16 de septiembre de 2025

La fortaleza de los débiles (Ética del amor)

 


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By: Andreas Magnusson.

En ocasiones elevamos la mirada buscando en el cielo esa palabra que a bien deseamos nos de consuelo o respuestas ante la insistente presión que cada tarea o asunto pendiente nos obliga a cumplir, nos preocupamos en un exceso de pensamientos que por lo general nos llevan a una autopista de emociones incontrolables al punto de quiebre del cansancio y la inoperancia intelectual. Eso no está mal, es parte de esa hermosa naturaleza que nos reseña como seres humanos.

Caminamos con las manos en los bolsillos y los puños apretados dentro de estos, los pensamientos fugaces con ideas incompletas que quieren darle sentido a la confusión de una coyuntura que fue planificada con mucho tiempo de antelación.

¿Pero para qué planificamos tanto si la vida es un ligero puente de cáscara de huevo que se puede romper como un capricho mismo de los dioses?

Se rompe, porque la fragilidad es algo permanente, constante, es algo que hace parte de la naturaleza misma que nos rodea.

Somos fuertes cuando la mente y la disciplina se juntan en un trabajo de completo compromiso y sensata dedicación a los detalles, pero al unísono de un canto de sirena aparecen luces en el vacío que materializándose en una llamada telefónica, un mensaje de chat o un simple correo electrónico nos advierte que las cosas ya no son como deben de ser.

Es ahí que la debilidad de los fuertes supera con creces lo ético del acuerdo previamente pactado. Nace la justificación de ese inevitable mal menor, del entender que a pesar de un plan o una estructura, la disciplina pierde ante la ausencia de quien prometió cumplir. Un mal menor, dirían los expertos en ciencia política o relaciones públicas. Y es que al hablar de la debilidad de los fuertes nace el dilema ético y sacro de todo aquello que hemos obrado con antelación ¿Hemos fallado? ¿Ha sido insuficiente o irresponsable la gestión? ¿Se ha perdido la confianza o el valor mismo de la institucionalidad? ¿Fue mi culpa?

Es un dilema que en casos de emergencia – el afán de la planificación – termina por degradar la naturaleza misma de lo deseado, porque siempre la buena intención ha antecedido cualquier acción o relación.

Hay que continuar, no podemos quedarnos en la misma piedra observando al cielo en búsqueda de señales.

Incluso, la señal precisamente fue aquella llamada, aquel mensaje de cancelación, aquel adiós que nunca tuvo bienvenida.

La fortaleza de los débiles nace preciso, en otro dilema, en la defensa, en el acto de amor de poder avanzar contra corriente, un breviario de intenciones que quiere surgir ante la desconfianza y la falta de razón. Es un callejón angosto que exige igualdad de pensamientos y recursos, como antes se obraba en las grandes autopistas de la zona de conformidad.

El último medio o recurso, como acto de defensa, sin mediar en el desespero, nos guía con una dosis más densa de paciencia para no tentar al egoísmo en los fines, siempre debemos de tener claridad en el ejercicio natural de la cooperación y el feroz egoísmo del tiempo caducado, es allí que el amor y las santas compañías pueden tomarnos de la mano y con palabras simples darnos un poco de aliento que en el transcurso del caos hemos perdido, porque siempre compañeros, lo que recae en el puente de cáscara de huevo, son los incentivos a querer continuar, la confianza propia y el devenir de quienes nos observan a la distancia, quizás como jueces, quizás como aliados, quizás como desconocidos que solo señalan sin entender que en el fondo del agua también hay tierra firme.

La ética preventiva del mal menor nos llena de argumentos y allí en mi caso puntual, es que siempre logro entender que cada evento, cada suceso trae consigo las falencias que el reto en su nivel más alto nos pueda desafiar, tiempo y recursos como tendencia de supervivencia requieren en profundidad amor y confianza, cada ciclo termina en una conclusión posible: nuevos argumentos para superar aquel mal menor, aquella ética de lo cotidiano.

Amor y confianza, por encima de tiempo y recursos.

Ahora es posible mirar al cielo y saber que en su abstracto conjunto de luces y nubes recibimos las gracias del trabajo cumplido, que el tiempo en su inmisericorde paso, nos ha apoyado con el susurro de aquellas palabras que el viento pasea: Todo va a estar bien.

Gracias a quienes acompañaron a este joven soñador, y miles de agradecimientos a quienes sostuvieron mis manos durante los silencios densos en que la debilidad de los fuertes fue un plato frío de almuerzo.

Hoy como siempre, seguimos caminando en puentes de cáscara de huevo, porque ello amigos míos, es la naturaleza de lo cotidiano.

Quizás sea esa la principal enseñanza.

 

AV.

8 de septiembre de 2025

Conversaciones (Nahuel)

 


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Hoy inicia una semana de esas, en las que la vida ha transitado tantos afanes que el calendario señala que es el momento de dejar todo en evidencia, los logros de cada esfuerzo, los olvidos de cada llamada y claramente el cansancio de los meses predecesores de esta semana, tiempos de acción.

