No puedo escapar, no se me permite olvidar, se me nubla el recuerdo con antecedentes de nostalgias aprehendidas en callejones llenos de ventanas y gotas de dolor. En ocasiones me sucede que estoy caminando por mis cotidianas calles o me siento en mis rutinarias labores y empiezan a aparecer en mi cabeza miles de historias, cuentos y escritos lo más de chéveres, se me inundan las ideas de historias y verbos, de imágenes que reclaman ser escritas en paredes o asientos, en papeles o escritorios, letras que sabotean mi tranquilidad cotidiana y me desesperan con un imaginado reguero de noticias para publicar.
Historias sexuales, eróticas, llenas de eufemismos propios de la intimidad y con la elegancia de la mediocridad me dibujan un sabor a sexo en el deseo reprimido de publicar, por la sencilla razón que son historias que me llenan la cabeza de letras en momentos imposibles de escribir. Son historias que se asoman desde una ventana hecha de neuronas y neuróticos, son historias que se niegan a existir y me impiden escapar. Historias ficticias como inventarse la realidad del otro se me incrustan en el ejercicio de observar y ser observado, se someten a la voluntad de mi imaginación para ponerlas en un plano ficticio de este mundo real, se comportan de manera acelerada, en ocasiones ocasionándome largas noches de insomnio, porque sencillamente querían estar allí. Para maldición de este servidor, es en esas noches donde me siento frente al mentado Blog con la disposición de expulsarlas y redactarlas, pero es la maldita hoja en blanco la que se quema en mi mente y me nubla por completo, burlándose de mi capacidad creativa de existir, me deja en blanco como hijo desamparado, me deja solo y con las manos llenas de trabajo sin terminar, me obliga a retirarme de esa contienda con la frustración de nunca haberlo si quiera errado.
Historias que coloco sobre la mesa para discutir con mi ego y mis miedos, historias que cuando quiero imprimirlas en un silbido de locura se me pierden en el arrogante ritmo de la soledad y abusan de mi condición de viajero, se me encarrilan en otros momentos con un dulce de espontaneidad lo suficientemente venenoso como para hacerme olvidar de todo aquello que quería revelar. Es como esa lucha de secretos que se guardan en un cofre, donde lo que importa es el cofre y no lo que realmente guarda, donde lo que realmente nos afecta es la ubicación del cofre y no la persona que lo ve. Nos presentamos como escritores y lectores, pero pecamos en la lectura impropia de experiencias ajenas que pretendemos personalizar en nuestro esfuerzo literario, esa lúdica constante que nos humilla cuando de redactar innovadoras experiencias se refiere.
No quiero ser receptor de palabras, ni repetidor de comentarios, pero estoy cayendo en el olvido de la consecución de historias a partir del deseo de la ingratitud, sólo la paciencia nos hace verdaderos sabios. Cuando una historia me invada la conciencia, dejare de ser consciente y me encerraré en mi inconsciente, para vivirle y huirle sin temerle a mi propia hoja en Blanco.
Historias sexuales, eróticas, llenas de eufemismos propios de la intimidad y con la elegancia de la mediocridad me dibujan un sabor a sexo en el deseo reprimido de publicar, por la sencilla razón que son historias que me llenan la cabeza de letras en momentos imposibles de escribir. Son historias que se asoman desde una ventana hecha de neuronas y neuróticos, son historias que se niegan a existir y me impiden escapar. Historias ficticias como inventarse la realidad del otro se me incrustan en el ejercicio de observar y ser observado, se someten a la voluntad de mi imaginación para ponerlas en un plano ficticio de este mundo real, se comportan de manera acelerada, en ocasiones ocasionándome largas noches de insomnio, porque sencillamente querían estar allí. Para maldición de este servidor, es en esas noches donde me siento frente al mentado Blog con la disposición de expulsarlas y redactarlas, pero es la maldita hoja en blanco la que se quema en mi mente y me nubla por completo, burlándose de mi capacidad creativa de existir, me deja en blanco como hijo desamparado, me deja solo y con las manos llenas de trabajo sin terminar, me obliga a retirarme de esa contienda con la frustración de nunca haberlo si quiera errado.
Historias que coloco sobre la mesa para discutir con mi ego y mis miedos, historias que cuando quiero imprimirlas en un silbido de locura se me pierden en el arrogante ritmo de la soledad y abusan de mi condición de viajero, se me encarrilan en otros momentos con un dulce de espontaneidad lo suficientemente venenoso como para hacerme olvidar de todo aquello que quería revelar. Es como esa lucha de secretos que se guardan en un cofre, donde lo que importa es el cofre y no lo que realmente guarda, donde lo que realmente nos afecta es la ubicación del cofre y no la persona que lo ve. Nos presentamos como escritores y lectores, pero pecamos en la lectura impropia de experiencias ajenas que pretendemos personalizar en nuestro esfuerzo literario, esa lúdica constante que nos humilla cuando de redactar innovadoras experiencias se refiere.
No quiero ser receptor de palabras, ni repetidor de comentarios, pero estoy cayendo en el olvido de la consecución de historias a partir del deseo de la ingratitud, sólo la paciencia nos hace verdaderos sabios. Cuando una historia me invada la conciencia, dejare de ser consciente y me encerraré en mi inconsciente, para vivirle y huirle sin temerle a mi propia hoja en Blanco.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario