Imagen tomada de: http://nabi767.deviantart.com/art/Nabi-still-in-the-Night-Forest-572328388
Nabi (still) in the Night Forestby.
Traditional Art / Drawings / Illustration / Storybook
©2015-2016
Las canciones son fronteras
para el corazón, felicidad armoniosa que llega con trova y bebidas que le
acompañan. Las canciones son musas que sirven a quienes buscan en el amor un
camino para la vida, musas que alimentan los argumentos y le dan vocabulario al
silencio que escapa lentamente de soliloquios y muecas cobardes.
El mundo es lo suficientemente
amplio para comprenderle por su dimensión misma de divinidad y banalidad. Es
una frontera constante de moralismos y argumentos, de explicaciones sobre lo
invisible y lo increíble, de reiteradas frases de pensadores ya fallecidos
donde el mensaje siempre reduce al ser humano al deber ser y el comportamiento
adecuado. Fronteras donde lo superficial es en ocasiones lo más sensato que se
pueda tomar para comprender en sí lo simplista que es la vida.
Los amigos son conocidos que
van tomando nombre con la cordura y el paso del tiempo, barreras que se van
saltando en la soledad de las ideas y se conjugan en la banalidad de las
reuniones cotidianas. Personajes que construyen momentos con las mismas manos
con que adecúan recuerdos en vidas pasadas. Son seres eternos, que se
desvanecen en distantes compromisos pero que tarde o temprano aparecen de
regreso para dar la mano al que la ha soltado.
Los libros se permiten leerse una
y otra vez, quizás para acompañarnos a envejecer de manera digna y elocuente.
Inventar excusas en historias que se escribieron desde mucho antes de que naciéramos,
libros que también han nacido mucho después que nosotros y siguen siendo
válidos a la hora de proponernos historias para la vida.
Son viajes que vamos tomando
con cautela, porque los libros y los amigos son lo que nos permite comparar lo
que se siente con lo que se sabe. Porque el mundo es lo suficientemente amplio
como para limitarlo a una sola canción, o a dos, ¿por qué no? Mejor
preguntarnos de donde viene lo divino, hacernos hijos en cada madre y cada
padre, darnos amor en cada espacio que el olvido conquista, darnos melodías en
cada silencio.
Hacernos eternos en lo
cotidiano, hacernos amplios en lo idiota que pueden llegar a ser los hombres,
esos egoísmos que se olvidan del origen y la palabra, que dan a la cultura un
factor más histórico que natural, que hace de las ciudades un territorio
habitable y no un actor analizable. Somos así, ajenos a lo que los hombres en
sus tiempos han dado a relucir en monumentos y documentos que a la final ni construyen héroes, ni recuerdan leyes, solo letras y hechos
que se redactan según el discurso de los vencedores.
Hacernos en lo cotidiano más
allá del esfuerzo y darle prioridades a los sueños. Ser materia y esencia,
creer en lo que permitimos creer, darnos la oportunidad de ascender en lo
elemental y confiarnos en cada palabra
que nos fue dada con amor. Solemos dar expectativas e impulsos a muchas
iniciativas pero a la final olvidamos que el proceso es un eco que merece ser
protagonista por igual.
Vienen retos y el mundo si bien se hace con distancias más
cortas sigue siendo amplio a merced de la humanidad, seguimos idolatrando
monumentos y documentos, pero poco o nada de personas y momentos. Seguimos construyendo
casas sobre sueños en vez de soñar por encima del hogar.
Continuamos forjando nuestras
canciones a lo elemental de nuestros gustos perdiendo a diario dicha capacidad
de asombro, dejar lo especial en lo desconocido por haber preferido lo amargo
de la comodidad. Ser rutinarios, ser confiados, encontrarnos en el espejo y
dejarlo allí sin importar si brilla o si se raya.
El ser humano está sometido a múltiples
redes de interdependencia, los intelectuales le llaman globalización a dicho
fenómeno, otros un poco más filosóficos le exceden a tal fenómeno la confianza
misma a punto de definirle como un acto de hipermodernidad,
trascendemos en el discurso, logramos abarcar miles de palabras para re
interpretar viejas costumbres y necedades.
Múltiples redes de
interdependencia que terminan por ser herramientas de construcción de muros y
callejones sin salida. Fronteras musicales, ideológicas, de dogma, de sexo, de
preferencia electoral y de diseño de marca. Fronteras que terminamos por darles
el honroso primer puesto en originalidad en vez de comenzar a derribarlas, pero
de ahí lo especial de la dicotomía.
¿Quién sometería a la humanidad a una
banalidad artística llena de libros y canciones que versen sobre las mismas
ideas? ¿Quién olvidaría que el hombre no es más que hombre y las banderas no
son más que cortes de tela? ¿Quién se pregunta
lo filosófico de los monumentos en vez de lo artístico de las estatuas?
Continuamos buscando héroes,
forjando padres y hermanos, tejiendo redes de dependencia mayores a las que
habíamos conquistado con el mercado. Terminamos por darle excesos de realidad a
lo habitable.
Terminamos por ponerle precio a
las musas y al silencio.
AV
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