retrocedemos en el caminar, volvemos a lo principal, a lo que fue antes de lo que es: Entra la luz de la mañana con su sensual andar, despertando a los indecisos, a los que quieren dormir hasta el cansancio, o descansar de tanto dormir. Llueven las ideas sobre un escritorio que no quiere inspirar a nadie, una taza de café para iniciar jornada, pensar en el amor bonito y suspirar, soñar con esos ojos verdes que deambulan en la imaginación del poeta. Se desayuna y se juega, se distrae la vida en partidos de fútbol simulados, se reflexiona, se lee, se divaga, se finge que se trabaja, se es natural.

Es en el corazón donde las ideas se nacen a sí mismas, es en la salud donde se corretea cada cuento. Primero se piensa en esas interminables historias de brujas que se descubren en la prensa, de deportistas que triunfan en tierras lejanas. Se da lectura a otras novedades y se reflexiona sobre los personajes que dan de qué hablar, de pensar por ejemplo que el Joker adaptado para esta nueva generación es a mi gusto una muy buena adaptación, pero que para otros es un error nefasto. Pensar que el tiempo ha pasado y con el las anécdotas de una nación que tuvo su propio horario, con apellido y tareas pendientes.

Es en la memoria del dolor donde vamos dando sequía a las cuentas perdidas, en donde vamos mezclando las baladas de Gloria Estefan con las ideas para escribir, quizás, para escaparnos de una rutina que no comienza, mejor pensar en salir a la calle y por qué no, en dejarnos contaminar con el paisaje.

Recordar los días vividos y los descansos de un buen fin de semana, de que hay Blogs muy interesantes para leer y otros en los que se tiene el descuido como vocación del alma.

Programarnos para salir a caminar en la tarde, cumplir el deber de pagar lo que se debe y de anhelar lo que no se tiene, de pretendernos en el vacío, de ser siderales en el esquivo caminar de los afanados, de ser soñadores mientras se cruza un paso peatonal, tomar el transporte público y dejarnos inspirar por esos artistas que pregonan la lucha diaria contra el sistema, del esfuerzo mezquino por sostener una familia que para algunos no existe y para otros es mera responsabilidad.

Pasar la página.


AV

8 de febrero de 2015

De Costumbres y Anhelos.




Imagen Tomada de:


Felicidad es compartir el tiempo con la persona que se sonríe de nuestras ocurrencias, disfrutar las tardes con aquellos personajes que se sienten cómodos con nuestras excentricidades fisiológicas, esas impropias maneras de lograr en la vida avanzar con la sonrisa como escudo, como una sana costumbre de querer vivir mejor, con mayor calidad, con mejores resultados, pero con la misma gente. Incoherente el asunto, ¿cierto?

Podemos comenzar por entendernos en el tiempo, comprender que así como nosotros cambiamos, las personas y los lugares también lo hacen, vernos en el rastro de los días y entender en ellos que cada vivencia nos ha dejado en sus manos un puñado de aprendizajes, nos ha brindado su tiempo para caer en ellos, conocernos un poco mejor quizás, desconocernos en el otro tal vez, sentirnos diferentes cuando encontramos lo que nos gusta, como si lo que nos gustara nos transformara en otro ser.

Nos vemos en la necesidad de preguntarnos a diario qué ha ocurrido de diferente en nuestra vida, imaginarnos con cada persona que nos acompaña que todo tiene sentido o por qué no, pierde su sentido natural, volvemos el tiempo un óleo de insinuaciones, preferimos recaer en la costumbre y hacer de la rutina un punto de encuentro, como si nos temiera en la vida iniciar una rutina diferente, apostarle a la diferencia.

Puedo abiertamente recordar mis anteriores compañías del camino, ver en mi mente cada mirada y asumir en ese pasado cada aprendizaje, cada fobia o gusto, cada manía y cada espacio recorrido en el mundo. Ver el amor por el café, o el amor por la comida picante, encontrar en la memoria el amor por los paisajes turísticos o quizás, el amor por el trabajo.

Todo conlleva un recuerdo que guardamos en la piel, que asumimos propios en la memoria y vamos generalizando hasta entender que cada situación es la sumatoria de una previa, otrora historia del olvido o menester camino del anhelo, darle a la buena voluntad un nombre o una imagen, preferirnos en recuerdo o ahogarnos en sueños, sea el caso donde logremos adaptar las palabras volvemos al mismo punto de partida: Queremos que las nuevas experiencias se ajusten a nuestras costumbres, sin importar que provengan de la memoria.

