6 de diciembre de 2025

Un encuentro casual (Pedro Conejo).


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By: DonDiLuca


Alguna vez Pedro Conejo se encontró con un viejo amigo de sus años de infancia, su nombre real es Pedro Alejandro Coello Miranda, pero sus mas fieles compañeros le apodaron conejo, por aquello de una traducción mal hecha. Se trataba de Miguel Espitia Laverde, un amigo que en las calles repletas de incautos se le atravesó aquel sábado de diciembre y en un saludo familiar, revivieron el recuerdo de tanto tiempo juntos.

Aquel encuentro por demás cordial, permitió a Pedro saber que Miguel ahora era padre de familia, ingeniero de profesión (de esos que arregla computadores y diseña páginas web) entre otros aspectos superficiales del ser humano.

Miguel se retiró con unos paquetes de plástico llenos de ropa para regalar, estaba preciso comprando los regalos de fin de año para sus empleados, era propietario de una pequeña firma(boutique) de software y vainas por el estilo. Al llegar a casa saludó a su esposa, una dama de buena apariencia con la que estudió en la universidad, le informó de su encuentro breve con Conejo, Pedro, le explicó.

Ella soltó una sonrisa amable y simuló escuchar toda la historia.

Al finalizar se retiró a seguir organizando los muñecos de felpa con los que pretendía decorar la navidad de su residencia, en ese instante un mensaje de chat le notificó que Alejandra le estaba enviando una nota de voz. La escuchó con la simpatía de un carpintero y allí descubrió que Jesús Manuel había vuelto con Margarita Peña, la muchacha que conoció aquel día en el club de tenis.

Respondió la nota con otro mensaje de voz argumentando sorpresa, pues la vez última Margarita había estado saliendo con Jota (Jose Manuel), el amigo de la universidad. Alejandra respondió que Jota hace mucho que no le contestaba llamadas a Margarita, que tal vez allí radicara la intención de acercarse a Jesús (el amigo).

Regresó a donde su esposo, Miguel, con un beso coqueto en la mejilla y un tono de voz de niña caprichosa, le contó de la novedad de Margarita y Jesús, él, concentrado organizando los paquetes de regalo para sus empleados respondió con la misma sonrisa amable que recibió al llegar a casa.

Margarita escribió un mensaje a su amiga Alejandra, pidiendo algo de prudencia le informó que las cosas con Jesús estaban algo inestables, desde un par de noches que venían saliendo siempre terminaban discutiendo por temas superfluos pero hirientes. Alejandra, que estaba sentada en la cama de su propia habitación, en pantalón corto y blusa de pijama, respondió con sorpresa, no esperaba que las cosas entre ellos fueran tan fugaces.

Tomó el teléfono y con otro mensaje de audio le notificó a su amiga, la esposa de Miguel, la novedad.

Margarita leyendo las palabras de consuelo de Alejandra, decidió responderle cambiando de tema. Allí le preguntó por Boris, el trigueño que conoció días atrás la reunión de trabajo.

Alejandra guardó silencio por un largo rato, se sentía avergonzada por lo ocurrido y prefería ignorar el tema.

Respondió con un cortante “bien” e intentó cambiar el tema, no esperaba de Margarita la insistencia.

Evadía cada pregunta al punto de responder con agresividad.

Pedro Conejo terminó de hacer memoria de aquel sábado en el que se encontró con su amigo Miguel, tomando nota de cada detalle, sonrió como un triunfo de la vida el poder ver a sus viejos amigos crecer y madurar.

Tomó su teléfono móvil y escribiendo un breve mensaje al grupo de amigos del colegio, comentó de su encuentro casual con Miguel, deseándole siempre salud y muchos éxitos en su empresa.

Nadie respondió el mensaje dejando en visto el intento de socializar, pero las consecuencias de ese encuentro no fueron esperadas para Pedro, pero sí para Miguel que en un matrimonio frío como una sala de quirófano, revolvió la vida de su esposa, de Alejandra, de Margarita y de dos caballeros más a los que no conoce.

Un encuentro casual que terminó por desenredar un nudo complejo.

AV.

4 de diciembre de 2025

La iglesia de los optimistas (Métodos).

 


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Nos acostumbramos a estar encerrados en pensamientos, a declarar en palabras los peros suficientes para no avanzar como se debería. Fuimos testigos de cosas que no sucedieron pero que avanzaron estrepitosamente en la mente.

Caminamos en círculo buscando soluciones a situaciones que no fueron reales, solo un sin número de universos danzando en la mente del joven poeta. Recreamos mil batallas cuando solamente esperaban de nosotros la respuesta a una pregunta personal. Fuimos enemigos del protocolo cuando la intimidad estaba en debate.

Hablamos de amor cuando estamos diseñando pretextos, damos método a eso que exigimos, a la correspondencia de las ilusiones, porque creemos que todos nos ilusionamos con el color del atardecer o el aroma de un libro nuevo.

Conversamos en soledad, para que las ideas se sientan cómodas y puedan salir sin ser vistas o prejuzgadas.

Insistimos con abrazar la ternura de una canción, sin importar el género musical preciso, por la capacidad misma de escucharla en sus múltiples versiones globales.

