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Es viernes, llueve con el consuelo de que la jornada para muchos ha llegado su final, como una cortina de agua que nos permite sentarnos a pensar sobre los logros y pendientes que quedaron sobre la taza vacía de café.
Algunos, descuidados o con afán, salieron de sus recintos dejando aquella taza sin lavar, una ligera marca oscura con formas abstractas en su fondo, una señal de esperanza, de ser recordada por su vacío.
Un vacío que alguna vez fue bebida, una taza que en su momento fue motor de productividad, un momento que se convirtió en salario, en escape, en el anhelo de llegar a casa bajo una cortina de agua que abraza a la ciudad.
El ánimo de un día que da premisa a un fin de semana de cierre de mes, un mes que en letras de varios poetas y transeúntes se ha hecho eterno, cumpliendo quizás la abandonada tarea de enero. Esa infame gira de noventa días en cuatro semanas.
Un marzo que como castigo divino fue bañado en agua de manera permanente hasta robarle la energía a aquellos hogares alejados de la realidad. Hasta robarnos besos donde no había palabras justas.
Hogares que con afán han escapado de la prudencia y se han envuelto en maromas varias para completar el sustento de una factura que no da espera. Un afán por demás, poético, diría Estanislao.
¿Habrá prisa más inexacta de aquel que busca en el tiempo una promesa de un mundo mejor? ¿No es pues el tiempo el único recurso renovable que los dioses lloran? ¿No es la lluvia un paraje de tiempo inexacto?
Dejamos la voz en susurros de días variopintos.
En besos monocromáticos, que alguna vez fueron susurros variopintos.
Días como el de hoy que inició con noticias provechosas para el joven oficinista del siglo XX, que en sus horas permitió el conocer nuevos comensales a quienes dio gusto probar un poco del Café Especial que se suele brindar en reuniones y diatribas.
Café que llega desde el norte del Valle, una región próspera y eterna, suspendida en una promesa, una región que con estadísticas se ha reconstruido entre paisajes y demagogias.
Congelada en el tiempo, suspendida, a veces, alterada.
De un buen café a un almuerzo coqueto de frijoles y plátano maduro, de un afán a un deseo de descanso, de otra reunión a la misma mesa con la taza de café vacía, de esa reunión a un compromiso, de allí a ver la lluvia aparecer a través de la ventana.
Un día que llega con el consuelo del mañana arrepentido, de esa tarea que desde el jueves dejamos a la espera de ánimos y pretensiones, de este viernes que nos llevará con el caer de la noche a un encuentro de buenos amigos, buenos vecinos, buenas conversaciones.
Buenas conversaciones quizás, o grandes seriados y películas en la intimidad de la casa, en completa soledad, en grata compañía, en minúscula intención de reflexión.
Los viernes no se puede insistir en la reflexión porque su ingrata labor, cobra factura en el ánimo de los sábados vespertinos, la pasión de los adolescentes del ayer que hoy no quieren madrugar, de un despertar que ve al sol salir por la ventana, como un búho vigilante sobre la almohada.
Como una cortina de agua que nos prepara para el domingo.
AV
1 comentario:
Ya tan pronto pensando en el domingo, y apenas algunos empezamos a vivir nuestro viernes. Bien por la reflexión, Don Gato.
Natalia.
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