23 de septiembre de 2008

Retrato Silencioso

Imagen Tomada de: http://www.carolsutton.net/pip/sutton_barker_beckman_cat.html

Hace mucho tiempo no me sentaba a escribir ya con la claridad de esa sinceridad visceral que nos une con lo literario, quizás porque estaba ocupado pensando en mi mismo, o tal vez porque mí mismo se ha dejado influenciar por otro mismo, o de una que otra manera ese mismo me tiene encerrado en otros mismos sacados de la periferia, de esos centros desplazados que nos dan fuerza y gratitud, que nos recuerdan eso que se vive y se rememora.


El recuerdo fue la base del principio, de esa necesidad de volver para quedarme; ahora el cambio y el silencio son las palabras para enamorarme de ese ser divino que soy, o de ese maligno olvido que he querido invocar, no puedo en cualquiera de los casos negar las consecuencias que la honestidad nos deja en la calle, nos simula en cielos abiertos y nos baja al sótano en dos letras y tres canciones.

Cerca del año anterior sirvió como ejercicio de catarsis a esa necesidad de gritar que en las letras dejé para los lectores casuales, para esos transeúntes intelectuales que se desviven en la miseria de la soledad, la disfrazan de intimidad y la compartimos en innecesarias ocupaciones, en rebeldes trabajos que nos dan fuerza y amistades, nos dan motivos para levantarnos en la madrugada e ignorar la salida del sol. Quizás sólo observamos el cielo cuando amanece lloviendo, no cuando el calor nos abriga en un azul despejado y tranquilo sentido de pertenencia.


Me he considerado cerrado para mis asuntos personales, pero esa cuenta de cobro regresa igual que lo hizo hace tres octubres atrás, no sé bien si son coincidencias o secuelas, si son aberraciones a sentimientos vagos y mundanos, si son imposibles en caminos posibles y se transforman en llanas excusas existencialistas.

Seguimos con preguntas abiertas, de eso se trata vivir, observamos la madurez ajena para entender la nuestra, nos mentimos en el espejo, nos vestimos para ocultar esos ´casi´ que nos brinda el azar, nos preocupamos por lo que nos va a pasar y no por lo que nos ocurre en el instante, como fotografías en marcos de vieja data, como gatos domésticos que olvidaron cazar, olvidaron escuchar el cascabel. Curiosos y honestos, sensibles al dolor del alma, a las heridas de la familia y los desesperos de la edad, a las alas que se caen cuando queremos dormir y nunca despertar, nos humedecemos en sal y nos bebemos la nostalgia hasta ahogarnos con ella en el cuello uterino, no hemos cortado ese lazo de vida que suponíamos haber trazado en la infancia.

Pasos de madera que chocan entre sí, que nos miran descalzos esperando a ser atendidos por nuestra falta de carácter, lo evadimos con el carácter externo pero lo insinuamos en cartas sin mandar, las sellamos con odio o amor, igual da cuando se trata de escribirlas y no leerlas, no compartirlas con el lector sabio y objetivo.
Dejemos en la morada los golpes de la calle, dejemos en la escuela los regaños del hogar, no transgredamos las leyes en un intento de suicidio o en algún deseo de cambio, las orugas no vuelan.


Pálidos ante la verdad creemos asunto olvidado los errores de la conciencia, mentimos con frecuencia jugando en esa línea de la piedad y la misericordia, misericordia para con nosotros, piedad para con los que nos tienen fe, vivimos en ritmos urbanos, no civilizados, simplemente urbanos y con concreto y cemento en el iris, las pestañas cansadas de sacudir polución objetan nuestro voyerismo intelectual y nos defienden de pecados visuales como la envidia y los celos; imaginemos un trayecto hecho para nosotros con espuma en los caminos y aroma a rosas en el borde del mismo, sabemos que es falso, los aromas son subjetivos, la comprensión del trayecto es relativa a la inutilidad de la intención de caminar, si lo hacemos en círculo lo mismo da envejecer que madurar, la evolución y revolución no se cuestiona, sólo el carácter.

Quizás escribir nos es simplemente la salida, a veces la salida está es adentro.

AV.

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