Imagen tomada de: https://ronderiart.com/blog/most-inspiring-cat-paintings-we-found-online/
Business Cat by: Mike Lawrence
Hay emociones que abrazan en temporadas que no traen color, se me cuelan entre espacios vacíos que aun conservo en el interior. Me distraigo de posta con la esperanza de dejar habitaciones cerradas, de sumergirme en el ruido de una cotidianidad desafiante.
Temporada de cambios, siento por supuesto, el exigente triunfo del deber cumplido bajo un inclemente sol de verano. Con el sudor entre los brazos camino pensando en lo que viene para mi en ese verde octubre que siempre he amado. Septiembre, con sus calores, me ha dado como todo en la vida, aprendizajes mudos. Retos donde en silencio he dejado fluir voces de protesta, cansancio que deriva en distracciones, ahora en su cenit, me pesan algunos rencores.
Lo conversé por este medio muchas semanas atrás, he aprendido a renunciar a aquello que me enamoraba, esas aspiraciones que me permitían soñar con logros y eventos propios de mi ingenua manera de crecer; lo callé también, porque en la memoria se me encierran las imágenes de aquellas tardes y noches de triunfos, con escenarios vacíos, afanes de un lado a otro, pendones y tazas de café.
Facturas que terminaron en llanto, poemas que fueron afanes, canciones que se escribieron con la desconfianza de un jurado o la invisibilidad de un plan de ventas.
Deseos que duraron tan poco como la esperanza de una juventud idealizada.
Y hay cambios por doquier, recientes espejos que me han dejado hallar mas canas y más cansancio en la mirada. La fatiga de correr por un mundo mejor, con la señal de alto en el interior de la maleta. He aprendido a reconocerme en nuevos personajes, amigos pasajeros que ahora están dando color a esas pasajeras distracciones que me urgen en una ronda musical de no futuro.
Un síndrome que identifico cada vez que lo converso con mi niño interior, hay cuadernos escritos de vacaciones soñadas en familia, historias, cuentos, novelas, todos mezclados en las letras de un infante que quería ser escritor. Hay archivos pendientes, cerrados, olvidados, todos los retos que el oficinista de ahora reclama a su escritor desvanecido.
No me puedo permitir entrar en el circo de un síndrome de no futuro, no puedo, incluso, no debo. Es responsabilidad retomar algunas fuerzas que ese inquieto niño daba a sus caprichos literarios.
Justo en ese silencio es que he dado avance al escribir algo propio para la humanidad, darme tiempo bajo las canciones de Rodolfo, darme vida, bajo el calor de una taza de café, sobre un escritorio en una oficina nueva, ajena, insensible.
Emociones que permutan en esos agujeros donde los pendientes de la razón y el corazón siguen discutiendo, emociones que quieren ser parte de mi, al mejor estilo de un lumbago o una erupción cutánea. Sentimientos que logré domar con la ayuda de tres grandes caballeros pero que justo en los tiempos del florecer, se me están impregnando en frustraciones ininteligibles.
¿Dónde está la luz que en felices días da la paz de salir de casa sin querer volver? ¿Qué es exactamente lo que estamos cambiando? ¿Es ahora el mundo un universo más amplio y más desafiante?
Somos un conjunto de promesas y palabras destinadas al cambio, de temporada, temperatura, temperamento, temple. Somos seres que en permanente esfuerzo buscamos llenar agujeros ocasionados por otros seres, incluso, la versión astuta de nosotros mismos, o el pasado injusto de aquellos que ya se fueron.
Somos esos espacios vacíos que se conservan en el interior.
Somos las letras que dejamos de escribir.
AV