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11 de mayo de 2023

Borrador (Ficción)

 


Estaba sentado con la vista hacia el horizonte pensando en cuanta oportunidad perdida se ha coleccionado en el transcurso de lo vivido. Una ventana interviene entre la vista del joven pensador y el paisaje urbano de una ciudad que no da espera a los desesperados.

En alguna oportunidad con las piernas cruzadas y la mente en blanco logró nuestro personaje entablar comunicación con un espectro de alguna dimensión cercana, de esas que nos rozan el alma, comunicación que se daba desde la energía del cuerpo, como una señal telepática de idas y llegadas en dónde las palabras se vestían de emociones, quizás, al grito mudo de esos amores que transmutaron en otra vida.

Durante el misterioso diálogo se logró aprender un poco del silencio de los desesperados, de relatos abandonados en los que miles de vidas pasaron en ruidos de cada época. En alguna oportunidad escuchó el relato de un viejo carpintero que, huyendo de un infiel encuentro sexual, terminó abrazado por el frente de un potente Volvo de 3 ejes. Un silencio más adelante conoció la historia de una inocente fulana que tras sufrir miles de abusos de un par de bellacos, envuelta en pánico y desespero, prefirió destapar su vida a través de una ventana.

La misma ventana que intervenía la vista del joven pensador.

Episodios de terror y tristeza que se desvanecen en la memoria, como un llanto que con la sal sobre la mejilla va limpiando el pecado de la vida después de la vida. Relatos similares que se escudan en el anecdotario de un desconocido. Para algunos en navidad llegan los espíritus de viejas noches pasadas, para otros sea quizás en la semana santa el momento justo para conocer a uno que otro fuego fatuo sobre el camino. Familiares o amigos se desprenden de lo cotidiano de una fiesta y se enmudecen ante el terror de un visitante no esperado, de algún desencarnado que en el reflejo de la cena familiar sigue anhelando lo que en vida nunca supo degustar.

Observa diferentes modos de vida y los traduce en canciones y ritmos, en cuantas fábulas y ritos que surgen de la curiosidad, remedos de vida enfrascados en susurros sin dolientes, solo testigos.

Nuestro personaje sentado sobre el borde de una cama, con las piernas cruzadas y la mirada fijada en el ayer, continúa en silencio soportando quien sabe cuánto, de lo que el universo le es capaz de compartir.

Se desvanece la claridad del cielo con la tarde que cae, pasando del azul reproche al grisáceo momento de la noche. Farolas de diversos colores comienzan a aparecer tenuemente hasta dejar el camino a la vista de los despistados. Con la reflexión sobre la base de la cama se levanta y camina con preocupación a la sala principal, se prepara un pan con manteca y queso y sirve un vaso de yogur de frutos rojos, espeso, pesado, entero.

Mastica sin dejar que sonido algún escape de su cuerpo, como si contuviera todos los esfínteres en un riguroso miedo absoluto, como un rito de silencio perpetuo ante la maldad del universo que nos rodea.

A veces es mejor no pensar.

Con una sensación de ardor en la espalda prefirió seguir caminando de lado a lado cual fiera enjaulada, su bebida láctea poco a poco se iba acabando, pero sus pensamientos al parecer continuaban siendo centro de datos y lamentos.

Un poco de desinterés fue recuperando terreno en su mente y le permitió llevar su memoria a viejas amistades y paseos vacacionales. Algo de nostalgia daba a sus ideas una banda sonora de canciones pasadas de moda, ritmos populares que invocaban a viejos amores.

Como un pensamiento que de madrugada nos paraliza la vida misma.

Intenta conciliar el sueño, pero recuerda su papel en toda esta historia, un rol determinante en un relato de ficciones mal elaboradas. Un fuerte aroma a tabaco se pasea por la habitación, una sombra espesa se escabulle tras las cortinas, un suspiro a modo de reproche se atraganta en búsqueda de un padre nuestro, un joven pensador se escabulle de su mente queriendo volar desde un séptimo piso, como si el aire bajo la luna nueva fuere amable testigo de quienes huyen de todo lo que proviene de abajo.

Un personaje que absorto en sus pensamientos terminó por convertirse en la pesadilla que siempre lo persiguió. Como la balada que adorna la pista de baile y se queda sublime ante el deseo de los desesperados.

Un fuego fatuo se sumerge de modo potente entre la cerámica de los baldosines, deja a su paso la mancha de un cigarrillo que nadie probó, se lleva consigo toda la luz que un humano de bien pudiese conservar.

Una ruta de oscuridad que cual relato de ficción se convierte en anécdota, en mito urbano de quienes en futuras vidas pensarán que esto simplemente fue un paisaje de la dialéctica.

Nuestro personaje, ahora ausente en el presente, continúa en silencio soportando quien sabe cuánto, de lo que el universo le es capaz de compartir ahora como primera persona.

En el siguiente nivel.

AV.

14 de febrero de 2023

Palabras (Su Universo)


 

Imagen tomada de:

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De acuerdo a muchas vidas nos vamos encontrando en la casualidad de los sueños, en suspiros que pueden ser una cita a tomar café o en la espera eterna de un trámite bancario. Muchas vidas y muchos sueños se entrecruzan en el papeleo de un registro, en la intención misma de querer terminar todo a tiempo, por supuesto para llegar a descansar a casa.

