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Un poco de esperanza.
Solo necesitamos un poco de esperanza.
Confianza, a veces, nos falta una pizca de confianza.
No es que estemos en arcaica soledad o que dependamos de
una valoración positiva sino, mas bien entrar en profundas aguas, frías,
solitarias, ausentes, llenas de dudas y especulaciones. Sumergirnos en la
conciencia de los débiles y ser uno de ellos, reflejarnos en pasos frágiles,
candentes, de sucias palabras.
Hablar de confianza es pretender
entendernos a nosotros mismos ante un espejo. Hablar de esperanza es comprender
las palabras cuando salen del espejo y no correr de temor, por el hecho mismo.
La melancolía llega a casa como el
viejo andariego que ha recorrido el mundo sin encontrar la felicidad anhelada.
Se sienta en un rincón y reflexiona sobre el deber ser de una vida caminada a
lo ancho de cada historia vivida. Nos acaricia como un canto de sirena, nos
acicala, nos atormenta, nos reta.
Estar en soledad es comprenderse a
uno mismo, saberse manejar ante ataques de rabia, corregir las palabras que
dejamos salir en encuentros no deseados. Limitarnos ante la duda del prójimo.
No somos lo que hacemos, somos lo que aparentamos.
Cualquiera puede parecer retador o
verdugo, no estamos para coordinar ideas abstractas. Estamos rotos, quebrados,
fingiendo ser correctos paladines de la cotidianidad. Ante las palabras de otros
somos armas a tomar, como si la pared misma fuese un ejército de recuerdos que
desea ser estropeado de un solo golpe.
Como si viviéramos en mil lugares y
en ellos mil historias nos llevaran de regreso a donde la tristeza alguna vez
fue felicidad.
Como si cada aliento llegase en
amigos que juran saber lo mejor de nosotros, o por qué no, como si lo mejor de
nosotros se negase a llegar a cada ser que nos rodea. Taciturnos, circunspectos,
intransigentes, egoístas, humanos, jodidamente humanos.
Tímida voz de rechazo que se queja
de los consejos que otros predican cuando la soledad es constelación. Agudas
palabras de rechazo que se escupen cuando el consejo de otros es invitación a caminar
los mismos linderos del pasado. Agresivas miradas que nacen de un silencio
incómodo que parece melancolía, pero que a la hora de la verdad es solo poesía.
Vivimos en un mismo lugar, nuestro
lugar, nuestra melancolía.
No se trata solamente de confiar.
AV
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