Vamos al altar de los ideales y nos despojamos de toda fe, la prestamos a la esquina del contexto para que allí madure y se convierta en evidencia. En esos ideales sembramos conjeturas para que maduren en verdades obstinadas, lugares comunes de la edad, favoritismos del corazón juvenil.

Por momentos caemos bajo las letras de una canción atrevida, y el experto de esas redes fue a mi parecer, el incomprendido de Alejandro Lerner, que con su suave tacto nos revolcó la mente en el miedo a que nos dijeran que no.

Nos arriesgamos a compartir la desnudez de la vida a través de las letras de un blog, lo celebramos como si fuese el hito más importante desde aquel primer beso, o como si se tratase del acto de cierre de una edad de oro, a la final, todo se redondea en ese método al que llamamos optimismo.

Conservamos en la memoria las motivaciones de lo que queríamos lograr en la adultez, conservamos en los bolsillos del pantalón las frases de cajón que tenemos preparadas para nuestro niño interior al momento de llegar ese interrogatorio de la vida.

Dibujamos en notas de colores las frustraciones de cada etapa, desde el baile que no aprovechamos, al viaje que no culminamos, de la lluvia que nos dañó la esperanza y el sol que nos quemó la razón.

Sabemos a la larga que todo es un cuento progresivo que en métodos y plegarias, seguimos idealizando.

Somos optimistas por conveniencia.

AV.

3 de diciembre de 2025

Quemar las Velas (Diciembre).

 

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Black Cat & Candle By:  Lauren Pretorius

Retomamos la laguna labor de escribir por escribir, no de emitir ficciones en cuentos y relatos con mensajes de fábula sino, de darnos un respiro en el ejercicio de las letras como lugar común de encuentro.

Diciembre, mes de cierre de año laboral y de expectativas de promesas de antaño llega con la presión de un trimestre que ha sido para este, su amigo y vecino, una temporada de demasiada frustración y aprendizajes, de esos que dejan huella y cicatrices.

Podría iniciar por menoscabar en los vientos de agosto como un mes donde encontré la felicidad y en ella la esperanza de que el curso de cada decisión y pensamiento podrían darse en buenos términos, pero santa es la vida que su expreso sentido del humor es tan negro como las intenciones de quien desea el fracaso llegue a las puertas de esta residencia.

Aquella felicidad que con aires de crecimiento profesional abrazaron al escritor de este blog, se fue transformando en un sentimiento de esos que uno comparte con los allegados al llegar de un viaje, tuve la oportunidad de conocer personas maravillosas y re encontrarme con otras a las que les tengo alta estima, como a la gran Jefecita, o a la poeta, a la que tanto afecto (y deseo) le guardaba en los bolsillos del alma.

Septiembre se comportó como un péndulo que entre lo real y lo imposible dio lugar a cada descuido, desde el tropiezo académico con viejos conocidos hasta la afrenta económica con decisiones que se pudieron evitar, salgo un par de consejos inconclusos. Un mes que dejó huella con tanta presión que en la arena había más que gotas de sudor, muestras de cansancio y frustración, porque quien observa desde la comodidad de la distancia puede opinar sin tomar de frente la responsabilidad.

Octubre es un mes de esos que yo adoro por el místico semblante de la fiesta de Halloween pero de fondo es el mes de mi onomástico, una celebración que con el paso de los años se va diezmando a un café y un par de amigos de alta calidad y especialidad.

Un mes además de dar cierre a esos agujeros que como heridas se fueron prolongando entre pensamientos y acciones que en ocasiones, no daban fruto sino, mala hierba a quien esperaba mejores resultados, insisto, la ingratitud fue tomando forma y espacio hasta dejar en el cansancio la decepción de quienes yo pensaba eran nuestros aliados.

Diciembre es difícil y quizás mi interpretación de lo que ha sucedido desde los meses previos es que se ha quemado cada uno de los barcos en los que alguna vez estuve.

Una temporada de pérdidas, de despedidas, de desidias y claramente de soledad.

Aprender que amar es un principio tan básico como el sentido común, aunque no seamos básicos, ni sea el más común de todos los sentidos.

Y vamos en el tercer día del mes. 

AV.


30 de noviembre de 2025

El Examen (Final).


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IX.

Desistió de la idea de estudiar un Doctorado en Aeronáutica, de seguro era algo demasiado exigente para una pobre plebeya como ella, o así se sentía ante la noticia de la no aprobación. Con la frustración del caso dedicó su tiempo al trabajo, sugirió de hecho a su empleador la posibilidad de irse a vivir a Alemania y buscar algún cargo en ascenso, con la opción de estudiar allá algún programa de posgrado.

La empresa tampoco dio viabilidad a la petición y en ello Ángela comenzaba a sentirse emocionalmente derrotada, sus planes de vida se estaban desmoronando, como si el universo mismo fuera su enemigo.

Por recomendación de su madre espero hasta el año siguiente para intentar de nuevo, quizás estudiando con antelación podría mejorar en matemáticas y superar la prueba de admisión. Volvió a fallar, incluso con un resultado peor que el año anterior.