Dentro de las múltiples ideas para solventar el esfuerzo de estos días de previa locura, un modo sano de poder dejar que la paz fluya por este cuerpo post adolescente, ha sido compartir tiempo de calidad en espacios de grata compañía.

Conocí a Nahuel en dos oportunidades, de esas casuales donde la vida nos muestra una pequeña parte de un todo. Finalmente el día de ayer, como señales del séptimo día, nos encontramos y en un amable abrazo nos dimos los saludos cordiales como corresponde entre dos caballeros. Cargaba en sus manos un muñeco de felpa, un juego de cartas y muchas ilusiones de una tarde digamos, diferente.

A su lado, una bella dama de ojos cafés, de ese café que se impregna en los sentidos, le acompañaba.

Conversamos un poco, porque eso hacen los caballeros.

Estuvimos compartiendo un rato en la piscina y allí intentamos nadar para superar uno al otro en velocidad, hicimos carreras e intentamos dar saltos curiosos, distintos a los tradicionales clavados de los juegos olímpicos.

Almorzamos una hamburguesa, porque eso hacen los caballeros por supuesto.

Dimos intentos vanos de re crear alguna especie de campamento oculto para ver algo de cine, pero caprichosa es la vida que ni el campamento pudo elevarse, ni la señal de la televisora pudo funcionar, incluso, posterior a un extenso tiempo de intentar poner a funcionar un par de pilas viejas, viejas y caprichosas.

Aquella dama de ojos cafés, de ese café que lleva en su interior el brillo del universo, caminaba siempre de nuestro lado, incluso nos acompañó al supermercado a recaudar provisiones, se nos hacía importante tener algo de comida chatarra y bebidas azucaradas como menú oficial del entretenimiento de la tarde, ella, con su sonrisa mágica, aprobaba la idea de mejor comprar frutas para comer en vez de chocolatinas.

Conseguimos frutas y preparamos batidos, dejamos de lado la idea de las bebidas azucaradas, de hecho el joven Nahuel, con ese brillo que tienen los ángeles en sus ojos, sugirió llevar una chocolatina, quizás de contrabando frente al plan que había inicialmente, pero ella, tan inteligente y conciliadora, logró convencerle de que fuese para compartir entre todos.

Una chocolatina para tres.

Vimos IT, una de mis películas favoritas junto al frecuente calor de una tarde de domingo.

Tomamos batido de frutos rojos preparado en casa y le ajustamos una noble guarnición de comida chatarra, noble y justa. Fuimos al parque, el sol comenzaba a ser aliado de esa tarde de distracción y descanso.

Con una manta de colores nos ubicamos donde mejor pudimos, esquivando las hormigas que transitan en lo que supongo es su territorio, esquivando algunas pocas heces de caninos locales que suelen dejarlas allí, supongo de descuido, esquivando, además, el bullicio de lo imperceptible.

Leímos a H.P. Lovecraft, porque eso hacen los caballeros, porque eso hace la bella dama de ojos cafés. Nos sumergimos en un picnic íntimo de buenas letras, comida casual y un buen granizado de frutos rojos, insisto, me quedó delicioso.

También jugamos cartas, “Italian Brainrot”, las favoritas de Nahuel, allí aprendí que el Bombardiro Cocodrilo es mejor que el Tralalero Tralala.

Cerrando el día un grupo de niños pasó por el parque, él con el deseo de quien quiere salir a conocer intentó acercarse, lamentablemente el grupo de niños ya tenía otra agenda por fuera del sector, así que nuestro caballero tuvo que dejar en sí la frustración del saludo desperdiciado.

Hay días sospechosamente light y en ellos muchas veces se nos siembran dudas o malestares y ante eso, al estimado Nahuel solo le extiendo mi abrazo de regreso, el mismo que recibí con su llegada, para hacerle saber que ya habrá otro día, otro picnic y nuevos amigos.

Nos despedimos y prometimos volvernos a saludar, porque eso hacen los caballeros.

AV.

5 de septiembre de 2025

Conversaciones (Sergio)



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Ayer tuve la oportunidad de conversar con Sergio Adrián, algunas palabras nobles, ligeras, de esas que terminan las frases con sonrisas, en un par de momentos frunció el ceño, de seguro, en reproche a mi insistente sugerencia de que inicie el curso virtual de Excel, es que insisto, es algo que todo ser humano debe de saber similar a nadar, por ejemplo.

En aquella conversación también estaban presentes otros importantes comensales, no tanto como Sergio Adrián, pero si grandes invitados de esta casa de letras.

Tuvimos la oportunidad de conversar, porque eso hacen los amigos, conversar. Profundizamos en las importantes reflexiones del ayer, de los logros de unos, de los retos a los que nos enfrentamos a diario, de lo que hemos dejado y de aquello que tanto nos ha costado.

Nos acompañó Richi, un joven gestor de soluciones que vino desde otras tierras a complacernos con su sonrisa, su amable compañía y los inmensos retos de su trabajo son cuento de muchas palabras para aprehender, pero siempre noble como su forma de hablar. Estuvo ausente Leo, pero es que la distancia es en ocasiones, un cruel admirador de las causas perdidas.

