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Salió con un
poco de prisa, no quería dejar sola a su
hermana más tiempo a sabiendas que Mario no era de total agrado, no deseaba
imaginar en llegar a casa y encontrarlos
en un acto de reconciliación o algo peor, en un acto de despedida.
Guardó sus
silencios en una mezcla de temor, sus lágrimas empezaban a reunirse como una
orden sindical en su rostro, se escondían esperando el impacto necesario para
aflorar. El ayer era pasajero y en ese lugar aún residían los besos que alguna
vez le fueron un peso en la espalda. Miraba al olvido, sentía la injusticia
rozar su alma junto a un ejército de lágrimas que afilaban sus discursos de
rencor, sentía como sus pasiones morían, como si le tachara cada lágrima las
canciones que le dieron vida alguna tarde de diciembre.
Recordó
mientras caminaba la tristeza que le embargaba la vida, cargaba el almuerzo en
una mano mientras en la otra jugaba a sostenerse, se sentía desahuciada, débil,
sin posibilidades de retomar la dignidad que había protegido en el presente (el
mundo giró y ella no se dio cuenta).
Una sonrisa
burlona escapó de su malhumorada caminata, en el fondo sabía que era él, el del
pasado, el que había perdido y no ella. Estaba plena, su vida marchaba a la
perfección y en algún bar de la ciudad aquel espantapájaros que la dejó, quizás
debió de llorar más que ella, cuando se encerró en su sala de costura a jugar a
ser mayor.
No había corazón
que soportara tanta injusticia o rencor, no había lugar en el mundo de Lucía
que llevase espacio para un pasado que ya ocurrió, pero el mundo, en sus
caprichos, giraba a toda velocidad dejándole un poco de derrota también.
Lo había
perdonado, él la había dejado de buscar y a pesar de que ahora era demasiado
tarde, su vida comenzaba a recordar en medio de una matutina caminata con un
pollo asado en la mano, no le volvería a amar, de hecho nunca fue en su
búsqueda, por el contrario le habría deseado lo peor, pero no siempre los
deseos se hacen realidad.
Había llorado
sus días y sus noches, quizás por ello era tan escéptica a la relación que su
hermana María Isabel entablaba con Mario, no le gustaba para nada ese juego de
perdedores dónde el ganador era aquel que quedara en pie.
Era consciente que su
pasado le era propio, pero temía verlo reflejado en la ahora relación de su
pequeña y descuidada hermana.
Su alma estaba
arañada, llena de olvido, llena de lágrimas.
***
De la Serie: Canciones de
Amor y Otros Demonios.
Adaptación Libre de la obra: Te
Lloré un Río (1992) [¿Dónde Jugarán los niños?]
Compositor: Fher Olvera.
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