17 de diciembre de 2025

Una entrega inconclusa.

 


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Estaba sentado con las piernas estiradas sobre una mesa que tenía en frente, el calor de un miércoles casual traía consigo la libertad del trabajo como independiente. Tomaba un café recién colado, fumaba un cigarrillo mentolado y con sus audífonos puestos, escuchaba algunas baladas románticas de los Tigres del Norte.

Esteban Mellizo se sentía pleno, bajó las piernas de la mesa de madera y se sentó en postura recta, sorbió algo de su café y botó la colilla del cigarrillo junto a una matera de cerámica. Revisó su teléfono y encontró una notificación del servicio de transporte urbano para el que trabaja, estaba la opción de atender una encomienda del otro lado de la ciudad, el dinero a recibir como pago era una buena suma, incluso superior al estándar de la aplicación.

Aceptó el pedido y de inmediato comenzó a revisar de qué trataba la labor. “Muy bien, recoger un paquete en Ciudad Campestre y llevarlo hasta el Cantón Militar… interesante, es de extremo a extremo en la ciudad”.

Con los pensamientos rondando en su mente, imaginó la ruta más adecuada para atravesar la ciudad y no surtir dificultad alguna con el tráfico.

Tomó su motocicleta y alrededor del mediodía salió en dirección a la zona de Ciudad Campestre a recoger el paquete. Allí le esperaba un señor elegante, de camisa negra y un pantalón de jean negro. Calzaba tenis también de color negro, posaba unas gafas de sol con lente totalmente oscuro y una gorra negra. Una brillante cadena de plata resaltaba en su pecho, a propósito del inclemente sol de mediodía.

Esteban Mellizo se presentó, estacionó la motocicleta y se retiró el casco, allí dejó ver su cabello corto, al ras, una barba más bien en sombra y un bigote pronunciado, como el de sus ídolos mexicanos. Saludó al elegante caballero y preguntó con ahínco si alguien esperaba el paquete en el Cantón Militar. El señor de camisa negra le señaló las indicaciones en una hoja de papel que iba acompañando el paquete, una bolsa plástica negra.

Nuevamente Esteban preguntó si el paquete traía algo delicado en su interior o si requería de algunas especificaciones, el señor de camisa negra sin inmutarse negó con la cabeza.

Esteban agradeció y se subió a la motocicleta, acomodó la bolsa plástica en su brazo izquierdo y se acomodó el casco para arrancar, según la aplicación móvil, el trayecto tomaría unos veinte minutos.

Arrancó directo por la avenida panamericana, el paquete colgando de su brazo no le incomodaba, pero en ciertos momentos sentía que era pesado, una simple impresión de un simple paquete.

Cerca de la avenida Trujillo, se detuvo en un semáforo en señal roja, tomó el paquete y lo cambió de brazo, pues le empezaba a incomodar, casi que con dolor, pues el peso o el movimiento del trayecto le afectaba poco a poco. Al momento de cambiar de brazo sintió la bolsa plástica más pesada, de alguna manera pensó, era solo por el cansancio o el calor del inclemente sol.

Arrancó y dobló por la avenida 38, siguió directo el trayecto que la aplicación le recomendaba, el brazo derecho estaba empezando a sentir el cansancio, o más bien, el dolor de una bolsa pesada.

Se detuvo en una estación de servicio, para no estorbar a nadie en la vía; tomó el paquete y lo ubicó sobre la base de la moto, entre su estómago y el panel de navegación. Arrancó y siguió el camino sintiéndose incomodo en todo momento, incluso con el temor de que se fuera a caer la bolsa durante el trayecto.

Revisó el teléfono y allí vio en el mapa que estaba a cinco minutos de distancia, es decir que muy cerca del destino, intentó levantar la bolsa pero estaba tan pesada que tuvo que tomarla con las dos manos, pesaba en exceso como si en su interior llevase cemento o algo por el estilo. Se la puso sobre las piernas y continuó su recorrido en dirección al Cantón Militar.
La motocicleta avanzaba con bajo ritmo preciso, por el peso increíble del paquete.

Con el miedo de accidentarse Esteban se detuvo en una esquina, junto a un lote abandonado, apagó la moto y con la impertinencia de un niño necio, abrió la bolsa para ver que pasaba en su interior, estaba tan pesada que sintió el esfuerzo excesivo en su cuerpo para poderla bajar de la moto y ponerla en el suelo.

Allí la abrió y no encontró nada en su interior, solo había oscuridad, como la boca de un túnel que en su profundidad solo trae la negritud de la nada.

Se pasó la mano por encima del casco en señal de incomprensión, por un instante quiso dejar allí tirada la bolsa, pero bien sabía que estaba bajo supervisión de la aplicación de transporte.

Se sintió atraído a meter la mano para buscar si había algo extraño pero un ligero temblor por su cuerpo le dio la señal de que era una mala idea, se quitó el casco y se rascó la cabeza como una muestra de inquietud, no sabía preciso que hacer.
Se quedó de pie un rato mirando al interior de la bolsa, en algún momento en medio de su distraída mirada sintió que algo dentro de la bolsa negro le observaba, algo extraño. Se agachó y con ambas manos intentó abrir del todo el paquete, allí se sorprendió con un juego de luces leves, brillantes puntos aparecían como si fuesen pequeñas galaxias.

