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Cat in Cosmos By:Raphaël Vavasseur
Por lo general nos imponemos retos
en el día a día que nos hagan sentir vivos, que nos lleven en un torrente de
adrenalina por los caminos de la satisfacción y nos liberen de la depresión.
Nos encerramos en pensamientos desafiantes que nos obliguen a desarrollar desde
el interior las más osadas acciones con tal de superar aquello que juramos
alcanzar.
Es difícil, quizás porque para
algunos es garantía de ansiedad y estrés, para otros se convierte en un tobogán
eterno de frustración, de golpes contra el calendario, de insoportables ritmos
marcados por el minutero de un reloj despiadado y distante. Se hace complejo,
porque hasta la más noble de las intenciones conlleva algo de veneno, de
estupor en el hacer. Intenciones que se corrompen en ocasiones por el afán de
la meta anhelada, lo imperfecto de la humanidad hecho desespero.
Nos equivocamos con frecuencia y de
allí arrebatamos aprendizajes a cada asunto, quizás para algunos es menester
entregar en terceros la bondad del error cometido, para otros, sea tal vez más
oportuno callar ante la falla y fugarse de la responsabilidad, uno que otro es
más consecuente y se toma personal la falla alcanzada, dándose latigazos de
culpa aún sin ser necesaria la sanción.
Aprender a equivocarnos es una escuela
de libre acceso, de muchas herramientas y de pocas aventuras, más bien
desventuras.
Aprender a ganar es tal vez un
intensivo curso de bondad que se adquiere después de haber cursado muchas
clases en la escuela de la equivocación, porque ganar conlleva una
responsabilidad para con uno mismo y es precisar lo que se hizo bien en un
entorno de enfermas decisiones.
Juramos alcanzar metas para
satisfacer placeres personales, nos volvemos hedonistas, nos esforzamos para ser
helénicos en luchas en ocasiones inexistentes, solo la vanidad de Narciso, el
cantar de un juglar que sin pasión enamora a quien le escuche.
Nos cuestionamos todos los días, nos
juzgamos en el silencio de un momento de duda, nos imponemos bloqueos que
atraviesan lo mental hasta servirse de una parálisis cognitiva, abrazamos el
miedo todas las mañanas y rogamos al santo más popular que nos de una mano en
eso que nosotros mismos hemos inventado.
No somos los mismos, las pesadillas
nos pueden transformar, sólo las metas logradas nos purifican del barro que
ensucia las nobles intenciones acercándonos otra vez a ese niño que observando
el infinito se ahoga en sus pensamientos buscando la idea siguiente.
Es importante contar siempre con un
amigo o un aliado que nos de la esperanza de que las cosas van a salir bien,
que nos acerque un poco a esa realidad inventada y le de una pizca de cinismo,
que nos permita entender que todo ocurre a un ritmo que no siempre está en
nuestra capacidad de cumplimiento.
Poder contar con familiares que se
unan al deseo y den abrazos de apoyo, no palabras de cansancio.
No es para nada sano escuchar
aquellas frases que juzgan la idea enamorada, que cuestionan las intenciones
encomendadas a lo imposible. De imposibles es que viven los enamorados.
Se nos hace urgente sentirnos vivos
no en la meta de un sueño propuesto sino, en el cómplice saludo de cada mañana,
que nos de luz y no oscuridad el recibir apoyo de allegados, que puedan
entender el vacío en el que caemos cuando el tiempo corre a otro espectral
entorno.
¡Qué difícil es poder compartir la
visión de la vida a quienes no sueñan!
Es difícil permanecer estáticos en
un mismo rincón, por el contrario somos seres inquietos que, huyendo de los
propios pensamientos (o peor aún), persiguiendo aquellos pensamientos, somos
capaces de recorrer al universo entero para poder llevar la luz a donde la
oscuridad nos acongoja.
Pensar en colectivo es una virtud de
quienes encerrados en la memoria pregonamos ideas de cambio, a partir de zonas
de control emocional. Somos presos de nuestras intenciones.
El reto más grande está siempre en
nuestro interior, superarnos y aprender a perdonarnos, ser consecuentes con la escuela
del éxito y la escuela del fracaso, soltar ese grillete que a veces como premio
nos encuentra en un bucle de satisfacción.
Caminar sobre los sueños, con los
pies en la tierra.
AV
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