Sentada en el borde de la cama observaba el espejo que tenía en la pared, se miraba a sí misma como un bulto de carne y huesos que no servía para nada, quería renunciar a todo y devolverse a casa de su madre para que le diera un abrazo.

Estuvo encerrada, ensimismada y cumpliendo con lo mínimo en sus labores remotas con la empresa de Alemania.

Humberto siguió conversando con Marcelo de las pesadillas que año tras año le acosaban, al igual que Elin, las pesadillas le visitaban cada vez con más frecuencia, quizás como un ciclo que debiese heredar después de la tragedia de su esposa, quien falleció en medio de un sueño.

Esa mañana de septiembre se encontraron en el norte de la ciudad, en un centro comercial por los alrededores de Usaquén. Conversaron como siempre lo hacían, con un café o un Té y en ocasiones, acompañados de una porción de torta.

Marcelo comenzó a explicar que soñó con un extraño recorrido, caminaba desorientado en pasillos de un edificio viejo, parecido a los de la universidad de Texas donde estudió en aquellos años cincuenta. Las paredes del edificio se doblaban como una hoja de cuaderno y detrás de estas una luz de muchos colores se asomaba. Humberto, siempre escuchando a su amigo, preguntaba detalles, daba opiniones y en ocasiones, bromeaba.

Se levantó a comprar otro café y una almojábana, caminó unos metros en dirección al mostrador de la tienda, allí se encontró con Ángela Inés, su aprendiz de ingeniería. Además de saludarla, la abrazó con la ternura que siempre le tuvo desde el aula de clase. Hablaron ligeramente de temas varios, como el trabajo, el tiempo libre y la familia; Humberto notó en Ángela un halo de frustración que dominaba por completo su semblante, así que le preguntó entre tantas cosas, por el proyecto de la beca.

Con una voz triste y las manos cruzadas elevó su mirada al cielo mientras explicaba a su maestro del fracaso que tuvo con el segundo intento. Humberto en su sabiduría no permitió que Ángela se derrumbara en su dolor, así que le interrumpió con unas palabras de aliento invitándole a volver a presentarse a la Beca.

Ángela con incredulidad miró fijamente a su profesor, trató de entender cada sugerencia y con un vacilante “gracias” concluyó, le abrazó y se retiró no sin antes proponerle al profesor Humberto invitarle el café que iba a comprar. Él negándose a recibir la invitación soltó la idea de que Ángela fuera a la facultad y se preparara con el apoyo de su maestro, el profesor Marcelo, propuesta que fue aceptada con algo de duda.

Al volver a la mesa, Humberto dio una palmada en el hombro a Marcelo y le habló de Ángela, dando un resumen de su lamentable pérdida de los exámenes de admisión, pidió que le apoyara con una mentoría, podría ser en la oficina de él o en la biblioteca. Con el dedo índice señaló a lo lejos para que Marcelo la viera, allá a la distancia saliendo del centro comercial estaba Ángela caminando con su cabello suelto, Marcelo abrió los ojos con sorpresa, se giró y con tono de voz fuerte le explicó a Humberto que ella se parecía mucho a una de las mujeres que veía en sus sueños.

- Te va a encantar, sin duda. Replicó Humberto.

Después de varias semanas conoció al profesor Marcelo Bakker, con quien recibió asesorías en matemáticas avanzadas, algunas en física y modelamiento cuántico. Le costaba trabajo aprender, su estado de ánimo quizás afectaba su concentración, motivo por el cual decidió estudiar en un cubículo que pidió prestado en la biblioteca de la universidad. Allí en ocasiones, el profesor Marcelo le daba las tutorías.

Finalizando noviembre, Marcelo entregó a Ángela varios libros para que estudiara a profundidad series matemáticas, ella con el juicio que la rabia le concentraba, se quedó en la biblioteca para estudiar. Marcelo se acercó para despedirse, quedándose perplejo por un momento. Ver a Ángela sentada estudiante le hizo recordar aquella ocasión que estudiaba en compañía de Elin, en la biblioteca de la Universidad de Delft.

Al salir sintió un ligero frío que le abrazaba, una sensación de abandono que le hacía extrañar su juventud en Texas, sus tiempos de enamoramiento en Roterdam.

Salió directo a su apartamento, sobre la avenida 19, quería sentarse en la ventana a observar los cerros tutelares con un vaso de whisky en la mano.

A la mañana siguiente recibió una llamada en su teléfono móvil, con extrañeza contestó.

- ¿Sabes algo de Ángela? Le preguntó Humberto con algo de miedo.

- Nada. Respondió.

- Encontraron su bolso tirado en la biblioteca, y nadie da información de que haya salido anoche. Está desaparecida. 

Explicó Humberto, cada vez más alterado.

Marcelo se sentó en el sillón de su sala de estar, posó sus manos sobre las piernas y como quien eleva una plegaria, pronunció unas leves palabras, que, emergiendo con la suavidad de una ola, golpearon su memoria:

Está en un lugar oscuro, lleno de estrellas.

Las pronunció mientras recordaba a su difunta esposa y quizás allí, en ese recuerdo, entendió el insistente miedo que cada pesadilla traía consigo.

