Estaba sentado con la vista hacia el horizonte
pensando en cuanta oportunidad perdida se ha coleccionado en el transcurso de
lo vivido. Una ventana interviene entre la vista del joven pensador y el
paisaje urbano de una ciudad que no da espera a los desesperados.
En alguna oportunidad con las piernas cruzadas
y la mente en blanco logró nuestro personaje entablar comunicación con un espectro
de alguna dimensión cercana, de esas que nos rozan el alma, comunicación que se
daba desde la energía del cuerpo, como una señal telepática de idas y llegadas
en dónde las palabras se vestían de emociones, quizás, al grito mudo de esos
amores que transmutaron en otra vida.
Durante el misterioso diálogo se logró aprender
un poco del silencio de los desesperados, de relatos abandonados en los que
miles de vidas pasaron en ruidos de cada época. En alguna oportunidad escuchó
el relato de un viejo carpintero que, huyendo de un infiel encuentro sexual,
terminó abrazado por el frente de un potente Volvo de 3 ejes. Un silencio más adelante
conoció la historia de una inocente fulana que tras sufrir miles de abusos de
un par de bellacos, envuelta en pánico y desespero, prefirió destapar su vida a
través de una ventana.
La misma ventana que intervenía la vista del
joven pensador.
Episodios de terror y tristeza que se
desvanecen en la memoria, como un llanto que con la sal sobre la mejilla va limpiando
el pecado de la vida después de la vida. Relatos similares que se escudan en el
anecdotario de un desconocido. Para algunos en navidad llegan los espíritus de
viejas noches pasadas, para otros sea quizás en la semana santa el momento
justo para conocer a uno que otro fuego fatuo sobre el camino. Familiares o
amigos se desprenden de lo cotidiano de una fiesta y se enmudecen ante el
terror de un visitante no esperado, de algún desencarnado que en el reflejo de
la cena familiar sigue anhelando lo que en vida nunca supo degustar.
Observa diferentes modos de vida y los traduce
en canciones y ritmos, en cuantas fábulas y ritos que surgen de la curiosidad, remedos
de vida enfrascados en susurros sin dolientes, solo testigos.
Nuestro personaje sentado sobre el borde de
una cama, con las piernas cruzadas y la mirada fijada en el ayer, continúa en
silencio soportando quien sabe cuánto, de lo que el universo le es capaz de
compartir.
Se desvanece la claridad del cielo con la
tarde que cae, pasando del azul reproche al grisáceo momento de la noche.
Farolas de diversos colores comienzan a aparecer tenuemente hasta dejar el camino
a la vista de los despistados. Con la reflexión sobre la base de la cama se
levanta y camina con preocupación a la sala principal, se prepara un pan con
manteca y queso y sirve un vaso de yogur de frutos rojos, espeso, pesado,
entero.
Mastica sin dejar que sonido algún escape de
su cuerpo, como si contuviera todos los esfínteres en un riguroso miedo
absoluto, como un rito de silencio perpetuo ante la maldad del universo que nos
rodea.
A veces es mejor no pensar.
Con una sensación de ardor en la espalda
prefirió seguir caminando de lado a lado cual fiera enjaulada, su bebida láctea
poco a poco se iba acabando, pero sus pensamientos al parecer continuaban
siendo centro de datos y lamentos.
Un poco de desinterés fue recuperando terreno
en su mente y le permitió llevar su memoria a viejas amistades y paseos
vacacionales. Algo de nostalgia daba a sus ideas una banda sonora de canciones
pasadas de moda, ritmos populares que invocaban a viejos amores.
Como un pensamiento que de madrugada nos
paraliza la vida misma.
Intenta conciliar el sueño, pero recuerda su
papel en toda esta historia, un rol determinante en un relato de ficciones mal
elaboradas. Un fuerte aroma a tabaco se pasea por la habitación, una sombra
espesa se escabulle tras las cortinas, un suspiro a modo de reproche se atraganta
en búsqueda de un padre nuestro, un joven pensador se escabulle de su mente
queriendo volar desde un séptimo piso, como si el aire bajo la luna nueva fuere
amable testigo de quienes huyen de todo lo que proviene de abajo.
Un personaje que absorto en sus pensamientos
terminó por convertirse en la pesadilla que siempre lo persiguió. Como la
balada que adorna la pista de baile y se queda sublime ante el deseo de los
desesperados.
Un fuego fatuo se sumerge de modo potente entre
la cerámica de los baldosines, deja a su paso la mancha de un cigarrillo que
nadie probó, se lleva consigo toda la luz que un humano de bien pudiese
conservar.
Una ruta de oscuridad que cual relato de ficción
se convierte en anécdota, en mito urbano de quienes en futuras vidas pensarán
que esto simplemente fue un paisaje de la dialéctica.
Nuestro personaje, ahora ausente en el presente,
continúa en silencio soportando quien sabe cuánto, de lo que el universo le es
capaz de compartir ahora como primera persona.
En el siguiente nivel.
AV.