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Hay preocupaciones que nos comienzan
a perseguir en cada trayecto como una sombra, se impregnan en cada pensamiento y
logran hacernos sacudir hasta el más firme de los huesos como si tuviéramos ganas
de bailar en un mundo de desesperados.
Estas preocupaciones deambulan por
la eternidad, al principio nacen como una idea recurrente y nos acosan como una
canción de temporada, luego se van excitando en nuestra mente y cruzan el pabellón
de lo inservible para instalarse cómodamente en algún nervio, como un trastorno.
Las rechazamos con esfuerzo, dejamos
que todo fluya y ocupamos la mente en las complejas tareas del día a día,
despertamos en el hacer de cada actividad. Estamos programados para ejecutar,
pensar lo justo y ser suficientemente necesarios. Podemos invertir las ideas en
tiempos de ocio, como crear recetas de coctelería, componer canciones o
escribir un blog.
Estas ideas recurrentes que ahora
son trastornos, se camuflan en la esperanza de otra idea no tan recurrente. Encuentra
en la ingenuidad una propuesta algo donde madurar. ¿Queremos programar un
viaje? ¡Qué rico sería ir a otra ciudad!
Allá, donde la ingenuidad se combina
con los sueños y anhelos, las ideas recurrentes, los trastornos, los pesares y fobias
se sientan a conversar en un foro de inquietudes: ¡Hay que crear una
preocupación mayor! – concluyen -.
Somos exageradamente humanos pero
nuestra esencia es infinitamente emocional, energética, oral. Allí dónde el
habla comienza a dar forma a aquello que la mente objeta, es dónde se confronta
por igual el quejido de aquello que no hemos dado atención.
Hay preocupaciones que insisten en
permanecer a pesar de que de nuestra parte se haya derrumbado una torrencial
lluvia de ideas para darle solución, como si el capricho de existir fuese
suficiente para no ceder.
Miramos de manera advertida a todas
direcciones, buscamos consejo en otros fulanos igual de preocupados, con
asuntos personales que atender, con afanes propios y vacíos existenciales prematuros.
A esos fulanos les dedicamos una inquieta mueca de comprensión, porque estamos
solos, vivimos en un mundo de frecuentes preguntas sin respuesta.
Cuando damos alternativas a todo
aquello que nos aqueja, cada alternativa, como una espina en enredadera, va afilando
preguntas que a bien puedan desbaratar el propósito de solución o bien pueden
dar complejidad a una preocupación emergente. Como un juego de voces donde gana
quien más alto habla.
A cada alternativa se le va dando un
plan, una hora, un lugar, unos actores válidos y unos favores. Pero qué lástima
es la vida y qué oscuro es el mundo cuando debemos de sobrevivir a costa de la voluntad
de un tercero.
¡Qué miserable es la existencia de aquel
que depende de otros para ejercer su derecho a vivir!
Nos arrojamos de cabeza al agua,
como el ave que caza a su pez, sin miedo al impacto y con la certeza de que se
atrapará al pez mismo, jamás pensando en el riesgo de un mal movimiento o la
frustración de confundir un pez con un alga. En ese intento de decisión firme y
constante vamos atacando a las preocupaciones y creamos propósitos.
No podemos caer en desespero,
debemos de dar a lo sereno espacio de reflexión, a lo altivo algo de
complicidad y mucha adrenalina quizás, a lo íntimo y personal, algo de olvido,
quizás.
Quizás.
Podemos soñar a diario y enfrentar
diferentes versiones de nosotros mismos, podemos cumplir las labores del día a
día de acuerdo a un plan de acción y en ese plan dejar fluir pensamientos
recurrentes, podemos incluso, no hacer nada y allí, en la nada, encontrar ideas
perturbadores de lo que la nada misma dignifica.
Fantasías.
Como el aire que respiramos y el
café que bebemos, no tenemos la conciencia exacta de cómo y cuando ha sido
necesario cada suspiro, cada sorbo de oficina, el origen y destino de los
pensamientos que se anidan mientras el café hace su efecto en el empleado del
mes.
Mientras el oxígeno se convierte en
preocupación.
AV
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