5 de julio de 2017

Cada Mañana (Y sus colores)



Imagen tomada de:

Cat in Window Painting



Después de una larga noche de llanto y poesía ilegible, nada mejor para el alma y el cuerpo que un buen día de sol.

Cada mañana que se vive, cada calle que se recorre, cada esquina donde nos escondemos, los amores del ayer, el sagrado esfuerzo de cada madre por sus pequeños, los zapatos del día de grado, los domingos ensayando con la banda musical del colegio, cada momento del ayer, todo lo que nos pueda dar la memoria para aliviar al corazón es bienvenido. 

Absolutamente todo.

Mientras Cristo sigue ahí en la cruz observándonos, y mientras la catedral siga siendo eso, una catedral de fe y desespero, el mundo no dejará de gritar gol, ni de sacudirse a sí mismo ante cualquier injusticia. Mientras sigamos a la memoria en el llanto de los amores fallidos, todo girará sin sentido, incluyendo a los amores que se van.

Un buen día de sol siempre es pues bienvenido, en especial para Mario, joven poeta de suicidas intenciones. La reciente ruptura con ella le ha dejado más que convaleciente, le ha roto el amor por sí mismo, le ha llevado al oscuro pozo       de la resignación. En este buen día soleado, Mario se ha levantado y quizás por la gracia del Cristo que está en la cruz, o de otra deidad, no lo sabemos, ha comenzado a explorar el antiquísimo arte de la pintura.

Tomo una vieja sábana blanca (de esas que nunca conocieron una lavadora) y la colgó sobre la pared, martilló sus puntas y con clavos la aseguro para fingir un lienzo. Comenzó por dibujar un ilegible espectro de múltiples colores, regaba pintura por doquier esperando dar forma a algo que no sabía que era. Daba sentido a su propia existencia en la irreversible manía de dibujar seres abstractos.

Comenzó a proyectar su vida en la obra sin forma ni nombre, dejando que el aroma a pintura le llevara en el recuerdo a los ojos de ella, le dejase sentir aquello por lo que alguna vez fue compositor, por esa mirada que alguna vez le dio vida.

Por cada pincelada, dejaba fluir su ego por toda la habitación, como un emperador que deja caer sobre su pueblo la vanidad de sus decisiones, dejaba fluir las lágrimas que aún le quedaban como un adorno extra para ese cuadro de vísceras emociones, de llenarse de argumentos para vivir y no morir en estúpidas razones.

Comenzó a dar forma a su espectro de obra y allí mismo a la memoria.

Comenzó a recordar el ayer y el antes de ayer, de cuando él prefirió irse en los brazos de otra fémina, de cuando regresó para ocultar su error y pretender que nada de lo que pasaba era real.

Comenzó a recordar de los días en que la sutileza de la vida les daba la energía suficiente para amarse el uno al otro, para perdonarse aún cuando la mentira era un secreto protegido por el mismísimo sello de Caín.

Comenzó a recordar con cada pincelada en sus canciones, en sus acordes de guitarra y sus sueños frustrados, en su deseo de ser un cantante reconocido, un poeta, bohemio, seductor y adultero de la nueva ola, por el contrario, se encontró consigo mismo en una habitación desordenada, cargada del hedor de la tristeza, de un destino errante que solo dejaba marcas en la piel, de un deseo de querer volver a verla, de un inexplicable sueño de fuga que le diera el pasaje de tren que necesitaba para poderla visitar.

Sabía que ella lo quería olvidar, que no le dejaría aparecerse de casualidad por su camino, pero también sabía que podría llamarla al único lugar donde no le rechazarían la llamada: la casa de la hermana, porque claro, era ese el único lugar al que él imaginaba que ella podría ir, aunque fuese en otra ciudad.

Terminó (o eso pensaba) su que hacer y con las manos aun con pintura fresca tomó su teléfono buscando en su libreta de contactos el número de la que alguna vez fue su cuñada. Observó la pintura, una y mil veces, trató de darle un nombre o un significado, no le surgía nada, ni talento ni emociones.

En silencio y con teléfono en mano, buscó valor donde no había vida, comenzó a girar en sí mismo, a girar y a girar, como el sol alrededor de la tierra, como la vida alrededor de la historia, tomó valor y marcó la llamada que tanto desearía le contestaran.

Mientras esperaba a que le contestaran, giraba en su habitación, daba vueltas y pensaba en el tiempo, en el capricho mismo de la vida y sus razones. Solo giraba.

Como si las mariposas fueran vestidas de mil colores por la vida.

***
De la Serie: Canciones de Amor y Otros Demonios.
Adaptación Libre de la obra: Mariposa tecknicolor (1994) [Circo Beat]
Compositores: Eduardo Dutra Villa Lobos, Herbert Lemos De Souza Vianna, Rodolfo Paez.


AV

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