Se sintió tonto, pensó quizás que estaba demasiado mareado por el calor del día, cerró la bolsa nuevamente y apretó el nudo, intentó levantarla para llevarla en la motocicleta, pero estaba tan pesada que no pudo siquiera levantar un centímetro del suelo. Nuevamente se rascó la cabeza en señal de preocupación.

Se agachó, cansado además, deshizo el nudo y quiso mirar adentro de la bolsa para entender qué ocurría. Una voz ligera, distorsionada, ilegible, inesperada le saludó.

Soltó la bolsa con la reacción de un animal que es sorprendido por su depredador. Abrió los ojos lo suficiente para ver en el fondo de esa oscuridad otros ojos, una mezcla de colores varios, resaltaban el verde, el violeta, el naranja, resaltaba todo y la oscuridad también. Aquellos ojos le miraron fijamente como una corriente de aire que choca con la nada.

Esteban intentó alejarse, sentía miedo y el deseo de gritar, pedir auxilio. Giró su cabeza para buscar a alguien en el camino, pero no vio a nadie, no vio nada.
Todo era oscuro a su alrededor, estaba en otra parte, su motocicleta había desaparecido al igual que todo lo que fuera creado por el ser humano.

Alzó la vista buscando al cielo, simplemente encontró la nada, un agujero de luz se iba empequeñeciendo, como si se tratase de una bolsa plástica que se cierra.

Todo era oscuridad rodeada de pequeños universos.
 
AV.

16 de diciembre de 2025

Memorias (Pedro Conejo).

 

Imagen creada con IA.

Pedro Conejo retomó su acostumbrado trayecto al centro de la ciudad para surtir su negocio de tecnología, algo ligero para ser un ingeniero con trayectoria. Recordó su encuentro semanas atrás con su viejo colega de la universidad, un pensamiento de deseo de buena voluntad.

Durante el recorrido dejó posar su mente en un estado pleno de recuerdos, como una sábana de nostalgia, larga, plana, sin color, una compleja estancia de momentos vividos en etapas de la vida que ahora parecen lejanas. Recordó su esfuerzo de aprender a montar bicicleta, un triunfo que a lo largo de los años fue, simplemente fue.

Recordó de sus primeras navidades los regalos de sus abuelos, la ternura puesta sobre un árbol artificial decorado con bolas de colores y luces.

Continuó su recorrido en el bullicio de la ciudad, el aroma a grasa tanto de comida como de motor de vehículo, el humeante residuo de los buses, el sol que abrasa a quienes caminan desesperados, el ruido de quienes quieren vender, todo se halaba a la paciencia de Pedro, que cada sábado asistía como un soldado a su entrenamiento.

Adentro de un pasaje comercial fue a comprar varios insumos, allí siempre le atendía Reinaldo, un caballero más joven y de corte de cabello particular, exótico dirían las señoras. Este le vendía siempre a un precio de amigo, con descuentos a veces sospechosos de la calidad, pero precio de amigo finalmente.

Pedro acostumbraba saludarle y conversar por un rato, en aquella mañana omitió el espacio de diálogo y se retiró dando un gracias tan pausado como seco, su mente seguía encerrada en recrear lo vivido años atrás.

Reinaldo más atrevido que de costumbre dio una palmada en el hombro a Pedro, le dejó un saludo y le miró con la complicidad de quien siempre está a la orden de la aventura. Pedro siguió caminando, se sintió algo nostálgico y tomó la opción de sentarse en una cafetería cercana, el aroma a grasa era tan común como el aspecto de quienes allí consumían, se sentó y pidió un café, con una bolsa plástica en sus manos esperaba la bebida caliente y en esa espera, la desesperada razón de lo no vivido.

Un torrente, un temporal de pensamientos acorraló la paz de Pedro y lo empujó a un pueblo oscuro de ansiedad.

No había recuerdos, no había anécdotas, no había personajes ni emociones, por el contrario, muchas mentiras y anhelos danzaban como si se tratase de un concurso de talentos.

Aquel “hubiera” estaba de pie como un General inspeccionando a sus patrulleros.

¿Qué hubiera pasado si? Una pregunta que caía como un martillo sobre la carne.

Emergieron dudas, de las dudas miedos pequeños que se atiborraron en temores inmensos. De los temores volvieron las dudas y de las dudas florecieron otros temores. Un ciclo perfecto de condena que llevaba a Pedro Conejo a apretar sus manos contra sí mismas.

Recordó a Valeria Rojas, una muchacha que conoció en sus primeros años de ingeniería, tan bella como una reina de belleza, tan elegante como aquellas mujeres que aparecen en la televisión. Nunca se atrevió a saludarle ni mucho menos, a invitarle a tomar algo. Comenzó a recordarla con la nostalgia de quien jamás besó sus labios rosados.

También recordó aquel viaje a Nicaragua que nunca realizó, porque decían, eso por allá estaba muy peligrosos. A la final no viajó y quedó con el sin sabor de conocer otro país.

Su mente volaba como un ave de rapiña que con sus garras desprendía cada mentira y la convertía en carne fresca, ¿y si hubiera estudiado en la universidad pública? Siempre las preguntas rondando.

Logró salir de su oscuridad, de esa bóveda de malos pensamientos, sacudió su cabeza intentando retomar el aire.

Miró de un lado a otro y se llevó la sorpresa de estar en su propia casa, sobre el mesón estaba la bolsa de compras de insumos de tecnología, además de algunos productos comestibles.

