Se nos fue abril, nos quedamos observando al agua caer sobre la ventana, tomamos cuantas tazas de café fueron necesarias para sopesar las decisiones de quienes, en la esquina, observaron en silencio todo lo que tuvimos que soportar.
De las noticias cotidianas siempre estará la palabra dicha, aquella con la que evadimos lo importante, esas frases injustas en las que dejamos pasear el ego hasta verlo aterrizar como un pequeño globo de arena.
Hubo encuentros interesantes, como
la familia y los viejos amigos que del presente ya no están, canciones furtivas
que se camuflaron en una ronda de cerveza y buenas copas de licor. Personajes
que vimos caer, que en su dolido ego construyeron murallas para que nadie les
preguntase por su sentir.
Jóvenes que en el ayer perdieron la espalda, que se refugiaron en sus versos constantes, como un devenir de premios y medallas al olvido. Seres sintientes, que no son monstruos ni animales, son cercanos a la humanidad vivida, especímenes que en su locura agobiaron hasta al mas ateo de los cabildantes, un brillo de malas decisiones que fueron fluyendo del final de cada copa.
Se nos fue abril, un miércoles, a mitad de semana, como una cortesía, quizás.
La llegada de mayo, festivo como todos los años, ha sido para un jueves algo fenomenal en el tedio de quienes madrugan cada día a reparar el daño de la noche anterior. Levantarse un viernes y con valentía pretender homenajear los ciclos de los que ya no están, como lectores de obituarios.
Es viernes, un pretencioso día para reflexionar lo que nos robó el calendario en el corazón, porque de ahí muchos golpes rebotaron, abrazos que no pudieron colgarse como se esperaba, incluso, estrellas que brillaron sin ser vistas, quizás, porque para algunos, abril es para enamorar y no para pensar.
Somos hijos de lo cotidiano, las mismas canciones, los viejos ademanes, los lugares de siempre, las historias de quienes ya no están, la luna nueva, el sol coqueto que nos vigila en desinteresado porvenir.
A mayo, que no se vaya tan pronto.
AV