Hubo diálogo entre pares, tomamos coca-cola, estaba con antojo de una pizza así que procedí a comer como un niño, porque eso hacen los niños, admirar la pizza, manjar que espero prontamente Sergio Adrián aprenda a valorar.

Durante el tiempo que nos reunimos pudimos poner al día asuntos como los nuevos avances laborales de cada quien y las delgadas líneas del amor, tema en el que por supuesto la novedad está sobre la entrada de esta casa, porque si bien Sergio llegó en compañía de sus padres, los demás presentes en la mesa ya tienen establecida su situación sentimental desde unos años hasta hoy. En cambio este insensato que escribe presentó a los comensales algunos datos interesantes sobre la señorita de ojos cafés, una dama que ha llegado para ocupar un importante y esencial lugar en este cotidiano corazón.

Seguimos conversando y despejamos dudas de lo que el presente suele corregir, nos cuestionamos un par de escenarios futuros, o como dice la señorita de ojos cafés, de pensamientos utópicos.

Terminamos de comer y descartamos cualquier posibilidad de postre, Sergio Adrián debía de llegar a casa con prontitud y sus padres, cómo no, avanzar en la tarea de comprar con urgencia otra dotación de pañales, los viernes siempre hay bajo nivel de provisiones.

Richi de regreso a su hospedaje, al otro lado de la ciudad y yo camino a mi casa por igual.

Habrá una próxima cita, quizás, pero es grato saber que encontrarnos con la casualidad del tiempo ajeno es un desafío que nos proponemos superar para seguir construyendo esta relación de amistad que ya supera los diez años, como mínimo, salvo Sergio Adrián, que apenas llegó hace siete meses para imponernos su voluntad.

Por favor.

AV.

26 de agosto de 2025

La espera (Un Café)

 



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Hay momentos en que nos encontramos en el borde del abismo, donde la locura es una canción que se repite reiteradamente en los pensamientos, una idea de derrota que va empujando poco a poco hasta alcanzar las profundidades del abismo, como si se tratase de una aventura épica, de aquellos trayectos donde emerge la calma tensa previa al huracán.

Somos seres que en la perseverancia convertimos lo cotidiano en algo hermoso y valeroso, como unas botas mordidas por un conejo, una moto colgada en una pared o simplemente una libreta con la letra de una vieja canción. Aquello que de lo cotidiano nos alimentamos, o me alimento, más bien, porque si alguien hace de lo diario un espejismo de fantasía, es este servidor.

Tímido, insensato, pero amigo de los gatos.

Momentos como los recientes en dónde encuentro la calma en el olvido de la tarea pendiente, una sensatez que se me escurre entre las manos, un cansancio de aquellos que cuestionan las aspiraciones del poeta redentor, escenarios en los que ahora camino con las manos en los bolsillos pensando en la tentativa del abismo, de poder tomar acciones sobre decisiones que no están a mi alcance.

Ver desde este lado de la calle al mundo transformarse, aquellos paisajes conocidos derretirse, quizás por el calor o el exceso de expectativas, quedando en el suelo como telón de obras presentadas. Intentar entender las pretensiones de quienes nos rodean y ver sus ojos la oscuridad que adorna al fondo del abismo.

Aquel sentimiento de cansancio que hace que una taza de café no sea suficiente, porque el respaldo y la compañía se vuelven necesarias para la vida, somos parte de un ecosistema de personas que en la igualdad y la diferencia, cometemos errores, nos cansamos, nos vigilamos, envidiamos y hasta sobrevaloramos todo aquello que no nos corresponde.

Ver en aquellos ojos cafés la naturalidad de esa tormenta que me acompaña, intentar entrar en ellos para abrazar la calma que quizás una temporada de desatenciones me acapara, porque de lo absurdo, lo cotidiano, y de este espejismo de rutinas, la frustración.

Una temporada que de algunos meses para acá me invita a luchar, dicen las cartas, debo de proponer batalla a quienes intentan detener el impulso de las ideas, pero a su vez, en respuesta a esas cartas, mi desinterés. El conflicto no es parte de mi dieta emocional.

Hoy, como aquellos días en que las dificultades aparecen con la insistencia del viento, me sirvo una taza de café y pronunciando breves palabras observo en el cielo a quienes ya no están.

Hay momentos en que el cansancio es producto de la insistente negativa de la vida para callar lo que amamos.

Yo alguna vez amé, alguna vez luché hasta el cansancio, insistí y también me retiré.

Hay momentos en que el abismo, también nos encuentra.

AV.


17 de agosto de 2025

Encuentros Urbanos. (Mercociudades)

 


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Regresar a Bogotá DC con la finalidad de atender asuntos de trabajo y encerrarme durante cerca de ocho días en labores de estudio y análisis, me ha llevado a recorrer aquellas calles que en la cotidianidad de los años olvidados tenía en un disgusto permanente.

Bien hablaba que de ese regreso a Bogotá las maneras de recorrerle son diferentes y es en este preciso capítulo que resalto la grata compañía de un distinguido grupo de visitantes.