No recordó cómo llegó a casa, ni siquiera tuvo presente en qué momento se tomó el café y regresó a su carro, al otro lado del centro de la ciudad.

No recordó nada, estaba allí sentado en su hogar, con la mirada fija en la nada, con la sorpresa de que en la vida algo lo controlaba, la duda de que algo más allá de cualquier entendimiento le dejaba migajas de realidad.

Como el conejo blanco que perseguía Alicia. 

AV.


11 de diciembre de 2025

Amor y decepción (Tiempo).

 


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¿Podemos pedirle al amor algo de comprensión y ternura para quien lo sufre?  ¿Podemos, incluso, exigir algo de cordura a quien cae en el ansioso ritmo de la incertidumbre?

Somos testigos de muchas historias donde el amor triunfa, donde se dejan lecciones y hasta rencores, sabemos que en el camino las reflexiones van madurando con la edad, llegando casi siempre al extremo de la decepción.

Un péndulo que se mueve con la suavidad de una llovizna, de un lado encontramos la fuerza de un sentimiento capaz de derrumbar imperios y cruzar océanos, de otro, en el extremo opuesto, está la silla vacía de una esperanza que se ha evaporado frente a todo el mundo.

En ese péndulo el trayecto nos va llevando acorde la edad nos permita pensar, sentir quizás, creer que todo está listo. Que hemos vivido suficiente o que estamos ante la oportunidad de volver a creer, a la final todo se resume en la esperanza y la decepción.

Algunos sujetos, de pragmática vocación, sugieren vivir en el estado pleno de la decepción y la desconfianza, por aquello de evitar heridas o frustraciones. Se enfundan una secuela de pensamientos que no dan cabida a un amor o alguna ilusión de esas que conlleva a comprar perfumes o flores. Esos sujetos, que con el caparazón de los años han construido un refugio para la nobleza de sus emociones son preciso, quienes nos han guiado en anteriores historias por las más bellas canciones y poemas del mundo.

No se trata pues de juzgar al amor como aquel acto sagrado de pretender a una pareja o cortejar a algún personaje desconocido. No es navegar en el ocio de la sexualidad y los vacíos emocionales, es más bien, escalar una pared que tiene un inmenso letrero de “Salida de emergencia”. Es querer expresar en diferentes letras y experiencias todo aquello que el acto mismo del amor nos puede enseñar, desde el respeto y admiración por un amigo, el afecto por el trabajo, por el conocimiento, la revolución incansable del tiempo libre, el amar la soledad, el amor por la madre.

Siempre que se pretende ubicar al amor en un segmento se nos escapan esos detalles que no son propiamente amorosos, sino, razonables. Porque el amor es constancia, disciplina, confianza y claro, mucha pero mucha fe.

Amar es un acto de fe ciega, de excesiva confianza y de mucha, pero mucha vulnerabilidad, por eso nos duele cuando un amigo nos falla, cuando un proyecto no triunfa, cuando el silencio nos fastidia, cuando la pareja nos falla.

Hoy en estas letras me siento con la tranquilidad de quienes nos han fallado son parte de algo más grande, de un proceso o un aprendizaje del que ahora se hace parte, quizás como mensaje, quizás como abrigo, quizás como cualquier personaje itinerante, quizás, incluso, como algo innecesario.

¿Podemos exigir algo de cordura a quien cae en el ansioso ritmo de la incertidumbre?

No, pero si podemos abrazar a esa incertidumbre y brindar una buena taza de café.

Es justo y necesario conversar. 

AV.


6 de diciembre de 2025

Un encuentro casual (Pedro Conejo).


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By: DonDiLuca


Alguna vez Pedro Conejo se encontró con un viejo amigo de sus años de infancia, su nombre real es Pedro Alejandro Coello Miranda, pero sus mas fieles compañeros le apodaron conejo, por aquello de una traducción mal hecha. Se trataba de Miguel Espitia Laverde, un amigo que en las calles repletas de incautos se le atravesó aquel sábado de diciembre y en un saludo familiar, revivieron el recuerdo de tanto tiempo juntos.

Aquel encuentro por demás cordial, permitió a Pedro saber que Miguel ahora era padre de familia, ingeniero de profesión (de esos que arregla computadores y diseña páginas web) entre otros aspectos superficiales del ser humano.

Miguel se retiró con unos paquetes de plástico llenos de ropa para regalar, estaba preciso comprando los regalos de fin de año para sus empleados, era propietario de una pequeña firma(boutique) de software y vainas por el estilo. Al llegar a casa saludó a su esposa, una dama de buena apariencia con la que estudió en la universidad, le informó de su encuentro breve con Conejo, Pedro, le explicó.

Ella soltó una sonrisa amable y simuló escuchar toda la historia.

Al finalizar se retiró a seguir organizando los muñecos de felpa con los que pretendía decorar la navidad de su residencia, en ese instante un mensaje de chat le notificó que Alejandra le estaba enviando una nota de voz. La escuchó con la simpatía de un carpintero y allí descubrió que Jesús Manuel había vuelto con Margarita Peña, la muchacha que conoció aquel día en el club de tenis.

Respondió la nota con otro mensaje de voz argumentando sorpresa, pues la vez última Margarita había estado saliendo con Jota (Jose Manuel), el amigo de la universidad. Alejandra respondió que Jota hace mucho que no le contestaba llamadas a Margarita, que tal vez allí radicara la intención de acercarse a Jesús (el amigo).

