Imagen tomada de: https://sarahtaylorart.co.uk/collections/originals/products/mr-bojangles-original-cat-painting
Mr Bojangles.
Original cat painting By: Sarah Taylor
Cada viaje
trae consigo una carga de emociones que son en su mayoría, expectativas de la
travesía que comienza. Para Mario tal travesía era más bien la continuidad de
una ansiosa búsqueda de redención y perdón.
Hay veces en
que no se quiere ver a nadie, a nada, ocasiones en que el alma solo quiere
soledad y extremo silencio. Sabía que había cometido un error fatal, que María
estaba molesta y casi que con el corazón listo para abdicar toda posibilidad de
hacer real ese mundo que alguna vez juntos soñaron. De hacer ¡zas! esa
ensoñación que habían reservado para el futuro.
Hay ocasiones
en que la mente no quiere ni tocar el cuerpo de quien se ama, momentos en que
solo se desea ahogar el alma en un grito para poder olvidar (o aliviar el
dolor).
El tren
comenzó a tomar rumbo al sur, sentado al costado izquierdo del pasillo, en
silla de ventana, comenzó a observar el paisaje gris de una ciudad que comenzaba
a volverse verde y azul, se sentía triste, pero así como el sol hacía
desaparecer la neblina, sus emociones se desvanecían acorde se acercaba el tren
a la ciudad de destino.
Quería olvidar
por un momento la imagen sonriente de María en su mente, pero no se atrevía por
la sencilla razón de que aún le soñaba, a diario. Le deseaba, le dejaba amarse
en su inconsciente, como un segundo volumen de la memoria.
Le acariciaba
en su mente.
Recorría los verdes campos del valle por la ventana observando el
azul del cielo golpear los cultivos de arroz y caña de azúcar; la acariciaba
lentamente dejándose guiar por el deseo, la acariciaba hasta sentirse
impotente.
Deseaba morir
con ella, poder olvidarse del mundo entero y encerrarse con ella en un universo
paralelo, morir si fuese justo, juntos por supuesto, olvidar todo ser vivo y
materia, olvidar todo pasado y recorrer las estrellas como un único ente de
amor.
Sonaba lindo en
su mente, sin embargo, era de no atreverse a tales deseos, de alguna manera por
más poeta que fuera, su interacción con el mundo real le daba golpes al pecho,
como esa señal egoísta de querer vivir en el hedonismo de la poesía y la
urbanidad.
Mientras
recorría los campos del valle en tren, comenzaba a reflexionar (quizás a angustiarse levemente) sobre lo que fue su
relación, los errores cometidos, los anhelos extintos; pensaba, que habían
ocasiones en que a pesar de no saber qué le ocurría, algo se movía a sus
adentros.
Ocasiones en
que le era imposible saber qué es lo que pasa adentro de sí (todo el tiempo),
se sentía vulnerable, como la niebla que cedía ante el poderoso sol de la
mañana.
“Somos
gatos en celo” se dijo a sí mismo.
Jugaba con las llaves golpeándolas
contra la ventana, jugaba con la figura de las gotas de agua y el vidrio
empañado por el calor interno (intenso). Sentía comportarse como un felino
rebelde, como un ente sin rumbo, una célula que explota ante toda presión.
Sentía que ya
nada podía detenerlo. Iba camino a casa de Lucía a buscar a la que jura, es el
amor de su vida.
El tren
directo al sur proseguía su camino con más calma que la que se sintiese en el corazón
de un poeta despechado.
Quería
escribir alguna canción que le inspirase el trayecto, pero nada le surgía,
quizás, porque se sentía vacío, como queriendo ahogarse en un grito, como
queriendo olvidarse del mundo mismo, o de ella, de María.
O quizás, era
simplemente esa ansiedad que le llevaba a no saber qué es lo que pasa adentro
de sí.
***
De la Serie: Canciones de
Amor y Otros Demonios.
Adaptación Libre de la obra: La
célula que explota (1990) [Vol. 2]
Compositor: Saúl Alfonso Hernández Estrada.
AV
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