9 de febrero de 2015

Una Pausa por la vida.




Andar por la vida entregando amores y caminos a nuestra fe, sentirnos libres ante cada impulso de sensatez, complicarnos la vida con palabras proveniente de la verborrea, del cansancio de la intelectualidad, animarnos si es posible con las pausas del aliento, sentirnos como una flor que es expectante de belleza y significado.

De vez en vez es necesario para la vida hacer una pausa en el camino y encontrarnos en el entorno, podernos identificar en la pared blanca que nos apoya, darnos impulso con las voces de la memoria, la musa bella que llena de nostalgia, nos exhala la melancolía.  Si el tiempo nos alcanza, podremos darnos cuenta que la vida está más allá de los libros, pero primero es necesario atragantarnos de cuanto libro se nos pase por el camino; darnos cuenta también que la vida está más allá que el amor que cualquier pareja nos pueda brindar, pero antes de eso, es más que justo y necesario besar todas las flores del jardín hasta encontrar al amor correspondido, a esa persona que nos hace suspirar y nos invita a buscar el conejo en la luna; Necesario tal, hasta consumirnos todas las vidas que podamos con el fin de lograr perdurar a ese amor en la eternidad.

Darnos cuenta que la vida es eso que encontramos más allá de lo vivido y lo que recordamos, que está en el detalle de las cosas, en el nombre de cada recuerdo y en cada huella en la piel, fingir por un rato que n se ha vivido lo suficiente, que nos merecemos una pausa para planear la siguiente aventura, o por qué no, la primer aventura en caso pues, de que no nos hemos tomado el tiempo necesario para salir a disfrutar por estar pendientes del horario habitual.

Podemos sentir nuestro aliento fluir en el alma de esa persona que nos roba la vida con la mirada a cambio de una nueva vida con el corazón, dejarnos caer por un rato de la rutina y ser amigos del otro, ser pendencieros de la pereza y redescubrirnos en la magia de una página en blanco. Sentirnos vivos como el Mapache que de árbol en árbol escapa hasta llegar a su pradera de ensueño, de la dignidad de la naturaleza que nos mira con paciencia, de la divinidad de un beso que nos despide en las mañanas.

En alguna oportunidad quise tomar el timón y pedalear hasta llegar al infinito, pero maestra que es la vida y de un solo suspiro me hizo caer como mango que se estalla contra el pavimento, allí, con las rodillas más rojas que la vergüenza me levanté y quise volver a intentarlo, nuevamente el piso me recibió con el calor de un sol que se desprende del asfalto.  Como siempre, testarudo, intransigente, terco y estúpido, seguí pedaleando lo que no alcanzaba a maniobrar, siempre terminando en el suelo como una roca que juega por sí sola a la golosa.

Es entender que la vida está más allá de las ganas y el afán, en mi caso me tomó alrededor de catorce años poder dominar el callejero arte de montar bicicleta, un genio de la localidad: Lecciones o propósitos, a la final es querer persistir sin desgastarnos contra puertas que no tienen chapa.

Darnos cuenta que la vida es eso que pasa mientras estamos pensando en eso que tanto nos apasiona, que vida son las horas que se nos van en el pensamiento de una idea o proyecto, en el tiempo que queremos llegue rápido para gastarlo al lado de esa persona que nos escucha y apoya, en esas horas de sudor y sonrisas que se nos vuelven metas hasta el día que se cumplen, como el reloj de arena que llega hasta el último grano.

Como la bicicleta que nos lleva de un lado a otro sin saber si somos genios del camino o aprendices de triciclo, como el pavimento que se sirve de base para recorrer el mundo de una esquina a otra y sentirnos grandes y quizás un poco miserables, pero grandes a la final, porque pedalear es el paso justo que se da para avanzar (sin tener que caerse reiterativamente).

Reflexionar con el corazón y darle a la memoria un lugar de privilegiada disposición, enamorarnos las veces que sean necesarias hasta entender que amor es uno solo en la etapa de cada vida que asumimos con responsabilidad y cordura.

Entender que las pausas en el camino son espacios necesarios para preparar el alma y el cuerpo a siguiente trayecto, ser niños que se transforman en confundidos jóvenes; Ser amigos que se transforman en cuestionables hermanos, ser uno mismo sin miedo a transformarnos en lo que el otro quiere de nosotros.

Hoy por hoy somos actores de relaciones humanas y necesidades sociales, nos fundimos en el sistema de lo virtual hasta entender que lo real es la base de todo aquello que cuestionamos en el escenario virtual; Hoy por hoy gozar de cada excusa que nos alcance para tomar una taza de aguapanela y disfrutar de su sabor eterno, de su cosecha mística de esclavitud y posmodernismo.

Andar por la vida sin preguntar por qué.



AV

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