Muchas vidas nos tienen en común de aceptar en el otro la diferencia, de colorearnos en mil modos de pensar y aprender de cada persona como un manual de supervivencia. Nos encontramos en el sentimiento mismo de la fraternidad, construimos placeres en una taza de café o un helado de ciruelas.

Nos dibujamos en la sonrisa del otro (otra), nos borramos en los miedos propios.

Conectamos con la naturaleza de los desesperados, a ellos a quienes el mundo tantas veces ha dado la espalda les saludamos con la intención de desearles otro día de amable espera. Nos refugiamos en constante torbellino de preguntas, damos fechas y cifras a cada pensamiento, como si fuésemos un calendario de castigos y prohibiciones.

De acuerdo a muchos sueños nos proyectamos en los cuentos y fábulas de otros universos. Ardemos en deseo con cada mirada, proponemos amar con la misma intriga con que nos escapamos de la cotidianidad, porque es que amar es un acto de transformación personal que se revela en las palabras que nos dan en correspondencia.

Algunas palabras de aliento siembran en un “te quiero” la capacidad de poseer, aprehender sobre lo advertido. Aquel te quiero que se reparte entre la obsesión de una canción eterna y el desespero de un olvidado poeta.

Palabras que nos definen desde la costumbre misma de los hogares que nos forjaron como personas. Palabras que ahora nos dan enseñanza en una copa de vino, en los ojos cafés de un alma noble, o quizás en el crudo universo de una oficina con vocación de poder.

Demasiado amor para este mundo, demasiado amor para uno mismo. Demasiado real para quien sueña con algo tan básico como lo es la sonrisa de la persona deseada.

Demasiado humano.

De acuerdo a muchos proyectos nos encasillamos en formatos y estilos de vida, crecemos y reproducimos el modelo nuclear de una familia entregada al santísimo sacramento. Nos reproducimos en poemas y canciones de occidente, nos deslumbramos con la magia de oriente y sus inciensos eternos.

Vemos en la comida un canal de conexión internacional. Tan internacional como la pizza italiana que se consume con fervor en las calles de américa latina. Tan internacional como el Café que se vende en los mostradores de cada panadería. Una cotidianidad tan sorprendente como el mundo conocido, donde la comida, los sueños, los proyectos, las canciones, las oraciones, los amigos, los vacíos, los miedos, los deseos, la humanidad misma es una reiterada invención de lo ya vivido.

Una pirámide de expectativas.

Amamos porque es un acto de supervivencia. Queremos ser amados, porque somos sobrevivientes de nuestro propio pasado. Queremos ser premiados, una medalla que nos recuerde el nuevo lugar que ocupamos en el viejo mundo.

Una canción de Arjona, un poema de Dylan o un murmullo de Michael Bublé.

Se nos hace preciso vivir en la expectativa del “te quiero”, porque todos queremos poseer. Se es necesario empezar a construir en el amar, porque amamos lo que verdaderamente se nos hace sagrado.

Demasiado amor para este mundo, demasiado amor para uno mismo. Demasiado real para quien sueña con algo tan básico como lo es la sonrisa de la persona idealizada. 

Fe.

De acuerdo a muchos sueños nos proyectamos en los cuentos y fábulas de otros universos.

Su universo.

AV

24 de septiembre de 2022

Noticias (Recorridos)

 


Imagen tomada de:

https://i.ebayimg.com/images/g/-ZUAAOSwqxZgwnR-/s-l500.jpg 

Somos creadores de historias con el día que nos llega: Por ejemplo desayunamos algo de fruta, algo de harina y quizás un poco de proteína blanca, o quizás no desayunamos sino que salimos de prisa a llegar a nuestro compromiso (con algo de tardanza tal vez), ahí quizás yace una historia cotidiana que nunca fue anotada en el devenir escolar.

Vemos en el paisaje de la ciudad una cotidiana muestra de distancias y cuentos viejos, aquel edificio gris que ahora es rechazado por los jóvenes adultos, o aquella calle que en su haber ha visto sufrir más corazones que lo que ha transitado por sus alrededores. Aquel parque donde ya no se avistan niños sino jóvenes ansiosos en conversaciones taciturnas.

Nos recorremos permanentemente por toda la vida hasta encontrarnos en alguna canción. Cuando nos enamoramos por vez primera y la asociamos al momento musical de la época, cuando nos enfrentamos a nuestro primer reto mortal (la vida en sí) y tuvimos como respaldo aquella canción desubicada.

Ese recorrido de la vida se sumerge por supuesto en la puerta de los sueños, esos pedazos de muerte que tanto aliento dieron a Edgard Allan Poe; recorrido mismo que se disfraza de experiencia y termina es por envolvernos en ingenuas preguntas sin respuesta, preguntas que se nos reflejan en los ojos, como niños esperando el arcoíris.

Hay silencios cómodos que nos guían a la sabiduría, lo simple de la vida.

Al placer mundano de lo cotidiano: Un dulce de guayaba, una paleta de frutas, un café quemado o por lo menos, una silla en el transporte público.

Placeres que se derivan en reflexiones no tan cómodas: Una enfermedad, la soledad del alma, la silla vacía.