Amigos que comparten conmigo sus historias de amor y dolor, que se van estrellando en el discurso hasta crear un maridaje de emociones, situaciones que vamos asumiendo como propias, porque eso es lo que hacemos los amigos, asumir el dolor o felicidad del otro para así corresponder su voluntad, Familiares que se nos desdibujan en el tiempo pero que retomamos cada oportunidad que la tecnología nos acerca (o termina de separar) de ellos; dar arranque a cada motivación recibida, darle ánimo a lo que nos conviene, cuestionarnos cada paso del tiempo, darle ventaja a la rutina para podernos sorprender con los cambios que ella conlleva.

Reflexionamos a diario, nos sometemos a evaluaciones personales que terminan por enredarnos la cabeza, por amenazar nuestra tranquilidad en vez de darnos la calma que prometemos buscar cada mañana. Prometernos compartir la vida con las personas que queremos tener en la vida, comenzar por deshacernos de aquellos fulanos que son presa del negativismo, de esos que vacilan cada segundo con argumentos bien elaborados para encontrar un obstáculo donde hay vías abiertas.

Querer cambiar también significa dejar a un lado lo que nos gusta ser, debatirnos entre la comodidad de la rutina y el bienestar de la incómoda situación nueva, insistir en lo que pretendemos mejorar pero con el miedo latente de no querer perder la esencia de lo que nos identifica como personas.  Comenzar por leer el periódico del ayer.

Comenzar por deshacernos también de los malos hábitos, de esas tóxicas insinuaciones que nos hacemos por cada placer hallado, entender que madurar no es perder la distancia de lo recorrido sino, asumir las consecuencias de lo vivido, sabernos amables en un escenario de discordia y malas intenciones, comportarnos de mejor modo ante la soledad de una queja desesperada, no vacilar ante el grito desesperado de un otro.

Aprender a acompañarnos de buenas conversaciones, de profundas acusaciones intelectuales, de estables leyendas laborales, viajar si se nos es posible, escaparnos en la responsabilidad de los actos pero con el hambre mundana de querer tragarse el mundo, de poder dominarlo a voluntad propia, a la expectativa de conocer su giro, el trayecto de su propia rotación, sumergirnos en su sed, sus canciones de otras épocas.

Lograr encajar no es sinónimo a enajenarnos o alienarnos a otros que quizás estén buscando algo diferente a lo que estamos necesitando, a lo que nos desespera encontrar, para esos efectos es mucho mejor tener una mascota que nos reproche cada noche nuestra manera de ser, que nos permita acariciarle mientras nos ofende, nos agrede con su debilidad.

Soñarse en la mirada de la persona que queremos para nosotros es pues sabernos buscar en un mundo donde tenemos claro qué es lo que queremos observar, saber a dónde es que queremos mirar o hacia donde podemos escapar. Conocer muy bien nuestro cuerpo, nuestra fuerza interior, porque es esa la esencia de lo que vamos a necesitar para poder escapar tomados de la mano de alguien que piense por igual sus prioridades, de alguien que sienta igual que nosotros, el miedo a lo que las consecuencias nos van a demandar.

Poder darnos esa felicidad con la persona que nos invita a su rutina, a su espacio interior, caminarnos en todos los recovecos de la mente y querer permanecer allí, porque sabremos pues que es un lugar seguro que nos invita a crecer, que nos lleva a mejorar sin caer en la incoherencia de una rutina del pasado que se va a legitimar en el nuevo presente.

Saber que allí no solamente estaremos bien sino que estamos aportando por igual a su sed, ayudando a apretarle las manos para que pueda escapar de sus viejos caminos, que se sepa que se puede continuar, que continuar no es el sinónimo de seguir en lo mismo sino, de poder salir hacia delante, hacia lo mejor, hacia lo que queremos encontrar, construir.