Regresó a donde su esposo, Miguel, con un beso coqueto en la mejilla y un tono de voz de niña caprichosa, le contó de la novedad de Margarita y Jesús, él, concentrado organizando los paquetes de regalo para sus empleados respondió con la misma sonrisa amable que recibió al llegar a casa.

Margarita escribió un mensaje a su amiga Alejandra, pidiendo algo de prudencia le informó que las cosas con Jesús estaban algo inestables, desde un par de noches que venían saliendo siempre terminaban discutiendo por temas superfluos pero hirientes. Alejandra, que estaba sentada en la cama de su propia habitación, en pantalón corto y blusa de pijama, respondió con sorpresa, no esperaba que las cosas entre ellos fueran tan fugaces.

Tomó el teléfono y con otro mensaje de audio le notificó a su amiga, la esposa de Miguel, la novedad.

Margarita leyendo las palabras de consuelo de Alejandra, decidió responderle cambiando de tema. Allí le preguntó por Boris, el trigueño que conoció días atrás la reunión de trabajo.

Alejandra guardó silencio por un largo rato, se sentía avergonzada por lo ocurrido y prefería ignorar el tema.

Respondió con un cortante “bien” e intentó cambiar el tema, no esperaba de Margarita la insistencia.

Evadía cada pregunta al punto de responder con agresividad.

Pedro Conejo terminó de hacer memoria de aquel sábado en el que se encontró con su amigo Miguel, tomando nota de cada detalle, sonrió como un triunfo de la vida el poder ver a sus viejos amigos crecer y madurar.

Tomó su teléfono móvil y escribiendo un breve mensaje al grupo de amigos del colegio, comentó de su encuentro casual con Miguel, deseándole siempre salud y muchos éxitos en su empresa.

Nadie respondió el mensaje dejando en visto el intento de socializar, pero las consecuencias de ese encuentro no fueron esperadas para Pedro, pero sí para Miguel que en un matrimonio frío como una sala de quirófano, revolvió la vida de su esposa, de Alejandra, de Margarita y de dos caballeros más a los que no conoce.

Un encuentro casual que terminó por desenredar un nudo complejo.

AV.

4 de diciembre de 2025

La iglesia de los optimistas (Métodos).

 


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Nos acostumbramos a estar encerrados en pensamientos, a declarar en palabras los peros suficientes para no avanzar como se debería. Fuimos testigos de cosas que no sucedieron pero que avanzaron estrepitosamente en la mente.

Caminamos en círculo buscando soluciones a situaciones que no fueron reales, solo un sin número de universos danzando en la mente del joven poeta. Recreamos mil batallas cuando solamente esperaban de nosotros la respuesta a una pregunta personal. Fuimos enemigos del protocolo cuando la intimidad estaba en debate.

Hablamos de amor cuando estamos diseñando pretextos, damos método a eso que exigimos, a la correspondencia de las ilusiones, porque creemos que todos nos ilusionamos con el color del atardecer o el aroma de un libro nuevo.

Conversamos en soledad, para que las ideas se sientan cómodas y puedan salir sin ser vistas o prejuzgadas.

Insistimos con abrazar la ternura de una canción, sin importar el género musical preciso, por la capacidad misma de escucharla en sus múltiples versiones globales.

Vamos al altar de los ideales y nos despojamos de toda fe, la prestamos a la esquina del contexto para que allí madure y se convierta en evidencia. En esos ideales sembramos conjeturas para que maduren en verdades obstinadas, lugares comunes de la edad, favoritismos del corazón juvenil.

Por momentos caemos bajo las letras de una canción atrevida, y el experto de esas redes fue a mi parecer, el incomprendido de Alejandro Lerner, que con su suave tacto nos revolcó la mente en el miedo a que nos dijeran que no.

Nos arriesgamos a compartir la desnudez de la vida a través de las letras de un blog, lo celebramos como si fuese el hito más importante desde aquel primer beso, o como si se tratase del acto de cierre de una edad de oro, a la final, todo se redondea en ese método al que llamamos optimismo.

Conservamos en la memoria las motivaciones de lo que queríamos lograr en la adultez, conservamos en los bolsillos del pantalón las frases de cajón que tenemos preparadas para nuestro niño interior al momento de llegar ese interrogatorio de la vida.

Dibujamos en notas de colores las frustraciones de cada etapa, desde el baile que no aprovechamos, al viaje que no culminamos, de la lluvia que nos dañó la esperanza y el sol que nos quemó la razón.

Sabemos a la larga que todo es un cuento progresivo que en métodos y plegarias, seguimos idealizando.

Somos optimistas por conveniencia.

AV.

3 de diciembre de 2025

Quemar las Velas (Diciembre).

 

Imagen Tomada de: https://laurenpretorius.com/

Black Cat & Candle By:  Lauren Pretorius

Retomamos la laguna labor de escribir por escribir, no de emitir ficciones en cuentos y relatos con mensajes de fábula sino, de darnos un respiro en el ejercicio de las letras como lugar común de encuentro.

Diciembre, mes de cierre de año laboral y de expectativas de promesas de antaño llega con la presión de un trimestre que ha sido para este, su amigo y vecino, una temporada de demasiada frustración y aprendizajes, de esos que dejan huella y cicatrices.

