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Cuando
no es como debería ser,
porque las
cosas ocurren en su momento y a su manera, le importa cinco si tienes o das, si
perteneces o eres foráneo, si el camino es largo o si el trayecto ha dado
experiencia. Que si venimos a conversar sobre lo de siempre o si disfrazamos
los problemas de conversaciones sin sentido y llenas de banalidades.
La vida
es un suspiro que no nos deja reaccionar.
Nos cobra cada paso que damos en
falso, nos disgustan sus decisiones, pero a la final terminamos por aceptarlas,
porque nos duele vivir, pero nos duele más saber que otros no lo pueden hacer a
nuestro modo, o al modo del que desean, porque vivir es para los valientes, porque
nos damos importancia cuando los caprichos no son suficientes, porque queremos
darle sentido a todo y en ocasiones, las piedras solo son piedras, nada más allá de eso, a pesar de los mil y un
significados que queramos encontrarle.
Quizás
las ocupaciones como he reiterado muchas veces en este blog me alejan de una
bonita costumbre que ha dejado de ser costumbre, no reniego por las ausencias
aunque no miento cuando siento que hay mucho por contar pero que de algún modo
se me permite silenciar así, sin nada más. Pero me lleno de frustraciones y
reproches con nuestros hermanos ciudadanos, me lleno de especulaciones y malas
palabras, porque no tolero ese comportamiento de abuso y desconsideración que
hay en la sociedad, en las ciudades que ya no se comportan como ciudades.
Ya se
han publicado recalcitrantes escritos en variados blogs y post de Facebook
donde se cuestiona la miseria humana y su estúpida idea de saltarse las normas,
esa cuestionable actitud de encontrarle atajo a todos los caminos y premiarse a
sí mismos como genios, porque los demás siguen caminando por el llano sendero
del “deber ser”.
Podría
creer que nos encontramos con las consecuencias de una generación que prestó la
suficiente atención a sus hijos por estar pendientes de la crisis económica de
entonces, nos atamos ante las inoportunas conductas de una generación de
fulanos que no conocieron los pormenores de una indignación nacional, que no
supieron lo que era faltar el respeto en la calle corriendo el riesgo de morir
ejecutado por un fulano más bravo, o
quizás, que estemos ante el atento llamado de una nueva generación que ve en
las conductas sociales unas normas obsoletas que han sido replanteadas en
códigos de conducta virtual, tratar de llevar la hipocresía del social media al
asfalto de ciudades desesperadas, de callejones retratados por el abandono del
estado.
¿Será
pues que el Estado se quedó maquillándose en los medios de comunicación
mientras la ciudadanía encontró en las Social Media una ruta de escape? ¿Será
pues que somos nosotros, los bobos, la base de ese equilibrista y malabarista
que se ha convertido en nuestro referente social? ¿Somos un país de buffones y
arlequines?
No
siempre se es como deseamos que se sea, ni ocurren las falacias que re-inventamos
en los programas de Tele-Realidad, pero a la final nos terminamos acostumbrando
a lo incorrecto, no siendo suficiente nuestra inmune relación con la violencia,
traspasamos los códigos al irrespeto de las instituciones morales y culturales.
No quiero caer en la censura o en el aplauso de arcaicas creencias, pero sí
siento urgente atajar esas actitudes donde ya ni la vida se siente propia,
sagrada, única.
Morir
atropellados por un bus mientras se intenta “colar” en una estación, algunos,
más osados que otros, mueren junto a su ser amado o compañero de clase u
oficina. Al otro lado de la calle, otros fulanos se agreden con aquellos que no
comparten su manera de laborar: dicho de un modo más nefasto, empleados de
empresas de transporte inician persecución a empleados independientes de
empresas de transporte aún no reconocidas, a la final, las calles siguen en
batalla.
Nos
correteamos en comentarios y diatribas con funcionarios que abusan de su cargo
o su carnet de contratista para humillar
a otros que quizás, solo querían llegar a casa o hacer su trabajo (en el caso
de la fuerza pública) y que a la final terminan igual de señalados que esos que
vemos correr por las calles y colarse en la estación de bus por miedo a que nos
hagan daño, pero claro, no nos damos cuenta que nuestro silencio es más dañino
e hipócrita que los actos de cada fulano que observamos.
Entendemos
gracias a las series de televisión de los últimos diez años que más que el
amor, lo importante es hacer dinero de la manera más fácil y en el mejor de los
casos, rápida posible, que las enfermedades van y vienen porque aquí se vive
rápido y se muere joven, que la educación es insuficiente, porque el sistema
está fallando y si falla, pues no vale la pena entrar en él.
Que el
sistema político hay que reformarlo, porque también tenemos que reformar la
constitución y a cada uno de los caprichos que nos surgen en la opinión
pública. Que las redes sociales tienen mejores analistas que los medios de
comunicación, y que las universidades no son importantes porque al mercado
laboral no le interesan los ciudadanos bien preparados.
Podría
entrar en muchos detalles y comenzar a realizar un listado de todo lo que se
lee y se escucha en esta cotidiana comunidad, pero a la final siempre quedamos
con el mismo sin sabor, llegar a casa a comer algo que nos calme la ansiedad de
los días y darle de la mejor manera los buenos días al sol de la mañana
siguiente, sonreír y beber con premura una taza de café, olvidarnos de lo
importante y retomar esa lucha salvaje por querer defender las instituciones
culturales y las normas de lo socialmente aceptado.
A
propósito, hoy Nathaly (López) se nos fue sin despedirse, a ella, allá
en la llanura le mando mis afectos, mis mejores silencios en su honor, porque
la juventud también se va con los caprichos de la otra vida.
Porque
no siempre es como debería ser.
AV
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