Hay ruido que nos da tranquilidad, como un placebo de la vida: Sencillo, sucio, extenso.

Al placer permanente de los secretos, donde la voz la alzamos con la tranquilidad de saber que nadie nos escucha, nos juzga.

La variable insana de una idea que para otros es una simple tontería pero que para nosotros, en el ruido de lo inservible, puede ser la tabla que nos salve del naufragio: La soledad.

Hay paisajes cotidianos que ya existen desde antes de nuestro nacimiento, que nos fueron heredando en fábulas, en cuentos y anécdotas familiares. 

Los mitos que creamos en el apellido, propio y ajeno: Los amigos.

Somos paisaje para algunos allegados, disfrutan de nuestra presencia y nos dan aliento a la estética que nos hace humanos, nos aportan ideas para ser mejores, otros nos brindad ideas para desaparecernos en el ruido.

Somos seres de constante transformación, podemos ser punto de llegada para algunos y enseñarles lo poco que sabemos: ¿Sabías que “Beat it” de Michael Jackson fue creada con la guitarra de Eddie Van Halen?

Somos puerto de partida para quienes saldrán de nuestra vida en la búsqueda quizás de una vida mejor, servimos de inspiración para no volver a ser lo que se fue.

Dejamos la enseñanza pero nos dieron la lección: ¿Sabían que el remix creado por Bayside Boys junto a la coreografía de la bailarina Mia Frye fueron los verdaderos promotores de “La Macarena” de la agrupación musical Los del Río?

Podemos rodear al mundo con nuestras ideas, dejar en el camino miles de intenciones y a ellas darles nombres y rituales. Podemos ejercer presión sobre cada deseo para que llegue a hacerse realidad y aún así, seguir cayendo en cada espera que nos impone la vida. No es llegar rápido a donde vamos apresurados, es llegar a tiempo aún si la vía está en construcción.

No podemos ofrecer lo que no somos, el poeta no puede mentir en su obra, el pintor no puede negar su intención, el músico jamás entonará la confusión de sus emociones. Todos sonreímos al público pero aun el más infame de los actores, cae ante su propio silencio y deja en el escenario un poco de aquello que lo aqueja.

Precursores de la cotidianidad, escritores de la libertad.


AV



22 de septiembre de 2022

Rastros (Palabras)

 


Imagen tomada de:

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Hay días que podemos convivir con la tranquilidad a flor de piel a pesar de todos los pendientes que la vida nos presente en el centro de mesa, días que como hoy, inician con el fervor de una cita importante y se van enrollando en un bucle de afanes, de incertidumbre, de oscuridad, de paisajes sonoros, ruidosos, absurdos, agrios, ingratos.

Nuestros días y noches son palabras que se edifican en el paisaje de lo cotidiano, damos agenda a las horas y cuantificamos los espacios de reposo, nos llenamos de emociones que defienden cada paso que damos, hasta que nos agotamos.

Son aquellos personajes que como hoy, reaparecen en llamada telefónicas que nos afanan, nos inundan de locura y comenzamos a correr de un lado a otro para dar solución a eso que no debería de estar en complicadas vicisitudes.

Cada mañana es un cuento y cada noche una fábula de aprendizaje, cada momento es un derroche de segundos y silencios. Me encuentro en frente de una taza de café esperando iniciar clases, me encuentro conversando en mi silencio con canciones de hace 20 años, me hallo bajo un puente de dudas que están hostigando cada alternativa que aparece.

Me estoy encontrando.

Hay rastros de tiempos mejores que me adornan en decisiones a tomar, se me llenan los bolsillos de fragmentos de historias. Hay retos que he ido acumulando en cada maleta como un anciano que acordándose de su infancia, gasta cuánto motivo para vivir existe, como una ruleta.

Se va desapareciendo el sentido de la vida en múltiples personajes: El profesor, el amigo, el hijo, el productor, el mensajero, el estudiante, el desaparecido.

Me encierro en mis pensamientos como un refugio militar, surgen impulsos de agradecer a cuanto fulano ha estado allí para en un abrazo confesarlo uno a uno mis sueños, mis días grises, mis canciones preferidas, mis derrotas, los temores del tiempo futuro.

Son tiempos de tomar decisiones y dar postura a paredes que han rendido su color al derroche de las horas vividas. Faltos de aire como dice la canción, llenos de nada como narra la melodía, cansados de perder, anécdotas sueltas en el suelo de la habitación esperando a ser reconstruidas en una nueva aventura.

Escritos cortos para dejar en menguante el rastro de una queja, palabras repetidas en cada párrafo.

Titulares de la cotidianidad.

AV

7 de septiembre de 2022

Lugares (Ilusiones)

 

Imagen tomada de:

https://pin.it/1YOMjip  

By:  Aissa Ibárcena

Hay lugares tristes, están dentro de la memoria, se refugian en algo de ilusión, se colorean con lo vivido en tiempos donde no había nada distinto a lo que el presente permitiera observar.

Hay lugares que en compañía son únicos y dan vida al universo entero, lugares que se descubren tomados de la mano, que se dibujan en emociones fuertes, de esas que anhelan una eternidad que la razón no es capaz de cuestionar, libre de errores, de problemas, sin puntos de llegada, solo escenarios únicos y humanos.

