Algunos de mis amigos cercanos
tienen a bien saber de mis intimidades cuando surgen novedades casuales, de
esas irresponsables que sacuden vidas y nos derivan en preocupaciones.
Por ejemplo, conversaba con Diego Alejandro de cómo la vida pierde los colores y en ellos, se van imágenes que quizás pensábamos estaban prestas a ser admiradas.
Reflexiones que se avecinan en estas letras que por más que intenten ser amistosas, suelen ser ingratas y hasta complejas, unas reflexiones que se destinan ser olvidadas, así como a veces, se olvidaron de mí. Por demás no es otra la visita a este noticiero que lo inmarcesible de lo cotidiano, de esos sucesos que se van iluminando en minutos pendencieros.
Cruzamos frases de profunda paciencia con seres que nos incomodan, pero somos igual de tratados al pesar de una ilusión que ronca con el tiempo.
En compañía de Martina, la mayor,
dormía a profundidad hasta que el onírico universo de las deidades me hizo
sentir, pensar, que un visitante de misteriosa procedencia se arrojara sobre la
cama, a altas horas de la madrugada. En ese salto, impetuoso por demás, Martina
atacaba y atrapaba a quien yo no podía ver.
Volví a quedar dormido con el pensamiento latente de que mi negra había atrapado a aquel invasor, pero es ese el misterioso empuje de lo que no entendemos lo que me hizo despertar horas más tarde, abriendo los ojos con una pregunta en particular: ¿Dónde está y qué fue lo que atrapó Martina?
En evidente condición no había nada sobre la cama, Martina seguía durmiendo como la dama que es, yo, sentado sobre el borde simplemente pensaba si fue un sueño o si realmente algo ocurrió.
Una cotidianidad de empujones, de bromas, de silencios, de partituras regadas sobre el suelo, como una alfombra de papel que espera a la pintura caer en una tarde de oficios.
Sin entender qué era o qué fue, sin saborear al invisible capricho de lo que no entendemos, como señalaba el señor Colón: un tema incompleto porque le falta respuesta.
Martina, quizás, esté escribiendo su versión de los hechos, de la pesadilla, del visitante, del cansancio de las 04:00 am, del devenir de la cotidianidad en sus bigotes, de todo en cuanto ella asuma como los caprichos de una gatuna adversidad.
De un visitante que se dejó atrapar.
AV
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