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En los
recuerdos habitan las mejor imágenes, las sensaciones más bonitas de cada día, de
cada encuentro. Habitamos allí un mundo lleno de personajes que nos han
alimentado el alma con sus enseñanzas, palabras de aliento, con el cariño
eterno que le damos a las buenas palabras.
En los
recuerdos habitan las mejores canciones del mundo, las favoritas de cada
tiempo, los colores más vivos de cada amanecer y las mejores sonrisas producto
de largas conversaciones o grandes encuentros sociales. Almacenamos en los
recuerdos gran cantidad de información, los exhibimos en anécdotas y hasta en rústicos
comentarios de cafetería, nos engalanamos con una carcajada o por qué no, en
una lágrima que nos transporta a esa dolorosa sensación del momento vivido.
Cercarnos en lo inverosímil de las experiencias y dar a la memoria, esos
recuerdos llenos de vida, de emociones, de canciones y reuniones, de una patria
viva que se llena de esperanzas y de soledad, de partidas que se nos van
acumulando como un gran caudal de lágrimas e improperios, o de satisfacciones y
aprendizajes.
En
ocasiones somos presa del afán, valoramos tan poco el tiempo que se nos brinda
en esta vida que comenzamos a acusar al mismo de ingrato, de darnos tan poco
con tan mucho que necesitamos, nos esforzamos en trasnochar o madrugar, igual
da el esfuerzo de querer extender las horas del día para continuar con las
labores al pendiente. Nos sometemos a jornadas en las que estructuramos cada
pensamiento en una acción, en un deber, en una tarea, no nos convencemos de lo
bonito que es trabajar en eso que tanto amamos y allí, descubrir que tenemos
todo el tiempo del mundo para ser felices, ajustarnos a una realidad merecedora
de convertirse en un bonito recuerdo, en una experiencia digna de contar.
Imaginemos
por un instante que estamos caminando por un desierto, nos sentimos
desorientados, sedientos, con desespero, con ese vacío en el cuerpo que nos
dice que estamos más lejos de casa de lo que inicialmente podríamos creer.
Imaginemos que van apareciendo poco a poco reflejos, personajes de cada etapa
de nuestra vida, con ellos, las canciones que les debemos, las historias que
alguna vez olvidamos se van construyendo sobre sí mismas, nos vamos aclarando
con el calor, ya no son reflejos sino, las personas mismas las que caminan hacia nosotros, no
discuten ni se afanan por llegar antes, solo están allí, atentas, caminando a
pesar de que nunca las podremos saluda o tocar ¿por qué?, porque estamos en un
desierto imaginando todo esto, al caso, nada de lo anterior es real, pero es
bonito poder permitirnos ese lujo de recordar, de llamar a los que ya no están.
Tomarnos
de la mano con la persona que queremos, pero qué error tan grave es el que
cometemos cuando pensamos en nuestra pareja al mentar dicha frase, ¿es pues
acaso que la persona que queremos no es nuestro padre o nuestra madre? ¿Es pues
necesario acudir a las relaciones de pareja para allanar la felicidad? Soy
feliz con la persona que me acompaña en el camino, el amor bonito que tengo y
que me desafía cada día a ser mejor. Soy feliz con la familia que tengo, porque
mi padre es el hombre más tierno y bello que conozco, mi madre, con su carácter
fuerte es la persona más persistente, perspicaz y amable que conozco, sus
virtudes son quizás la base de esta intransigente manera de ser que llevo en
los zapatos, son tal vez, esa base que me ha dado la ternura para abrazar al mundo
y la frialdad para darle la espalda, ser cóncavo y convexo en un presente donde
los problemas y los dolores se fraguan tras sonrisas y bellas conversaciones.
Permitirnos
construir recuerdos, permitirnos vivir los tiempos necesarios para darle a la
vida otro poco de amor, otra cesta de frutas y salir a darle la vuelta al
parque, sentarnos en el prado y como un pic nic, compartir de la mejor manera
el amor que tenemos, los miedos, los dolores, las sonrisas, dejarnos llevar por
el amor bonito, dejarnos construir por la vida misma, ser testigos de nuevas
historias para contar.
Nunca
se trata de volver a empezar porque sencillamente no somos máquinas que se
puedan reiniciar, o un sistema que se pueda sabotear, somos humanos,
jodidamente humanos. Somos seres dependientes, nos gusta convivir con nuestros
pares, defendernos de lo que nos desagrada, somos nómadas y buscamos refugio y
comodidad constantemente.
He
aprendido a darle comodidad a lo que se nos va presentando en el camino, porque
definir los recuerdos es definirnos como presente, definir lo que queremos para
nuestra felicidad es pues, definirnos como futuro.
Nos
cuesta decir adiós, más doloroso aún es decir adiós a quien ya se fue, donde no
hay manera de reintentar la despedida, donde no hay palabras o actos que puedan
darnos la tranquilidad de que el círculo se cerró, solo ese vacío que la
soledad va cubriendo con nostalgia, como si la melancolía se convirtiera en una
espesa masa de llanto y mucosidad. Llevarnos lo mejor de cada persona en
nuestro corazón es vivir dos veces, liberarnos del yugo de la ingratitud y ser
sonrientes a cada ausencia, permitirnos reinventar las excusas para vernos con
alguien, para salir a diatribar en una esquina y sentados en el andén, un
domingo en horas de la noche, recordar los bellos atardeceres, de esos tiempos
de las hojas secas y los cultivos de algodón de colores.
Nos
cuesta reprimir recuerdos, no son una materia que se pueda encerrar en un
frasco o en un baúl, no nos podemos escapar de ellos como lo hacemos constantemente
con las tareas o con las efímeras frases de las disculpas. Nos esperanzamos en
que el tiempo borrará todo, que nos dejaremos caer por las escaleras y al
llegar abajo todo será diferente. ¡Qué equivocados estamos!, hemos fracasado
como sociedad desde el momento mismo en que dejamos fundir nuestros valores por
otros “satisfactores”, porque somos expertos en hablar de necesidades y
problemas, a la final nos damos cuenta que el hedonismo es lo que nos une como
especie, que vamos validando satisfactores de otras vidas y no de lo que
realmente importa.
Llenarnos
de felicidad hasta caer, ser presa del encanto de cada persona que conocemos en
el andar, porque si algo debemos de hacer día a día, es someternos a la
cotidianidad y darnos ese placer humano de poder conocer personas a diario,
darnos esa elástica manera de poder continuar y ser amigos de cada quien, ser
flexibles a los imaginarios y derrumbar estereotipos, darnos un hogar en el
corazón de todos, identificar al amigo del conocido, separarnos de las malas
intenciones y alejarnos de aquellos que solo encuentran excusas y quejas a cada
situación.
Llenarnos
los días de nuevos recuerdos.
AV
// Para los que ya no están: Solo Recuerdos y Buenas Canciones //
1 comentario:
Jodidamente identificado con todo lo escrito, a veces nos quedamos en los recuerdos y se nos olvida que seguimos viviendo.
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