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So Love This. Black Cat Print Cat Art from a painting by AlisaPaints
Retomando las historias escritas en vida, vamos construyendo las aventuras que día a día nos van
donando de locura, nos sumergimos en los quehaceres del olvido y damos rienda
suelta a múltiples historias. De niños nos involucramos con el amigo
imaginario, de jóvenes nos idealizamos con el primer amor y la obsesión del
beso dado, del deseo hecho carne y ternura.
Nos contagiamos de ansiedad, de pecados ajenos, de lo más
oscuro que encontramos en la mente del otro, como si crecer fuera producto del
sufrir, como si permitirnos ser humanos nos costara el lujo de ser pensantes.
Las historias las merodeamos como cascabel y las apartamos al suficiente ruido,
encantados o no con el silencio, nos escabullimos entre los recuerdos y claro,
comenzamos a delirar con ese primer sueldo, ese que nos hace sufrir con su
llegada como lo hizo en su momento la partida de ese imaginario amigo.
Toda historia tiene su vagón de pasajeros y así como en
su momento dimos vida y retorno a un joven Gabriel, dimos también rienda suelta
a un peligroso Miguel, a personajes llenos de misterio y excusas, más excusas
que historias a decir verdad. Pero es momento de dar pausa a esas excéntricas
visiones del mundo, preferible es concentrar el escrito en lo que hay detrás de
cada página, el verdadero ser de esa anomalía llamada literatura.
Bordeamos la locura cuando a nuestro entender no le es
suficiente con lo que ocurre afuera, con el más rápido de los impulsos nos
abogamos por la fe, sumergimos lo desconocido en oraciones y plegarias y
rogamos a la deidad del caso que nos tire una ayuda, que nos auxilie en esos
rincones de la vida donde lo racional es precisamente, invocar a lo irracional.
Lo irracional, lo irónico de una historia que acudió
precisamente a la locura para hacerse escrita…
Desde niño he sido atendido con el don de la
sensibilidad, más allá de llorar por todo estaba pues, el poder observar o
entender más allá de lo que los adultos (para entonces) no comprendían. Se me
facilitaba observar personajes que de mi imaginación brotaban y que a lo largo
de cada trayecto de la vida se me iban pareciendo cada vez más exógenos, quizás
ya en una más madura juventud pude entender ese juego de roles que la
imaginación y la realidad me permitían, saberme expuesto entre lo irracional y
lo inmaterial, ambos casos acuñados con el sentimiento de la duda, ser perplejo
espectador o un mero inventor de excusas.
Se me acompañó tal virtud con la escritura de textos
creativos, cuentos que despachaba desde la nada hasta la mismísima razón de ser
celestino de jóvenes enamorados. Dar el lugar a las letras en mi proceso
formativo, ser creativo y amar con locura el desempeño de cada personaje.
Todo comenzó con la inocencia de las cosas. Dibujar
universos infantiles de pequeños héroes que salvaban el día, emular las
historias de la televisión y el cine en pequeños fragmentos de vida, serme fiel
en la conquista de cada sueño, imaginar otro mundo, escribirle al amor que no
comprendía todavía, redactar vidas extensas que ya no eran humanas, dialogar en
fábulas y volar pequeños escenarios.
Cada vacaciones viajaba a mi Girardot natal, allí
construía mi tiempo dividido en amigos y cuadernos, en algunas oportunidades en
el mismo frío de la Bogotá humana en compañía de mis tías me sentaba en el
comedor a producir cuentos, agotaba cuadernos con mi propio pulso imaginando
historias que nadie había contado. Era un creador de cuentos, un triunfalista
soñador que en cada verano alcanzaba algún reconocimiento escolar por escribir
ficciones que a otros incomodaban, era un nido de egos acumulados en pequeños
personajes.
Una tercera variable en este molotov de encuentros fue
siempre mi gusto por el cine de terror, y en el paso de los años Freddy Krugger
ha sido quizás uno de mis personajes favoritos, ha sido por igual modo un
personaje inspirador para mi proceso creativo en algunas pistas literarias, se
me formaba pues una condición tan natural el escribir en actos violentos y de
crueldad finita lo que años más tarde sería digámoslo de algún modo general, mi
primera saga de cuentos (algunos muy mal obrados).
A pesar de mi gusto por el cine de terror y suspenso,
desde niño mis pesadillas fueron relacionadas por otros factores, nunca en mi
infancia tuve pesadillas a causa de alguna película de Freddy, Jason o el
muñeco aquel, mis pesadillas son de otra estirpe, se van cocinando en lo más
recóndito de mi memoria y va alejándome de la razón como una pala que quiere
agrandar un hoyo; Se van construyendo escenarios llenos de temores y salidos de
la más oscura imaginación, ser creativos hasta para crear sufrimiento, así
pues, fui construyendo poco a poco murallas que me protegieran del mal soñar,
que me despojaran de ser víctima de un personaje desdichado, por otra parte, me
aumentaba la ansiedad con los escritos de terror en que hacía mis primeros
intentos, desde lo paranormal veía con gran interés fenómenos que nadie
explicaba.
Amante de las historias de miedo que comentaban mis
vecinos, de esas peripecias de fincas, de grandes sustos ocasionados por
juguetones e invisibles duendes, por brujas que alguien afirmaba haber visto o
los melancólicos llantos de una llorona que terminó por ser una leyenda
latinoamericana. Curioso de las revistas
extranjeras que amigos y vecinos tenían en la entonces análoga década de los noventa
donde se menospreciaba la existencia o no de personajes de mitos y leyendas.
Personajes que se suscribieron en la ficción de juegos
con monedas o invocaciones deficientes a punta de tijeras y hojas en blanco, un
nivel de curiosidad elevado, tan elevado que me saltaba la barrera para ver los
toros más de cerca, querer preguntarlo todo, querer vivirlo, contarlo, poderlo
llorar y luego reír, de todo un poco menos imaginar que la razón sería la
ausente de toda convicción, sería la locura perfecta para un cuento que quizás
algún día me atrevería a escribir.
Ese día finalmente llegó.
AV
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