El reloj no se detiene, la energía continúa en movimiento y las emociones se aprehenden de cuanto recuerdo deambula en las paredes.
Hay sonrisas que inevitablemente siguen vigentes en la memoria, se aparecen como un virus que se apodera de la memoria interna.
Hay canciones y
momentos que siguen vigentes sembrando sentimientos distintos a los que quizás
en su tiempo fueron ejemplares, hay un vacío enorme que se vislumbra a lo largo
del horizonte, donde el atardecer ruge con su rosa y naranja querer.
Son días de cambio, sí, tiempos de
transformación y claro de quejas y sollozos.
Me encuentro sentado en soledad
viendo el fin de semana terminar su jornal y en la oscuridad de un viaje, ver
anochecer todo aquello que transmuta a la soledad.
No imaginé que todo retornaría en un torbellino destructor, que todo eso que con amor se ha conservado en la gaveta, ahora empezaría a dar pulla y a escapar uno que otro quejido en mi interior. No lo creo, porque siempre le he dicho a todo aquel que me ha consultado por mi sentir, que todo lo tengo en un sentimiento de amor incurable, que en el perdón y la reflexión guardo paz por aquella persona que con tanto amor me brindó importantes días de su vida, pero algo me ocurre.
Algo oscuro me abraza, algo
ininteligible me empuja a conversar con lo que ha callado siempre, me alega por
esto y lo otro, me resalta lo que está ausente o lo que fue llevado sin avisar.
Me da malestar y con el algo de
indignación ante el espejo, me resisto a dejar que lo que otrora octubre fuera
amor y luz, hoy sea silencio y pesar. Me niego porque ante todo a la memoria hay
que darle la paz que en los actos del pasado fueron tejidos de amor.
Pero el amor duele, duele cuando no
está.
Duele el amor cuando se ha terminado y se recuerda en una canción o una fotografía. Porque no la canción, ni la fotografía son culpables de haber registrado una gran felicidad en un momento determinado de la vida. Duele porque a la memoria solo se llega de manera individual, en soledad quizás, o en letanías tal vez.
Ha sido un fuerte día porque si bien
se ha dado al proceso la correspondiente labor de esperar, inhalar, exhalar, respirar
y sollozar, no es suficiente.
No.
Meses de cambio, de transformación y
en ella, de divagar ante los deseos del futuro y los deseos del pasado. Qué fuerte
es encontrar diferencias en aquello que fue soñado a cuatro manos y a dos voces, con
aquello que hoy es soñado en soledad.
Se aprende del error y se hace la
labor de revisar todo aquello que se pudo hacer mejor, se aprende en uno mismo,
pero no os digamos falsedades y es que aprender desde el otro no es una labor vigente,
por el contrario se nos vuelve una muralla de imaginarios y mitos sin
fundamento, una colosal plegaria de nombres, objetos y pendientes.
Hay tiempo para recrear
en el olvido todo lo que a bien debemos de ajustar para que el camino que se
recorre sea un trayecto amigable y poco doloroso, si bien hay paradas técnicas
en dónde el llanto y la desidia retoman protagonismo, son precisamente esos
mismos sucesos los que van dando valor al aprendizaje y cómo no, al agradecimiento.
Tiempos por igual en que sin andar
de a mucho, estáticos en una cama o en un sofá se sobrepone a la nostalgia
y se da paso a un sinsentido de excusas.
Me declaro, pero no me escucho.
Me pierdo en torbellinos, en excesivos pensamientos, furtivos algunos, otros llenos
de canciones y melodiosas esperanzas.
De seguro alguien me está esperando en
la parada del bus.
AV
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