Imagen tomada de: https://www.artpal.com/ArtByZuk
“Long Haired Gray Cat with Champagne” By: Karen Zuk Rosenblatt.
Bien les mencionaba en la entrada
anterior, que tuve la oportunidad de presenciar el modo como nosotros, los más
subnormales seres del planeta, compartimos intenciones y tomamos decisiones sobre
las pasiones que tanto nos adornan.
Pues bien, el merecimiento de una
buena historia hace que de parte de este, su escritor de confianza se conjuguen
las versiones de cada quien en una espiral de risas, llantos y cómo no,
silencios.
Aprendemos a conocer cómo los
personajes van tomando rumbos que a primera vista son entendibles y por
supuesto, necesarios.
Desde la rabia y tristeza del
señor Conejo que en el exilio eructa un pliego completo de palabras obscenas,
hasta la Coneja que son su amarillo pelaje disfruta de tomarse selfie para instaurar en sus redes
sociales la autoestima que la onírica paciencia le ha robado.
Todos en el gremio del chisme
estamos a la expectativa de cómo evolucionará tal propósito.
¿Volverá doña Coneja con el triste
Conejo? ¿Caerá en las garras del malvado ser de mirada coqueta? ¿Tendrá la vida
una nueva oportunidad para el triste conejo? ¿Existe el amor? ¿Hay vida más
allá de la decepción? ¿Podrá esta historia ser lo suficientemente sólida como
para crear una obra literaria justa y duradera?
Somos seres de preguntas
constantes, de cuestionar y pretender entender el mundo que habitamos. Somos
seres que al compartir recinto con toda clase de personalidades y puntos de vista,
solemos caer en el exceso de confianza y esa es pues, nuestra tragedia
contemporánea.
Así como el ahora triste y
desamparado conejo perdió a su amada coneja porque un bribón de mirada coqueta
se interpuso en su abominable concepto del amor, también es cierto que el joven
de mirada coqueta tuvo una idea, una idea que se convirtió en un plan, un plan
que se ejecutó y que con la voluntad de los tontos, pudo alcanzar un final
ansiado, no esperado.
Para bien o para mal, el final
esperado era otro, porque en todo caso doña Coneja terminó regresando a su
mundo de amor propio a cambio de cariño ajeno.
Nuestro personaje de mirada
coqueta, camaleónico como los más ágiles apostadores, trascendió entre colegas
e incautos como un ser de dudosa reputación, de cuestionable obrar, de ser
aquello que uno no busca en un amigo ni aplaude en un ciudadano de bien.
Una imagen que ahora en los
recientes tiempos de julio ha dejado mucho qué desear, aquel espíritu de
confianza que lleva en el desespero del tiempo perdido, a cosechar malas decisiones,
placeres insensatos, transeúntes inconformes. Una imagen de un ser que a pesar
de ser coqueto, no es fiable.
Nadie entra a defender al conejo
triste, porque tampoco es una buena idea. Es una víctima, si, es una tragedia
visible de lo que los desesperados y tontos quieren encomendar a los santos, una
dignidad poco cualificada.
Pero tampoco es entrar a juzgar al
triste ser, porque si fue trágico el devenir de una salida casual, de esas que jugando
Pin Pon terminan en relaciones rotas, pero es inadmisible reclamarle paz, es
incoherente abrazarle y pedirle excusas, porque el tema no es ese, a la final
nunca hay tema, "Solo la brisa fría de la muerte enamorada", diría Rodolfo.
Lo que aprendimos de aquella treta
fue lo mismo que nos hemos negado a aprender en la escuela de la vida, los
tontos y los desesperados tienen una medición del tiempo y de la vida tan única
que preciso, la confianza se torna de otros colores magros.
Como el dinero, el amor y la ambición.
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