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Todos
tenemos momentos de reflexión y calma, nos alejamos un poco de la realidad para
poder construir la nuestra, hacer propia nuestra esencia en un entorno que
puede variar con cada párrafo o letra que encomendamos en un libro. Somos seres
de costumbres, nos gusta asumir nuevas posturas y volverlas rutina, siempre que encontramos
algo que es de nuestro agrado nos esforzamos en encontrar el medio para
volverle a sentir, a vivir, disfrutar a expensas de lo cotidiano.
Usualmente
escogemos una canción para dar vida a lo que en silencio ocurre, ese es el arte
de la diligencia, de los abnegados hijos de la vida, nosotros los sensibles y
en ocasiones, inhumanos hijos del sol. Aprendemos a cada conversación una
lección y a cada lección una historia para contar; Cerrar este año ha sido un
verdadero proceso de reflexión y retrospectiva. Observar al insaciable enero , ese mismo que dejó atrás a la cordura para enmendarse en el hedonismo y la ternura, mezclarse con un melancólico febrero, con más nostalgia que dolor, siempre de
la mano de una que otra anécdota para borrar del cuaderno.
Ver en
marzo florecer el camino de los retos, porque si algo fue este año fue
precisamente el año de los retos y los obstáculos, fue aprender a confrontarme
contra el espejo, ser como Alicia y atravesar el espejo buscando una tierra de
nunca jamás, más allá del mundo maravilloso, llegar directamente a donde los
espíritus duermen, donde el gran duende viaja jugando de lado a lado, sin tanta
poesía, fui presa de mi consumismo, fui víctima de mi propia arena y fue en
ella que comencé a reconocerme, porque las crisis son para eso, para aprender a
conocernos.
Abril,
como mejor poema que la primavera, fue el mes de renacer, un bello abril de
hecho, un mes cargado de emociones y encuentros, de renacimiento intelectual y
espiritual, el momento de atender las señales de la vida y bueno, como
cualquier humano, apartarme de las correctas y terminar en las instintivas.
Porque a Abril le debo los meses, le debo la memoria de los amores que se
fueron, de los amores que volvieron, de los amores que se conocieron,
inclusive, de los olvidos en que nos convertimos versus la memoria de los que
desaparecieron. En mayo por su parte fuimos esa máquina de reinicio, sujetos a
indecisiones, envueltos en ansiedades de momento, más hielo que ceniza, más
noches que madrugadas, menos amigos, mas amores.
Junio y
julio me regalaron sus particulares maneras de llegar al meridiano del año
catorce, en junio se terminaba un ciclo académico, se formaba un carácter que a
causa de la ansiedad, buscaba entre noches y calles diversas la manera de
conectar en polo a tierra la ansiedad de un nuevo empleo o alguna oportunidad
que se maquinaba punto por punto, pero oh julio y su tristeza novedad, porque
allí se dio inicio al restante año por vivir, como si allí iniciara el segundo
tiempo de mi partida deportiva.
Agosto
fue un mes fuerte, pero allí aprendí a conocer a los verdaderos amigos, a
reconocer a los miserables y a darle más valor a la constancia que a la dichosa
calidad o tradición. Nuevamente me enfrentaba a mí mismo, era rival de mis
ansiedades, enemistado con mis pasos dados, era un mes de más reflexión que
acción, porque para eso nos llegó septiembre. Noveno mes del año y ya todo
parecía claro a mí entender: Comprender las señales, escuchar a los amigos, no
insistir cuando la espalda es más grande que las palabras de aliento, ser
coherente con las pérdidas y bueno, ser siempre sensato con los amigos, esos
seres diminutos que hacen de nuestra ansiedad una simple cortesía.
Octubre
fue un mes de despedidas, finalmente aprendí la lección y comencé paso a paso a
despojarme de cada hoja, como el árbol que en otoño deja caer su peso para
florecer con una nueva vocación de vida, porque cuando uno aprende a dejar ir
en la vida, la vida misma le devuelve a uno. Maestra vida, porque a octubre le
debo la felicidad, el núcleo familiar, el amor de mamá, la admiración de papá,
la constancia de los amigos, porque amigos muchos claro, la vida me ha dado ese
donde la amistad, pero míos, míos, míos… aprendí a saber quiénes eran y a qué
precio.
A
noviembre le devuelvo la sonrisa y las caricias recibidas, le devuelvo el amor,
porque noviembre me regaló la lectura, me trajo ese libro que a finales de
octubre apartaría mi neblina y me daría una ruta en tren desde San Petersburgo
hasta Moscú, me dio el perfume para dar identidad a lo que mi camino demandaba,
¡oh noviembre infame! Diría en un susurro cobarde, o como se pueda criticar en
términos cinematográficos, “oh dulce noviembre”.
Diciembre
es ahora, porque más parecemos hijos en gestación de un enero desconocido a lo
que realmente somos: Frutos de un año muy movido y a mi consideración, un año
fuerte. Pero también a diciembre le debo mi familia y le debo el amor, el
cariño, la soledad, las noches en Palmira, las tardes en san Antonio, las
mañanas verdes, y la clarividencia de poder decir adiós, también de llegar para conocer a Simona y a Martina.
Al
final del año, volvemos a la reflexión.
AV.
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