Celebrar el cumpleaños de Agustina de manera permanente, conversar con Clara sobre proyectos y cómo no, de política latinoamericana, salvaguardar las risas de Dana y las puntuales exclamaciones de Nelson, un caballero muy atento para hablar. Roberto con su experticia y Nathalia, la carioca, ambos compañeros gratos de análisis impertinentes pero necesarios.

A Julio, que lo conocí en agosto, un amable compañero que de buenas intenciones sigue pensando en su territorio, Nancy, que desde Perú sigue pensando en su entrañable Venezuela, Briceida y su vocación de servicio, Fernanda que espero poder seguir aprendiendo de su modelo cooperativo en Uruguay, Regina y lo pendiente de San Pablo, José y la evidencia de que el amor existe y se construye a pulmón.

Un cúmulo de protagonistas que en siete días y sus noches dieron a este insensato, una pizca de sensibilidad ante las señales que la vida tanto espera brindar (y a veces sabotear).

Marcela y el acuerdo pendiente por firmar, Alejandra que sigue creciendo con sus ideas desde el llano, Valentina y el honor de poderle conocer, Mercedes y las necesarias intenciones de aterrizar la realidad en proyectos, Sylvana la paisita que no para de preguntar lo pertinente y a su lado, Nahuel a quien extiendo un abrazo.

Es meritorio que en todos los procesos de diálogo podamos recorrer juntos una ciudad que a la vez se hace extraña, distante. Que se denomina capital latinoamericana y convoca a todos en el mismo afán de abrazarles con el sol y la lluvia. Encontrar en sus calles partes de mi pasado y cuestionarles con el presente, con aquellas compañías nuevas que en la insensata vocación de pasajeros, reiteran preguntas o brindad datos de lo cotidiano que aquel citadino no suele encontrar.

Agradecerle por demás a Cintia, Silvia y a Carla, que a pesar del paso de los días quedaron impresas en las palabras la vocación de cuidado. Nuestra anfitriona Sandra, quien aprendió que América Latina tiene un himno y que en la calma de las amistades que brotan, se animó a cantar, porque esos hacemos los latinos, cantar ante la misma condición de ser latinoamericanos.

Finalmente gracias para Mariela, Analía y Anabel, Jorge y Belén.

El poder de la síntesis y la omisión de contexto, ambas necesarias para participar en debates precisos con la sonrisa correspondiente de que vamos por el mismo camino.

Encuentros que emanamos en las calles de una capital que no suele sonreír a los intrépidos visitantes, ciudad que despeja en el frío las intenciones de los olvidados y claramente, de los recién llegados.

Una grata conversación en momentos donde pude señalar que en aquel lugar o aquella calle viví determinada situación en un año ya distante.

Encuentros urbanos que simplemente se resumen en las fachadas de una pictórica urbanidad de grafitis y señales de tránsito, de proyectos y buenas ideas, de intenciones y memorias.

Sin otro particular, es necesario cerrar estas letras de reflexión con un mensaje de buenas intenciones y grandes deseos:

¡Feliz cumpleaños Agustina!

AV.

9 de agosto de 2025

La Perra: Una obra imprecisa.

 


Imagen Generada con Inteligencia Artificial: Google Gemini IA. 


Rakel, con K, llegó a casa a la brevedad de una tarde de marzo, de esas en las que el calor es un visitante cotidiano como otros, con pelaje blanco y una mirada desorientada. Cargada en los brazos de un elegante caballero vestía un moño azul en su collar de tela, llegaba como un regalo para la joven Carolina, una señorita de joven edad y muchas expectativas de conocer el mundo.

Su padre, un reconocido empresario aprovechó la bonanza canina para mandar a traer un caniche de otras tierras, algo que fuese elegante y justo para la edad de su hija, la única. Su esposa, generosa como siempre, acudía a sus ideas como un ave al nido. Bautizaron Raquel a la criatura de pocos meses de vida, pero Carolina, la hija, la re bautizó con la letra K, porque así debía pronunciarse tal nombre, con potencia y mucha distinción.

Hija de empresarios y visionarios, creció educándose en el liceo femenino donde aprendió las artes de la culinaria, el tejido, la pintura, el canto y el piano. Su obra favorita eran Chaikovski, quizás por aquel cuento que le leía su madre de niña, pero le aprendió a tocar de manera autodidacta, la escuela se esforzaba más en enseñarle las obras básicas de Bethoveen y Chopin.

La llegada de Rakel, la perra, fue un detalle de lujo sensible para Carolina, pasó de convertirse en su mascota a su compañía. Dialogaban a diario, encerradas en la habitación observaban por la ventana la miserable vida de aquellos que caminando las calles eran atrapados por el sol, derritiéndose en un sudor notable, palpable. Consideraba a aquellos caminantes justos pecadores que penaban en vida los malos actos del ayer, pues no encontraba otra razón para salir a vender en las esquinas, en los parques, en las calles bajo un inclemente sol.

Rakel ladraba, porque eso hacen los cachorros, le expresaba en movimientos de cola sus acuerdos en cada conversación, recostaba su cabeza blanca y suspirando se dormía boca arriba dejando en vista su pelada panza, Carolina aprovechaba para besarle allí, como un acto de amor y rebeldía.

Durante diez años, tiempo que duró la nobleza de la bonanza canina Carolina terminó sus estudios en el liceo femenino, soñaba con ir a la capital y estudiar ingeniería, algo que le alejara de los hábitos familiares, no quería ser ama de casa ni madre de una caprichosa criatura.

La muerte fue llegando como el sol que quema la espalda de los miserables, muchos de los animales cayeron ante el ciclo vital de los años, Rakel por supuesto estaba con años de madurez, pero vital. Preocupados por el extraño régimen decidieron dejar que la niña se fuese a la capital junto a su perra, pero antes de iniciar aquel viaje, Don Elias, el padre de Carolina, junto a su esposa, Carmenza, contrataron a un pintor para que les hiciera un retrato familiar, algo que pudiese evidenciar esa unidad católica y nuclear que tanto orgullo daba.

Un hombre mayor, profesor de uno de los colegios de la zona metropolitana acudió al llamado, invitó a la familia Ugarte a posar con sus mejores atuendos, Carolina, rebelde en la edad y en el alma, salió con pantalón de jean y una camisa de algodón, con estampado de rayas, cargaba en su regazo a Rakel, que con un moño amarillo en cada oreja observaba al pintor.

Buscaron la universidad católica, fiel a los principios del liceo femenino y en ella, arrendaron una habitación en la residencia estudiantil.

Matricularon a Carolina en la escuela de Diseño y Artes, su perra, cada vez más mayor, era menos atractiva pero seguía noble a las conversaciones en la ventana.

El 31 de julio una llamada telefónica avisó a Carolina que Muñeco, el perro de la familia Estrada había fallecido en condiciones por fuera de la lógica, que guardara distancia y no se acercara a casa, habría una misa al día siguiente para honrar a quienes fueron los últimos canes de la ciudadela, pero que jamás acercara a Rakel a lo que su madre, llamaba una maldición.

Carolina, fiel a su negligente postura ante la vida y ya con algo de conocimiento en arte y arquitectura, colgó el teléfono y sentada en su cama, observaba en la televisión los programas de los canales nacionales, pensativa, abrazaba a Rakel a quien además había aprendido a retratar en sus cuadernos. Sintió algo de frío, giró y allí durmiendo en la eternidad, la pequeña bestia de pelaje blanco y crespo, tenía sus ojos cerrados, con lagañas y lágrimas, no suspiraba, no dormía, simplemente estaba.

- ¿Rakel? - Alzó la voz con angustia la joven Carolina.

Esta vez, Rakel no respondió a la conversación, tampoco movió la cola, simplemente se había ido.

Una obra imprecisa.

AV.

4 de agosto de 2025

El perro siguiente.

 


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Siendo las ocho de la mañana del lunes 01 de agosto, el silencio se levantaba por todas las calles de la ciudad, una pequeña parcela olvidada por Dios que había encontrado el amor por los animales de una manera pintoresca y callejera. Durante cerca de doce años vieron correr entre las esquinas a diferentes razas y tamaños de perros, unos más juguetones que otros.

Profesiones como la veterinaria y la nutrición animal vieron emerger en dicha parcela, insisto, olvidada por Dios, sus ingresos, incluso aparecieron nuevas ideas de negocio como peluquerías, baños relajantes (SPA), centros de cuidado y hasta transporte vehicular especializado para cada can.

La muerte de Muñeco, precedida por la de Joaco, fueron sucesos que levantaron la indignación de todos, de una parte algunos alegaban falta de planificación de la Secretaría de Salud municipal para atender riesgos de enfermedades, como ocurrió con el coquer español, negando entre sí, el ciclo vital del tiempo y sus perros. De otra parte los más intensos y emocionalmente afectados con el caso, exigían a la policía provincial salir en la captura del irresponsable conductor, un desconocido señor que transportaba pasajeros de un olvidado pueblo de Dios, a otro olvidado pueblo, quizás, del mismo Dios.

El Alcalde Municipal, Don Eustaquio Herrera, vestido de camisa blanca de lino y un pantalón verde oscuro, con chaleco verde oliva y su menos elegante, bigote de pelaje marrón, saludó a la muchedumbre prometiendo investigar a fondo el caso del accidente con el bus intermunicipal. De otro lado dio un vergonzante discurso en nombre de todos los caninos fallecidos, resaltando la noble labor de los veterinarios y sus campañas animalistas de prevención de plagas, enfermedades y cómo no, perros.

Algunos ciudadanos, como Marcelo Alberto Penagos, de profesión abogado y de vocación músico, rechazaban las palabras del burgomaestre, las recibía como una ofensa en específico, por la no planificación oportuna de recibir a una siguiente generación de caninos, esos seres que se tomaron las calles de una ciudad, olvidada por Dios, dando quizás la felicidad que dichos hogares se habían limitado a recibir.

Los discursos duraron un par de horas, el siguiente acto fue una misa católica precedida por el capellán, Don William Orejuela, un moreno con vocación católica desde infante.