Durante toda la semana hubo mensajes entre familiares y funcionarios de la universidad, Marcelo acompañando el proceso explicaba reiteradas veces que la estaba asesorando para aplicar a una beca en Estados Unidos, por eso tenían un cubículo reservado y por esa misma razón, ella tenía libros que eran de su propiedad. Presentó evidencias de todo lo que estaban realizando, pero no lograba convencer a la policía e investigadores de su inocencia, algunos sugerían que él la había engañado para llevarla a alguna parte y desaparecerla.

Por más descabellada que fuera la acusación, no era legible ver cómo un señor de avanzada edad fuese capaz de cargar con una mujer de mediana edad, en especial por la contextura física de ambos.

Estaba sentado esperando afuera de la oficina de Decanatura, aburrido y con mucho temor por todo o que se le acusaba. Humberto llegó para darle paz y el aliento que un buen amigo merece.

Cerró los ojos y posó su cabeza contra la pared a su espalda, allí sentado comenzó a sentir nuevamente un cosquilleo en los brazos y una ráfaga de aire frío, como si lo abrazara.

Abrió los ojos y notó que estaba en una bóveda oscura, todo era negro a su alrededor y muchas voces, como un bullicio entonaban su nombre.

Voces distorsionadas, algunos focos de luces de colores aparecían y desaparecían. Estaba desorientado.

Humberto volteó a mirar a su amigo y maestro, encontrándolo con los ojos cerrados y los brazos cruzados, recostado contra la pared. Lo llamó para entrar a la decanatura, pero este no le respondió, insistió en reiteradas ocasiones, hasta notar que su amigo, su maestro ya no estaba en este mundo.

Soltó una lágrima con un gemido inconsolable, le apretó las manos y con la abnegación de un santo, susurró palabras de despedida. Detrás suyo la secretaria de la decanatura se acercó, con un grito de sorpresa corrió a su escritorio para llamar una ambulancia.

Humberto observando todo, simplemente señaló que ya era demasiado tarde, su amigo ya no estaba presente.

Está en un lugar oscuro y lejano.

FIN.

AV.

28 de noviembre de 2025

El Examen (Prueba de Admisión).

 

 

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VIII. 

Humberto esperaba a su viejo amigo y mentor, Marcelo Bakker, sentado en la cafetería de la universidad. Tomaba en un vaso de cartón un agua aromática de frutos rojos, con su característico saco de lana y una boina inglesa de cuero, se cubría del frío de Bogotá. Recordaba sus años de estudiante en el doctorado, la mayoría de estos bajo la orientación de su mentor, Marcelo.

En un momento de descuido, llegó su alumna, Ángela Inés Revelo, una simpática señorita que se había graduado del programa de ingeniería de sistemas y computación.

Si bien estudió becada por la misma universidad, ella insistía en buscar trabajo, y fue tanta la insistencia que logró ubicarse en una agencia europea de análisis de datos, en Alemania. Trabajaba desde Colombia, de modo remoto atendiendo requerimientos y dando soporte técnico, Humberto estaba orgulloso de todo ese proceso, así que siempre le tendía la mano para cualquier duda o necesidad.

Esa mañana ella expresó preocupada que no entendía todo el trámite para aplicar a la Beca en Estados Unidos, sin inmutarse, tomó el computador portátil de la joven Ángela y dio la orientación de toda la documentación que debía cumplir.

Se retiró agradecida y con la mente fijada en su sueño de alcanzar la beca.

Marcelo llegó tarde, algo poco usual para un europeo, pero todos sabían ya que se había colombianizado desde unos años atrás. Saludó a Humberto y con una sonrisa hizo un chiste sobre la apariencia de la boina que tría puesta, Humberto con otra sonrisa devolvió la broma y abrazó a su maestro y amigo. Allí sentados se quedaron conversando gran parte de la mañana, entre muchos temas, las pesadillas de Marcelo.

Había retomado el ejercicio de escribir lo que soñaba, no siempre con la exactitud del suceso, mas bien con el esfuerzo creativo de la memoria, el más reciente sueño lo transportaba a una casa Quinta, en algún pueblo lejano, donde un grupo musical de jóvenes se presentaba en tarima ante una elegante familia en el día de su matrimonio, lo sorprendente del sueño insistía Marcelo, es que dentro de público podía ver a su esposa, Elin, y a otras personas de otros sueños, pero incluso, algunos de los presentes en el evento tenía rostro humano pero su cuerpo se deformaba entre tentáculos y tenazas, como seres amorfos fuera de este mundo.

Humberto con la calma de un buen amigo le preguntó por el grupo musical, si le era posible recordar algo más. Extrañamente Marcelo, ya avanzado en años, pasó su mano sobre su cabello blanco y rascándose posteriormente detrás del cuello, emitió un susurro casi inaudible.

Escuchaba la música en el sueño.

Insistía en que era extraño que pudiese ser audible algo que nunca lo había sido en la existencia humana, los sueños no tienen banda sonora, decía Marcelo.

