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Black Cat in Flower Field Painting
I.
Renata regresó a la ciudad como las grandes mujeres que viven el sueño del poder y la riqueza del alma. Inició años atrás una intensa labor en empresas de alta complejidad con la finalidad de crecer y ser mejor profesional, en esos andares del camino aprendió de negocios y otras virtudes que del amor y muchos placeres quedó inconforme.
Desde un buen salario hasta la libertad de caminar las
calles de la capital con la frente, además de grande amistades y colegas de
igual nivel de complejidad fueron la herencia de un viaje que traería pronto
retorno a casa.
No se trataba de un gesto de derrota sino, un retorno a
casa con las alas más grandes y la conciencia llena de aprendizajes listos para
dejar a disposición del negocio familiar, una convocatoria a la que no se pudo
negar a pesar de las monedas sobre la mesa en la capital del país.
Llegó a la ciudad como las grandes mujeres, con
expectativas de encontrar el mundo como ella lo ha vivido, interpretar las
calles y sus noches con la misma discreción y cordura del bullicio de la
capital, la sorpresa fue grande cuando poco a poco su vida social se fue
relacionando a las mismas cuatro personas, seres del pasado que de modo
incondicional dieron fe de su crecimiento personal y profesional.
En una primera oportunidad fueron a tomar vino y escuchar
las historias que Renata traía del centro del país. Para una segunda salida
fueron a comer algo, porque eso hacen los amigos, y allí seguir escuchando
historias.
Junto a Renata un canino de nariz fría llegó de la
capital, como aquellos perros
de otras ciudades que a riesgo enfrentaron sus maldiciones.
Pasaron semanas de adaptación y el calor de la ciudad
además del silencio de la soledad marcaron la pauta para que la joven
empresaria notara la melancolía de una ciudad que no da espera a los
desesperados; comenzó a hacer ejercicio, a practicar lenguas extranjeras y
hasta cursos de cocina por internet, el tedio del tiempo libre era tan denso
como la nostalgia de la vida en la capital.
Igor, un elegante personaje de la cotidiana vida de Renata
atendió su soledad, con la buena intención de darle un almuerzo y unas palabras
de crecimiento personal le convidó a pasar una tarde en el restaurante
preferido de ambos, aquellos lugares donde el tiempo no avanza, pero sí la
memoria.
Un viernes cualquiera lleno de sol y brisa seca, Igor
llegó a casa de Renata, traía consigo un regalo de buena fe, con algo de
esperanza dejó fluir en palabras amigables la importancia de dar al tiempo
libre ocupaciones simples, pequeñas, mínimas pero constructivas.
Ella le recibió y tomándose un Té de frutos rojos le
preguntó por el trabajo, le hizo algunas recomendaciones y nuevamente indagó
por su tiempo y su sentir, él como el gran amigo que es brindó respuestas a las
preguntas y sumó nuevas, como el estado de ánimo y algunas especificaciones del
nuevo trabajo en la ciudad.
De regalo le dio una planta, tan natural y básica como
una palma, la novedad es que llegaba con una maceta de coco colgante, una fibra
justa para reforzar amistades y unir soledades.
Por su condición de maceta colgante, Renata ubicó el
regalo en el balcón del apartamento, el canino de apoyo emocional observaba con
las orejas levantadas, sabía que era algo extraño en su nido familiar.
Cada mañana Renata regaba un poco de agua de modo
prudencial, según las recomendaciones de los expertos.
Cada noche con un atomizador de agua humedecía las hojas
de la palma, porque eso recomiendan los expertos.
Aquel hábito de cuidado de la planta se sumaba al ya acostumbrado
cuidado del perro de apoyo emocional, un canino pequeño y juguetón. Renata
comenzaba a expulsar sus emociones en pequeñas tareas de casa, tal como su
amigo Igor consideraba justas para el alma.
Una avispa.
Una avispa rubia y pasajera.
Coqueta, pequeña, peligrosa, rubia y pasajera.
Una avispa se asentaba en la palma aérea.
Renata encontró en una mañana la presencia de un pequeño bulto
de arena y fibra sobre el tallo de la palma colgante. Con su teléfono móvil
tomó una fotografía acusando de tierna la situación, sentía una bendición para
su hogar el ser anfitriona de un nuevo integrante de la vida.
Igor recibió la foto en su aplicativo de chat, allí
llamando la atención de Renata, le hizo señalamiento sobre el tipo de nido que
había: Un panal de avispas, y no cualquier avispa, un depredador oportunista y
carroñero.
Con el temor de quien pierde la paz, Renata tomó la
escoba y con un golpe torpe logró derribar el panal, pequeño aún, pero ya con
algunas larvas y huevos en sus perfectas celdas hexagonales, Renata huía de
cualquier cosa que tuviese alas.
Cerró la puerta del balcón y junto a su perro de apoyo
emocional se quedaron esperando alguna represalia de parte del panal caído.
Pasaron las horas y nada ocurrió.
Horas más tarde la avispa madre regresó encontrando la maceta
de coco colgante revuelta, sin su panal, sin sus larvas ni sus huevos.
Un silencio tenso se escabullía entre las alas de una avispa ofendida.
AV.
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