Imagen tomada de: https://streetartutopia.com/2021/07/06/street-art-cats-a-collection/
Street (cat) Art by: SWIFTMANTIS (Papaioea, New Zealand)
Fijó su mirada en el horizonte.
Observando carros y buses, el resplandeciente brillo de un sol de mediodía
sobre la carpa de una que otra panadería, el cansado andar de los semáforos
entre el rojo y el verde, el azul cielo que se desdibuja entre edificaciones y
vallas publicitarias. Que se duerme sobre la copa de un palo de mango.
Un horizonte lleno de ruido, una
ciudad desesperada que sin dar cuenta de las historias que emergen se
consuela con el ritmo de lo invisible. Allí se sacude los pensamientos con el
corazón aburrido, celoso de canciones sin remitente, compositor de quejas y
reproches sin importancia. Con las manos en los bolsillos apretando las pocas
monedas que quedan, con la mirada intentando descubrir el calor de un sol que
huye de la ciudad misma.
Tarde.
Con sus audífonos encerrado en sus
pensamientos avanza calle tras calle, como un desarraigado que centrado en sus
pendientes evita caer en distracción de las vitrinas de las sex shop, o en la salvaje
atención de un puesto de fritos a plena vía, o el malabarismo de otro
desarraigado, migrantes que se vigilan.
Muy tarde.
Una canción puede encerrarse en la
mente al punto de caer en total introspección del universo, como también
alejarnos de cuanto pensamiento abunde y patearnos contra la realidad. Un
caminante puede atravesar cuantas vías pueda en su día a día, pero en su
trascender pueden surgir pensamientos, canciones, personajes o incluso
pendientes que al revolotearse en una sinfonía derivan en un ataque de hambre.
Se detuvo a comer algo ligero como
un pastel de yuca, lo acompañó con alguna bebida de malta y saboreó su
melancolía con algo de dulce en el corazón: Una ventana gigante referenciaba su
pasado del otro lado de la calle.
Edificio viejo, gris, mudo al estupor
de las generaciones que cruzaron por su frente.
Lo juzga con la mirada.
A lo alto
el sol cuestiona la memoria, sobre la sombra un vendedor de lotería intenta entablar comunicación, a su espalda, sobre el puesto de fritos, una señora
expectante le observaba morder el último pedazo de pastel, en su interior la imagen de un
niño que juega sobre el parapeto de la entrada del edificio se hace etéreo. Su mente se revolotea como un coqueto
momento de esos que surgen de la bóveda de la eternidad.
Terminó de masticar y con la botella
en la mano avanzó como quien huye del viento.
Un vendedor de manillas y anillos limpia
su pipa sobre un tapete en la vía peatonal, una señora a gritos oferta el
consumo de mango y chontaduro, un ciclista cruza la vía sin respetar la señal
de PARE. Con el mismo afán un mensajero busca la entrada al edificio de
enfrente para dejar algún recado.
Todos corren en la víspera del
momento siguiente, todos se enferman en la raíz de una tarde que comienza a
pintar de sepia los andenes.
Un café abre para atender a quienes
desesperados llegan a reposar los frijoles de un día cualquiera. Un amable caballero
se pasea entre esquinas ofreciendo sus servicios de lustrado de zapatos otro por su parte oferta dulces y cigarrillos.
Sigue su camino y se encuentra entre las ideas con un recuerdo indebido, se cuestiona, se detiene.
Observa el pasado entre murales y árboles de mango.
Se inquieta.
Vive su día al afán de un
desesperado sol que poco a poco va girando entre nubes juguetonas, se desea a
sí mismo la capacidad de olvidar, como su vida misma se hubiese dejado en
poemas escritos en tiempos de autobuses y canciones en frecuencia FM.
Cada segundo se reinicia en su
mente, sigue caminando, se aleja, encuentra en la autopista principal un puente
para cruzar al otro lado, se pierde entre la multitud, como un cómplice de aquellos
caminantes que en sus malos ratos conservan secretos en la memoria, como los
reyes católicos, como los libertarios que reclaman derechos propios, como los
poetas que sentados en un parque dan mantenimiento a una máquina de escribir.
Atrás, en una edificación de antaño,
se registran vivencias dadas a toda clase de transeúnte, solo sobrevive el fruto de un palo de mango que en cada temporada llega para dar color a la calle.
Hay promoción de incienso en el semáforo siguiente: Una desesperada pasarela de silenciosos momentos.
AV
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