Hay lugares que en tiempo pasado fueron la adoración de un modo de vida, de una fantasía que se dejaba describir entre sonrisas y promesas.

Lugares para hacer promesas, para ilusionarnos de todo aquello que quizás desde la infancia se construyó en el imaginario del deber ser. Lugares en donde el viento nos despeina y nos genera dicha inmarcesible, donde el calor nos acerca en quejas de complicidad.

Lugares que nos encantaron con sus paisajes despertando el deseo de querer vivir allí, de jurar regresar con prontitud para seguir sintiendo esa felicidad que el alma espera.

Lugares que ahora son jóvenes para el transeúnte taciturno.

Lugares que son espejismos de melancolía, porque a la memoria le debemos el anhelo de una vida mejor y no de un presente recorrido. Lugares que no son lugares cuando la soledad nos toma la mano, creciendo como un jardín abandonado.

Hay encuentros que fueron hechos para no repetirse, que duraron quizás 7 años, 6 meses, 5 días o simplemente 4 horas. Encuentros que dieron base arquitectónica a cualquier proyecto de vida en lugares sin magia. Un callejón en Brasil, una playa en Aruba, un parque en Colombia o una ilusión en New York.

Hay promesas que no se cumplen porque el deseo no es fortuna del destino, palabras que se riegan sobre el viento para ser deseadas pero no escuchadas, letras que plasmamos en mensajes de pareja, de amigos, de familiares, insumos para conectarnos con nosotros mismos a través de los ojos de aquello que decimos amar.

Amamos lo vivido y deseamos que sea infinito, como las canciones que nos gustan o los libros que nos recomiendan.

Nos convertimos en pensamientos permanentes: Recordar una mueca, una cena, una caminata bajo las estrellas en la playa o una carrera desesperada en los pasillos de algún aeropuerto. Tormentos de una paz vivida.

Brindamos por la memoria de los que no están, por la soledad que nos queda en el bolsillo de un pantalón, por los vacíos de una maleta que alguna vez cargó en su interior desiertos enteros de promesas, de lágrimas que primero fueron sonrisas en trayectos inexplorados.

Hay lugares para sentarnos a recordar lo que pudieron ser razones para ser más humanos.

Hay lugares para dejarnos en meditación permanente, para dedicar canciones a los que ya no están, esos que dejaron de ser tiempo y espacio.

No existe lugar alguno para despojar la memoria, ni equipaje donde asegurarla, solamente trayectos reiterativos de compañías pasadas, humedecidas en lágrimas.

No hay lugar para observar las ilusiones.

AV


16 de abril de 2017

Un Hombre




Ha pasado mucho tiempo desde que dejé la los actos sacramentales de lado en mi agenda del día a día. Quizás en un ejercicio de rebeldía o de pretensiones menos elocuentes, forjé caminos tallados en muchas emociones para dar respuesta a mi curiosidad y a mis temores en deidades y sucesos poco comprensibles.

En los últimos casi diez años viaje por distintas veredas de fe y de dogma. Aprendí a respetar aún en la desconfianza, a dejar pasar todo aquello que tenía algún sentido sacro pero que dentro de mi estela del juicio no cabría o sería aprobado. Un viaje de más casos de curiosidad que de redención como tal. Encontré pues en uno de esos caminos el punto de retorno adecuado para cada etapa de mi vida, terminando siempre en el mismo lugar, con las mismas preguntas, con nuevas preguntas. Con respuestas que en el paso de los días aprendí a apreciar, a darle sentido a lo que en otro momento era angustia o verborrea.

En los últimos meses, cerca de 24 quizás, retomé en ese desdén de la vida las preguntas que había dejado guardadas bajo la almohada. Las retomé para dar respuesta a las plegarías que retumbaban en las paredes del hogar familiar. Las retomé como el desesperado que busca las llaves, para darnos cuenta después del trayecto que siempre las tuvimos en el bolsillo.

Preguntas que me llevaron a reflexionar sobre esta vida y la otra, tiempo en los que aún tomando distancia del sacramento me daban suficiente energía y argumentos para rehacer el discurso en el que me habría desvanecida, quizás, con el juego limpio de la culpa (o la zozobra).

Comprendí que el hombre es hombre en las palabras de quien le pronuncie, que el niño será siempre niño en el corazón de quien lo estime y le lleve con amor. Comprendí que el silencio es la base de todo, no el fin de todo. Que el amor trasciende la tarima y se despliega sobre todo lo que llamamos llanura.

Durante estos últimos meses tuve la oportunidad de participar de tres actos litúrgicos católicos, en todos los casos tuve el impulso de comulgar el cuerpo de Cristo, a la final, todo quedó en eso, en el impulso de ir a tomar la comunión, sin embargo, detrás de tal impulso surgieron con la misma potencia muchas preguntas y deseos, nuevas reflexiones, caminos que empezaban a dibujarse en la llanura, como el trayecto que se despeja con la niebla.

Durante la mañana de hoy domingo de resurrección junto a mi enamorada asistimos a misa con el ánimo pues, de dar de parte nuestra, la entrega de amor y fe a aquello a lo que tanto le damos de vida. Así, con el corazón en la mano y llenos de vida y entusiasmo persignamos cada oración, palabra y recuerdo que consideramos, debíamos de ofrendar.

