Imagen tomada de:
Cat in Window Painting
Después de una larga noche de llanto y poesía ilegible, nada
mejor para el alma y el cuerpo que un buen día de sol.
Cada mañana que se vive, cada calle que se recorre, cada esquina
donde nos escondemos, los amores del ayer, el sagrado esfuerzo de cada madre
por sus pequeños, los zapatos del día de grado, los domingos ensayando con la
banda musical del colegio, cada momento del ayer, todo lo que nos pueda dar la memoria para aliviar
al corazón es bienvenido.
Absolutamente todo.
Absolutamente todo.
Mientras Cristo sigue ahí en la cruz observándonos, y mientras
la catedral siga siendo eso, una catedral de fe y desespero, el mundo no dejará de gritar gol, ni de sacudirse a sí mismo ante cualquier injusticia.
Mientras sigamos a la memoria en el llanto de los amores fallidos, todo girará
sin sentido, incluyendo a los amores que se van.
Un buen día de sol siempre es pues bienvenido, en especial para
Mario, joven poeta de suicidas intenciones. La reciente ruptura con ella le ha
dejado más que convaleciente, le ha roto el amor por sí mismo, le ha llevado al
oscuro pozo de la resignación. En
este buen día soleado, Mario se ha levantado y quizás por la gracia del Cristo
que está en la cruz, o de otra deidad, no lo sabemos, ha comenzado a explorar
el antiquísimo arte de la pintura.
Tomo una vieja sábana blanca (de esas que nunca conocieron una
lavadora) y la colgó sobre la pared, martilló sus puntas y con clavos la
aseguro para fingir un lienzo. Comenzó por dibujar un ilegible espectro de
múltiples colores, regaba pintura por doquier esperando dar forma a algo que no
sabía que era. Daba sentido a su propia existencia en la irreversible manía de
dibujar seres abstractos.
Comenzó a proyectar su vida en la obra sin forma ni nombre, dejando
que el aroma a pintura le llevara en el recuerdo a los ojos de ella, le dejase
sentir aquello por lo que alguna vez fue compositor, por esa mirada que alguna
vez le dio vida.
Por cada pincelada, dejaba fluir su ego por toda la habitación,
como un emperador que deja caer sobre su pueblo la vanidad de sus decisiones,
dejaba fluir las lágrimas que aún le quedaban como un adorno extra para ese
cuadro de vísceras emociones, de llenarse de argumentos para vivir y no morir
en estúpidas razones.
Comenzó a dar forma a su espectro de obra y allí mismo a la
memoria.
Comenzó a recordar el ayer y el antes de ayer, de cuando él
prefirió irse en los brazos de otra fémina, de cuando regresó para ocultar su
error y pretender que nada de lo que pasaba era real.
Comenzó a recordar de los días en que la sutileza de la vida les
daba la energía suficiente para amarse el uno al otro, para perdonarse aún
cuando la mentira era un secreto protegido por el mismísimo sello de Caín.
Comenzó a recordar con cada pincelada en sus canciones, en sus
acordes de guitarra y sus sueños frustrados, en su deseo de ser un cantante
reconocido, un poeta, bohemio, seductor y adultero de la nueva ola, por el contrario,
se encontró consigo mismo en una habitación desordenada, cargada del hedor de
la tristeza, de un destino errante que solo dejaba marcas en la piel, de un
deseo de querer volver a verla, de un inexplicable sueño de fuga que le diera
el pasaje de tren que necesitaba para poderla visitar.
Sabía que ella lo quería olvidar, que no le dejaría aparecerse
de casualidad por su camino, pero también sabía que podría llamarla al único
lugar donde no le rechazarían la llamada: la casa de la hermana, porque claro,
era ese el único lugar al que él imaginaba que ella podría ir, aunque fuese en
otra ciudad.
Terminó (o eso pensaba) su que hacer y con las manos aun con pintura
fresca tomó su teléfono buscando en su libreta de contactos el número de la que
alguna vez fue su cuñada. Observó la pintura, una y mil veces, trató de darle
un nombre o un significado, no le surgía nada, ni talento ni emociones.
En silencio y con teléfono en mano, buscó valor donde no había
vida, comenzó a girar en sí mismo, a girar y a girar, como el sol alrededor de
la tierra, como la vida alrededor de la historia, tomó valor y marcó la llamada
que tanto desearía le contestaran.
Mientras esperaba a que le contestaran, giraba en su habitación,
daba vueltas y pensaba en el tiempo, en el capricho mismo de la vida y sus
razones. Solo giraba.
Como si las mariposas fueran vestidas de mil colores por la
vida.
***
De la Serie: Canciones de
Amor y Otros Demonios.
Adaptación Libre de la obra: Mariposa
tecknicolor (1994) [Circo Beat]
Compositores: Eduardo Dutra Villa Lobos, Herbert Lemos De Souza
Vianna, Rodolfo Paez.
AV
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