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Todo
comenzó con un simple trino, parecía en orden las cosas y como siempre mi disposición para el asunto daba
para más quejas que historias que contar. Las historias de salas de urgencia nunca son buenas, nos ponen a reflexionar
y nos llevan en lo alto de las emociones a buscar nuestro lugar en el mundo,
nos ubican en un taciturno ejercicio de reflexión sobre lo débil que es la
condición humana, sobre lo nula que puede ser nuestra existencia en un mundo
tan lleno de verdades y preguntas que poco o mucho le han aportado a la
ciencia, carecemos pues, de esa ciencia.
Una
sala de urgencias lleva consigo siempre ese espacio de inquietud y nerviosismo,
donde nos dejamos llevamos por las emociones y comprometemos nuestra
tranquilidad con detalles tan ínfimos como lo pueden llegar a ser una sala de
espera, o que lo primero que uno haga es hacer fila en la “Caja” y no con el
médico. Se termina cuestionando fuertemente el sistema de salud, pero en
ocasiones recuerdo también aquel tema de los colados del que hablaba ahora recién y comienzo a entender que quizás, por nuestra propia naturaleza, también haya
uno que otro astuto que se las pase de listo y se retire del lugar sin pagar,
triste pero real.
Me
ubicaron en otra sala y dimos espera a que comenzara lo que llamo, la mini
procesión. Me pasearon por cuanto pasillo tiene el recinto hasta llegar a otra
sala donde me esperaba un apuesto caballero que me tomó par radiografías del
torax, no imaginan el miedo y la reflexión tan profunda que disparé en ese
instante (y en el de espera de los resultados), quizás por mi condición de
fumador activo y empedernido pues a la final todos los caminos nos llevan a la
otra vida pero es ese trayecto el que debemos de mejorar (me digo a mí mismo a
propósito de mis vicios y manías).
Imposible
olvidar en aquel entonces año 2008 las palabras de dejar de lado el dulce, a la final no terminó siendo un
ejercicio difícil y hoy día disfruto de mi rutina con menos azúcar que lo
acostumbrado años atrás.
A lo
largo de la jornada pasamos por exámenes varios, y en todo el trayecto del
centro médico observaba madres preocupadas por la salud de sus hijos, niños que
no sobrepasaban los 2 años de edad, algunos más mayorcitos bordeaban los 6 o 7
años de edad, a la final, todos inocentes, menores, débiles, a la expectativa
de la ciencia, a la bondad de las deidades, a la fe de su madre.
Fue difícil para
mi entender que somos seres frágiles y es que claro, al considerarme un hombre
de ciencia caigo en el frecuente error de olvidar lo tan humana que en
ocasiones es la ciencia misma, pues el éxito de uno u otro método requiere más
de compromiso humano que de metodología, olvidamos que en la sensatez del
criterio humano es donde se halla la verdadera esencia de los sabios, los mejor
instrumentos deben ser pues, administrados por las mejores manos, ser
comprensivos con ese oficio que se llama vida.
Amplia
fue mi visión de las cosas en la jornada de la tarde, suficientes lugares y
métodos observé en carteles y señalética, pero siempre terminaba en lo mismo,
niños y niños por doquier, el llanto de cada menor retumbaba en cada sala de
espera, en cada laboratorio de muestras había alguno que con su dolor o
desespero veía en el llanto un camino firme para expresar su malestar, yo solo
observaba.
Pensarnos
la fragilidad de la vida es un asunto más filosófico que de dogma, a la final
siempre terminamos siendo artesanos de nuestra propia historia, somos gestores
de nuestras creencias y nuestras falencias, vemos perder a algunos y a otros
luchar hasta el cansancio, este tipo de escenarios son los propicios para esas
batallas, pero lo que no es sensato es nuestro lugar en la memoria de la vida,
en los pasillos de cada centro médico como si fuéramos un ángel llamando a
lista en un pabellón de enfermos.
Es
sensible el tema, porque con los niños no tolero nada. No soy amigo de la
violencia en ninguna de sus manifestaciones, no tolero el abuso en ninguna de
sus posibles formas y claro, no pretendo ser espectador del sufrimiento de
otros si en mis manos está evitarlo o servirle de ayuda ahora bien, no podemos
ser (aunque sea nuestro deseo) salvadores de otros, es doloroso el tema con los
menores porque en ellos es que veo la esperanza de cambiar muchas cosas que no
me agradan de esta realidad, es en ellos donde encuentro esa paz que da la
inocencia, el querer natural, el amor por lo sencillo, por la igualdad de las
noches.
Es
sensible el tema porque esta semana se nos fue otro ser de vida al otro lado de
la llanura, a una finca donde viven todos los perros y gatos que se desaparecen
de los hogares. Es sensible el tema porque en ellos veo esa posibilidad de
creer en lo que de algún modo, ya me cuesta trabajo creer, eso que ya no me
sale de manera natural.
Es
sensible el tema, porque vemos allí muchas historias por contarse, muchos muros
que se van construyendo con el paso de los años, que se van anidando en
emociones y canciones, muchos jóvenes pensadores que cuestionarán cada error de
nuestra presente generación, muchos herederos de estos, nuestros errores.
Mi
total admiración para los médicos / pediatras, admiración porque son ellos con
el mayor cariño del mundo y la mejor de las sonrisas los que deben de atender a
cada menor que con su llanto busca refugio en algo que le calme el dolor.
Admiración porque son estos personajes los que con una pícara mirada deben de
lograr llegar al corazón de cada niño que sufre, darle la paz que su medicina o
métodos le permitan, darle vida a algo tan frágil como lo es la vida misma,
darle la mejor de las atenciones a quien todavía no sabe de servicio al
cliente.
Mi
recorrido terminó con buen informe, si bien no tengo ninguna de esas virosis de
moda si debo de cuidarme más y ser más atento a las costumbres y modo de vida,
pero allí, en el fondo solo me quedan las reflexiones a propósito de cada menor
y cada madre que carga en sus brazos el desespero de una vela que es azotada
por fuertes brisas, de una luz que quiere apagarse pero que no podemos dejar
que se vaya.
En
definitiva, es más fácil pasar el Niágara en Bicicleta que entender.
AV
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