Imagen tomada de: https://streetartutopia.com/2021/09/16/meow-meow/
Street art cat by: Tianooo The Cat (Manchester,
England)
Hay caminos que se recorren con la tranquilidad de saber que hay tiempo a nuestro favor, trayectos que se viven en el variopinto museo de la cotidianidad, sin afanes, alejados de cualquier preocupación.
Divisamos las vitrinas de locales comerciales con ofertas de toda índole, ropa para dama, artesanías de la región, telas y telas, joyería y relojes, tecnología de media punta y alguna sin punta. Siempre a su entrada en pasillos de amplio desdén, una respetada dama vendiendo fritos de gran atractivo culinario, cerca quizás otro que venda arepas con o sin relleno, chorizos de pronto.
Observamos un cielo juguetón que
se esconde tras los inmensos ventanales de edificaciones de antaño, cuadradas,
rústicas, mudas.
Recorremos la vida con la misma
impertinencia con la que la soñamos. Esas calles que atrás fueron patio de
juegos hoy son la pasarela del adulto que se apresura a llegar a tiempo a una
cita. Recorremos las calles con el mismo impulso con el que las recordamos,
incluso, si se nos hace urgente olvidarlas.
Somos seres de costumbres y vamos
creando rutinas en específicos lugares de la ciudad, sin importar su tamaño nos
identificamos en trayectos o sectores que nos van marcando identidad. Si
llegamos a una nueva zona por la razón que la vida nos empuje, allí
estableceremos una base de operaciones para nuestras costumbres ciudadanas: Un
café, una panadería, un parque, una esquina, un lugar.
De estas costumbres es que fuimos
emergiendo como ciudadanos, nos aprendimos las reglas de convivencia que fuimos
observando en los adultos, nos esforzamos por llegar a lugares que se nos daban
prohibidos por la edad, nos escapábamos de las diligencias para llegar a casa,
refugiarnos en ese único lugar del mundo que consideramos perfecto.
De estas ciudades nos fuimos
volviendo responsables, crecimos, engordamos, desafiamos a la autoridad,
obedecimos a la soledad, abnegación profunda ante la ansiedad. Ciudadanos que
queremos conocer el mundo y hacernos globales, incapaces de adornar la rutina
de expectativa, mas bien, expertos en desdibujar las razones y argumentos en
precisos silencios, incómodas sonrisas.
Una responsabilidad que se construye
con valores y datos aprendidos en casa, de consejos y hematomas adquiridos en
la escuela, de muchas monedas y sillas perdidas en la calle, en el amor, en el
entusiasmo de un mundo mejor. Responsabilidad que nos invita por supuesto a
soñar, a ser capaces de proyectar una vida mejor a la que se tiene en el
presente, algunos románticos quizás pretenderán retomar la vida que en su ayer
disfrutaron, como si estancarse en la memoria diera caminos y tranquilidad.
Amantes de los atardeceres, cielos
rosados, anaranjados, cielos azules que se mezclan en la profundidad de la
noche, depredadores del cambio. Coherentes claro con lo deseado pero cobardes
con el riesgo y el cambio.
Deseos que no llegan por temor a
vivir el peso de la vida, porque todo tiene peso, un canje. Coherencia que se
nos escapa en las palabras de terceros, nos dejamos influenciar en la
perspectiva de otros deseos, aunque estemos en la misma calle, con el mismo
afán, con el hambre intacta.
Hay caminos que se deben de recorrer
con tranquilidad, sin afanes, con la coherencia del pensamiento y el tiempo,
con los colores de la cotidianidad en el bolsillo, alejados de cualquier preocupación,
de cualquier modo son los sueños y la responsabilidad ciudadana los imaginarios
que nos esperan en el cruce peatonal.
Huele a empanadas.
AV
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