5 de julio de 2025

Canción para mi muerte (Yeferson)


Imagen tomada de: https://www.craiyon.com/image/K6bfjQxwS36AQmHHjovkYA 


Yeferson nació enamorado de la música, con un gusto por el canto tan puro que desde muy niño parafraseaba canciones que su imaginación le permitía improvisar. Su madre, Maritza, le inculcó el amor por la música, pero desde el baile.

Todo ritmo latinoamericano pasó por la sala de la casa, un par de bafles aiwa daban volumen a los primeros pasos del infante y su madre, que tomándole de las manos le enseñaba primero a bailar que a caminar.

Roberto, el padre, bien se alejaba de pasiones musicales, pero gustaba del buen beber, así que sus jornadas de cantina las vislumbraba en canciones de Jose Alfredo Jiménez, Diomedes Díaz y cómo no, algunas baladas del maestro José José.

Yeferson creció enamorado del amor, del ideal de pareja perfecta que tomados de las manos superan las barreras del mundo entero, no tanto por el ejemplar matrimonio de sus padres, porque nunca fue ejemplar. Más bien por las románticas canciones que escuchaba y de ellas, las que entonaba en la ducha, en el coro del colegio y años más tarde, en los bares de Karaoke de la ciudad.

Cerca de los diecinueve años fue reclutado por una banda de música, de esas que cantan éxitos de la balada pop latinoamericana, desde versos de Ana Gabriel, hasta revolucionarias canciones de Charly García.

Allí conoció “Canción para mi muerte”.

La voz de García y Spinetta chocaron con la memoria musical de Yefersón, sus ídolos de infancia, Niche, Rikarena, Ana Gabriel, Maná, Valoy, todos juntos se revolcaron ante aquella revelación. El líder de la banda, un taciturno baterista de música rock, le había dado la letra de una canción desconocida, que, al reproducirla en su dispositivo móvil, le cambió por completo la percepción del mundo, quizás, había conocido la poesía.

Recorrió varios bares y restaurantes, en alguna oportunidad viajaron a municipios aledaños a cantar, contratos pequeños, pero justos.

Yeferson comenzaba a interpretar canciones de artistas que desconocía, como a Fito Paez, La Ley, Timbiriche, pero seguía atrapado con Sui Generis, era un amor de primera escucha.

En aquellas giras por pequeños municipios aledaños, hubo un particular suceso que para Yeferson fue el último.

Llegaron a Santa Lucía del Oro, una ciudad de pequeña importancia, una inmensa Quinta les recibía y dentro, un lujoso matrimonio, de aquellos ostentosos que terminan desperdiciando comida.

La agrupación musical se acomodó en una tarima estilo colonial, elegante, absurdamente grande. Con el micrófono en mano y dejándose guiar por el vocal principal de la banda, interpretaron canciones clásicas de la balada latinoamericana, uno que otro vallenato de antaño, de esos que escuchaba el padre de Yeferson cuando tomaba en la cantina, merengue y salsa, todo en distintas salidas al escenario, según avanzara el ambiente en la fiesta matrimonial.

En una de las pausas, un mesero de elegante corbatín entregó al líder de la banda, el baterista taciturno, una hoja de papel con una anotación particular: “Canción para mi muerte”.

Con una sonrisa de camaradería, informó a los dos vocalistas de la banda de la solicitud que llegaba, Yeferson emergía en felicidad, era su momento de homenajear al sentido mismo de la vida:

Hubo un tiempo que fui hermoso

Y fui libre de verdad

Guardaba todos mis sueños

En castillos de cristal

Poco a poco fui creciendo

Y mis fábulas de amor

Se fueron desvaneciendo

Como pompas de jabón

 Comenzaron a cantar, con un ligero sentimiento de vida, contrario a la muerte que invocaba. Yeferson cantaba, se sentía a plenitud, completo, orgulloso, deseaba incluso que su madre estuviese en ese momento escuchándole.

Al terminar, alguien del público levantó la mano en señal de que repitieran la canción, parecía ser el padre del novio.

Volvieron a cantar.

Al finalizar, nuevamente insistieron que repitieran por vez tercera la canción, Yeferson sorprendido, se emocionaba.

Volvieron a cantar.

Una cuarta solicitud, otro familiar insistía.

Volvieron a cantar.

Yeferson estaba agobiado, sentía que su garganta ardía y su voz fallaba, sus piernas dolían a la altura de la pantorrilla, como si llevase mucho tiempo de pie. Miraba con detenimiento a todas partes hasta que con sorpresa notó que varios de los invitados tenían demasiadas arrugas en el rostro, las uñas largas, como una bestia.

La pareja de esposos en una mesa con decoración exagerada estaba sentada mirándoles fijamente, debajo del mantel de la mesa se podía observar extrañas formas que reemplazaban lo que debería de ser pies humanos.

Yeferson entendió en ese instante que era el final que siempre había soñado para su vida.

 

Te suplico qué me avises

Si me vienes a buscar

No es porque te tenga miedo

Solo me quiero arreglar.

AV.

No hay comentarios.: