El año concluye como los días
dejan en sí caer las horas a la noche, las palabras se vuelven elocuentes y los
abrazos aparecen de repente en toda escena familiar. Las distancias se acortan
y ahora con el respaldo de la tecnología, los mensajes se hacen más allegados y
efectivos, se descubren nuevas ansiedades y se renuevan miedos, las promesas de
año nuevo se caen en el pavimento con el transcurrir de las horas, el nuevo año
llega y nosotros aquí, viéndole pasar.
A once días del nuevo año comenzamos por ver que la rutina se
torna más real, que regresan las horas de antes y del mismo modo nos dejan
sobre el escritorio los pendientes de esos meses que dejamos escapar.
Pasadas dos
semanas es que nos vemos dibujados en recuerdos de aquello que no se cumplió de
año inmediatamente anterior. Imaginarme a golpes en cada día del año, en cada
preludio, en cada obsesión, en cada rabieta y sonrisa.
Ver el año que terminó con la
lupa del día once de año siguiente, como si los primeros diez días hubiesen
sido un mero formalismo del descanso y la procrastinación, o por qué no, de la
mera irresponsabilidad de la pereza y la rebeldía.
Rebuscamos frases célebres o
aforismos para dar mayor importancia a nuestras tardes en redes sociales, nos
desubicamos con las canciones de cada momento y balbuceamos en esas tareas
pendientes, bueno, aquí mi tarea pendiente de iniciar de nuevo.
Un enero que llegó con regalos
del sur de la Florida, enero en el que los amigos se reunieron y destaparon sus
emociones, enero en que en un pic nic cerca al museo de arte moderno vimos
pasar la tarde, dejamos los regalos al costado y renovamos el beso de amor que
tras 21 días habíamos dejado en pausa. Un enero donde finalizaron los miedos de
año anterior y comenzó por dejarse conquistar por retos que el mismo año quince
daba en silencios pausados. Un enero donde conocí a Melissa.
Febrero insensato y casual, febrero
de aprendizajes, febrero con sabor a queso y a plátano verde, al calor del río
Atrato. Un febrero de suspiros y sueños en pareja, de empezar en casa de nuevo,
de dar clases en donde siempre se quiso estar, donde siempre se pudo soñar. En marzo
nos hicimos amigos de Fiona, una sencilla señorita de ojos grandes y ladridos
fuertes, un marzo además que dejó consigo las flores de la amistad a piel, un
marzo donde cumplió años el hombre más viejo de mundo, marzo donde nos fuimos
encontrando en la crisis hasta hacer parte de ella, hasta inundarnos en las
metas de otros y entender pues, que a esas metas es que no nos debemos de
someter.
Un marzo des-complicado hasta
llegó abril, un abril cargado de pésimas películas de terror (cortesía de Diego
Alejandro),un abril en el que nos enamoramos más y más, porque el amor es una institución
que se construye día a día, un sentimiento que se conserva en el más frágil de
los elementos de la vida, un concierto de El Buki en Cali.
Abril de chikungunya, abril del
cumpleaños del mejor de los amigos. En mayo nos decepcionamos de las
oportunidades y abrimos paso a la fuga, mes en el que me aparté de las malas
administraciones y decisiones permeadas por la avaricia y la celebración
indebida de cargos, un mayo en el que los amigos nos unimos para tomar
decisiones pero que a la final fueron las más egoístas decisiones las que se
quedaron en su lugar.
En mayo todo comenzó de nuevo,
nos alejamos de algunos, de otros tomamos la certeza de darles un segundo
plano, a otros, el mismo viento se los llevó hasta desaparecerlos del panorama
cotidiano. No fuimos a Bogotá porque nos
dejó el avión pero viajamos a Sevilla, primero a Tulua, así sucesivamente fuimos
llenando los compromisos del amor hasta hacer frente a la familia de la mujer
amada, me presenté ante mis suegros y cuñados, ante mi nueva familia.
Vimos el concierto filarmónico
de Star Wars, conocimos a la princesa Leia más joven de esta galaxia.
Junio es hermoso porque los
amigos se unieron en otro importante evento, en una ronda de canciones que
terminaron con todo el amor del mundo alrededor de un pastel de corazones, un
junio que dejó consigo libros y más libros (cortesía también de Diego
Alejandro), un junio en que terminamos una tesis para iniciar otra, un junio en
que el amor llegó a su año nuevo. Jugamos bolos, jugamos Bingo, jugamos a
escapar, jugamos hasta la última noche del mes.
Julio gallardo e infantil,
conocimos a los Minions y con ellos nos motivamos a comer tres cajitas felices
porque eso es lo que hacemos los amigos, vimos Pixeles juntos en el cinema,
porque eso es lo que hacemos los amigos, salimos a tomar el té y claro, salimos
a bailar con las primas de Rita Shirley. River Plate campeón de América.
En agosto tomamos juguitos en
Japy, Diego Alejandro llegaba de viaje
de Ipiales y la señorita que vendía los
jugos prometió llevarlo a conocer Caleñas la próxima vez que viniera a Cali. Agosto
lleno de música, de cerveza, de rock & roll. Jugamos Monopolio, comimos
sobre-barriga y festejamos el milagro de la vida, el triunfo de una nueva
etapa. Iniciamos semestre en la universidad pública, viajamos a los años 20 y
retomamos la docencia ahora en la universidad claretiana. Los Guayacanes florecieron llenando de color
la ciudad.
Volvimos al río Atrato, festejamos
en Bandola, jugamos Risk por primera vez en años y dimos adiós al mes con la
mejor de las intenciones hasta que llegó septiembre.
Negro como el olvido, como las
sombras que traen consigo dudosas intensiones, septiembre de cumpleaños de
amigos, pero también de malas noticias para la salud familiar. Septiembre de visita del Papa a
Cuba y de Aterciopelados a Cali, septiembre del Caribe Funk, septiembre de los
Vargas y los Higuera, de terminar experiencias y aprender de otras vidas.
En octubre festejamos la vida,
vivimos la sonrisa de mis padres, subimos a 32° y con los mejores amigos
sonreímos en cuanta selfie dibujamos en la red, leímos a Stephen King, comimos
hasta más no poder y esperamos una lasaña que solo en diciembre llegó. Un
octubre que me acercó a las nuevas amistades que El Buki me regaló en el año
quince, amistades como Karen Melissa y Felipe, el mismo señor Jesús Trujillo y
los pequeños anfitriones de la ruta 66.
Encontrar de regreso a Sammy,
comenzar a tomar café en una taza especial, llevar cosechas a la casa, viajar
por el Quindio y cerrar noviembre con otra visita al río Atrato.
Los mejores atardeceres del año
los viví en el Chocó, pero los mejores atardeceres del año los compartí con mi
amada en las calles de Cali, Palmira y el eje cafetero, hasta que la quise
enamorar un poco más, hasta que en noviembre decidimos juntos amar nuestras
noches.
Llegó diciembre y ya estábamos
estrenando un nuevo hogar, llegó diciembre y dejamos de contar historias para vivir de pleno, llegó el episodio séptimo de “Star Wars”, llegó el momento de reflexionar.
Llegó enero y en otra
oportunidad reflexionaremos sobre lo que fue diciembre y enero, y qué mejor
tarea pendiente que continuar escribiendo, qué mejor inspiración que recopilar
lo que se robó el silencio.
Lo que quedó con el atardecer.
AV.
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