A diferencia de las dos oportunidades del pasado, dónde todo radicaba allí, en el pasado, en la misa del domingo de resurrección sentí las variaciones del alma y el cuerpo jugando a una partida de Ping Pong con cada pedazo de la memoria. Comencé a recordar cada juego de cartas que mi padre componía como oraciones para entregar al Señor, como el herrero que entrega sus mejores armas para el ejército del Feudo, mi Padre, con su amor y eterna plegaría, daba composiciones a cada Santo con sus peticiones. Recordé así, a ese hombre que me enseñó el don del amor, que me dio de su mano la fuerza para emprender cada terca idea, aquel hombre que con su nobleza daba el consejo no pedido, en el momento más adecuado que mi intransigente juventud pudiese reclamar.

El miedo del futuro, lo incierto de la vida, lo débil del cuerpo y el alma. 

Los temores de la salud y la prosperidad. Esos pedacitos de muerte que se van juntando en los anaqueles de la mente para desdibujarnos un escenario y construirnos otro de incertidumbre, miedo, angustia, de desespero. De canciones rotas, de decisiones a tomar. Nuevamente el pasado hacía presencia llevándome a la memoria de la infancia, donde el Padre Efraín daba misa en una humilde capilla.

Efraín fue de esos hombres que con su carisma lograba el afecto de toda la comunidad, donaciones, abrazos, flores, frutas. Un hombre que con su paciencia y muy joven edad demostraba que el sacerdocio era un oficio para todo aquel que quisiese de verdad dar su vida al Buki, y no, como se pensaba en mi infante vida, que era oficio de ancianos y sabios. Recordé cómo los niños (incluido el suscrito) buscaban acercársele y servir de ayuda en la misa, lo recordé como el Rockstar que fue.

El presente es un valor supremo porque es lo único que nos queda, porque de este se desprende cualquier futuro o se construye cada pasado, allí, en ese presente, me entregaba en olas de silencio a cada oración que la misa de resurrección premiaba, daba paso a la diatriba con cada recuerdo, con cada imaginario de futuro, pensaba en mi esposa y me aferraba a ella como única condición de mi tiempo.

Permitirnos entonces en un encuentro nuevo consigo mismo, hallar más frutos que cualquier jornada de Bingo en un cuartel de la tercera edad. Brinda la calma y el miedo que todo ser de mi edad necesita.

Me empuja como un juego de pulso en un reloj de pared, sentir emociones rebosantes de vida y de muerte, recordar lo que es ser humano, volver a preguntarnos todo, a exigirnos respuestas y a abrirnos caminos que la mente había sellado. A retomar nombres, paisajes, excusas, silencios, mareos.

Finalizada la liturgia y camino a casa no podía manejar mis silencios, como si mi mente jugase con ellos y diera sinfonía a cada recuerdo o a cada posible escenario de futuro. Buscar la calma al interior de la carne, lejos de la duda, cerca del corazón.

Recordar, para vivir.


AV

11 de enero de 2017

Los Gatos de Cristal.




Todos tenemos historias que nos marcan en la vida, de amores que fueron y no fueron, de trabajos que quedaron o se perdieron, de victorias deportivas o fracasos académicos. Tenemos historias de amigos que ya no están, de canciones que se grabaron en el gramófono mental y perduran aún hoy día. Historias de todo color y sabor, una presencia eterna en el diario de las notas mentales.

En esta oportunidad me refiero a una historia en particular, bueno, todas son particulares. 

Hagamos memoria al año 2002, una noche de domingo, televisión nacional (no contaba con cable en el apartamento de entonces), se aventajaba el frío por entre las paredes y la soledad de un aparta-estudio no daba abasto a la inmensa incertidumbre de saber qué ocurría.

Rondando por los albores de los 17 otoños iniciaría la semana de un nuevo periodo académico en la universidad jesuita de la ciudad, el frío no mermaba y el hambre comenzaba a golpear en el intelecto. Al cumplir el primer año de vivir fuera de la casa materna, tendría dentro de la decoración uno que otro artilugio que permitiera conservar esa conexión con mis padres, más allá de una fotografía familiar. Como es bien sabido mi gusto por los felinos, contaba entre mis pertenencias dos gatos de porcelana (macho y hembra) que estaban sentados en dos patas mientras que con las patas delanteras sujetaban un corazón con un “Te amo”, era lo más simbólico en el apartamento con relación a mis padres y la ausencia o distancia que sentía, en especial al vivir en una ciudad tan lejana como la capital del país.

Cada Gato estaba ubicado encima de un televisor viejo y con barriga pronunciada, de esos televisores que se conectaban con antena de polo a tierra. Durante las noches dominicales la distracción la brindaba el Canal 1 con los inolvidables cañonazos de don JB TV y el seriado de tele realidad “Pandillas Guerra y Paz”. No había nada más por ver; mis artes culinarias (tal cual sucede al día de hoy) no son las mejores cuando de preparar arroz blanco ha de tratarse, sin embargo, con las cremas, las sopas y las carnes rojas mi talento se supera en consideraciones.