Finalizados los actos protocolarios, los representantes del sector alimentos y licores, como empresarios y amigos de la causa, brindaron alimentos y bebidas alrededor del parque principal, el parque Bolívar, dizque para enaltecer a quienes ya no están. Hubo música, hubo tristeza, comieron tamales, comieron arroz, comieron pollo y también pierna de cerdo. Bebieron aguardiente, las damas tomaron sabajón y crema de feijoa, las más atrevidas, algo de ron con cola.

Iniciaba una fiesta de despedida en un día lunes cualquiera en un pueblo cualquiera olvidado por Dios.

Alrededor de las tres de la tarde mientras el sol iluminaba el sudor en la frente de cada célebre ciudadano, un bus intermunicipal cruzaba de regreso la avenida principal, esta oportunidad llegaba despacio, como una carroza fúnebre que quiere recibir flores en el trayecto. Don Aníbal Estrada, el propietario de Muñeco, quien con tristeza y mucho licor en la sangre alarmaba a todos del avistamiento del bus, se lanzó sobre la vía para esperarlo, no tenía el machete en el cinto de su pantalón, pero sentía que era el guerrero más poderoso de la patria. A su lado se apostaron varios jóvenes, igual de alicorados, algunos ancianos observaban sentados en la plazoleta, mientras alzaban la copa transparente de licor.

El bus se estacionó ante la imposibilidad de poder avanzar con tanta muchedumbre reunida sobre la vía. Un señor de obesa presencia bajó despacio dejando sus pasos en las escalinatas de hierro, sobre sus manos cargaba un cachorro de pastor, no había claridad si era alemán, belga o criollo, como el sentir de quienes le recibían armados de ira en la vía.

Presentó sus respetos, se hincó en el polvoriento camino al lado del bus y dejando fluir sus palabras con algo de llanto, dejó en claro que jamás fue su intención el accidente, de hecho, estaba allí para remediar su error.

Todos escucharon, Don Aníbal, algo mareado por el calor y las dos botellas de licor que había compartido con sus hijos, miraba de reojo, entendía el clamor del chofer y en este, la intención de repatriar el dolor a otro sentir.

Bajó la cabeza como señal de perdón.

Abrió los brazos y ayudó a levantar al obeso conductor, le dio un abrazo y recibió en sus manos al cachorro de pastor, le besó la cabeza y lo alzó como un trofeo: ¡Será un nuevo comienzo!

Todos los presentes aplaudieron, el alcalde Herrera sonrió como si se tratase de un triunfo político.

En ese momento doña Patricia Alcaraz, con el cabello húmedo de sudor y las manos brillantes, también de sudor alzó la voz reclamando la propiedad del cachorro de pastor. En unísono otro ciudadano exigió derecho de propiedad, seguido por tres más.

Todos se sentían dueños de ese pequeño ser de cuatro patas y nariz fría.

El Alcalde Herrera, con el chaleco puesto sobre el espaldar de una silla y una gota de sudor colgando de su mostacho, entró en escena declarando al perro aquel, propiedad de la municipalidad.

Con el perro en brazos, se retiró de la multitud en dirección al despacho principal, allí, se dio vuelta y con el perro alzado dio la señal de que todo estaría bien.

Algunos inconformes bajaron la cabeza pero dieron crédito a la intención, otros como Don Aníbal sentían el deseo de salir corriendo a traer el machete y exigir lo que le era suyo.

Patricia miró a su esposo con reproche y le ordenó ir por el animal.

Todos con la violencia que el amor por lo ajeno emana, comenzaron a manifestar los argumentos que le daban derecho sobre el animal que ahora era un bien municipal.

El joven Ricardo le pegó a Mauricio porque lo empujó, Don Francisco le gritó a Patricia quien con una cachetada le devolvió el improperio. Aníbal sin su machete pero lleno de valor, extendió golpes de puño a un fulano que también devolvió los golpes.

Una comunidad que clamaba en llanto la pérdida de Joaco y Muñeco, ahora se embestía desde adentro en nombre de aquel que ahora estaba en manos del burgomaestre, quien desde las escalinatas era testigo del odio de su comunidad.

La fiesta estaba desapareciendo para convertirse en una pelea monumental, de esas que quien quedase en pie, exigiría como trofeo al cachorro de pastor.

El alcalde previendo tal escenario se encerró en su despacho, sin avistar que Maicol Baena, el patrullero de su escolta, empezaba a desear al perro aquel, como su propiedad.

Dos disparos de arma de fuego sonaron al interior del edificio municipal, mientras afuera, alguien rompía una botella para defenderse. 

AV.


2 de agosto de 2025

El penúltimo Perro.


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Sentado sobre un andén meneaba la cola, larga y peluda como una señal de satisfacción. Levantando una pata trasera acercó su hocico para lamer sus genitales, se giró un poco y fijando su mirada en un elegante ciudadano, alzó las orejas dejando escapar una sonrisa familiar.

Del otro lado de la calle un caballero con sombrero de paja y camisa blanca, larga y arrugada, paseaba con una bolsa de papel manchada de grasa, en su interior dos bolas de masa frita brillaban ante el intelecto del día soleado. Cruzó la calle y saludando a un perro de calle se retiró para lo que sería su lugar de trabajo, una bodega de materiales y chatarra de vehículos. Otro perro, de pelaje negro y con heridas en el lomo, lo salió a saludar.

