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En cada
historia que escribimos damos protagonismo a un personaje, a un suceso,
inclusive, a la nada. Destrabamos letras de la memoria para darles un orden con
el cual podamos comunicar lo que callamos inclusive más de lo acostumbrado.
Amo la lluvia
porque de ella se levantan los suspiros de muchos silencios que hemos dejado a
la poesía. Amo el silencio, porque de allí emerge el más sublime de los
encuentros con uno mismo, amo el recuerdo, porque de la nostalgia vivimos todos
y es en ella donde se escriben las mejores historias y se componen las mejores
canciones.
El tiempo como
buen consejero ha sido testigo del arte de silenciarnos y observar a la vida
transcurrir su curso y sus mensajes cifrados, querer entender todo lo que nos
ocurre, dibujarnos en los vidrios empañados del carro y pretender ser infantes
de nuevo. Iniciamos el año rememorando lo que el pasado nos dejó, llevarse a la
memoria por los vicios del silencio y de cada canción, nos alejamos como el
globo de helio que se le escapa a una niña en el centro comercial, disipamos la
espera como el helado que cae al suelo y hace brotar las lágrimas en el niño
que recién iba comenzar a probarlo.
Un concurso de ironías nos descubre en ese vaivén
que llamamos vida.
El camino a Ciudad
Esmeralda se distingue por los baldosines amarillos, los fantásticos personajes
que deambulan en el y las múltiples historias que de allí se puedan relatar,
sin embargo, en la memoria esos caminos no son de baldosines amarillos ni están
llenos de fantásticos fulanos, solo hay imágenes y canciones, familiares y
conocidos.
Nos abrazamos
a la nostalgia con el mismo afán con el que la melancolía nos busca en las
salas de espera; nos dibujamos sonrisas en
fiestas de fin de año mientras las lágrimas brotan en silencio a la par
de los juegos pirotécnicos. Nos sacude el tedio de las despedidas pasadas.
Pero no
siempre es así.
Ha sido muy difícil
esto de tragar entero cada sentimiento con el ánimo de seguir adelante
afrontando cada reto del día, sin embargo, son miles las alegrías que por vez
ha traído cada día. El poder consolidar día a día la institución del amor, ser
fuerte en el hermoso esfuerzo de construir en pareja el proyecto de vida
soñado, ser fiel a los principios y no dejarnos desviar del objetivo.
Ha sido
fácil entonces, el soportar cada silencio que el alma clama cuando de la mano
se lleva a la mejor de las compañías, aquel polo a tierra que permite se
siembre las ideas y se cosechen triunfos familiares.
No es que se
trate pues de emprender un camino donde la melancolía es la constante de los
pasos, es entender de adentro hacia afuera que además de las lágrimas o
quejidos que podamos exhalar, están presentes las sonrisas y los besos.
El ánimo
perfecto que busca equilibrar pasado y futuro en un maravilloso presente lleno
de amor, de un amor bonito. Un presente que puede darse entonces en forma de
baldosines amarillos, llevarnos a Ciudad Esmeralda y en ella despojar las ideas
y los suspiros, los temores y las aflicciones. Una ciudad que puede ser ficción
en su forma pero que su esencia está ambientada por lo que dos construyen y no
uno, como inicialmente pensábamos.
Porque la vida
cambia, la vida nos ha dado ese empujón de motivos para con ellos replantear el
modo de avistar. Nos ha dado cuatro manos para sembrar, cuatro piernas para
caminar, nos ha dado la perfección del amor hecha materia, ahora somos pareja y
en múltiplos de dos vamos como los artesanos, construyendo a mano los sueños
que queremos sean de total satisfacción.
Hora de
llenarnos de fibra, de darle a la melancolía un lugar en el equipaje, pero no
darle la prioridad que demanda, por el contrario, momento de darle al amor
bonito la dicha de ser protagonista, de ser pensamiento y palabra, de darnos
ese clamor de vida que nos transporta a los mejores recuerdos de aquellos que
no nos pueden acompañar, que nos transporta a las mejores vivencias de los años
anteriores, de los aprendizajes que sirven de herramienta para el proyecto de
vida de un Don y una Doña.
Amo la lluvia
porque de ella se levantan los suspiros que mi corazón quiere declamar al
corazón de ella. Amo el silencio que nace de nuestras miradas, porque allí
reside el poder eterno del amor, de ese amor que hace emerger el más sublime de
los encuentros, encuentros donde se escriben las mejores historias y se componen
las mejores canciones.
En cada
historia que escribimos damos protagonismo a un personaje, a un suceso,
inclusive, a la nada. Destrabamos letras de la memoria para darles un orden con
el cual podamos comunicar lo que callamos inclusive más de lo acostumbrado. En
cada historia que juntos vamos construyendo se va publicando el amor más bonito
de todos, se va viviendo la fiesta más grande del universo, una fiesta para
dos, para avistar a la vida en cada canción.
Es que ella es
mi fiesta, es mi camino a Ciudad Esmeralda, es mi silencio y mi bullicio. Mis
sueños y recuerdos juntos, el fervor de los recuerdos futuros.
Mi fiesta.
AV
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