Humberto terminó su aromática de frutos rojos y mirándole fijamente preguntó por la canción que dijo haber escuchado.

Canción para mi muerte. Sentenció Marcelo.

Durante largo rato conversaron como dos viejos amigos, no como maestro y alumno. Se levantaron y cerca de las once de la mañana ingresaron a la sala de profesores a preparar algunas tutorías que habían agendado con estudiantes.

Ángela comenzó a recoger toda la documentación para escanearla y subirla a la plataforma web de la universidad de Georgia. Se había graduado ya un par de años atrás de la facultad, pero seguía asistiendo a la universidad a saludar y pedir consejos en su maestro, el profesor Humberto Valdivia. Quién mejor que él, que también fue becario del doctorado en Holanda, fuera el asesor de su proceso de registro.

Al finalizar el registro de datos y envío de documentos, Ángela Inés Revelo, con el sueño de toda una vida y el anhelo de poder empezar su carrera aeronáutica, seleccionó una de las dos opciones de fecha para el examen de admisión, que para tal oportunidad sería virtual, a través de la plataforma de la universidad.

En un par de meses más adelante llegarían los resultados del examen, con sorpresa y mucha frustración, observó el resultado de su esfuerzo: Había perdido el examen.

AV.

23 de noviembre de 2025

El Examen (Bogotá).

 



 VII.

El profesor Humberto Valdivia Solano recibió a Marcelo Bakker en diciembre de 1984, un año más tarde de esa conversación telefónica, año suficiente para que en la facultad de ingeniería de la universidad de Delft se finalizará el trámite de aprobación de movilidad bajo la excusa de año sabático, a decir verdad, Marcelo estaba emocionalmente destrozado y sus asesorías a la agencia de aviación de los Países Bajos cada día era menos determinante.

Humberto logró entregar los documentos recibidos por correspondencia desde Rotterdam, con ellos y una carta de recomendación firmada lograron que Marcelo pudiese iniciar en enero de 1985 su rol como Docente Titular de la facultad de ingeniería de la Universidad Nacional de Colombia. Lo recibió en su apartamento, un sencillo espacio de tres habitaciones en Teusaquillo, mientras encontraban algo que fuera del agrado de este para instalarse de manera definitiva.

Aquellas semanas de diciembre el ambiente festivo de navidad y fin de año ungía como escenario de fondo de dos ingenieros que sentados en una sala de estar conversaban reiteradamente sobre los devenires de la vida, Marcelo retomando su español expresaba el dolor de la ausencia de Elin y la inexplicable muerte de esta, como si fuese simplemente un silencio final, un adiós sin palabras, ver al amor de su vida en una cama de hospital respirando como acto reflejo, en sus ojos cerrados intentar descifrar su dolor o su distancia, a la final, nada tenía razón clínica para ser como fue.

Humberto consolaba como buen aprendiz y ahora amigo, la distancia de años entre uno y otro no era problema para construir una amistad más allá de la relación académica que había iniciado.

Para la semana de fin de año, Marcelo con algo de timidez compartió los primeros escritos a Humberto, explicó con un perfecto acento santandereano que eran reseñas de las pesadillas que Elin le comentaba cada mañana, algunas ya exageradas por la ficción literaria, otras menos expuestas a la intimidad, a la final todas terminaban ser letras de espacios desconocidos, universos oscuros ajenos a esta realidad, una especie de dimensión en donde los sueños de su esposa reposaban en las tinieblas de la inconciencia humana, lejos donde los dioses no murmuran ni las bestias caminan, solo un espacio oscuro y frío, con caminantes que buscaban despertar desesperadamente, según palabras de su esposa.

Humberto tomó algunas hojas y las leyó en silencio, compartía el sentir de su maestro y quizás como una tertulia de dos señores mayores brindaba un poco de vino o aguardiente, mientras replicaba las letras de aquellas pesadillas incongruentes.

Humberto entregó el documento final de su investigación doctoral, un modelo de redes para sistemas de control aéreo que serviría años más tarde a la agencia aeronáutica de Colombia, de allí emergería el posterior interés al interior de la facultad de ingeniería de crear una línea de investigación en simulación de datos y arquitectura aeronáutica. Marcelo estaba orgulloso de su amigo, incluso retomó su línea de diseño de aeronaves, un trabajo quizás más para ocupar la mente que para fomentar el nuevo conocimiento.

Cursado el mes de enero, dieron inicio a las clases en la Universidad Nacional de Colombia, Marcelo con sus contactos logró un par de donaciones de laboratorios de cómputo para la facultad, equipos con más capacidad de procesamiento de datos, un favor que alguna vez alguien en el gobierno de los Países Bajos le adeudaba.

El terror de la violencia en el país daba a Marcelo la austeridad de sus gastos, no pretendía ser visible ante la fuerte presencia de organizaciones criminales, prefería ser visto como un simple profesor de universidad pública, anhelo que en dos años maduró en un nombramiento como director del centro de investigación de datos de la facultad, un lugar de distante descanso ante los terrores de la realidad colombiana.

Humberto continuó sus clases mezcladas con diseño de datos y programación de simuladores, se hizo un nombre y un estatus en el pesado ambiente de los ingenieros del país.

