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Imaginémonos que una gota cae sobre el agua, lentamente,
que se deja llevar por la brisa que la
guía desde los aires hasta el borde de un balde, que esa gota es seguida por
otra similar, que son varias gotas y que entre todas forman una cadena de gotas que con intervalos
de vida van dejando en el balde una
parte de sí. Imaginémonos que el agua
del balde suena por cada gota que recibe, que nos hallamos en un ambiente
silencioso, oscuro, fresco quizás, como una cueva o como el patio de la cocina,
un ambiente donde el eco nos dibuja que algo ocurre en alguna parte, que la
oscuridad nos impide identificar al balde que se llena gota a gota, que la
imaginación nos especifica que algo gotea, que algo está mal.
Ahora pasemos de escenario, como la cortina que se cae
cuando algo falla en la estructura superior de la ventana, dejando todo
alborotado, como el desorden de un fuerte huracán en esa esquina de la sala.
Imaginemos que nos hallamos en la tranquilidad de la madrugada, en ese
somnoliento lugar de paz y reflexión, una delgada línea de luz se cuela por
entre la cortina y la pared, en ese diminuto vacío que va proyectando su luz
contra la pared del otro lado, como si fuese dueño de ese vacío que llamamos
habitación.
Imaginemos que esa luz se mimetiza con la desesperación
de un insomne personaje, de un fulano de tal que se balance de lado a lado en
la cama, que se da lucha y guerra con una almohada que no comprende su
desespero, de un calor que no abriga su ilusión ni su sueño, una sábana que se
humedece más por el sudor de la ansiedad que por el calor que emana cada parte
de su cuerpo vivo, un fulano que se desvive con los ojos cerrados a sabiendas
que hay una delgada luz que le observa atentamente, de una habitación que no le
cierra el día ni la noche, porque con el insomnio no se diferencia de horas o
minutos, solo de etapas, procesos.
Imaginemos ahora ese silencio lúgubre que cubre al
insomne personaje, un silencio mágico dirían los poetas al estilo de Victor
Hugo, un silencio espantoso exclamarían otros al estilo de Edgar Allan Poe o Howard
Phillips Lovecraft, un silencio interminable como las noches de García Lorca, o
un silencio indeleble como las letras de Miguel Hernández. Imaginemos que ese
silencio busca identidad en donde la locura encuentra amparo, que ese silencio
busca afecto dónde el abandono ha construido sueños e ideales, que ese silencio
busca refugio del calor y la noche,
donde la mente ha preferido invocar convicciones y fanatismos, dónde la lectura
y la poesía describen ansiedades y frustraciones, no donde el silencio se
permite reflexión y elocuencia.
Imaginemos que este insomne personaje ha viajado durante
horas en el día, que se ha bebido una fuerte y quizás inmensa taza de Café, que
se ha esforzado en 10 horas laborales en entregar lo que para último momento ha
permitido cumplir (a sabiendas que tuvo quizás, por decir un ejemplo, un mes
para preparar dicha entrega), que este joven se ha destacado en su semana por
cortesía y pundonor en su manera de expresarse ante el prójimo, porque ha hecho
de su soledad una misteriosa manera de conectarse con el mundo, porque el
insomnio se le ha vuelto ansiedad y desespero, como si la calma de semanas
atrás haya sido solo un espejismo, o por qué no, que su insomnio es una novedad
que jamás en la vida ha experimentado, que ni sus oraciones ni sus métodos artesanales de aprehensión del sueño han sido
exitosos, solo estadísticas.
Imaginemos que se irrumpe el silencio con un goteo que
proviene de algún lugar de la inmensa casa, que la oscuridad del otro lado de
la puerta es extensa, tenue, insaciable. Que la casa es grande, que el calor es
perverso, que la cortina observa, que el insomne quiere dormir.
Imaginemos que el goteo se incrementa no porque hay más
agua de la que podamos soportar, o porque haya más suspenso que podamos
redactar, simplemente es un goteo, porque amigos míos, en ocasiones las cosas
simplemente son cosas y no pueden significar algo más que lo que aparentemente
son; el goteo incremente y el eco aprovecha su rutina para hacer de un constante
preludio a Arquímedes, una marcha triunfal, un recorrido de ondas sonoras que
viaja caprichosamente por la casa.
Imaginemos que todo ocurre en la mente de otro personaje,
que las cosas tiene su principio y su final, que el calor no está presente, que
no hay insomnio ni mucho menos oscuridad que juegue con la ansiedad de un
empleado corriente de clase media. Imaginemos que ese otro personaje también
intenta dormir, pero sus pensamientos lo derivan a imaginarse al ya mencionado
fulano que lucha contra el insomnio y el eco de un goteo interminable.
Tratemos juntos de escapar de la confusión, no es tan
difícil pretenderse confundir, las letras son letras y el orden es uno solo,
podemos retomar el punto de partida, podemos dar una pausa y respirar hasta entender
lo que leemos o simplemente podemos fingir que no ocurre nada.
Suena un tic tac, es un reloj de pared, su curso avanza con los segundos pero a su
vez interrumpe la concentración de quien lee. Imaginemos pues que ese Tic Tac
es causante del insomnio de este otro personaje, el que está soñando, o quizás,
imaginando, a otro personaje con insomnio.
Podemos referirnos a un cuento elaborado, un principio
literario que se escapa entre emociones y confusiones, ser un caminante que
constantemente está vigente en sus ansiedades, en ese proceso de descubrir su
origen y entender su pasado. Esas construcciones mentales que nos van
identificando con personajes literarios o cinematográficos, porque amigos míos,
hasta para entendernos en el cine hemos perdido la sensibilidad de
proyectarnos, nos hemos convertido en espectadores a tiempo completo, dar a la
empatía un lugar en la desgracia y no en la cotidianidad.
Pretender entender al que no puede dormir o al que sufre
con la enfermedad de un ser amado, inclusive nos tomamos la molestia de exigir
atención sin probar si quiera un poco de la amargura del otro. Pueda que esta
sea la tuerca que se nos extravía cuando de empatía acusamos, nos cuesta
imaginar a alguien que no sea real, solo ficciones como los cuentos de miedo o
las historias de espantos y aparecidos.
Retomemos el punto de partida y volvamos al balde de
agua, retomemos el sonido de cada gota que cae sobre una base de agua, ese clip
sonoro que todos hemos escuchado en alguna soledad de la vida. Imaginemos
nuevamente esa oscuridad de la casa donde le balde expele su sonoro eco y
nosotros, ciegos y con las manos buscando la pared para apoyarnos caminamos
para encontrar el origen de tal sonido.
Imaginemos que hemos llegado al punto neutro donde el sonido
emerge, imaginemos que hemos encendido la luz y no hay ningún balde lleno de
agua ni gotera alguna, que no es el lavaplatos que gotea sobre algún pocillo, o
el “lavadero” con la llave semi - abierta que gotea sobre sí, No.
Imaginemos que sigue goteando, que no hay ventanas que
justifiquen entrada o salida del sonido, hemos encendido las luces y no
encontramos nada. Sigue goteando o por lo menos, eso creemos con cada eco que
repele los sentidos. Imaginemos que el reloj sigue haciendo Tic Tac, tic tac,
tic tac…
¿Qué hemos imaginado de este mundo?
AV
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