Cats at
Breakfast Blank Cat Greetings Card.
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Encontrarse
de nuevo con la familia que vive lejos, retomar viejas costumbres y con ellas
conversaciones que para algunos ya quedaron atrás en la cotidianidad, para
otros son novedad, son sorpresa y fervor. Compartir cada mañana con un nuevo
compañero que para los años ya no es nuevo, para la distancia, es más bien
modesto.
En
estas fechas de fin de año siempre la nostalgia ataca y para ello hace gala de
sus mejores técnicas, en ocasiones, llega por un aroma o una sensación que nos
remonta al pasado, en otras veces lo hace por medio de una palabra o alguna
canción, siempre, tratando de salirse con la suya.
Me
encuentro en la Florida, al este de los Estados Unidos, allí por el momento
estoy compartiendo apartamento con el hermano menor de mi madre, el Tío
alcahueta de otrora tiempo, el tío divorciado de nuestros días y la bendición
de Dios para el cuidado de mis abuelos. Mirarle a los ojos es un ejercicio de
redención, entender día a día cada una de sus decisiones, comprender sus
comportamientos, ver el pasado esfumarse en su mirada, sentirlo preso de su
presente, verlo cargar en su espalda un peso que ni si quiera él conoce,
soportarse a sí mismo, y ante esa imagen ser persona, tratar de ser lo más
cordial y de mi parte lo más humano, porque nuestras vidas son distintas pero
familia es familia y es allí donde comienzo a comprender su rol en todo este
escenario llamado vida.
Cada
mañana desde hace varios días atrás compartimos una taza de café, quizás como
algo sacro en medio de tanta nostalgia, en esa espesa niebla que acuñándola a
la humedad, acusamos de capturar cada reflejo de la memoria. Digo cada mañana
más como un eufemismo de la vida que como un hecho real, pues ustedes que han
aprendido a conocerme saben que duermo como león y, haciendo honor a tal rol he
comenzado por iniciar mi jornada diaria alrededor de la 1pm. Allí, sentados uno
junto al otro comenzamos nuestra jornada, primero un sorbo de café seguido por
algún comentario suelto sobre realidad política. Allí comienza todo.
Mi Tío,
a quien llamaremos Arturo por aquello de proteger su identidad, es ya un hombre
mayor con estudios en “Ciencias de la Comunicación” y a quien desde joven he
admirado por su proeza intelectual. Tiene en su haber varios premios de
periodismo y otros más en literatura, ya ha publicado varias obras y con ellas
se ha ganado un lugar de respeto entre poetas y escritores modernos en la caníbal
y ansiosa comunidad intelectual de los Estados Unidos, país en el que lleva
residiendo por más de 30 años. Colombiano como él solo y amante del Vodka, buen
aguardientero y caprichoso hincha del Club Independiente Santa Fe.
Bajo
este entorno imaginarán ustedes el ambiente de felicidad y conquista que se
respira en esta casa, pero no podemos permitirnos en la confusión asumir
situaciones que ya no son de agenda en estas almas, porque la gente cambia, las
personas cambian, sea porque sufrieron demasiado, sea porque se cansaron de lo
mismo.
Con el
primer café del día comenzamos nuestra conversación de la jornada; yo formado
como Politólogo y con posgrado en temas sociales junto a un curioso niño de más
de 50 años de edad damos rienda suelta a un sin número de temas propios de la
realidad política de Colombia (nuestro país de origen) para terminar luego más
en explicaciones de contexto que en debates de fondo. El primer paso casi
obligado en toda conversación con un extranjero es el papel que juega el Ex
presidente Álvaro Uribe Vélez, seguido por incesantes puntos de inflexión sobre
el por qué ocurre lo que ocurre en nuestro país, como si la memoria de “Gabo”
no fuese suficiente para tal tormento. Allí, descansando de la política nos
encontramos en lo deportivo y qué sorpresa entrar explicar detalles (más con
morbo que con pedagogía) sobre la situación actual del América de Cali,
mientras tanto, tomamos otro sorbo de café.
Iniciamos
nuestros puntos personales, él claro, buscando en mí entender lo que afuera
ocurre y que la prensa no ha podido publicar. Hablar de nuestra vida privada,
exponernos uno ante el otro como una danza de tango en aquellos años 30, donde
el que cortejaba era el que bailaba y el que disponía era el que observaba
desde la barrera; enfocarnos en historias de lo cotidiano y allí, comenzar una
a una las historias de cómo hemos llegado hasta aquí, explicándonos uno al otro
como el asesino que busca redención en el confesionario de una parroquia de
barrio, cada una de nuestras historias, todas con el mismo grado de importancia
porque aquí todo vale, sencillamente, porque el pasado siempre deja una huella
imborrable por más distintas que sean las vidas de los interlocutores.
Aprender
a reconocernos en el otro.
Por ahora, termina
nuestra primera taza de café.
AV
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