Podría iniciar por menoscabar en los vientos de agosto como un mes donde encontré la felicidad y en ella la esperanza de que el curso de cada decisión y pensamiento podrían darse en buenos términos, pero santa es la vida que su expreso sentido del humor es tan negro como las intenciones de quien desea el fracaso llegue a las puertas de esta residencia.

Aquella felicidad que con aires de crecimiento profesional abrazaron al escritor de este blog, se fue transformando en un sentimiento de esos que uno comparte con los allegados al llegar de un viaje, tuve la oportunidad de conocer personas maravillosas y re encontrarme con otras a las que les tengo alta estima, como a la gran Jefecita, o a la poeta, a la que tanto afecto (y deseo) le guardaba en los bolsillos del alma.

Septiembre se comportó como un péndulo que entre lo real y lo imposible dio lugar a cada descuido, desde el tropiezo académico con viejos conocidos hasta la afrenta económica con decisiones que se pudieron evitar, salgo un par de consejos inconclusos. Un mes que dejó huella con tanta presión que en la arena había más que gotas de sudor, muestras de cansancio y frustración, porque quien observa desde la comodidad de la distancia puede opinar sin tomar de frente la responsabilidad.

Octubre es un mes de esos que yo adoro por el místico semblante de la fiesta de Halloween pero de fondo es el mes de mi onomástico, una celebración que con el paso de los años se va diezmando a un café y un par de amigos de alta calidad y especialidad.

Un mes además de dar cierre a esos agujeros que como heridas se fueron prolongando entre pensamientos y acciones que en ocasiones, no daban fruto sino, mala hierba a quien esperaba mejores resultados, insisto, la ingratitud fue tomando forma y espacio hasta dejar en el cansancio la decepción de quienes yo pensaba eran nuestros aliados.

Diciembre es difícil y quizás mi interpretación de lo que ha sucedido desde los meses previos es que se ha quemado cada uno de los barcos en los que alguna vez estuve.

Una temporada de pérdidas, de despedidas, de desidias y claramente de soledad.

Aprender que amar es un principio tan básico como el sentido común, aunque no seamos básicos, ni sea el más común de todos los sentidos.

Y vamos en el tercer día del mes. 

AV.


30 de noviembre de 2025

El Examen (Final).


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IX.

Desistió de la idea de estudiar un Doctorado en Aeronáutica, de seguro era algo demasiado exigente para una pobre plebeya como ella, o así se sentía ante la noticia de la no aprobación. Con la frustración del caso dedicó su tiempo al trabajo, sugirió de hecho a su empleador la posibilidad de irse a vivir a Alemania y buscar algún cargo en ascenso, con la opción de estudiar allá algún programa de posgrado.

La empresa tampoco dio viabilidad a la petición y en ello Ángela comenzaba a sentirse emocionalmente derrotada, sus planes de vida se estaban desmoronando, como si el universo mismo fuera su enemigo.

Por recomendación de su madre espero hasta el año siguiente para intentar de nuevo, quizás estudiando con antelación podría mejorar en matemáticas y superar la prueba de admisión. Volvió a fallar, incluso con un resultado peor que el año anterior.

Sentada en el borde de la cama observaba el espejo que tenía en la pared, se miraba a sí misma como un bulto de carne y huesos que no servía para nada, quería renunciar a todo y devolverse a casa de su madre para que le diera un abrazo.

Estuvo encerrada, ensimismada y cumpliendo con lo mínimo en sus labores remotas con la empresa de Alemania.

Humberto siguió conversando con Marcelo de las pesadillas que año tras año le acosaban, al igual que Elin, las pesadillas le visitaban cada vez con más frecuencia, quizás como un ciclo que debiese heredar después de la tragedia de su esposa, quien falleció en medio de un sueño.

Esa mañana de septiembre se encontraron en el norte de la ciudad, en un centro comercial por los alrededores de Usaquén. Conversaron como siempre lo hacían, con un café o un Té y en ocasiones, acompañados de una porción de torta.

Marcelo comenzó a explicar que soñó con un extraño recorrido, caminaba desorientado en pasillos de un edificio viejo, parecido a los de la universidad de Texas donde estudió en aquellos años cincuenta. Las paredes del edificio se doblaban como una hoja de cuaderno y detrás de estas una luz de muchos colores se asomaba. Humberto, siempre escuchando a su amigo, preguntaba detalles, daba opiniones y en ocasiones, bromeaba.

Se levantó a comprar otro café y una almojábana, caminó unos metros en dirección al mostrador de la tienda, allí se encontró con Ángela Inés, su aprendiz de ingeniería. Además de saludarla, la abrazó con la ternura que siempre le tuvo desde el aula de clase. Hablaron ligeramente de temas varios, como el trabajo, el tiempo libre y la familia; Humberto notó en Ángela un halo de frustración que dominaba por completo su semblante, así que le preguntó entre tantas cosas, por el proyecto de la beca.

Con una voz triste y las manos cruzadas elevó su mirada al cielo mientras explicaba a su maestro del fracaso que tuvo con el segundo intento. Humberto en su sabiduría no permitió que Ángela se derrumbara en su dolor, así que le interrumpió con unas palabras de aliento invitándole a volver a presentarse a la Beca.

