23 de noviembre de 2025

El Examen (Bogotá).

 



 VII.

El profesor Humberto Valdivia Solano recibió a Marcelo Bakker en diciembre de 1984, un año más tarde de esa conversación telefónica, año suficiente para que en la facultad de ingeniería de la universidad de Delft se finalizará el trámite de aprobación de movilidad bajo la excusa de año sabático, a decir verdad, Marcelo estaba emocionalmente destrozado y sus asesorías a la agencia de aviación de los Países Bajos cada día era menos determinante.

Humberto logró entregar los documentos recibidos por correspondencia desde Rotterdam, con ellos y una carta de recomendación firmada lograron que Marcelo pudiese iniciar en enero de 1985 su rol como Docente Titular de la facultad de ingeniería de la Universidad Nacional de Colombia. Lo recibió en su apartamento, un sencillo espacio de tres habitaciones en Teusaquillo, mientras encontraban algo que fuera del agrado de este para instalarse de manera definitiva.

Aquellas semanas de diciembre el ambiente festivo de navidad y fin de año ungía como escenario de fondo de dos ingenieros que sentados en una sala de estar conversaban reiteradamente sobre los devenires de la vida, Marcelo retomando su español expresaba el dolor de la ausencia de Elin y la inexplicable muerte de esta, como si fuese simplemente un silencio final, un adiós sin palabras, ver al amor de su vida en una cama de hospital respirando como acto reflejo, en sus ojos cerrados intentar descifrar su dolor o su distancia, a la final, nada tenía razón clínica para ser como fue.

Humberto consolaba como buen aprendiz y ahora amigo, la distancia de años entre uno y otro no era problema para construir una amistad más allá de la relación académica que había iniciado.

Para la semana de fin de año, Marcelo con algo de timidez compartió los primeros escritos a Humberto, explicó con un perfecto acento santandereano que eran reseñas de las pesadillas que Elin le comentaba cada mañana, algunas ya exageradas por la ficción literaria, otras menos expuestas a la intimidad, a la final todas terminaban ser letras de espacios desconocidos, universos oscuros ajenos a esta realidad, una especie de dimensión en donde los sueños de su esposa reposaban en las tinieblas de la inconciencia humana, lejos donde los dioses no murmuran ni las bestias caminan, solo un espacio oscuro y frío, con caminantes que buscaban despertar desesperadamente, según palabras de su esposa.

Humberto tomó algunas hojas y las leyó en silencio, compartía el sentir de su maestro y quizás como una tertulia de dos señores mayores brindaba un poco de vino o aguardiente, mientras replicaba las letras de aquellas pesadillas incongruentes.

Humberto entregó el documento final de su investigación doctoral, un modelo de redes para sistemas de control aéreo que serviría años más tarde a la agencia aeronáutica de Colombia, de allí emergería el posterior interés al interior de la facultad de ingeniería de crear una línea de investigación en simulación de datos y arquitectura aeronáutica. Marcelo estaba orgulloso de su amigo, incluso retomó su línea de diseño de aeronaves, un trabajo quizás más para ocupar la mente que para fomentar el nuevo conocimiento.

Cursado el mes de enero, dieron inicio a las clases en la Universidad Nacional de Colombia, Marcelo con sus contactos logró un par de donaciones de laboratorios de cómputo para la facultad, equipos con más capacidad de procesamiento de datos, un favor que alguna vez alguien en el gobierno de los Países Bajos le adeudaba.

El terror de la violencia en el país daba a Marcelo la austeridad de sus gastos, no pretendía ser visible ante la fuerte presencia de organizaciones criminales, prefería ser visto como un simple profesor de universidad pública, anhelo que en dos años maduró en un nombramiento como director del centro de investigación de datos de la facultad, un lugar de distante descanso ante los terrores de la realidad colombiana.

Humberto continuó sus clases mezcladas con diseño de datos y programación de simuladores, se hizo un nombre y un estatus en el pesado ambiente de los ingenieros del país.

Mientras los aviones estallaban en los cielos colombianos por vendettas entre organizaciones criminales, él insistía en mejorar los controles aéreos de las principales ciudades del país, diseñaba sistemas operativos más amigables y legibles para los técnicos aeronáuticos, incluso se apoyaba en ocasiones en el conocimiento de Marcelo.

Al llegar las fiestas de diciembre de aquel desastroso año 1989, Marcelo que ya se había instalado en un elegante edificio sobre la avenida 19, llamó a Humberto con ansiosa preocupación, explicó que sin entender nada había tenido una pesadilla la noche anterior. Un terrible ser sin forma ni lógica para la mente humana le buscaba, le hablaba con una voz distorsionada, con ruido y alteraciones en el ritmo de las palabras, entendía las palabras porque sentía que era una comunicación mental y no auditiva, pero era contundente el mensaje: Elin seguía atrapada en vida, en una especie de bucle de sufrimiento y dolor, y era labor de este ir a liberarla.

Humberto sorprendido comenzó por sugerir que retomara el arte de escribir las pesadillas, más que una ficción, una terapia que quizás era momento de retomar, pueda pues, fuera el estrés o el hecho mismo de que la ausencia de ella estuviera retumbando en su psiquis como un asunto sin resolver.

Marcelo se sintió ofendido al momento de escuchar la respuesta de su ahora amigo Humberto, pero tomó como propio el consejo y agradeció la sugerencia.

Con un cigarrillo en la boca y sentado en su apartamento, comenzó a escribir sin estructura todo lo que recordaba del sueño, de esa pesadilla infame que le chantajeaba por el amor por su esposa fallecida.

Su amada Elin, a quien recordó con lágrimas en los ojos mientras el humo de cigarrillo danzaba como un hilo azul, estaba atrapada según recordaba, en un universo oscuro, lejano, frío y lleno de estrellas, con seres sin forma y voces con mucho ruido, sin ritmo y acento, palabras que emergían en su mente producto de un sonido extraño, solitario, macabro.

Sacudió el cigarrillo en un cenicero de cristal y elevó su mirada por la ventana observando los cerros orientales de Bogotá, recordó levemente su vida en Rotterdam, recordó el primer día que conoció a Elin en la universidad, recordó aquella tarde en la biblioteca cuando ella desapareció, recordó, además, su rostro pálido en la cama del hospital mientras luchaba por salir aquel estado catatónico.

Marcelo recordó tantas cosas en tan pocos segundos que fue justo en ese relicario de nostalgia y melancolía que halló la ficha clave de todo lo que ocurría: Elin siempre hizo hincapié en que había personas atrapadas en ese lugar, personajes que sufriendo, buscaban una salida.

- ¿Estarás buscando una salida, mi amor?

Alzó la voz como un ingenuo hombre derrotado, sus ojos, con lágrimas volvieron a la hoja de papel para continuar escribiendo lo que recordaba de la pesadilla.

Al otro lado, donde no hay luz ni tiempo, una mujer caminaba desesperada buscando una salida en una elegante y moderna biblioteca de la universidad.

AV.

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