Soy un pobre limosnero que se grava en la memoria del corazón, que se juega miles de noches frente al banco nacional buscando una moneda que le de la cara para resistir; soy un dinosaurio que murió de pena moral, un ser arcaico que se dejó abrazar por la soledad del cambio de tiempo y destino, ese egoísmo de las especies en vía de extinción. Soy un lobo desesperado y loco que aúlla bajo una luna de papel, que lee en las noticias la orden de captura con la que el gobierno pretende darle cariño.
Loco y callado, mirando de reojo a ese destino llamado soledad, redundante y repetitivo como la memoria, mediocre e impuntual, víctima del amor profano, esos apócrifos que se redactaron en nombre de las instituciones de la fe, esa soledad que se mezcla con leche y se bebe con galletas, que reduce en el chocolate esa dignidad propia de musas y profetas. Soy una sombra que camina en septiembre huyendo de los vientos de agosto, soy un octubre que se estanca en la puerta del almanaque, que se niega a existir, que se muere por febrero, que se estanca en ideas sueltas y clichés llenos de palabras y frases populares.
Soy la memoria del minusválido, soy la camilla del abandonado, la memoria del abandonado, la noticia que destruyó a familias enteras. Soy un error ortográfico, un músculo recién relajado, un mundo en primavera, una guerra en proceso de tregua, un personaje sin novela, una novela sin drama y sin valor. Recién caída la noche me transformo en ese lobo que no entiende el papel de la luna, que se extingue como un dinosaurio hambriento, que se enloquece en una muda soledad, ese lobo que resiste al egoísmo del amor y a las monedas de la limosna. Loco y callado, mirando de reojo a ese destino llamado soledad, redundante como la fe y la esperanza, víctima de lo más profano del amor, hijo de una feria y refugiado de un festín.
No soporto escribir cuando converso con mis letras, cuando me enredo en mis notas y termino siendo un objeto literario y no un objetivo literario. Los acuso a algunos de ustedes de ladrones de sentimientos y de noches de sueño, a esas estrellas que no se estrellaron, esas palabras que se quedaron en el calor de la cama y que no son capaces de madurar con el calor del sol. No soporto verme de reojo mientras en el espejo la eternidad me hace señas con una carta en blanco, mientras el agua del baño se purifica con las lágrimas de la cocina, no soporto sobrevivir con un beso cuando el problema requiere más que un abrazo, cuando la cotidianidad se regresa al pasado y en una noticia llena de morales recuerdos se nos vuelve cotidiana, nos acecha y nos injerta en el corazón una copia del testamento.
No soporto ver ese diploma en tu rostro cuando es la sonrisa la que se gradúa de ingrata y no tu memoria, no soy un error ortográfico que se repite en la escuela, no soy ni siquiera una novela, me arrincono en el desierto y bebiendo arena le digo a usted querido lector que si sabe o tiene razón de ella, dele de mi parte una fuerte cachetada y un beso en la garganta mientras me acomodo en la calle, con mi memoria en una botella y mi comida en una agenda, esa hipocresía que me da de vivir, para sentarme más tarde al frente del Banco nacional y gravarme en la memoria de las noches ese egoísmo que sólo nosotros, las especies en vía de extinción solemos coleccionar.
Miradas que se quedaron en miradas, miedos que se transformaron en miradas: Esos silencios eternos para contar.
Loco y callado, mirando de reojo a ese destino llamado soledad, redundante y repetitivo como la memoria, mediocre e impuntual, víctima del amor profano, esos apócrifos que se redactaron en nombre de las instituciones de la fe, esa soledad que se mezcla con leche y se bebe con galletas, que reduce en el chocolate esa dignidad propia de musas y profetas. Soy una sombra que camina en septiembre huyendo de los vientos de agosto, soy un octubre que se estanca en la puerta del almanaque, que se niega a existir, que se muere por febrero, que se estanca en ideas sueltas y clichés llenos de palabras y frases populares.
Soy la memoria del minusválido, soy la camilla del abandonado, la memoria del abandonado, la noticia que destruyó a familias enteras. Soy un error ortográfico, un músculo recién relajado, un mundo en primavera, una guerra en proceso de tregua, un personaje sin novela, una novela sin drama y sin valor. Recién caída la noche me transformo en ese lobo que no entiende el papel de la luna, que se extingue como un dinosaurio hambriento, que se enloquece en una muda soledad, ese lobo que resiste al egoísmo del amor y a las monedas de la limosna. Loco y callado, mirando de reojo a ese destino llamado soledad, redundante como la fe y la esperanza, víctima de lo más profano del amor, hijo de una feria y refugiado de un festín.
No soporto escribir cuando converso con mis letras, cuando me enredo en mis notas y termino siendo un objeto literario y no un objetivo literario. Los acuso a algunos de ustedes de ladrones de sentimientos y de noches de sueño, a esas estrellas que no se estrellaron, esas palabras que se quedaron en el calor de la cama y que no son capaces de madurar con el calor del sol. No soporto verme de reojo mientras en el espejo la eternidad me hace señas con una carta en blanco, mientras el agua del baño se purifica con las lágrimas de la cocina, no soporto sobrevivir con un beso cuando el problema requiere más que un abrazo, cuando la cotidianidad se regresa al pasado y en una noticia llena de morales recuerdos se nos vuelve cotidiana, nos acecha y nos injerta en el corazón una copia del testamento.
No soporto ver ese diploma en tu rostro cuando es la sonrisa la que se gradúa de ingrata y no tu memoria, no soy un error ortográfico que se repite en la escuela, no soy ni siquiera una novela, me arrincono en el desierto y bebiendo arena le digo a usted querido lector que si sabe o tiene razón de ella, dele de mi parte una fuerte cachetada y un beso en la garganta mientras me acomodo en la calle, con mi memoria en una botella y mi comida en una agenda, esa hipocresía que me da de vivir, para sentarme más tarde al frente del Banco nacional y gravarme en la memoria de las noches ese egoísmo que sólo nosotros, las especies en vía de extinción solemos coleccionar.
Miradas que se quedaron en miradas, miedos que se transformaron en miradas: Esos silencios eternos para contar.
AV.
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