Mientras los aviones estallaban en los cielos colombianos por vendettas entre organizaciones criminales, él insistía en mejorar los controles aéreos de las principales ciudades del país, diseñaba sistemas operativos más amigables y legibles para los técnicos aeronáuticos, incluso se apoyaba en ocasiones en el conocimiento de Marcelo.

Al llegar las fiestas de diciembre de aquel desastroso año 1989, Marcelo que ya se había instalado en un elegante edificio sobre la avenida 19, llamó a Humberto con ansiosa preocupación, explicó que sin entender nada había tenido una pesadilla la noche anterior. Un terrible ser sin forma ni lógica para la mente humana le buscaba, le hablaba con una voz distorsionada, con ruido y alteraciones en el ritmo de las palabras, entendía las palabras porque sentía que era una comunicación mental y no auditiva, pero era contundente el mensaje: Elin seguía atrapada en vida, en una especie de bucle de sufrimiento y dolor, y era labor de este ir a liberarla.

Humberto sorprendido comenzó por sugerir que retomara el arte de escribir las pesadillas, más que una ficción, una terapia que quizás era momento de retomar, pueda pues, fuera el estrés o el hecho mismo de que la ausencia de ella estuviera retumbando en su psiquis como un asunto sin resolver.

Marcelo se sintió ofendido al momento de escuchar la respuesta de su ahora amigo Humberto, pero tomó como propio el consejo y agradeció la sugerencia.

Con un cigarrillo en la boca y sentado en su apartamento, comenzó a escribir sin estructura todo lo que recordaba del sueño, de esa pesadilla infame que le chantajeaba por el amor por su esposa fallecida.

Su amada Elin, a quien recordó con lágrimas en los ojos mientras el humo de cigarrillo danzaba como un hilo azul, estaba atrapada según recordaba, en un universo oscuro, lejano, frío y lleno de estrellas, con seres sin forma y voces con mucho ruido, sin ritmo y acento, palabras que emergían en su mente producto de un sonido extraño, solitario, macabro.

Sacudió el cigarrillo en un cenicero de cristal y elevó su mirada por la ventana observando los cerros orientales de Bogotá, recordó levemente su vida en Rotterdam, recordó el primer día que conoció a Elin en la universidad, recordó aquella tarde en la biblioteca cuando ella desapareció, recordó, además, su rostro pálido en la cama del hospital mientras luchaba por salir aquel estado catatónico.

Marcelo recordó tantas cosas en tan pocos segundos que fue justo en ese relicario de nostalgia y melancolía que halló la ficha clave de todo lo que ocurría: Elin siempre hizo hincapié en que había personas atrapadas en ese lugar, personajes que sufriendo, buscaban una salida.

- ¿Estarás buscando una salida, mi amor?

Alzó la voz como un ingenuo hombre derrotado, sus ojos, con lágrimas volvieron a la hoja de papel para continuar escribiendo lo que recordaba de la pesadilla.

Al otro lado, donde no hay luz ni tiempo, una mujer caminaba desesperada buscando una salida en una elegante y moderna biblioteca de la universidad.

AV.

17 de noviembre de 2025

El Examen (Humberto).

 


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VI. 

Después de dos años Marcelo finalizó sus estudios de doctorado, una intensa y muy exigente experiencia que sirvió, además, para que Elin iniciara por igual un curso profesionalizante en administración, todo funcionaba de maravilla en la ahora familia Bakker, Marcelo tomó el apellido de Elin y con este la nacionalidad, un acuerdo que había conversado con Daan años atrás.

Trabajó como investigador en la agencia nacional de aviación, brindaba algunas asesorías en temas de diseño de aeronaves y procesos de planificación de espacio aéreo, su ahora esposa, Elin, continuaba en la facultad como auxiliar administrativo, pero feliz. Así transcurrieron los años hasta que las pesadillas de cada noche quebraban la paz del hogar de modo tal que hasta la literatura de ficción de Marcelo comenzaba a ser un refugio y no una terapia de pareja.

Una mañana de 1983 Marcelo y Elin salieron de su residencia rumbo a la universidad, por lo general él la llevaba hasta la facultad y de allí seguía a las oficinas del gobierno, otras ocasiones se quedaba con ella pues seguía como docente investigador y con una que otra cátedra en los programas de ingeniería, sobre todo en su mentoría al becario Humberto, de Colombia quien ya iba avanzando significativamente su plan de clases.

Aquel día cualquiera, entre agosto y octubre, Elin atendía a estudiantes y profesores en su escritorio, direccionando trámites académicos o asesorando a sus jefes en temas propios de la oficina. A la una de la tarde justo después de regresar de almorzar, se acomodó en el despacho de descanso de la facultad un instante, aquel día su esposo no pasaría por ella sino, que almorzaría con los supervisores en el Hangar continuando con las pruebas del hidroavión anfibio.

Cerró los ojos y con las piernas cruzadas acomodó su cabeza sobre el espaldar de un sillón viejo, el ambiente frío de la ciudad era propicio para un ligero descanso, pero un silencio tan fuerte empezó a incomodar, tan profundo y opaco que se sentía vibrar el ambiente como una señal de radio o peor, un susurro del otro mundo.

