Imagen tomada de: https://www.etsy.com/shop/AnimalFancy
Karen By: AnimalFancy
Hacía buen día
para salir a caminar, las calles bañadas en un sol de julio y las hojas secas
cayendo de los árboles para dar paso a un tapete natural servían como escenario
para una Lucía que refunfuñaba por la llegada de Mario.
Bien sabía que
el joven Mario no era mala persona o mereciera un mal trato, simplemente le
acosaba la idea de saber que su pequeña hermana estaba bregando una segunda
oportunidad para el amor mientras ella aún le echaba arena a los fantasmas del
ayer.
Con frecuencia
se recordaba a sí misma sonriente, sin miedo. Se llenaba el alma de nostalgia y
los pensamientos comenzaban a andar más rápido que sus pasos.
Lucía caminaba
sin destino fijo, solo quería salir a refrescarse un rato, sin embargo la velocidad
de sus pensamientos llevaba a que la impaciencia le devorara, comenzaba a
preocuparse por el ayer, por el vacío, por la memoria misma de los que se
fueron. “¿Volveré a verle?” se preguntó
a sí misma.
El pasado es
un velo que nos llena la vida de inquietudes y vicisitudes y para Lucía no era
sorpresa comenzar a pensar de nuevo en aquel al que alguna vez entregó su
afecto. Quizás allí su rencor hacia Mario, pues le recordaba esa infame manera
de amar.
Sentía que su
vida era un libro abierto, pero a la final no tenía claridad de quién era en
realidad. ¿Crisis existencial?, quizás.
Se desprendía de su pasado, quería huir
de todo, del presente inclusive, porque la llegada de María a su casa era un
torbellino que le comenzaba a destruir la calma que tanto tiempo le costó
tejer.
No quería que nadie
supiera cómo estaba en su interior, no quería que su calma reflejase un estado
perfecto de contemplación, no quería nada de hecho. Solo su soledad, sin
embargo, su vida le llamaba al ayer, con señales, con reflejos, con personajes
que traían en su espalda el aroma de los que alguna vez estuvieron.
Caminando sin
fijarse bien por dónde deambulaba se cruzó con el restaurante local. Sin perder
oportunidad se detuvo para hacer la compra que había fingido como motivo de su
salida: - Buenos días. Hágame un favor y me regala un pollo completo con
porción de arepa y plátano maduro –
- Claro
señorita, ¿lo desea asado o apanado? –
- Asado por
favor, apanado tiene mucha grasa y estamos a dieta en casa – Respondió Lucía
con la frescura que quería hacerle creer al universo mismo.
Esperaba en el
escaparate pero su mente viajaba del ayer al hoy, de la casa al parque.
Recordaba sus
primeras citas con él, el primer beso que se brindaron mientras sentados allí,
como dos enamorados, cerraban los ojos y se tomaban las manos en un banco en
medio de la gente que paseaba a sus mascotas. Aquel día fue inolvidable,
recordaba cada detalle de su primer beso.
Unas ganas de
llorar le abrazaron el pecho y comenzaban a apoderarse de sus brazos y sus
piernas, sabía que el ayer era un pasajero no grato en su trayecto diario.
Sentía las manos de entonces tomar las suyas, las frases de cajón con las que
le enamoraron, la colonia con aroma a madera y tabaco.
Todo viajaba
en su mente de tal modo que la impaciencia misma le robaba el control de su
vida.
- Aquí tiene
señorita, un pollo asado, una porción de arepa salada y un plátano maduro en
salsa, ¿desea algo más? ¿alguna bebida? –
Lucía
reaccionó y tratando de comprender de qué le hablaban respondió lo primero que
se le ocurrió:
- ¡Si, por favor! –
- Con mucho
gusto, ¿qué bebida desea? –
- mmmm, no sé,
¿tiene limonada para llevar? –
- Claro.
Tenemos por litro –
- Si, gracias,
deme un litro de limonada y hágame el cobro del total –
- Con el mayor
de los gustos –
Observaba a la
gente pasar a su alrededor y de a poco en poco comenzaba a reaccionar, a caer
en la cuenta de que estaba en el mundo real y no en los laberintos de la
memoria.
Levantó su
mirada y como un fantasma recordó aquella primera vez que salió con aquel
hombre de fuerte aroma. Siempre tuvo miedo que fuese un personaje peligroso o
alguno de esos abusadores que deambulan en las noticias de la noche.
De alguna
manera temía por su vida, pero poco a poco se fueron conociendo, como dos
ciegos que se descubrían, le comenzó a tener afecto, cariño podría ser la
palabra adecuada, ahora después de muchos años sabía que no podía vivir sin él.
Eso le daba rabia, le generaba malestar, se juzgaba a sí misma, se odiaba.
- Aquí tiene
señorita. Que pase una feliz tarde –
- Gracias -
Con una bolsa
plástica en cada mano comenzó a caminar de regreso a casa esperando que María
hubiese dado fin a esa incómoda conversación, de lo contrario el almuerzo sería
peor que su costumbre de pensar en el ayer.
A menudo
pensaba en él, en los dos, en lo que fue ese amor que ahora ya no estaba.
A menudo recordaba
a alguien: a una joven Lucía enamorada.
***
De la Serie: Canciones de
Amor y Otros Demonios.
Adaptación Libre de la obra: Santa
Lucía (1980) [Rocanrol Bumerang]
Compositor: Mario Roque Fernández Narvaja.
AV
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