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No es que esté bien del todo, de alguna manera todos estamos
rotos por dentro. Sufrimos del guayabo de la despedida de un amigo, de un
lugar, de un amor o un familiar. Nos pasamos el tiempo pensando en el ayer, en
pretextos para mejorar situaciones ya vividas, como si pudiésemos regresar en
el tiempo y corregir o evitar esos sucesos que nos marcaron para algo en
especial.
Es normal entonces encontrar escritos de personajes influyentes
y otros no tan influyentes haciendo su balance del año que terminó. De aquel
2016 que se fue dejando satisfacciones y dolores en unos y otros. En este blog
por lo general se da escritura a tal tipo de balances, siempre con el principio
de dar gracias por lo vivido, por aprender de cada vivencia, de cada persona
que conocemos, de cada golpe que recibimos y de cada comida que digerimos.
Siempre nos da por pensar en aquello y en lo otro, damos vueltas
a ese año como si fuese una taza de café esperando a ser servida. No volví a
escribir desde hace mucho, insisto, porque todos estamos rotos por dentro. Dejé
de lado este quehacer para ocuparme en labores de niño grande, jugar a ser
adulto en un mundo de fantasía que no soporta las desigualdades.
Recuerdo entonces conversaciones con mi gran amigo David
Guillermo, de años más lejanos que el 2016 que terminó, donde en alguna de ellas
mentábamos que cuando se vive una crisis, se debe aprender de ella, pues las
crisis son precisamente la única manera de aprender a conocernos, de reconocer
todo aquello de lo que somos capaces, pues muchos fulanos pueden superar una crisis
pero al cabo de un tiempo, recaer en otra y así sucesivamente, sin aprender
nada, sin reconocerse como sujetos. Las crisis son para reconocernos de lo que
somos capaces, para transformarnos, para
dejar de ser algo y asumir un aprendizaje puntual.
No puedo asumir este 2017 como el año de la revancha o el año
donde vamos a crecer y ser mejores persona, de cierta manera, esa es la labor
de cada año que llega, así que afirmarlo sería caer en un juego de palabras
propio de todos aquellos que se sienten
por igual bendecidos y afortunados, con más “reflexiones” que acciones.
Asimismo, no puedo darle el crédito al 2017 de ser un año que llega con grandes
cosas, porque sería un completo acto de ingratitud con el año que se fue ( y
todo lo que se llevó), si bien cada año trae grandes cosas para la vida, es
cada uno el que decide a qué presta atención y qué aprehende.
No es hacer disertaciones ni formular paradojas como un sabio de
esos que dejan sus pensamientos en murales (aún con faltas de ortografía); no
es pelar capa por capa las historias
hasta llegar a una moraleja, pues algunos se desvivirían por crear grandes
relatos olvidando los sencillos y bellos aprendizajes de la cotidianidad.
He renunciado a la cotidianidad desde el pasado año, no porque
me convirtiese en un ser de esos que viven el día a día esperando que sorpresa
trae, por el contrario, perdí la capacidad de asombro sobre las pequeñeces para
internarme (como mecanismo de defensa) en las rutinarias tareas de cada
jornada. Ser un autómata dedicado al trabajo, al estudio, al hogar y a los
amigos pero desde la superficialidad de
un encuentro ya planeado.
Me sorprendo porque no es mi forma de ser ni actuar ante la
vida, pero es un mecanismo de defensa que adopté ante las desdichas de lo
vivido. Me convertí en ese cobarde que tapó sus oídos evitando escuchar los
mensajes del día a día. Me convertí en ese evasivo ser lleno de información que
nada dejó para el mundo, como un ladrillo que sirve para construir una
vivienda, pero que fue utilizado para romper la cabeza de otro fulano.
Sátiras, silencios, conformismos. Todo o nada, quién sabe. Un
año de aprendizajes, y claro, es que todos los años son así.
¿Usted qué aprendió de diciembre? ¿Ven? El ejercicio es
sencillo, no es mirar el año entero y sacar conclusiones o reflexiones, es ver
la vida momento a momento y encontrar en la cotidianidad esas noticias que nos
sorprenden, enseñan, molestan, que nos invitan a indagar, a vivir, a soñar.
Bien lo dice Rita Shirley, en ocasiones solemos soñar más de lo
que la realidad nos permite (soportar),
pero El Buki jamás abandona a sus
cachorros. Debemos no solo aprender a dar valor a cada cosa que soñamos y a
cada realidad que confrontamos (soportamos),
debemos además ver la película completa, aprender a reconocer que los que se
fueron lo hicieron porque ese era el momento de su partida, aprender a soltar
cuando la vida nos quita y se hace sorda a nuestras pataletas y berrinches.
Aprender a entender la ingratitud de los amigos. Es algo mágico
(insoportable) pretender ser
tolerante con todos aquellos que afirman ser nuestros mejores aliados cuando a
la final, en el balance del año que termina, del día a día, del momento,
observamos que fueron más los silencios y ausencias que las verdaderas muestras
de amistad.
Es aprender a reconocernos con el paquete completo: Amigos,
Trabajo, Familia y Espiritualidad.
Es aprender a leer los titulares de cada noticia que la
cotidianidad arroja.
AV
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