Imagen
tomada de: https://gumroad.com/kyletwebster
Un
fin de semana maravilloso como punto de partida de cualquier reflexión. Un fin
de semana de compañía familiar, de salir de la urbe y encerrar a la
cotidianidad en un amplio espectro de naturaleza y silencio.
Escapar
de las calles y los afanes, de las letras del estudio y el trabajo (porque si,
ahora soy estudiante de nuevo), de las ventanas que nos muestran el mundo de
afuera pero que nos impiden disfrutar porque primero hay que terminar los
pendientes del interior.
Escaparnos de las dudas del tiempo y aprender que cada
día trae su afán, que el amor es una institución que se construye y no un
sentimiento que surge de la nada, entender que la familia es la más grande de
las empresas y la más delicada de las burbujas, que somos producto de nuestra
historia pero, es a esa historia a la que le debemos una explicación como
hijos, hermanos, amigos y pareja.
Así
pues ha sido un fin de semana maravilloso en términos generales, porque se
compartió con la familia esa intimidad que la cotidianidad nos arrebata, se
compartió el comedor para conversar de los sueños y las metas y no del día a
día con sus corbatas e informes. Se compartió el tiempo libre con la búsqueda
de lo necesario para hacer del presente una máquina de producir sueños y
expectativas, un fin de semana de reflexión, de entender que el amor maternal y
paternal es infinito, que lo importante es aprender de las derrotas del pasado,
que nuestro presente es ahora, que el amor es la máquina de hacer crispetas.
Como
todo en este Blog, hay canciones que nos acompañan cual banda sonora del
camino, canciones preferidas o que se ajustan a los momentos que se van dando
en las horas, este fin de semana quizás fue el silencio el que nos permitió
escucharnos y hacernos una banda sonora a costa de palabras y reclamaciones,
con la base del entusiasmo y el amor por el otro. Entendernos como unidad, como
equipo, como familia.
Un
fin de semana donde abrimos la bóveda para sacar los materiales de los que
tenemos hechos los sueños, porque nos llegó la hora de sentarnos a conversar y
en un unísono decirnos cuánto queremos que todo ocurra. Soñarnos el Castillo
Azul y descubrirnos en la mirada que todo tiene su proceso, que hogar es lo que nace
en el alma y no los ladrillos que se apilan en el costado. Pensar a modo de
reflexión que el color es lo importante, que no es dejar nada a la víspera,
pero que debemos de sabernos esperar a cada momento con su afán respectivo,
imaginarnos en el mesón conversando sobre lo que en otra fecha se hacía a la
distancia.
Un
fin de semana maravilloso por donde se le mire, porque los fines de semana
comienzan con viernes y fue precisamente el viernes donde se sintió el afecto y
cariño de los amigos, de la pandilla que uno tiene para la reflexión y la
diatriba, de esos “zopencos” que están a la disposición de quien les escribe,
esos personajes que se juntan en miedos y sonrisas, en querellas y pendientes,
de todos y de todo para una misma función: Vernos en la vida progresar.
Un
fin de semana para reflexionar – evidentemente – y agradecer a su vez, a los
días vividos, clara rebeldía en el despertar, al aire libre en el campo
quindiano, en el hermoso paisaje del eje cafetero. Permitirnos recorrer caminos
de parques naturales y compartir con los animales, ver peluches y saberlos
apreciar, desear, ver el amor de muchas maneras.
Un fin
de semana al fin y al cabo donde lo normal brilló por su ausencia, porque en
medio de toda la rutina del cariño y el afecto, se expandió la esperanza en una
unidad familiar, en una exagerada sonrisa de fantasía. Así es el amor por
supuesto, infinito, incomprensible, fuerte, eterno, rebelde.
Fue
otro fin de semana, sin duda.
Otra razón
para vivir y soñar.
AV
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