Mientras terminaba el programa musical de JB TV, comenzaba a preparar el arroz y daba paso a la carne, dicho proceso duraba aproximadamente 45 a 60 minutos entre poner el arroz en el agua (sin sal, obviamente) y tener la cena lista, mientras el tiempo pasaba, me acostaba en la cama a ver la televisión y de manera itinerante daba revisión al arroz esperando a que “secara” para así poner a preparar la carne y claro, darle mirada de que no se quemara.

Al regresar a la cama después de un par de idas y venidas, noté con un poco de duda que uno de los gatos estaba girado, es decir, ambos estaban ubicados de frente en sincronía con la pantalla del televisor, el gato estaba girado hacia el lado izquierdo. Sin darle importancia y pensando más en mi TOC solamente lo giré como debería de estar y seguí con mi menaje en acción.

De regreso a la habitación era ahora la gata la que estaba un poco girada, no del todo, hacia el lado izquierdo, como si se fijara en el gato. Me llamó la atención y la ubiqué como debía.
Durante un largo tiempo sentía la presencia de algo más en la habitación, desde meses atrás para ser sincero, pero desde la frivolidad de la educación recibida en casa no daba lugar a ese tipo de posibilidades, sin embargo, el corazón no miente y si algo he tenido en la vida, ha sido la sensibilidad para algunas situaciones como la que menciono en esta oportunidad. Sin dar espacio a creencias varias, notaba que se movían sigilosamente tales felinos.

Al cabo de una hora el arroz quedó quemado en la base y sin sabor, la carne quemada y con demasiada cebolla y tomate, el agua de panela lista con el limón (más agua que panela), serví la comida y me senté en la cama frente al televisor a cenar, el programa musical llegaba a su final y se daría inicio al programa de seriado de los adolescentes pandilleros. Comía con más hambre que atención por el programa de televisión en sí.

Ambos gatos estaban giradas a cada lado, me levanté de la cama más molesto que antes y los regañé – cómo si ellos me escucharan y fuesen a obedecer -  haciendo hincapié en que no quería que se movieran. Les suplicaba que dejaran “la pendejada”.

Hicieron caso por un rato – pienso a mis adentros – sin embargo si hay algo caprichoso en esta vida, son precisamente los fulanos que no pertenecen a esta vida. Como si desafiara todas las leyes del hombre, el gato de  porcelana saltó (digo saltar porque no hallo otro eufemismo que haga justicia a lo que vi aquella noche) cayendo en frente mío, sobre el tapete junto a la cama. Observé con más miedo que rabia, el animal de porcelana estaba intacto en el suelo, semanas atrás cuando hacía limpieza en la habitación, sin querer tumbé el muñeco del televisor y cayó sobre el tapete donde se le partió una pata a pesar de haber sido una caída suave, en cambio, en esta ocasión se databa de una caída con mucha velocidad y así y todo estaba intacto, sin un rasguño.

La gata de porcelana comenzó a girar lentamente, muy despacio casi sin poderse notar el movimiento, pero sabía que se estaba moviendo. Cuando me agaché para recoger al gato de porcelana y ver que no tenía ni un rayón la gata de porcelana estaba ya girada totalmente hacia el lado derecho. Sentí un frío penetrante, fuerte, había un ambiente a soledad poderoso en el cuarto, pesado, me incomodaba estar allí y me asfixiaba la situación.

Sin pensar en mi vestimenta de noches de domingo, bajé corriendo por las escaleras (vivía en un segundo piso) con los muñecos de porcelana en la mano. El vigilante de turno (todos de hecho) conocía un poco de mis ataques de ansiedad y mis frecuentes bajadas a la portería tarde en la noche, con la excusa de conversar con alguien.

Le conté lo ocurrido y en evidentes términos el fulano no daba credibilidad a nada de lo que yo relataba. Tomé con rabia el muñeco y lo estrellé contra la pared del edificio. El animal rebotó como una pelota de goma sin verse afectado en nada. Me dolía porque era la única conexión material con mis padres, ese recordatorio que siempre guardamos en el estante de lo inverosímil.

Me molestaba en el alma, porque sentía que se burlan de mi (los gatos, además del silencio del vigilante), sentía que me retaba, que algo me confrontaba o hacía de mi distante actitud un motivo para buscarme. Duré alrededor de una hora explicando al vigilante lo ocurrido y sumándole un par de relatos más que me habían ocurrido en las últimas semanas. Al cabo de un rato, pasó el camión de la basura, aproveché y tiré ambos muñecos esperando no volver a verles nunca.

A pesar que los gatos de porcelana ya no existirían en el estante del televisor, tanto el amor y recuerdo por mis padres, como el recuerdo de los hechos de aquel domingo no se fueron nunca del lugar. Había una complicidad indeseada entre el ambiente y mi incertidumbre.

Comenzaba una temporada de fuertes experiencias, de burlas, de iras, de rencores y de frías reacciones al calor de un fenómeno poco normal.

Fueron pocos los cercanos que escucharon mis versiones (varias de hecho) de lo ocurrido, todas concluyendo con un temor por algo que no conocía ni quería conocer. 

No volví a comprar muñecos decorativos por mucho tiempo.



