Imagen
tomada de: www.easternstate.org
“Saying Goodbye to the Ghost Cats”
Tracy Lynn Kendig (2012)
Hay historias que nacen para
contarse como un recuerdo vivido de lo que se podría aproximar al amor. Cuentos
que se escriben para reseñar aprendizajes y lecciones que lleven a la reflexión
y la contemplación. Discursos inclusive, que derivan en parábolas, que se
desquitan de la ciudad en imaginarios sociales. Hay historias que no contamos
porque las relegamos a la fantasía, las dejamos en el armario y allí,
encerradas junto a los cadáveres las silenciamos, porque nos da miedo, porque
no las entendemos, porque nadie quizás nos las vaya a creer.
Hay lugares que tienen su
magia, encantadoras plazas donde nacen los primeros versos de un poema,
pasillos que en su silencioso espacio son confidentes de murmullos de oficina,
bancos que en sus filas reseñan las anécdotas de infieles y testarudos, sillas
de cafetería, de transporte público, de salas de espera, eternos lugares para
convidar recuerdos y anhelos, escenarios de lo real donde lo ficticio se vuelve
elocuente al unísono con el aburrimiento.
Existen canciones que narran
esas historias, que detallan aquellos lugares o re inventan la magia de la
palabra en arreglos musicales que dan felicidad o eterna tristeza a todo cuanto
se vive o rememora. Vivimos de imaginarios sociales, de contarnos delante del
otro esa necesidad de experimentar sus cuentos.
Aquellas historias que no son
contadas por lo general salen a la luz en espacios de intimidad, en susurros de
una noche de copas, en residencias lejos de lo urbano, en paseos de encuentro
con la naturaleza o en el diván de un profesional de la salud mental. Historias
que nos dejamos convidar porque el morbo es más poderoso que el miedo, porque
lo desconocido nos hace cómplices cuando hallamos empatía en el sufrimiento o
placer del otro, en el modo en que nos narramos lo que callamos.
Desde siempre he tenido cierta
sensibilidad a estos encuentros, a estos cuentos, a los misterios del discurso
hecho poesía urbana, a las banalidades de un cuento mal contado, a los miedos
de un closet cargado de brujas y demonios, de duendes y aparecidos. Historias
acompañadas de rock, de baladas, de salsa romántica, de vallenatos, sin
importar la edad el cuento persiste.
En alguna oportunidad
conversamos de ello en este espacio de lectura, otras aún siguen en vigente construcción y las demás por lo general terminan en ficciones y relatos , en todo caso son historias que rematamos con un poco de locura para darle
placer a las palabras que rebuscamos para hacerlas entendibles, de algún modo,
nos sentimos atraídos por el peligro y la estupidez, no es que sea vano dejarlo
en plegarias y dogmas, pues también aprendemos a convivir con los mitos y los
hitos, con los retos de la conciencia y lo espiritual, lo ininteligible.
Con algunas amistades hemos
sido testigos de situaciones paranormales o científicamente indemostrables,
poéticamente expresables y visceralmente sensibles. Con otros hemos tenido
cierta flexibilidad espiritual (?) y en el resto de los casos, hemos sido total
víctimas de la mente y la realidad, dicotomía de la locura.
A lo largo de los años uno
aprende a convivir con tales hitos, pero siempre llega una situación sorpresa
que cambia el paradigma o remueve vísceras, por lo general son situaciones en
las que es mejor guardar silencio y hacer memoria para saber si se identifica
algo en especial o, casos en que es mejor prestar demasiada atención por si se
trata de una nueva etapa de exploración indeseada (?)
Los hospitales son los
escenarios por preferencia aptos para la aparición o inspiración de este tipo
de material anecdótico y esta semana no fue la excepción. Por razones que no
vienen al caso no entraré en detalles pero mi padre se encuentra en la unidad
de cuidados intensivos desde hace algunos días, producto del tratamiento ha
sido sedado para evitar complicaciones de algún tipo, así pues, mi madre y yo
hemos turnado nuestras jornadas para ir a visitarle y cuidarle mientras siga en
la clínica.
Esta mañana al llegar al lugar
de los hechos mi padre me recibió con la sonrisa que lo caracteriza, comenzó a
quejarse de todo (propio de un señor de su edad) hasta que inició la narración
de unos sucesos que al finalizar no tuve más opción que considerar a) “Que
traba tan hijuemadre la que le dio el medicamento” o b) Que sueño tan bárbaro
el que tuvo” que viene siendo casi lo mismo que la opción a.
Conversamos por largo momento
en medio de las incongruentes frases hasta que fijó su mirada y me señaló: “mire papi lo que llegó” haciendo
referencia al techo de la habitación, justo en la entrada. No vi nada y tampoco
entendía que trataba de decirme. - “¿no
lo ve?” - me preguntó insistentemente, preocupado de que yo no lo viera o le creyera lo que me decía. Por supuesto que no, y ante mi
respuesta hizo un gesto de sorpresa, como si se diese cuenta consigo mismo que
algo no andaba dentro de lo normal.
Nunca me dijo qué o quién era (cambió el tema con prontitud). No supe de qué se trataba.
En el transcurso del
día señalaba personas en el pasillo que no estaban, mencionaba a unas
bailarinas que iban y venían, mentaba de gente que ya se iba y que lo
esperaban, que llamara al médico para que lo dejara salir, inclusive, al ver
frustradas sus intenciones de retirarse de la camilla, se molestaba. Durante toda la mañana estuvo observando sin entender qué era real o no.
Delirios (quizás)
Me toma por sorpresa porque mi padre jamás ha sido
una persona de creencias o sensibilidad a estos temas tan volátiles, pero las
miradas no mienten, el lenguaje corporal tampoco. Verle en ese estado (acuso
también a la opción de los sedantes y medicamentos, pero no del todo) y
convencido de la presencia de lo que no se podía observar era a mi juicio una
señal de algo que jamás entenderé.
Hay historias que nacen para
contarse como un recuerdo vivido de lo que se podría aproximar a anécdotas o
cuentos chinos, historias que no contamos porque las relegamos a la fantasía,
las dejamos en el armario y allí, encerradas en la memoria junto al silencio
las vamos desdibujando porque nos da miedo, porque no las entendemos, porque
nadie quizás nos las vaya a creer.
Hay lugares con sus propias
historias,
… sus propios personajes.
AV
(seguramente continúa)
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