Ángela con incredulidad miró fijamente a su profesor, trató de entender cada sugerencia y con un vacilante “gracias” concluyó, le abrazó y se retiró no sin antes proponerle al profesor Humberto invitarle el café que iba a comprar. Él negándose a recibir la invitación soltó la idea de que Ángela fuera a la facultad y se preparara con el apoyo de su maestro, el profesor Marcelo, propuesta que fue aceptada con algo de duda.

Al volver a la mesa, Humberto dio una palmada en el hombro a Marcelo y le habló de Ángela, dando un resumen de su lamentable pérdida de los exámenes de admisión, pidió que le apoyara con una mentoría, podría ser en la oficina de él o en la biblioteca. Con el dedo índice señaló a lo lejos para que Marcelo la viera, allá a la distancia saliendo del centro comercial estaba Ángela caminando con su cabello suelto, Marcelo abrió los ojos con sorpresa, se giró y con tono de voz fuerte le explicó a Humberto que ella se parecía mucho a una de las mujeres que veía en sus sueños.

- Te va a encantar, sin duda. Replicó Humberto.

Después de varias semanas conoció al profesor Marcelo Bakker, con quien recibió asesorías en matemáticas avanzadas, algunas en física y modelamiento cuántico. Le costaba trabajo aprender, su estado de ánimo quizás afectaba su concentración, motivo por el cual decidió estudiar en un cubículo que pidió prestado en la biblioteca de la universidad. Allí en ocasiones, el profesor Marcelo le daba las tutorías.

Finalizando noviembre, Marcelo entregó a Ángela varios libros para que estudiara a profundidad series matemáticas, ella con el juicio que la rabia le concentraba, se quedó en la biblioteca para estudiar. Marcelo se acercó para despedirse, quedándose perplejo por un momento. Ver a Ángela sentada estudiante le hizo recordar aquella ocasión que estudiaba en compañía de Elin, en la biblioteca de la Universidad de Delft.

Al salir sintió un ligero frío que le abrazaba, una sensación de abandono que le hacía extrañar su juventud en Texas, sus tiempos de enamoramiento en Roterdam.

Salió directo a su apartamento, sobre la avenida 19, quería sentarse en la ventana a observar los cerros tutelares con un vaso de whisky en la mano.

A la mañana siguiente recibió una llamada en su teléfono móvil, con extrañeza contestó.

- ¿Sabes algo de Ángela? Le preguntó Humberto con algo de miedo.

- Nada. Respondió.

- Encontraron su bolso tirado en la biblioteca, y nadie da información de que haya salido anoche. Está desaparecida. 

Explicó Humberto, cada vez más alterado.

Marcelo se sentó en el sillón de su sala de estar, posó sus manos sobre las piernas y como quien eleva una plegaria, pronunció unas leves palabras, que, emergiendo con la suavidad de una ola, golpearon su memoria:

Está en un lugar oscuro, lleno de estrellas.

Las pronunció mientras recordaba a su difunta esposa y quizás allí, en ese recuerdo, entendió el insistente miedo que cada pesadilla traía consigo.

Durante toda la semana hubo mensajes entre familiares y funcionarios de la universidad, Marcelo acompañando el proceso explicaba reiteradas veces que la estaba asesorando para aplicar a una beca en Estados Unidos, por eso tenían un cubículo reservado y por esa misma razón, ella tenía libros que eran de su propiedad. Presentó evidencias de todo lo que estaban realizando, pero no lograba convencer a la policía e investigadores de su inocencia, algunos sugerían que él la había engañado para llevarla a alguna parte y desaparecerla.

Por más descabellada que fuera la acusación, no era legible ver cómo un señor de avanzada edad fuese capaz de cargar con una mujer de mediana edad, en especial por la contextura física de ambos.

Estaba sentado esperando afuera de la oficina de Decanatura, aburrido y con mucho temor por todo o que se le acusaba. Humberto llegó para darle paz y el aliento que un buen amigo merece.

Cerró los ojos y posó su cabeza contra la pared a su espalda, allí sentado comenzó a sentir nuevamente un cosquilleo en los brazos y una ráfaga de aire frío, como si lo abrazara.

Abrió los ojos y notó que estaba en una bóveda oscura, todo era negro a su alrededor y muchas voces, como un bullicio entonaban su nombre.

Voces distorsionadas, algunos focos de luces de colores aparecían y desaparecían. Estaba desorientado.

Humberto volteó a mirar a su amigo y maestro, encontrándolo con los ojos cerrados y los brazos cruzados, recostado contra la pared. Lo llamó para entrar a la decanatura, pero este no le respondió, insistió en reiteradas ocasiones, hasta notar que su amigo, su maestro ya no estaba en este mundo.

Soltó una lágrima con un gemido inconsolable, le apretó las manos y con la abnegación de un santo, susurró palabras de despedida. Detrás suyo la secretaria de la decanatura se acercó, con un grito de sorpresa corrió a su escritorio para llamar una ambulancia.

Humberto observando todo, simplemente señaló que ya era demasiado tarde, su amigo ya no estaba presente.

Está en un lugar oscuro y lejano.

FIN.

AV.

28 de noviembre de 2025

El Examen (Prueba de Admisión).

 

 

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VIII. 

Humberto esperaba a su viejo amigo y mentor, Marcelo Bakker, sentado en la cafetería de la universidad. Tomaba en un vaso de cartón un agua aromática de frutos rojos, con su característico saco de lana y una boina inglesa de cuero, se cubría del frío de Bogotá. Recordaba sus años de estudiante en el doctorado, la mayoría de estos bajo la orientación de su mentor, Marcelo.

