5 de junio de 2023

El Canto de la Torcaza (Destino)

 

Imagen tomada de:

https://lataco.com/alleged-cat-graffiti-artist-arrested-los-angeles

 

Dejar caer el alma sobre el viento y flotar como una pluma que viaja entre edificios a lo alto de una ciudad que se desvela en telúricos comentarios políticos y polémicas decisiones musicales. Navegar como una torcaza que sin la más decente belleza, a su ritmo y placer deja en la estela de un desesperado salto la vida misma, el amor por agarrar el cielo entre sus silencios.

Observar cada instante, como una reverencia al pasado, como una canción que nos da movimiento y nostalgia, una danza de palabras envenenadas en una melancólica guitarra, como la canción del pájaro campana que trasciende en el tiempo, que muta en diferentes versiones, que se aleja de si misma y es a su vez, una sola entonación: Triste, pretenciosa, antigua, acelerada, suicida [quizás].

Quizás.

En un lejano muro de viejas construcciones se posa el ave, llega saltando como si supiera volar, allí se encuentra con otras especies de similar estética, con su canto previo a empezar a dar alimento a sus crías, pequeñas y feroces bestias de lo cotidiano. Bajo ellas una sombrilla de colores cuida del potente sol a dos desempleados. Caballeros de buen gusto que con el cansancio de no hacer nada y el desespero de una acalorada tarde de mayo siembran palabras en el ocio, juntan mentiras y promesas hasta ensayar un ideal discurso de prosperidad.

A su lado una señora camina llevando de la mano un menor, pequeño caballero de escasos cuatro eneros, de ojos saltados y sonrisa inocente, con la misma estética que la cría de la torcaza, pero a diferencia de estas, poseedor del don de la palabra mal dicha, gemidos leves, frases inconclusas que a bien comunican el deseo por un helado.

La señora bien saluda a los caballeros, dos re conocidos colegas del vecindario, por igual alza la voz y extiende amable sonrisa al asesor comercial de una pequeña y pretenciosa tienda de barrio: ¡Buenas tarde don Ismael!

Don Ismael devuelve el saludo, observa llegar a las torcazas en el muro que divide su negocio de la casa quinta que tiene adyacente, se cuestiona si es pertinente poner trampas o seguir dejando a la naturaleza poseer su negocio con excremento mientras se anuncia a canto leve la llegada de la Solapa. 

Suena un teléfono fijo y una señora de gruesos dedos contesta, toma nota de una serie de indicaciones y con la mirada da instrucciones a Don Ismael de empacar algunas latas de cerveza (frías por supuesto), una cajetilla de cigarrillos americanos y dos paquetes de papas fritas.

Se gira nuestro anfitrión a tomar pedido mientras la señora, de nombre Rubí, da una serie de números a dónde el interlocutor telefónico, puede hacer la transferencia de dinero para pago. Grita como General y mueve sus manos como marinero, a su respuesta un joven delgado y cabello a cortes abstractos sale detrás de una cortina que divide el negocio con la intimidad, recibe una hoja con una dirección, toma en sus manos una bolsa grande con el pedido empacado por Don Ismael y se monta en su bicicleta rumbo a unas calles de distancia.

Canta la torcaza mientras su pareja da de comer a las crías, feas bestias de los cielos que aun con el plumaje igual de abstracto al joven ciclista comen retazos que han sido recogidos por sus progenitores en los cielos de una ciudad que no da espera a los desesperados.

 - ¡Mal sea el gobierno que abusa de sus ciudadanos para dar de comer a quienes se roban el erario! – espeta uno de los clientes que bajo la sombrilla de colores termina el último sorbo de su cerveza. Su compañero, un tipejo más joven pero igual de desempleado solo lo observa, de seguro es simpatizante de la causa nacional.

Un autobús se aproxima por la calle intermedia, abraza el cruce de ambas esquinas y gira para tomar camino a la avenida principal: una elegante calle a unos metros de distancia de tan pretencioso negocio familiar. 

Ramiro, si le damos un nombre genérico, conduce su viejo Chevrolet B-70 con la misma velocidad con la que la cría traga entero cada pedazo de alimento, a su lado un joven “Ramirito” aprende del oficio de conductor. La señora, con su bebé atrapado en sus manos camina apresurando el paso, no estaba en sus planes ver llegar tan pronto el viejo bus municipal.

Estira sus manos y alcanza con un gemido intelectual, la mirada de dos hombres que al nombre de Ramiro, responden a la solicitud. Frena, en seco, sin responsabilidad ni precaución, solo frenan para no dejar detrás a la dama y su menor, rena dejando un ruido interminable en la consciencia de los presentes.

Frena como la vida que flota en los aires, como el alma que flota sobre la ciudad en una tarde acalorada de mayo, bajo un sol inclemente que sin querer despedir a nadie toma por sorpresa la vida de un joven ciclista que miraba un pequeño papel para identificar su destino.

Su destino se enajena en el trayecto con la misma crueldad con que las torcazas salen heridas por culpa de un pico de botella (varios picos de botella) pegados en el muro, como una cerca contra natura. 

La señora observa, el niño llora, los desempleados saltan, Don Ismael observa, Doña Rubí cae de rodillas golpeando su cuerpo ante la vitrina y su alma ante el cielo: Ramiro, el conductor solo cierra los ojos.

Ramiro, el joven aprendiz de conductor, salta de su silla y sale por la puerta del bus como un desesperado que quiere observarlo todo.

Nuestro ciclista sin tener conocimiento de la dirección escrita en un pequeño papel ya había llegado a su destino.

Como si la solapa fuese la vigía de una cotidiana situación, como si el nombre mismo de las cosas fuera otro que el trayecto de los condenados.

Latas de cerveza riegan su frío contenido, como si tuvieran que mezclarse con el más puro de los líquidos. 

Canta la torcaza, lloran los humanos. 

AV

1 comentario:

LaNaTa dijo...

El recurso de las torcazas para contar tu historia, me parece muy interesante. Se puede hallar belleza y narrativa en lo cotidiano 💛