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Black Cat Red Door by Carol Leigh
Hay momentos en que nos fastidian
aquellas canciones que en otro momento fueron fascinación, días en que se nos
hace pesado cada paso como si fuese una pena el tener que seguir adelante. Cada
día es una consecuencia de lo vivido, del engaño, de la frustración, de dolores
y manías.
Nos juramos un mejor futuro en
cuanto nos llega la oportunidad de invertir mejor el tiempo, pedazos de ideas
que se reúnen en altas expectativas y sucumben al primer obstáculo, a la
primera negativa.
Anoche tuve la oportunidad de
conversar en distintos momentos con dos mujeres que en su maravillosa forma de
ser me dejaron algo de aprendizaje, algo de curiosidad, algo de ellas.
En una primera conversación logramos
encontrar ese brillo que como todo requiere de fuerza y mucha amabilidad (y
quizás algo de amor) para trascender. Reencontrar en las palabras fechas y
acciones, darle vuelta al mundo y empezar con los brazos abiertos para dar
apoyo a los demás, dejar esa densidad sobre la espera sombra de la cotidianidad.
Brillamos con la luz que recibimos y con ella, iluminamos a quienes en
oscuridad danzan desesperados.
En una segunda conversación el arte
y la vida se revuelven en las emociones de quienes desde el silencio viajan por
recuerdos y fantasías. Una cárcel de sentimientos que nos ahuyenta de las
relaciones sociales, de la posibilidad misma de existir en las palabras del otro.
Ante la existencia del gusto por
otra persona, como pensamiento, deseo o fantasía se cruza de manera abrupta la
posibilidad de que sea real y simplemente estamos distraídos ante la vida, ante
la existencia de otros (tal vez).
Conversaciones que cierran un principio
de semana interesante, porque de expectativas precisamente es que me he
sostenido en pie durante los últimos tiempos. Redescubrirme, cuestionarme (permanentemente),
acusarme ante el espejo, señalarme de esto y de lo otro, pero también de
consolarme y recordarme a diario de la fuerza que tengo para dar el salto de la
cama y al mundo intentar (de nuevo) conquistar.
Conversaciones que aparecen como la
lluvia, para refrescar al sediento, para ahogar al hambriento.
Hay canciones que nos dieron la
dicha de un breve momento y a ellas la eternidad como agradecimiento, pero
vamos, han pasado los años y ahora a esas canciones es que se ciernen disgustos
y malestares.
Nos renovamos con las ideas que
llegan, damos espacio a nuevas historias y sembramos promesas, brillamos ante
el espejo creyendo que estamos iluminando nuestro camino cuando realmente
estamos ante un encierro inmarcesible.
Cada día es una (posible) consecuencia
de lo vivido, de la esperanza de un amor que se fue, de la idealización de una
persona recién conocida, de la memoria de proyectos inconclusos, de algo tan
simple como el olvido de la rutina.
De este olvido soltamos las ganas de
continuar y vamos como náufragos a la deriva, en medio del ruido, dando uno que
otro paso para adelante sin tener idea dónde queda el norte.
Reflejamos en las personas una parte
de nosotros.
A bien podremos tener la capacidad
de enamorar a quienes no nos han dado su nombre, a bien podemos ayudar a sanar
a quienes mueren de tristeza a pesar de verles sonreír. Quizás damos alimento con
nuestras palabras a los que de alguna manera han cercado su cotidianidad en una
soledad repentina.
Podemos ser gestores de cambios
positivos, podemos dar de nuestra aburrida luz algo de vida a quien ha estado
en confusa estadía por este mundo.
Días en que nos observamos al espejo
y no nos identificamos, salimos a cumplir con el deber de la edad adulta y
cargamos en el maletín las preocupaciones con el afán de alcanzar las
ocupaciones, nos desdibujamos en un recinto de ambiguas funciones. El niño se
ha vuelto hombre y el hombre quiere ser niño.
Son bienvenidas siempre las conversaciones,
los encuentros y reencuentros.
Son necesarias las repentinas dudas,
la luz de quienes puedan darnos cuenta de su tiempo, de su final, de su
cambios, de nuestra visión del mundo.
Acabo recién de tener una conversación interesante, como si el camino se fuera a recomponer en una carreta de verduras, o en una para de bus. La vida sigue y para bien.
Nos juramos un mejor futuro en
cuanto nos llega la oportunidad de invertir mejor el tiempo: Conversaciones.
AV
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