Todo conlleva un recuerdo que guardamos en la piel, que asumimos propios en la memoria y vamos generalizando hasta entender que cada situación es la sumatoria de una previa, otrora historia del olvido o menester camino del anhelo, darle a la buena voluntad un nombre o una imagen, preferirnos en recuerdo o ahogarnos en sueños, sea el caso donde logremos adaptar las palabras volvemos al mismo punto de partida: Queremos que las nuevas experiencias se ajusten a nuestras costumbres, sin importar que provengan de la memoria.

La memoria de lo cotidiano.


AV



22 de diciembre de 2014

Un Café para el Desayuno.




Cats at Breakfast Blank Cat Greetings Card.


Encontrarse de nuevo con la familia que vive lejos, retomar viejas costumbres y con ellas conversaciones que para algunos ya quedaron atrás en la cotidianidad, para otros son novedad, son sorpresa y fervor. Compartir cada mañana con un nuevo compañero que para los años ya no es nuevo, para la distancia, es más bien modesto.

En estas fechas de fin de año siempre la nostalgia ataca y para ello hace gala de sus mejores técnicas, en ocasiones, llega por un aroma o una sensación que nos remonta al pasado, en otras veces lo hace por medio de una palabra o alguna canción, siempre, tratando de salirse con la suya.

Me encuentro en la Florida, al este de los Estados Unidos, allí por el momento estoy compartiendo apartamento con el hermano menor de mi madre, el Tío alcahueta de otrora tiempo, el tío divorciado de nuestros días y la bendición de Dios para el cuidado de mis abuelos. Mirarle a los ojos es un ejercicio de redención, entender día a día cada una de sus decisiones, comprender sus comportamientos, ver el pasado esfumarse en su mirada, sentirlo preso de su presente, verlo cargar en su espalda un peso que ni si quiera él conoce, soportarse a sí mismo, y ante esa imagen ser persona, tratar de ser lo más cordial y de mi parte lo más humano, porque nuestras vidas son distintas pero familia es familia y es allí donde comienzo a comprender su rol en todo este escenario llamado vida.

Cada mañana desde hace varios días atrás compartimos una taza de café, quizás como algo sacro en medio de tanta nostalgia, en esa espesa niebla que acuñándola a la humedad, acusamos de capturar cada reflejo de la memoria. Digo cada mañana más como un eufemismo de la vida que como un hecho real, pues ustedes que han aprendido a conocerme saben que duermo como león y, haciendo honor a tal rol he comenzado por iniciar mi jornada diaria alrededor de la 1pm. Allí, sentados uno junto al otro comenzamos nuestra jornada, primero un sorbo de café seguido por algún comentario suelto sobre realidad política. Allí comienza todo.

Mi Tío, a quien llamaremos Arturo por aquello de proteger su identidad, es ya un hombre mayor con estudios en “Ciencias de la Comunicación” y a quien desde joven he admirado por su proeza intelectual. Tiene en su haber varios premios de periodismo y otros más en literatura, ya ha publicado varias obras y con ellas se ha ganado un lugar de respeto entre poetas y escritores modernos en la caníbal y ansiosa comunidad intelectual de los Estados Unidos, país en el que lleva residiendo por más de 30 años. Colombiano como él solo y amante del Vodka, buen aguardientero y caprichoso hincha del Club Independiente Santa Fe.
Bajo este entorno imaginarán ustedes el ambiente de felicidad y conquista que se respira en esta casa, pero no podemos permitirnos en la confusión asumir situaciones que ya no son de agenda en estas almas, porque la gente cambia, las personas cambian, sea porque sufrieron demasiado, sea porque se cansaron de lo mismo.

Con el primer café del día comenzamos nuestra conversación de la jornada; yo formado como Politólogo y con posgrado en temas sociales junto a un curioso niño de más de 50 años de edad damos rienda suelta a un sin número de temas propios de la realidad política de Colombia (nuestro país de origen) para terminar luego más en explicaciones de contexto que en debates de fondo. El primer paso casi obligado en toda conversación con un extranjero es el papel que juega el Ex presidente Álvaro Uribe Vélez, seguido por incesantes puntos de inflexión sobre el por qué ocurre lo que ocurre en nuestro país, como si la memoria de “Gabo” no fuese suficiente para tal tormento. Allí, descansando de la política nos encontramos en lo deportivo y qué sorpresa entrar explicar detalles (más con morbo que con pedagogía) sobre la situación actual del América de Cali, mientras tanto, tomamos otro sorbo de café.