AV 

9 de enero de 2017

De Oficios y Escrituras Pendientes.




Sentarse a escribir no es que sea sencillo, con el paso de los años vamos perfeccionando tal menester o, lo vamos desmejorando, de alguna manera fallamos en la redacción o en el uso en ocasiones, excesivo, de ciertos signos de puntuación o reglas ortográficas que se nos pasan por alto.

De otra parte, vamos volviéndonos cada vez más mezquinos y exigentes con el uso de la ortografía y redacción en los escritos de otros. Corremos a corregir al que falla en una publicación o comentario en redes sociales, al que nos escribe en los servicios de mensajería o sencillamente, al que se deja descubrir en una nota de prensa.

Escribir es un oficio para unos, para otros como yo es una herramienta que se limita a mejorar el qué hacer de mi profesión. La docencia como ejercicio profesional se me convierte día tras día en una campaña permanente de crecimiento personal e intelectual, el sentarme a preparar material de enseñanza lleva consigo esa reflexión constante acerca del don de escribir o para algunos, del coco de tener que escribir. A saber de sus mejoras constantes, a conocer con profundidad las reformas que las normas de publicación escrita data en cada año, a soportar los dolores de cabeza de quienes nos lee cuando faltamos a dichos formatos o damos por sentadas ciertas “pequeñeces”.

En estos tiempos de crecimiento profesional es que hallo en la escritura de mi documento de grado, un grado más, otro afiche para ubicar en la pared si así El Buki lo permite. Dicha escritura es esquiva, se la juega siempre, porque el hablar en un Blog en alguna red social lleva consigo un lenguaje común que se aleja por completo del lenguaje académico, es allí donde reparo mi tiempo la lectura de escritos de otros pares académicos para así sumergirme en dicho lenguaje académico que para la época, siempre guardamos bajo llave.

Es difícil, sin importar la constancia de los días o meses. 

El lenguaje debe siempre ser ajeno a la voluntad del escritor. El académico debe ser siempre distante al lector, ser imparcial e insensible si es el caso, en cambio, el poeta nunca miente, le es imposible mentirse a sí mismo en sus letras, negarse a las posturas o no querer interpelar a quien le lee y le retroalimenta.

La academia disfruta de las interpelaciones, sin embargo, les exige un grado de profundidad que en ocasiones solo se limita a la réplica, por su parte, el poeta se sumerge en sus ideas sin darle lugar a los argumentos que otros puedan evidenciar o sugerir; una diatriba que se nos hace compleja vez tras vez cuando es el arte del escribir un oficio que constantemente se mezcla entre las aulas y la cotidianidad.
Es pretender exponer nuestras ideas y las ideas de otros, fundamentar todo como un juego único de especies y comenzar a visibilizarlas con un sentido y una lógica única, en ocasiones, egoísta.

Cuesta esforzarse para dar lugar a cada ritmo de escritura, lleva en su pasaje una identidad que almacena en ella la misma información,  que lleva a las motivaciones a ritmos diferentes, desde las banalidades de una noticia cotidiana o la indignación de una calamidad nacional, desde las ideas de un viejo remitente que quiere proponer mejoras u observaciones a un asunto de interés sectorial, hasta las mismísimas teorías del tiempo y la humanidad que se van replanteando con el ciclo de los años.

Permanecer en dicho estado de lectura da como frutos el retomar el discurso oportuno, los atajos y comandos para una mejor forma en lo que se escribe y lo que se desea comunicar. No es que se trate de un ejercicio permanente de lectura, pero sí de hallar referentes que lleven el mismo corte de contenido de lo que uno pretende comunicar en algún momento, intentar sumergirnos en breves (no tan breves) discursos de reconocidos investigadores, institutos y hasta asociaciones de profesionales que discuten eso que uno ha dicho, es su tema de interés.

Pero también es poesía, es una prosa inconfundible de verborrea que se asoma en cada página inclusive de entidades académicas bien reconocidas. 

Es cómico, quizás, precisamente porque la academia no tolera la comedia y la improvisación en sus páginas, mucho menos los estamentos nacionales e internacionales de evaluación científica (como se lee de bonito), es entonces, un juego de roles y de egos que se asoma en los textos, porque también existen los grandes pensadores de la nada que publican interesantes aportes académicos en una primera versión y siguiendo dicha línea de estudio comienzan a derivar sus letras en el mismo mensaje pero con otro tono. Se expanden en la mayor cantidad de vacilaciones al punto de recitar sus investigaciones (del mismo tema pero con múltiples matices por impresión) como si se tratasen de dogmas. Allí es donde la comedia también huye, porque no queremos ser expertos de la nada, ni claro, ser récord olímpico de verborrea.

No somos entonces dados a la escritura como la pulcra labor que tanto enorgullecía a poetas y escribanos, ni nos damos esas lides de identidad y helio en el ego, pero somos humanos, mundanos, somos además, ingenuos.

Nos convertimos por temporadas en académicos y en poetas, en docentes y en blogueros, en amantes de lo inverosímil y en expositores de lo imperceptible. Nos hacemos invisibles en ambos casos ante quien nos lee, pero sin que nos encuentre, nos desnudamos con las ideas que de allí emanan.

