Imagen tomada de: http://kazani.gr/2014/07/
30 Melancholic Cats
Waiting For Their Humans To Return
Hay historias que se construyen con los días, hay
noticias que nos llegan con el nuevo día en y él se nos entrometen en la calma
del momento. Llamadas que recibimos desde lejos o cerca, palabras que se nos
van enredando en el aire, como el sudor
que se nos impregna en la ropa y nos hace incómodos ante un solitario soplo de
calor.
Nos volvemos expertos en recurrir a maromas de último
momento, en diligenciar datos con la premura del tiempo perdido, nos acercamos
a la divinidad de las cosas en la medida en que las vamos perdiendo, en
definitiva, nos volvemos cada vez más humanos por cuanta razón hallamos en el
descuido.
No es que se trate de ser descuidados, somos metódicos en
nuestros tiempos, damos uso a cada argumento para dilatar el calor y el
espacio, para hacer de las tareas un asunto pendiente en la agenda de los días
pasados, como si las fechas de entrega fueran estaciones del tiempo y no
límites a la decencia.
Comprendemos a los amigos por lo que son, diferenciamos
su escala de valores con los colores de la puntualidad, nos desesperamos en la
espera pero aprendemos que con ella vienen tiempos nuevos, cada caso es su
propio andar, cada ocurrencia trae sus tiempos y sus ritmos, pero en los
encuentros generales el que madruga no siempre cuenta con la ayuda del señor,
mucho menos el que llega tarde, a la final, el asunto era encontrarse, las
reglas sociales de conducta pasan a un plano muy pero muy inferior.
Siempre es que una flor tiene el tiempo suficiente para
crecer, para hacerse vida en un único lugar, en un estático plano que más que
general es casual. Tiene el tiempo suficiente para florecer y hacerse bella en
un gris mundo de desamparados.
Siempre es que aparece un afanado que llega tarde a sus
citas, pero que las justifica con una flor, porque regalar una rosa o un
girasol puede ser más coqueto que sonreír con la puntualidad del tiempo
acordado.
Nos preocupamos porque preferimos reflexionar ficciones a
ocuparnos en realidades (algunas más alarmantes o afanosas que otras), porque
nos enfrascamos en anacrónicas dudas, en pendientes que necesitan ser atendidos
pero que no le permitimos atender, le hallamos siempre obstáculo alguno o
culpable ajeno.
Es un decir quizás, que el tiempo nos devela enseñanzas,
nos madura, nos ocupa, inclusive, nos estimula en cada teatro y consejo. Pero
como lo dicta el poeta de Rosario, “(…) nos
encontramos en tiempos donde nadie escucha a nadie, donde todos estamos contra
todos, de egoístas y mezquinos, tiempos donde siempre estamos solos”,
tiempos diría yo, donde no aprendimos a esperarnos, donde nos escapamos
llegando tarde a los compromisos con la fe ciega – parafraseando de nuevo a Rodolfo –
de declararnos inocentes, o ser abyectos y desalmados.
Es que los amigos son la primer escuela, el lugar donde
nos divisamos a la distancia y pactamos agenda, construimos horarios y rutinas,
personajes con los que comenzamos a hacer de la cotidianidad un primer lugar
para las noticias importantes de la vida, el breve espacio en el que nos
sometemos a opiniones y conjuros, confesiones y debates, el esquivo loop de la
vida donde nos enajenamos hasta el cansancio, tarde la noche para al día
siguiente volver a comenzar.
Historias que se construyen con los días, que nos llegan con el nuevo aire, como el
sudor que se nos impregna en la ropa y nos hace incómodos ante un solitario
soplo de calor, que legando tarde a la imaginación nos convocan a reiterativos
mensajes que a novedosas preguntas. A los amigos y familiares, porque de todos
hemos aprendido el para nada noble de la
impuntualidad, esa inmoral desidia que a todos nos afecta pero de la que nos
hemos acostumbrado.
Nos comprometemos a entregar, a llegar, a partir, a
dialogar, inclusive a vivir. Nos prometen castigos y escenas de desconsuelo,
nos amedrentan con miradas, nos esquivan la buena voluntad, porque el
retrasarnos nos hace débiles en lo moral, pero gran ironía de la vida la que a
su vez nos vuelve fuertes de carácter porque en la siguiente entrega,
reiteramos en la tardanza.
No se trata de madrugar o ser más veloz, porque hasta las
almas llegan tarde a su rosario. No es esquivar el tráfico o preparar desde la
noche anterior el equipaje, porque hasta los dioses olvidan a sus más fieles
seguidores. No se trata de cargar el tiempo en los bolsillos o identificar el
paso del día con el trayecto de las nueves y el sol, ni de identificar las
estrellas en su infinita gracia porque hasta el mismísimo creador del universo
las diseñó para que nos llegara tarde su brillo.
Aprendí a esperar con el tiempo, cortesía de amigos y
familiares, pero algo que jamás aprendí fue a tolerar las sonrisas del que llega
tarde o las disculpas del que siempre evade la fábula urbana.
Es viernes y como todas las historias llegamos con afán
al fin de semana, llegamos porque nos da pena decir que nos esperaron. ¿La
gente por qué llega tarde? Sencillo: Porque siempre habrá alguien que le
espera.
Es viernes y llegamos tarde.
AV
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