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Just Desserts Cat By: Amber Alexander
Se sentaron a
conversar, porque eso hacen las hermanas.
Lucía
organizaba la mesa para disponer el desayuno que junto a María habían
elaborado, algo sencillo por supuesto, no tenían el tiempo que deseaban para
preparar un banquete pues en menos de tres horas llegaba aquel invitado que
tanto esperaban, pero que poco deseaban (o por lo menos Lucía así lo asentía).
María estaba
ansiosa, tenía la seguridad de las palabras (una a una) que iba a brindar a
Mario en aquella conversación, su corazón por el contrario, se debatía en
habitaciones extrañas, como un reguero de sentimientos que se atropellaban
entre sí, se deslizaban.
Se remendaban
sin importancia alguna en una espiral que a María parecía no importarle, o
quizás, parecía más bien, no detectarla (a tiempo).
Pensaba en
Mario, en su manera falaz de aparecerse y desaparecerse (esconderse), en su
modo casi que de animal nocturno de estar presente y ausente a la vez, de su
modo de ser oscuridad y estrella en el cielo de María, ello le incomodaba,
demasiado, le producía rabia y desespero, la transportaba a muchos lugares
lejos de él, sin embargo, no sabía bien qué fue aquello que tanto le tuvo a su
lado el tiempo que duraron.
Mario (pensaba
María), era de esos vagos radiantes de vida que podían desordenarle la cabeza a
cualquiera, de enredar el alma y guiar por miles de senderos al corazón del
otro, como un juego donde la meta es perderse y encontrarse, ser fugaces en la
oscuridad.
- ¿Qué tanto
piensas María? pareces otra persona –
Miró a Lucía,
sentada en el comedor con su camiseta estampada de The Beatles y una tajada de
pan en su mano levantada.
- Nada, aquí
pensando en Mario, en lo que se viene –
- ¿Y qué es
tanto lo que debes de pensar? ¿Acaso no tienes ya claro lo que vas a decirle? –
- Si, pero… ¿y
si me equivoco? –
- ¿ah? –
Replicó Lucía, más con un gemido que con una palabra legible.
Para María,
Mario era de esos fulanos que tenían el don de ser eternos en el pensamiento,
de convertirse en un susurro aislado en medio de la tormenta, de ser único en
medio de la multitud, en medio de los miles de rostros que uno encuentra en la
ciudad.
Sabía que no
era un chico ejemplar. Le dolía recordar las veces en que la mentira y el
cinismo fueron plato del día en su relación, su ingratitud o inclusive, su
descuido por los detalles le hacían convertirse en una especie de príncipe azul
(desteñido) que arreglaba todo con un poema, una canción o unos acordes de
guitarra como muestra de cariño.
No estaba
segura de equivocarse, dudaba en sí si estaba en la correcta decisión de
dejarle y darle a la vida la oportunidad de presentarle (algún día) al
verdadero amor de su vida, o, si era por el contrario, ese el amor que merecía
(su vida) y lo estaba dejando perder por un mero capricho de la vanidad.
- No creo que
te estés equivocando, es muy joven y además, si bien es simpático no tiene ni
los pies ni el bolsillo necesario para estar cuerdo en esta realidad –
- Si, pero que
sea lo que Dios quiera ¿No? -
- ¡Cómo se te
ocurre!, está bien que te conviertas en una idiota por andar pensando en ese
mengano que ni corazón debe de tener, pero lo que está mal es que te quemes la
cabeza pensando en seguir esa relación tan tóxica que vivieron -
- Pero, ¿y si
él es el príncipe desteñido de mi cuento de hadas? –
- ¡Serán
cuentos de Habas más bien! – increpó Lucía. Estaba molesta, comenzaba a irritarse
y en su mente no dejaban de aparecer recuerdos, nombres, lugares, emociones del
ayer. Justificaba la situación de María para permitir ese desorden en sus
ideas, pero ahí, en el fondo de sus confusiones, era consciente de que el
pasado estaba llamando a la puerta.
- Lucía, Mario
puede ser un completo vago, si esa es la palabra que buscas, pero es noble, fue
mi amigo, mi compañero, mi propio verdugo. No puedo dejar pasar la oportunidad
si quiera de pensar Lucía, solo de pensar, si este adiós que está tan cerca sea
el definitivo –
- Claro que lo
será María Isabel, claro que lo será. Ni siquiera entiendo por qué lo invitaste
cuando podías haber cerrado ese capítulo de tu vida con una llamada telefónica –
- Pues pueda
que mi error sea precisamente ese, ser tan torpe y tan permisiva con ese vago
sin corazón que tú llamas –
- No María, no
solo eso. Tu pecado es ser ingenua, ser compasiva, tolerante, hasta tonta
pensaría –
- ¡Lucía! –
Gritó María Isabel, le molestaba el nivel de agresión que ascendía en el
discurso de su hermana, sabía que más allá de la visita de Mario, algo más le
preocupaba. – No aceptaré que me trates de esa manera, ¿quién tiene o no la
autoridad para decidir si Mario es o no la persona indicada para mí? ¿Quién? ¿Ah?
¿Tú?, no creo –
Lucía guardaba
silencio mientras jugaba con la cuchara dentro de la taza de café.
Para María, la
vida es un conjunto de decisiones pero también de suerte, del azar de la rueda
de la fortuna y las bendiciones del cielo. Sabía que su relación con Mario era
más que dañina, tóxica, pero necesitaba confirmar con verle, si era o no la
decisión acertada el dejarle para siempre, así fuese una discusión sin
fundamentos.
Continuó con
su desayuno, evadía a Lucía y mirando por la ventaba se preguntaba en qué
momento llegaría Mario.
Se preguntaba si la vida misma era un juego y ella, una desafortunada.
***
De la Serie: Canciones de
Amor y Otros Demonios.
Adaptación Libre de la obra: Y,
¿Si Fuera Ella? (1997) [Más]
Compositor: Alejandro Sánchez Pizarro.
AV
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