Iniciamos nuestros puntos personales, él claro, buscando en mí entender lo que afuera ocurre y que la prensa no ha podido publicar. Hablar de nuestra vida privada, exponernos uno ante el otro como una danza de tango en aquellos años 30, donde el que cortejaba era el que bailaba y el que disponía era el que observaba desde la barrera; enfocarnos en historias de lo cotidiano y allí, comenzar una a una las historias de cómo hemos llegado hasta aquí, explicándonos uno al otro como el asesino que busca redención en el confesionario de una parroquia de barrio, cada una de nuestras historias, todas con el mismo grado de importancia porque aquí todo vale, sencillamente, porque el pasado siempre deja una huella imborrable por más distintas que sean las vidas de los interlocutores.

Aprender a reconocernos en el otro.

Por ahora, termina nuestra primera taza de café.


AV

6 de septiembre de 2010

Laberintos de la Conciencia


Imagen Tomada de: http://www.davidicke.com/forum/showthread.php?p=765609

Cat walks across a railway track

Photo: Jean-Philippe Ksiazek

Al mejor estilo de una novela rockera o lo que algunos poetas españoles han denominado como “Ópera Rock” la vida se va recogiendo en un largo trayecto de hilos de diversos colores, en tejidos de distintos retazos, en historias que superan la vida. Amistades que se sumergen al cliché de un tema de conversación, enemigos que se cultivan con el mismo amor con que se endeuda el corazón, estrategias que se arruinan por un diminuto instante de soledad.

Todos nos enfocamos en un reguero de argumentos, en palabras que desdibujan la memoria, le embriagan en intermitentes recesos de intelectualidad, la encierran en momentos de frialdad, se le da la espalda a aquello que un breve homenaje pueda fusilar. Se le regala besos a todo lo que pueda sostenernos la mirada mientras dormimos.

Con la Nostalgia en la cocina de la casa, la escuela rondando en mi cabeza, con sede política en la resaca, silencios en mi futuro y una bella máquina de coser emociones al servicio de la modernidad. Un millón de instantes desperdiciados en luchas innecesarias.

Horas de sueño compartidas en besos muertos por el frío, en canciones puestas al espejo en baños de agua tibia, años de cordura, momentos de angustia, caminos de la vida con membretes de mares lejanos. Amigos de la piel, forasteros de un cancionero sin anónimo, minutos de canciones conocidas, amores de libros abandonados, diosas sin ser coronadas, inquilinos sin médicos que atender, enfermedades sin lugares para estrellarse, fallecidos sin infierno para visitar, amigos sin discursos para reinventar. Páginas para re-leer en días de normalidad.

No somos sueños compartidos, no somos futuros inventados, no somos letras en prensa nacional, no son soledades compartidas, no somos valientes de tierras y llanuras. Somos solitarios de vocación, amantes de oficio, enemigos por cortesía, heridas de otras ganancias, tarjetas de pequeñas anuencias.

No hay canciones que se puedan negar, no hay burlas que se puedan esquivar, no hay tatuajes que se puedan endosar, no hay pensiones que se puedan aplazar ni batallas que funcionen sin luz, no hay metas sin puntos de partida, no hay jugadores sin egoísmos, no hay amores sin caminos.

Cromosomas y crucigramas, soledades y analfabetas, agallas y poetas, juego de letras y palabras de honor. Miles de combinaciones, miles de vidas, miles de huellas en la arena, miles de contextos sin pretextos, miles de momentos sin presupuesto, miles de relojes en cada pared. Todo lo desperdiciamos, todo lo amargamos, todo lo endulzamos, todo lo contradecimos y lo bendecimos, lo juramos y lo empolvamos.

La vida nos da por venganza la misericordia de quienes no nos comprenden, nos regala el egoísmo de los desafortunados, la sabiduría de los rechazados, las heridas de los homenajeados, el tiempo de los cansados, el premio de la cordura.

Todo, inclusive lo que no dejamos de entender se nos escapa en una lluvia de sal, en una vida de camaleones que quieren ir y volver, todo se nos muere en batallones de victorias pasadas, en calendarios de otras edades, en páginas de otras deidades, en otros lunares que el amo no puede soportar.

En letras que la cotidianidad no puede ocultar.

AV