Elin intentó abrir los ojos al sentir la primera corriente eléctrica que subía por su brazo derecho, recordó de inmediato lo ocurrido hace veinte años atrás, las pesadillas de cada noche y el dolor de aquella señorita que en la oscuridad del mundo onírico le gritaba por ayuda en un idioma que no podía entender.

Un ligero ataque con movimientos bruscos y espasmódicos por todo el cuerpo la sacudió en el sillón con tal fuerza que daba la impresión de que alguien le tomara de los brazos y la levantara con fuerza.

Humberto, el becario, entró a la sala de descanso intentando hacer una pausa a su intensa jornada de lectura académica, estaba a vísperas del examen de aprobación del segundo año.

Encontró a Elin retorciéndose entre movimientos bruscos que con gran temor, salió corriendo del salón para buscar ayuda.

Marcelo fue informado de la novedad de su esposa, estaba en el hospital sedada y con fuertes consecuencias de lo que los médicos señalaban como una epilepsia generalizada, sin antecedentes de salud que dieran explicación, la conservaban sedada sin entender que allí, sedada, estaría encerrada en un universo oscuro y lleno de estrellas.

Marcelo comenzó a dejar de lado sus tareas como asesor del proyecto anfibio y redujo drásticamente sus clases, incluso, sus sesiones con Humberto, el colombiano.

Humberto comenzó a visitar a Elin al hospital, más como gesto de respeto a su mentor, el profesor Marcelo que como real sentimiento hacia la paciente, al inicio le llevaba unos panes dulces de la cafetería con un chocolate dulce, pasaban las semanas Marcelo le recibía poco a poco con más familiaridad; al cumplir un mes en estado de sedación y coma inducido, los médicos no daban aliento de los avances de la salud de Elin, alguna vez uno de los médicos insinuó que era imposible despertarle de ese estado catatónico, como si la paciente en sí se resistiera a salir de ese sueño profundo (y oscuro).

Marcelo caía en pena, se notaba en el descuido de su presentación personal, y en ese proceso Humberto se convirtió en un amigo dejando a un lado su rol de estudiante becario.

La ciudad se preparaba para el Sinterklaas en esa primera semana de diciembre, enfermeras y organizaciones sociales repartían dulces y detalles a los enfermos y sus familias, por supuesto Marcelo se negaba a recibir cualquier obsequio, soportaba medianamente la compañía del becario que con el español intacto, le daba una especie de paz y quien hace muchos años atrás había salido de Bucaramanga buscando un futuro deseable en los Estados Unidos.

Al finalizar el mes de diciembre el frío entraba entre las grietas de la existencia, Daan y Julia, la familia inmediata de Elin acompañaban a Marcelo en un llanto silencioso, los médicos insistían que físicamente no presentaba ninguna enfermedad o alteración de la salud más allá de una extraña resistencia a despertar.

Humberto observaba en silencio, durante aquel trimestre pudo acompañar y conocer más a fondo a su maestro Marcelo, un colombiano que había olvidado el sentido de la vida y se centraba entre aeronaves y ecuaciones.

Le sirvió de compañero y en silencio escuchó cualquier historia o anécdota que este le compartiera, tímidamente le hablaba de sus estudios en Colombia y cómo se parecía tanto Bogotá a Roterdam, quizás como broma, o como un excelente acto de ignorancia y cordialidad.

Presentó el examen de evaluación de su segundo año junto a el escrito formal de su investigación doctoral, una propuesta que iba alineada con las intenciones académicas de Marcelo; recibió una valoración favorable, no excelente pero sí lo suficiente para conservar la beca e iniciar su último año como una etapa de escritura intensiva de su entrega final.

Decidió, con permiso de la decanatura de ingeniería, viajar a terminar su trabajo de investigación en Colombia, además la oportunidad de asumir un puesto de nombramiento en la Universidad Nacional no daba espera.

Se despidió de Marcelo con la promesa de seguir trabajando juntos, de ser su aprendiz para toda la vida.

Marcelo le abrazó y le regaló de despedida una medalla con los distintivos de la universidad.

Durante el inicio de periodo académico, en febrero, Humberto recibió una llamada de su maestro Marcelo, para informar del fallecimiento de Elin.

Con el mismo silencio condescendiente que brindó en las salas de espera del hospital, respondió con el pésame debido, y en un intento quizás de dar vida a quién también comenzaba a caer en la oscuridad, le propuso regresar a Colombia: había una plaza que podría ocupar en la facultad.

Marcelo al otro lado de la llamada, abrió los ojos como dos grandes cavernas que absorben el viento frío y respondió con un rotundo sí.

- Me interesa Humberto, envíame más información.

AV.

13 de noviembre de 2025

El Examen (Sueños)



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V.

Elin tomó a Marcelo como esposo, un proceso cargado de muchas emociones entre la familia Bakker y la familia Marín, realizaron la boda en un centro de reuniones de Roterdam, allí mismo celebraron un almuerzo tradicional.

