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De acuerdo a muchas vidas nos vamos encontrando
en la casualidad de los sueños, en suspiros que pueden ser una cita a tomar
café o en la espera eterna de un trámite bancario. Muchas vidas y muchos sueños
se entrecruzan en el papeleo de un registro, en la intención misma de querer
terminar todo a tiempo, por supuesto para llegar a descansar a casa.
Muchas vidas nos tienen en común de
aceptar en el otro la diferencia, de colorearnos en mil modos de pensar y aprender
de cada persona como un manual de supervivencia. Nos encontramos en el sentimiento
mismo de la fraternidad, construimos placeres en una taza de café o un helado
de ciruelas.
Nos dibujamos en la sonrisa del otro (otra), nos borramos en los miedos propios.
Conectamos con la naturaleza de los
desesperados, a ellos a quienes el mundo tantas veces ha dado la espalda les
saludamos con la intención de desearles otro día de amable espera. Nos refugiamos
en constante torbellino de preguntas, damos fechas y cifras a cada pensamiento,
como si fuésemos un calendario de castigos y prohibiciones.
De acuerdo a muchos sueños nos
proyectamos en los cuentos y fábulas de otros universos. Ardemos en deseo con
cada mirada, proponemos amar con la misma intriga con que nos escapamos de la
cotidianidad, porque es que amar es un acto de transformación personal que se
revela en las palabras que nos dan en correspondencia.
Algunas palabras de aliento siembran
en un “te quiero” la capacidad de poseer, aprehender sobre lo advertido. Aquel
te quiero que se reparte entre la obsesión de una canción eterna y el desespero
de un olvidado poeta.
Palabras que nos definen desde la
costumbre misma de los hogares que nos forjaron como personas. Palabras que
ahora nos dan enseñanza en una copa de vino, en los ojos cafés de un alma noble,
o quizás en el crudo universo de una oficina con vocación de poder.
Demasiado amor para este mundo,
demasiado amor para uno mismo. Demasiado real para quien sueña con algo tan
básico como lo es la sonrisa de la persona deseada.
Demasiado humano.
De acuerdo a muchos proyectos nos
encasillamos en formatos y estilos de vida, crecemos y reproducimos el modelo
nuclear de una familia entregada al santísimo sacramento. Nos reproducimos en
poemas y canciones de occidente, nos deslumbramos con la magia de oriente y sus
inciensos eternos.
Vemos en la comida un canal de
conexión internacional. Tan internacional como la pizza italiana que se consume
con fervor en las calles de américa latina. Tan internacional como el Café que
se vende en los mostradores de cada panadería. Una cotidianidad tan sorprendente
como el mundo conocido, donde la comida, los sueños, los proyectos, las
canciones, las oraciones, los amigos, los vacíos, los miedos, los deseos, la
humanidad misma es una reiterada invención de lo ya vivido.
Una pirámide de expectativas.
Amamos porque es un acto de
supervivencia. Queremos ser amados, porque somos sobrevivientes de nuestro propio
pasado. Queremos ser premiados, una medalla que nos recuerde el nuevo lugar que
ocupamos en el viejo mundo.
Una canción de Arjona, un poema de
Dylan o un murmullo de Michael Bublé.
Se nos hace preciso vivir en la
expectativa del “te quiero”, porque todos queremos poseer. Se es necesario
empezar a construir en el amar, porque amamos lo que verdaderamente se nos hace
sagrado.
Demasiado amor para este mundo, demasiado amor para uno mismo. Demasiado real para quien sueña con algo tan básico como lo es la sonrisa de la persona idealizada.
Fe.
De acuerdo a muchos sueños nos
proyectamos en los cuentos y fábulas de otros universos.
Su universo.
AV
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