En un momento de descuido, llegó su alumna, Ángela Inés Revelo, una simpática señorita que se había graduado del programa de ingeniería de sistemas y computación.

Si bien estudió becada por la misma universidad, ella insistía en buscar trabajo, y fue tanta la insistencia que logró ubicarse en una agencia europea de análisis de datos, en Alemania. Trabajaba desde Colombia, de modo remoto atendiendo requerimientos y dando soporte técnico, Humberto estaba orgulloso de todo ese proceso, así que siempre le tendía la mano para cualquier duda o necesidad.

Esa mañana ella expresó preocupada que no entendía todo el trámite para aplicar a la Beca en Estados Unidos, sin inmutarse, tomó el computador portátil de la joven Ángela y dio la orientación de toda la documentación que debía cumplir.

Se retiró agradecida y con la mente fijada en su sueño de alcanzar la beca.

Marcelo llegó tarde, algo poco usual para un europeo, pero todos sabían ya que se había colombianizado desde unos años atrás. Saludó a Humberto y con una sonrisa hizo un chiste sobre la apariencia de la boina que tría puesta, Humberto con otra sonrisa devolvió la broma y abrazó a su maestro y amigo. Allí sentados se quedaron conversando gran parte de la mañana, entre muchos temas, las pesadillas de Marcelo.

Había retomado el ejercicio de escribir lo que soñaba, no siempre con la exactitud del suceso, mas bien con el esfuerzo creativo de la memoria, el más reciente sueño lo transportaba a una casa Quinta, en algún pueblo lejano, donde un grupo musical de jóvenes se presentaba en tarima ante una elegante familia en el día de su matrimonio, lo sorprendente del sueño insistía Marcelo, es que dentro de público podía ver a su esposa, Elin, y a otras personas de otros sueños, pero incluso, algunos de los presentes en el evento tenía rostro humano pero su cuerpo se deformaba entre tentáculos y tenazas, como seres amorfos fuera de este mundo.

Humberto con la calma de un buen amigo le preguntó por el grupo musical, si le era posible recordar algo más. Extrañamente Marcelo, ya avanzado en años, pasó su mano sobre su cabello blanco y rascándose posteriormente detrás del cuello, emitió un susurro casi inaudible.

Escuchaba la música en el sueño.

Insistía en que era extraño que pudiese ser audible algo que nunca lo había sido en la existencia humana, los sueños no tienen banda sonora, decía Marcelo.

Humberto terminó su aromática de frutos rojos y mirándole fijamente preguntó por la canción que dijo haber escuchado.

Canción para mi muerte. Sentenció Marcelo.

Durante largo rato conversaron como dos viejos amigos, no como maestro y alumno. Se levantaron y cerca de las once de la mañana ingresaron a la sala de profesores a preparar algunas tutorías que habían agendado con estudiantes.

Ángela comenzó a recoger toda la documentación para escanearla y subirla a la plataforma web de la universidad de Georgia. Se había graduado ya un par de años atrás de la facultad, pero seguía asistiendo a la universidad a saludar y pedir consejos en su maestro, el profesor Humberto Valdivia. Quién mejor que él, que también fue becario del doctorado en Holanda, fuera el asesor de su proceso de registro.

Al finalizar el registro de datos y envío de documentos, Ángela Inés Revelo, con el sueño de toda una vida y el anhelo de poder empezar su carrera aeronáutica, seleccionó una de las dos opciones de fecha para el examen de admisión, que para tal oportunidad sería virtual, a través de la plataforma de la universidad.

En un par de meses más adelante llegarían los resultados del examen, con sorpresa y mucha frustración, observó el resultado de su esfuerzo: Había perdido el examen.

AV.

23 de noviembre de 2025

El Examen (Bogotá).

 



 VII.

El profesor Humberto Valdivia Solano recibió a Marcelo Bakker en diciembre de 1984, un año más tarde de esa conversación telefónica, año suficiente para que en la facultad de ingeniería de la universidad de Delft se finalizará el trámite de aprobación de movilidad bajo la excusa de año sabático, a decir verdad, Marcelo estaba emocionalmente destrozado y sus asesorías a la agencia de aviación de los Países Bajos cada día era menos determinante.

Humberto logró entregar los documentos recibidos por correspondencia desde Rotterdam, con ellos y una carta de recomendación firmada lograron que Marcelo pudiese iniciar en enero de 1985 su rol como Docente Titular de la facultad de ingeniería de la Universidad Nacional de Colombia. Lo recibió en su apartamento, un sencillo espacio de tres habitaciones en Teusaquillo, mientras encontraban algo que fuera del agrado de este para instalarse de manera definitiva.

Aquellas semanas de diciembre el ambiente festivo de navidad y fin de año ungía como escenario de fondo de dos ingenieros que sentados en una sala de estar conversaban reiteradamente sobre los devenires de la vida, Marcelo retomando su español expresaba el dolor de la ausencia de Elin y la inexplicable muerte de esta, como si fuese simplemente un silencio final, un adiós sin palabras, ver al amor de su vida en una cama de hospital respirando como acto reflejo, en sus ojos cerrados intentar descifrar su dolor o su distancia, a la final, nada tenía razón clínica para ser como fue.

Humberto consolaba como buen aprendiz y ahora amigo, la distancia de años entre uno y otro no era problema para construir una amistad más allá de la relación académica que había iniciado.