Después de dos años Marcelo finalizó sus estudios de doctorado, una intensa y muy exigente experiencia que sirvió, además, para que Elin iniciara por igual un curso profesionalizante en administración, todo funcionaba de maravilla en la ahora familia Bakker, Marcelo tomó el apellido de Elin y con este la nacionalidad, un acuerdo que había conversado con Daan años atrás.

Las noches fueron una experiencia especial para Marcelo, su acostumbrada rutina de leer algunas revistas y ver las noticias antes de dormir le inculcaron el amor por madrugar, una extraña mezcla de un ser nocturno y una matutina afiliación intelectual. Comenzó dando clases en la universidad, quizás como retribución a la beca recibida, pero su tiempo lo empezó a destinar a sus estudios personales del universo, de ese oscuro mundo lleno de estrellas y seres abandonados, aquella bóveda negra cerca y lejos de este mundo, un imaginado plano astral que su ahora esposa, Elin, reseñaba con histeria y mucho temor.

Algunas noches despertó asustada, las pesadillas por sorprendente que fuesen, llegaban con sonidos extraños, de eléctricas voces y distorsionadas melodías.

Marcelo comenzó a tomar nota de los relatos que surgían de esas pesadillas, de esas vivencias donde grandes sombras y seres sin forma se arrastran entre lo negro y lo profundo, entre lo ficticio de un mundo que tiene encerradas a personas desconocidas y la belleza de estrellas y constelaciones danzando entre espacios sin tiempo.

Para él todo era un cúmulo de historias y datos propios de una novela Lovecraftiana, y en ello encontró una vocación literaria, al inicio por registrar los sueños de su esposa y de allí analizarlos con algún colega de la escuela de psicología, más adelante como un reto fenomenológico de querer interpretar la prosaica de lo inexistente, hasta caer profundamente, quizás después del primer año, en el condenatorio arte de la escritura de ficción.

Al borde de los años ochenta, mientras el éxito musical “Radio” invadía los hogares de Roterdam, Elin sufría en silencio. Comenzó a consumir medicamentos para regular el sueño, luego esos medicamentos derivaron en prácticas insalubres como pasar días sin dormir y sin comer adecuadamente, su figura era más delgada de lo saludable, Marcelo en cambio engordaba sentado en su máquina de escribir escuchando a las Dolly Dots en la radio y escribiendo cuentos de seres de otro mundo.

Una mañana de agosto, Elin tan débil como una nube, abrazó a Marcelo mientras este masticaba un pan con dulce de queso, le susurró a su costado un ligero nombre, Angela.

Sin entender nada abrió los ojos con sorpresa y preguntó a qué iba aquella palabra, Elin no supo explicar, simplemente relató otro de sus sueños.

Insistía en que volvía a vivir la experiencia de aquella tarde de hace ya diez años atrás en la biblioteca, de cómo fue raptada por una sombra negra que la terminó por encerrar en un laberinto que jugaba con los paisajes del edificio de la biblioteca, de cómo el negro del universo le arrastraba en dirección a una voz distorsionada, y allí por un instante pudo verla a ella, a una joven con apariencia latina, con cara de susto, gritando en un idioma que por supuesto no era el suyo y allí en el ahogo de la nada, en su mente apareció Ángela.

Marcelo no tomó por burla el relato de esa nueva pesadilla, incluso la guardó en su memoria para poder darle otra narrativa en su ahora oficio de escritor. Estaba considerando seriamente participar en el concurso de cuento corto de la universidad.

Al terminar de desayunar se arregló con un elegante abrigo de paño, un sombrero y unas gafas oscuras de sol. Salió a caminar dirigiéndose a la facultad, era jueves y ese día siempre había muestra de pastelería en la entrada de la universidad, una actividad de los universitarios del momento.

Se detuvo a comer un pan dulce, mientras lo masticaba disfrutaba de los grises cielos de temporada, siempre con amenaza de lluvia. Se quedó distraído observando una nube deforme, como si midiera la distancia entre esta y la tierra, poco a poco sus pensamientos se fueron esparciendo en un sin número de recuerdos, desde las frías mañanas de Texas, hasta las calurosas clases de ingeniería en Bucaramanga, recordó por demás a su compañero Thomas con quien ya mas de cinco años que no se hablaba.

Perdido en sus ideas volvió en sí y sacudió la cabeza como si se quisiera quitar de encima alguna suciedad.

Siguió caminando hasta la sala de profesores donde el Decano de Ingeniería le esperaba, a su lado un joven becario estaba con la mirada baja, quizás algo de pena o incomodidad.

Marcelo saludo a los dos caballeros, en respuesta el Decano le presentó al estudiante recién llegado de Colombia. Le pidió encarecidamente que le apadrinara, apoyando además en su investigación Doctoral, pues sería de gran ayuda para todos que un colombiano apoyase a otro colombiano.

Sin negarse a la designación Marcelo retomó algunas palabras en español, un idioma que llevaba más de diez años sin pronunciar.

Aquella mañana de agosto de 1981 Marcelo daba la bienvenida a Humberto Valdivia Solano, un joven becario que veinte años más tarde, sería pues el director de proyecto de grado de Ángela.

AV.