Nos convertimos en maestros de obra, mezclamos el cemento con el mismo decoro con el que mezclamos las emociones ante cada idea que queremos plasmar.

Sin importar que al final nada terminamos por decir.

Por anunciar.


AV

6 de enero de 2017

Camino a Ciudad Esmeralda.






En cada historia que escribimos damos protagonismo a un personaje, a un suceso, inclusive, a la nada. Destrabamos letras de la memoria para darles un orden con el cual podamos comunicar lo que callamos inclusive más de lo acostumbrado.

Amo la lluvia porque de ella se levantan los suspiros de muchos silencios que hemos dejado a la poesía. Amo el silencio, porque de allí emerge el más sublime de los encuentros con uno mismo, amo el recuerdo, porque de la nostalgia vivimos todos y es en ella donde se escriben las mejores historias y se componen las mejores canciones.

El tiempo como buen consejero ha sido testigo del arte de silenciarnos y observar a la vida transcurrir su curso y sus mensajes cifrados, querer entender todo lo que nos ocurre, dibujarnos en los vidrios empañados del carro y pretender ser infantes de nuevo. Iniciamos el año rememorando lo que el pasado nos dejó, llevarse a la memoria por los vicios del silencio y de cada canción, nos alejamos como el globo de helio que se le escapa a una niña en el centro comercial, disipamos la espera como el helado que cae al suelo y hace brotar las lágrimas en el niño que recién iba comenzar a probarlo. 

Un concurso de ironías nos descubre en ese vaivén que llamamos vida.

El camino a Ciudad Esmeralda se distingue por los baldosines amarillos, los fantásticos personajes que deambulan en el y las múltiples historias que de allí se puedan relatar, sin embargo, en la memoria esos caminos no son de baldosines amarillos ni están llenos de fantásticos fulanos, solo hay imágenes y canciones, familiares y conocidos.

Nos abrazamos a la nostalgia con el mismo afán con el que la melancolía nos busca en las salas de espera; nos dibujamos sonrisas en  fiestas de fin de año mientras las lágrimas brotan en silencio a la par de los juegos pirotécnicos. Nos sacude el tedio de las despedidas pasadas.
Pero no siempre es así.

Ha sido muy difícil esto de tragar entero cada sentimiento con el ánimo de seguir adelante afrontando cada reto del día, sin embargo, son miles las alegrías que por vez ha traído cada día. El poder consolidar día a día la institución del amor, ser fuerte en el hermoso esfuerzo de construir en pareja el proyecto de vida soñado, ser fiel a los principios y no dejarnos desviar del objetivo. 

Ha sido fácil entonces, el soportar cada silencio que el alma clama cuando de la mano se lleva a la mejor de las compañías, aquel polo a tierra que permite se siembre las ideas y se cosechen triunfos familiares.

No es que se trate pues de emprender un camino donde la melancolía es la constante de los pasos, es entender de adentro hacia afuera que además de las lágrimas o quejidos que podamos exhalar, están presentes las sonrisas y los besos.

El ánimo perfecto que busca equilibrar pasado y futuro en un maravilloso presente lleno de amor, de un amor bonito. Un presente que puede darse entonces en forma de baldosines amarillos, llevarnos a Ciudad Esmeralda y en ella despojar las ideas y los suspiros, los temores y las aflicciones. Una ciudad que puede ser ficción en su forma pero que su esencia está ambientada por lo que dos construyen y no uno, como inicialmente pensábamos.

Porque la vida cambia, la vida nos ha dado ese empujón de motivos para con ellos replantear el modo de avistar. Nos ha dado cuatro manos para sembrar, cuatro piernas para caminar, nos ha dado la perfección del amor hecha materia, ahora somos pareja y en múltiplos de dos vamos como los artesanos, construyendo a mano los sueños que queremos sean de total satisfacción.

Hora de llenarnos de fibra, de darle a la melancolía un lugar en el equipaje, pero no darle la prioridad que demanda, por el contrario, momento de darle al amor bonito la dicha de ser protagonista, de ser pensamiento y palabra, de darnos ese clamor de vida que nos transporta a los mejores recuerdos de aquellos que no nos pueden acompañar, que nos transporta a las mejores vivencias de los años anteriores, de los aprendizajes que sirven de herramienta para el proyecto de vida de un Don y una Doña.

Amo la lluvia porque de ella se levantan los suspiros que mi corazón quiere declamar al corazón de ella. Amo el silencio que nace de nuestras miradas, porque allí reside el poder eterno del amor, de ese amor que hace emerger el más sublime de los encuentros, encuentros donde se escriben las mejores historias y se componen las mejores canciones.

En cada historia que escribimos damos protagonismo a un personaje, a un suceso, inclusive, a la nada. Destrabamos letras de la memoria para darles un orden con el cual podamos comunicar lo que callamos inclusive más de lo acostumbrado. En cada historia que juntos vamos construyendo se va publicando el amor más bonito de todos, se va viviendo la fiesta más grande del universo, una fiesta para dos, para avistar a la vida en cada canción.

Es que ella es mi fiesta, es mi camino a Ciudad Esmeralda, es mi silencio y mi bullicio. Mis sueños y recuerdos juntos, el fervor de los recuerdos futuros.

Mi fiesta.

AV