Para la semana de fin de año, Marcelo con algo de timidez compartió los primeros escritos a Humberto, explicó con un perfecto acento santandereano que eran reseñas de las pesadillas que Elin le comentaba cada mañana, algunas ya exageradas por la ficción literaria, otras menos expuestas a la intimidad, a la final todas terminaban ser letras de espacios desconocidos, universos oscuros ajenos a esta realidad, una especie de dimensión en donde los sueños de su esposa reposaban en las tinieblas de la inconciencia humana, lejos donde los dioses no murmuran ni las bestias caminan, solo un espacio oscuro y frío, con caminantes que buscaban despertar desesperadamente, según palabras de su esposa.

Humberto tomó algunas hojas y las leyó en silencio, compartía el sentir de su maestro y quizás como una tertulia de dos señores mayores brindaba un poco de vino o aguardiente, mientras replicaba las letras de aquellas pesadillas incongruentes.

Humberto entregó el documento final de su investigación doctoral, un modelo de redes para sistemas de control aéreo que serviría años más tarde a la agencia aeronáutica de Colombia, de allí emergería el posterior interés al interior de la facultad de ingeniería de crear una línea de investigación en simulación de datos y arquitectura aeronáutica. Marcelo estaba orgulloso de su amigo, incluso retomó su línea de diseño de aeronaves, un trabajo quizás más para ocupar la mente que para fomentar el nuevo conocimiento.

Cursado el mes de enero, dieron inicio a las clases en la Universidad Nacional de Colombia, Marcelo con sus contactos logró un par de donaciones de laboratorios de cómputo para la facultad, equipos con más capacidad de procesamiento de datos, un favor que alguna vez alguien en el gobierno de los Países Bajos le adeudaba.

El terror de la violencia en el país daba a Marcelo la austeridad de sus gastos, no pretendía ser visible ante la fuerte presencia de organizaciones criminales, prefería ser visto como un simple profesor de universidad pública, anhelo que en dos años maduró en un nombramiento como director del centro de investigación de datos de la facultad, un lugar de distante descanso ante los terrores de la realidad colombiana.

Humberto continuó sus clases mezcladas con diseño de datos y programación de simuladores, se hizo un nombre y un estatus en el pesado ambiente de los ingenieros del país.

Mientras los aviones estallaban en los cielos colombianos por vendettas entre organizaciones criminales, él insistía en mejorar los controles aéreos de las principales ciudades del país, diseñaba sistemas operativos más amigables y legibles para los técnicos aeronáuticos, incluso se apoyaba en ocasiones en el conocimiento de Marcelo.

Al llegar las fiestas de diciembre de aquel desastroso año 1989, Marcelo que ya se había instalado en un elegante edificio sobre la avenida 19, llamó a Humberto con ansiosa preocupación, explicó que sin entender nada había tenido una pesadilla la noche anterior. Un terrible ser sin forma ni lógica para la mente humana le buscaba, le hablaba con una voz distorsionada, con ruido y alteraciones en el ritmo de las palabras, entendía las palabras porque sentía que era una comunicación mental y no auditiva, pero era contundente el mensaje: Elin seguía atrapada en vida, en una especie de bucle de sufrimiento y dolor, y era labor de este ir a liberarla.

Humberto sorprendido comenzó por sugerir que retomara el arte de escribir las pesadillas, más que una ficción, una terapia que quizás era momento de retomar, pueda pues, fuera el estrés o el hecho mismo de que la ausencia de ella estuviera retumbando en su psiquis como un asunto sin resolver.

Marcelo se sintió ofendido al momento de escuchar la respuesta de su ahora amigo Humberto, pero tomó como propio el consejo y agradeció la sugerencia.

Con un cigarrillo en la boca y sentado en su apartamento, comenzó a escribir sin estructura todo lo que recordaba del sueño, de esa pesadilla infame que le chantajeaba por el amor por su esposa fallecida.

Su amada Elin, a quien recordó con lágrimas en los ojos mientras el humo de cigarrillo danzaba como un hilo azul, estaba atrapada según recordaba, en un universo oscuro, lejano, frío y lleno de estrellas, con seres sin forma y voces con mucho ruido, sin ritmo y acento, palabras que emergían en su mente producto de un sonido extraño, solitario, macabro.

Sacudió el cigarrillo en un cenicero de cristal y elevó su mirada por la ventana observando los cerros orientales de Bogotá, recordó levemente su vida en Rotterdam, recordó el primer día que conoció a Elin en la universidad, recordó aquella tarde en la biblioteca cuando ella desapareció, recordó, además, su rostro pálido en la cama del hospital mientras luchaba por salir aquel estado catatónico.

Marcelo recordó tantas cosas en tan pocos segundos que fue justo en ese relicario de nostalgia y melancolía que halló la ficha clave de todo lo que ocurría: Elin siempre hizo hincapié en que había personas atrapadas en ese lugar, personajes que sufriendo, buscaban una salida.

- ¿Estarás buscando una salida, mi amor?

Alzó la voz como un ingenuo hombre derrotado, sus ojos, con lágrimas volvieron a la hoja de papel para continuar escribiendo lo que recordaba de la pesadilla.

Al otro lado, donde no hay luz ni tiempo, una mujer caminaba desesperada buscando una salida en una elegante y moderna biblioteca de la universidad.

AV.