Desde algunos años la ciudad comenzaba a sentirse invadida por perros de diferente razas y colores, estaban por todas partes, desde supermercados y callejones, hasta en oficinas del gobierno y estaciones del metro, una invasión afirmaba alguien, otros más modestos se conformaban con la perruna compañía, “es un avistamiento de ángeles peludos”.

A lo largo de los recientes años jóvenes y no tan jóvenes iniciaron campañas de sensibilización ante el tema, en una ocasión un fulano golpeó con tanta fuerza a un perro que el pobre animal, el perro, cayó adolorido hasta morir, muchos transeúntes tomaron justicia por mano propia golpeando al fulano aquel, el pobre animal también cayó al suelo desposeído de toda gana de vivir, la relación de los habitantes con los caninos se tornaba en extremos, una parte ansiosa de cuidarlos y otra en desesperada actitud de erradicarlos de las calles.

Tanta presión ahondaba en los curiosos que las campañas de sensibilización invitaban a recoger dinero para vacunar a los peludos habitantes de calle, recaudaban fondos para jornadas de baño público e incluso corte de uñas. Algún entusiasta instaló una carpa con camilla para el corte de cabello de los callejeros habitantes e incluso, otro colega junto a la carpa, instaló un puesto de demarcación de collares y placas, dizque para identificar a cada callejero perro.

Fueron meses de sentida intencionalidad, empresarios que antes rechazaban a los caninos ahora los adoptaban, de hecho en la droguería de los hermanos Zanabria, uno de los caninos fue empleado como guarda.

En aquellos meses, insisto, la ciudad daba un cambio a su mentalidad sobre lo que se acusaba como una plaga en los tiempos pasados, tanta actividad fue en dicha ciudad, que en cada hogar había un perro callejero.

No hubo preocupación por pulgas o plagas, pero si en modo de prevención intervinieron a cada perro con una cirugía de esterilización, por aquello del control de plagas.

Con la llegada del tiempo futuro la edad comenzó a extinguir a los animales ahora adoptados por la ciudad entera, muchos ya mayores fueron muriendo en la tranquilidad de un sofá y junto a un niño o algún ciudadano amable. Otros, víctimas del descuido, fallecieron por accidentes de tránsito o enfermedades comunes que suelen acabar con los ladridos favoritos de los niños.

Fueron muriendo, como mueren los sueños. En diez años la ciudad que antes estaba asediada por perros callejeros, era ahora una comunidad amante de los animales, una ciudadanía comprometida con el bienestar animal, tan comprometida que los esterilizó a todos eliminando con ello, la posibilidad de una descendencia canina para la ciudad.

La familia Alcaraz, de notable prestigio por sus empresas de alimentos, veía morir a Joaco, un coquer español de pelaje negro y blanco, como una especie de vaca en versión miniatura. Sus orejas felpudas cayeron como un golpe seco de felpa, su nariz negra dejó de enfriar y en esos ojos tristes, la vida se escapó para siempre.

Con la muerte de Joaco, la familia Estrada empezaba a buscar alternativas varias, desde magia y hechicería, hasta avanzadas técnicas de alimentación nutritiva, tenían el terror absoluto de que su Pastor Belga muriese pronto y con este, la ciudad quedara deshabitada de perros, porque claramente a nadie se le cruzó por la mente la idea de una siguiente generación, ahora de perros hogareños.

El domingo 31 de julio, cerca de las cuatro de la tarde, Muñeco se escapó de casa porque quiso, sintió el deseo de ir a perseguir a los gatos de enfrente, un afán que evitaba la razón.

Allí la muerte le encontró, como todos los accidentes que se llevan lo mejor de la vida: Muñeco sintió una embestida tan fuerte que falleció al contacto con el bus de transporte intermunicipal.

Un fulano que venía de otros municipios se afanaba por llegar a la estación central de buses, era su primer recorrido y ya iba tarde, tan tarde, que tuvo suficiente tiempo para matar al último canino de una sociedad sensibilizada.

El pastor belga quedó a un lado de la vía, muerto, con la lengua afuera señalando al autobús que avanzaba en la estrecha calle.

El polvo se levantaba detrás de sí, para tristeza de muchos testigos.

AV.

1 de agosto de 2025

Noticias (entre nostalgia y boleros)


 

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Hay amores que nos enseñan a caminar en senderos de duda y temor, que nos toman de la mano y aun con el sudor en el rostro, van dando pasos de seguridad hasta ayudarnos a salir de aquella madriguera de dudas. Amor que si bien no son pareja o casi algo, son amigos, seres que nos conocen cada duda, que nos leen en la distancia y a la sapiencia de lo que no se escucha, nos advierten del estado de ánimo.

