3 de octubre de 2025

Desaparecer (Y otros relatos tardíos)

 



Imagen tomada de: https://matthias-hauser.pixels.com/featured/collage-art-watchful-cat-in-surreal-landscape-matthias-hauser.html

“Collage Art Watchful Cat in Surreal Landscape” By: Matthias Hauser.

“Me seduce la idea de desaparecer contigo…”

Con sus ojos cafés reflejados en la pantalla del teléfono, como si se tratase de un espejo que recibe las intenciones de una joven tarde de viernes, ella leyó el mensaje que su interlocutor remitía desde el otro lado del chat.

Él sonrió, como quien reconoce en las palabras un secreto compartido desde antes de ser pronunciado. Desde el otro lado de la ciudad, fijando su mirada también en una pantalla quedó a la espera de la respuesta que su destinataria pudiese dar.

No hicieron planes; simplemente se dejaron arrastrar por el deseo de suspender el mundo. Un suspiro que atravesaba un chat, un mensaje de texto, una idea escrita, dos injustos ciudadanos.

Él, con algo de imprudencia, comenzó a idear en esa espera la sensación del roce de las manos convertido en un lenguaje, un roce que para la oportunidad era simplemente un chat, no un paisaje de dedos sobre la piel.

No había prisa, porque el tiempo ya no les pertenecía: había escapado en un juego de mensajes, un peso de sensaciones que desbordaba sus pensamientos.

En su inteligente modo de sufrir las distancias, la acarició con su mente, con la calma de quien conoce cada curva, cada secreto de su piel. No eran caricias voraces, sino lentas, plenas, casi ceremoniales, un cúmulo de manos imaginarias por supuesto. Él, que se atrevía a disociar su deseo en una bóveda mental de imágenes y preludios, continuaba ideando el mensaje perfecto para dar continuidad al chat romántico que insistía en madurar, entre la vulgaridad de un adolescente soñador y la sensatez de una madura dama enamorada.

Un universo intacto, libre de besos pero con emojis en cada frase.

Ella miró la pantalla de su teléfono deseando que aquel “_escribiendo.._” trajera consigo una mezcla de dulzura y osadía, algo que la sacara de su cotidiana labor de madre y amiga, algo que le apartase del bullicio de una radio con baladas románticas o una ventana que alumbra al caos de lo obvio.

Aquel mensaje pedía pertenencia, ella deseaba permanencia, un chat donde no había ni casualidad ni encuentro. Solo un pacto de palabras afines que incitaban al deseo de hallar amor por debajo de la piel, de quien tanta poesía emanaba en el desespero tácito de la edad.

Un chat que era canonizado, un espacio sagrado donde la pasión no anulaba la ternura, donde los cuerpos se buscaban con la delicadeza de un sticker o una imagen, palabras y frases, retórica de quien acaricia un sueño demasiado frágil, tan frágil como el amor en los afanes del inmediatismo mediático.

"vivir a tu lado por fuera del tiempo (…)” escribió el joven poeta, dando alcance a su vocación de Escritor de Novelas. Ella, como lectora y amante de lo cotidiano sonrió para sí misma. Sus mejillas evidenciaron dos hoyuelos que se adelantaron al tiempo.

Tomó el teléfono y dando respuesta, algo pudo imaginar: “sin máscaras ni relojes, llenando el tiempo con nuestros caprichos más egoístas, esa es la verdadera idea de desaparecer.”

A la final, en la noche donde lo corriente es alcanzado por el cansancio, las letras fueron menguando al ritmo del tráfico.

Él intentó responder al capricho egoísta, ella, con la tranquilidad de quien administra un hogar, esperó a que todo culminara en su jornada para sacar un espacio de tiempo y volver a recrear el deseo en un cuento vulgar y mundano.

“Me encantaría…” seguía escribiendo el joven poeta, como un llamado a la acción. “Me encantaría estuvieras aquí conmigo y convertir esta ciudad en un paraíso de buenas intenciones”.

Ella, sentada sobre la cama mientras el ruido de un mundo distinto le agobiaba, volvió a sonreír, esta vez en tono de burla.

“OK” Escribió en el chat, junto a un emoticón de una luna sonriente.

Ya han pasado cuatro Lunas Nuevas desde aquel mensaje contundente. Nunca llegaron las tardes esperadas ni las escapadas imaginadas.

Él sigue imaginando caricias pero en otros nombres y otras aplicaciones virtuales, un romántico de la era digital.

Ella, tranquila en casa, se toma un café observando en la misma ventana el bullicio de un mundo que no da espera.

Tomó un libro y volviendo a la tranquilidad de una lectura piadosa, íntima y personal, recordó la paz que tanto le daban esos escritores que tanto admira. Desde Asimov y Leskov, hasta Quiroga y Mistral, pasando por la noble pluma de Lovecraft y su mentor y amigo, Derleth.

Recordó a su poeta amigo, al extraño del chat, con un susurro al viento repitió palabras ya dichas.

Un ligero "OK" al aire, mientras cerraba su libro y apagaba la luz.

AV.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hermosamente caótico.