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Tomada de:
Felicidad es compartir el tiempo con la
persona que se sonríe de nuestras ocurrencias, disfrutar las tardes con
aquellos personajes que se sienten cómodos con nuestras excentricidades
fisiológicas, esas impropias maneras de lograr en la vida avanzar con la
sonrisa como escudo, como una sana costumbre de querer vivir mejor, con mayor
calidad, con mejores resultados, pero con la misma gente. Incoherente el
asunto, ¿cierto?
Podemos comenzar por entendernos en el
tiempo, comprender que así como nosotros cambiamos, las personas y los lugares
también lo hacen, vernos en el rastro de los días y entender en ellos que cada
vivencia nos ha dejado en sus manos un puñado de aprendizajes, nos ha brindado
su tiempo para caer en ellos, conocernos un poco mejor quizás, desconocernos en
el otro tal vez, sentirnos diferentes cuando encontramos lo que nos gusta, como
si lo que nos gustara nos transformara en otro ser.
Nos vemos en la necesidad de preguntarnos
a diario qué ha ocurrido de diferente en nuestra vida, imaginarnos con cada
persona que nos acompaña que todo tiene sentido o por qué no, pierde su sentido
natural, volvemos el tiempo un óleo de insinuaciones, preferimos recaer en la
costumbre y hacer de la rutina un punto de encuentro, como si nos temiera en la
vida iniciar una rutina diferente, apostarle a la diferencia.
Puedo abiertamente recordar mis
anteriores compañías del camino, ver en mi mente cada mirada y asumir en ese
pasado cada aprendizaje, cada fobia o gusto, cada manía y cada espacio
recorrido en el mundo. Ver el amor por el café, o el amor por la comida
picante, encontrar en la memoria el amor por los paisajes turísticos o quizás,
el amor por el trabajo.
Todo conlleva un recuerdo que guardamos
en la piel, que asumimos propios en la memoria y vamos generalizando hasta
entender que cada situación es la sumatoria de una previa, otrora historia del
olvido o menester camino del anhelo, darle a la buena voluntad un nombre o una
imagen, preferirnos en recuerdo o ahogarnos en sueños, sea el caso donde
logremos adaptar las palabras volvemos al mismo punto de partida: Queremos que
las nuevas experiencias se ajusten a nuestras costumbres, sin importar que
provengan de la memoria.
Amigos que comparten conmigo sus
historias de amor y dolor, que se van estrellando en el discurso hasta crear un
maridaje de emociones, situaciones que vamos asumiendo como propias, porque eso
es lo que hacemos los amigos, asumir el dolor o felicidad del otro para así
corresponder su voluntad, Familiares que se nos desdibujan en el tiempo pero
que retomamos cada oportunidad que la tecnología nos acerca (o termina de
separar) de ellos; dar arranque a cada motivación recibida, darle ánimo a lo
que nos conviene, cuestionarnos cada paso del tiempo, darle ventaja a la rutina
para podernos sorprender con los cambios que ella conlleva.
Reflexionamos a diario, nos sometemos a
evaluaciones personales que terminan por enredarnos la cabeza, por amenazar
nuestra tranquilidad en vez de darnos la calma que prometemos buscar cada
mañana. Prometernos compartir la vida con las personas que queremos tener en la
vida, comenzar por deshacernos de aquellos fulanos que son presa del
negativismo, de esos que vacilan cada segundo con argumentos bien elaborados
para encontrar un obstáculo donde hay vías abiertas.
Querer cambiar también significa dejar a
un lado lo que nos gusta ser, debatirnos entre la comodidad de la rutina y el
bienestar de la incómoda situación nueva, insistir en lo que pretendemos
mejorar pero con el miedo latente de no querer perder la esencia de lo que nos
identifica como personas. Comenzar por
leer el periódico del ayer.
Comenzar por deshacernos también de los
malos hábitos, de esas tóxicas insinuaciones que nos hacemos por cada placer
hallado, entender que madurar no es perder la distancia de lo recorrido sino,
asumir las consecuencias de lo vivido, sabernos amables en un escenario de
discordia y malas intenciones, comportarnos de mejor modo ante la soledad de
una queja desesperada, no vacilar ante el grito desesperado de un otro.
Aprender a acompañarnos de buenas
conversaciones, de profundas acusaciones intelectuales, de estables leyendas
laborales, viajar si se nos es posible, escaparnos en la responsabilidad de los
actos pero con el hambre mundana de querer tragarse el mundo, de poder
dominarlo a voluntad propia, a la expectativa de conocer su giro, el trayecto
de su propia rotación, sumergirnos en su sed, sus canciones de otras épocas.
Lograr encajar no es sinónimo a
enajenarnos o alienarnos a otros que quizás estén buscando algo diferente a lo
que estamos necesitando, a lo que nos desespera encontrar, para esos efectos es
mucho mejor tener una mascota que nos reproche cada noche nuestra manera de
ser, que nos permita acariciarle mientras nos ofende, nos agrede con su
debilidad.
Soñarse en la mirada de la persona que
queremos para nosotros es pues sabernos buscar en un mundo donde tenemos claro
qué es lo que queremos observar, saber a dónde es que queremos mirar o hacia
donde podemos escapar. Conocer muy bien nuestro cuerpo, nuestra fuerza
interior, porque es esa la esencia de lo que vamos a necesitar para poder
escapar tomados de la mano de alguien que piense por igual sus prioridades, de
alguien que sienta igual que nosotros, el miedo a lo que las consecuencias nos
van a demandar.
Poder darnos esa felicidad con la persona
que nos invita a su rutina, a su espacio interior, caminarnos en todos los
recovecos de la mente y querer permanecer allí, porque sabremos pues que es un
lugar seguro que nos invita a crecer, que nos lleva a mejorar sin caer en la
incoherencia de una rutina del pasado que se va a legitimar en el nuevo
presente.
Saber que allí no solamente estaremos
bien sino que estamos aportando por igual a su sed, ayudando a apretarle las
manos para que pueda escapar de sus viejos caminos, que se sepa que se puede
continuar, que continuar no es el sinónimo de seguir en lo mismo sino, de poder
salir hacia delante, hacia lo mejor, hacia lo que queremos encontrar,
construir.
Todo conlleva un recuerdo que guardamos
en la piel, que asumimos propios en la memoria y vamos generalizando hasta
entender que cada situación es la sumatoria de una previa, otrora historia del
olvido o menester camino del anhelo, darle a la buena voluntad un nombre o una
imagen, preferirnos en recuerdo o ahogarnos en sueños, sea el caso donde
logremos adaptar las palabras volvemos al mismo punto de partida: Queremos que
las nuevas experiencias se ajusten a nuestras costumbres, sin importar que
provengan de la memoria.
La memoria de lo cotidiano.
AV
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