Pueda que en un acto de nostalgia en tiempos de cambio tengamos por preferencia aislarnos, amedrentar la paz del hogar y en la calle salir a buscar el bullicio que disperse esas dudas o presiones contraídas en lo cotidiano. Esa misma nostalgia que nos puede invitar a visitar lugares cómodos del ayer, que hicieron daño, claro, pero cómodos, al fin y al cabo.

Esta en lo particular ha sido una semana de esas, donde el entusiasmo ha visto caer su filosofía a cuenta de acciones infames que otros cometen, una semana en la que todo lo que podía salir mal, encontraba el modo de suceder. Una semana en la que el ánimo del joven poeta fue sacudido al punto tal de encontrar otra forma, otro dueño, otra vida.

Semana en que en la soledad de los pensamientos se estuvo siempre rodeado de almas de buen corazón, un grato regalo de la vida que solo se aprecia en la sonrisa del consuelo.

Escuchar un bolero y tomar un ligero vaso de whisky en casa de un amigo, ver un juego de fútbol y gritar gol en el desespero de la competencia, caminar con las manos en los bolsillos y hacer cuentas para pagar pendientes, ver una película con la expectativa de que sea para el gusto popular, volver a gritar gol en otro juego, volver a sonreír en conversaciones cotidianas, tan cotidianas como el absurdo de quien quiere dañar.

Una semana en la que también hubo gratas noticias, desde el reconocimiento al liderazgo y elección para procesos de pertinente menester, hasta el saludo cordial de quienes ya no nos acompañan en este plano.

Hay amores bien decía, que en forma de amigos o compañeros de viaje nos dan la mano sin saber que por dentro nos ataja una oscura sensación, nos apoyan con su compañía, esos que a la distancia nos saludan y confían su fe, nos dejan en notas sencillas pero cargadas de amor, la palabra justa para el poeta triste.

Hoy tenemos un viernes a la mano, a disposición del sol y de la música, tenemos la fortuna pues de poder contar lo que nos persigue, podemos incluso, salir a construir nuevas historias, sin abandonar a la nostalgia del lugar común.

Esta en lo particular ha sido una semana de esas.

AV. 

24 de julio de 2025

Jueves (Mañana)

 


Imagen tomada de: https://www.behance.net/ausrinedaug

By: Aušrinė Aniko Daugėlaitė


Comenzamos con pesadez un día cualquiera en el calendario, los recuerdos se reúnen como un sindicato de viejas voluntades, prestan quejas y exponen motivos para ser reincidentes en viejas costumbres, en llantos del ayer o sonrisas que injustificadas nos derrumbaron en un día cualquiera, esos momentos de grandeza en los que se creía que el mundo podía cambiar.

El día, sintiendo su pesadez natural, empieza a avanzar con algo de nostalgia, quizás el cansancio de tener que madrugar en tiempos de reflexión, o pueda más bien sea el exceso de ideas lo que pueda por supuesto derivar en el agotamiento de un alma joven, inexperta, testaruda y con algo de intransigencia.

Egoísta, aburrido, sin excusas para no avanzar, por el contrario lleno de argumentos sofisticados para llegar de primero, para ser el que da la pauta a quienes la tardanza les ha dado un modo de vida, brindar palabras de serenidad a esos comensales que piensan que el tiempo es una espiral de momentos y placeres, de tareas acongojadas en la libreta de apuntes, se trata de avanzar, no de llegar de primero.

Es jueves y para muchos de los que se afanan con brindar algo de alegría se les recuerda que ante todo, es hoy.

Hay días - conversaba con una bella dama – que son sospechosamente light, para ese asunto las canciones de Calamaro fueron la conexión precisa para quienes necesitan ser detectados en el radar de los abandonados.

En aquellas conversaciones, además de lo recíproco de la incomodidad, la inconformidad se hace presente al mejor estilo de una deuda sin cobrar.

No podemos olvidar que hay que avanzar, que debemos de surtir los retos de cada tarea y en especial, de cada personaje.

El mundo aún puede cambiar, con esfuerzo y algo de intenso trabajo colaborativo podríamos llegar a dar desde este seno social, una mejor versión de lo que somos, pero son precisamente esas redes las que nos encierran en ideas contrarias al punto, que vemos en la paz a los enemigos de siempre, como si fuese esto una diatriba de Luis Buñuel.

Para algunos es un día cualquiera, para otros el inicio de una terapia o tratamiento médico, hay incluso habitantes que ven en este jueves, el último suspiro de sus seres allegados en el momento previo a decir adiós, ese adiós que es imposible abrazar.

Egoísta, intransigente, torpe, intenso, persistente, tímido, insensato, cualquiera que pueda ser nuestro defecto o virtud, somos consecuencia de historias de otros, memoria o epitafio, tiempo que no se detiene para reflexionar, porque preciso, avanzamos con afán.

Todos quieren llegar de primeros, y a veces (me pasa) que me detengo en el medio del callejón para observar a cada uno intentarlo, para descubrir en esa maratón a una cantidad de depredadores que pretendiendo superar a su homólogo, son capaces hasta de acabar con el ayer, para justificar la gloria del presente.

Hay días sospechosamente light, hay días que pueden llamarse jueves, o podemos decirles mañana.

El mundo aún puede cambiar, mañana. 

AV.